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Sensación de corrupción

 

Este artículo fue publicado en el eBook “Sensación de Pobreza”, una compilación de trabajos y reflexiones en torno a la pobreza en la Argentina actual. Compilador: Iván Petrella. Ver libro completo aquí. —————————–

arquitecturaA menudo se habla de la brecha que existe entre ricos y pobres como si ese fuera el punto central que debería abordar la política pública. Como la brecha entre los que tienen y los que tienen menos es ridículamente grande, se argumenta, el estado debe intervenir para nivelar, sacándole a unos para darle a otros y así crear una sociedad más equitativa.

Parto de la suposición de que si mi vecino es 100 veces más rico que yo pero su riqueza es producto de su esfuerzo personal y la recompensa de un trabajo que la sociedad le retribuye, entonces no hay problemas. ¿Pero qué sucede si, en realidad, su riqueza y sus ingresos no se deben al premio que la sociedad le otorga sino, más bien, a que el de al lado tiene algún contacto con el poder de turno?

En la sociedad argentina actual existe una generalizada sensación de corrupción evidenciada en rankings internacionales y en el inexplicable crecimiento patrimonial de cantidad de funcionarios públicos.

Esto hace que el foco en “los que tienen” y “los que no tienen” cobre particular importancia ya que los primeros son siempre, al menos en el imaginario colectivo, sospechosos de ganar lo que tienen a costa de los demás. Las consecuencias de este sistema son graves, por lo que es necesario que se le preste la mayor de las atenciones: la corrupción inevitablemente lleva a brechas de ingreso injustas e inmorales

El ejemplo de la familia Gates y la familia Carrino

Para graficar la idea del problema de la creciente brecha entre los que tienen y los que no tienen, vamos a comparar al abuelo Carrino, con el padre de Bill Gates. [1] Una vez que nos imaginamos a estas dos personas podemos suponer que mi abuelo tenía un ingreso de 2000 (pesos, dólares, euros, onzas de oro… usted decide), mientras que el padre de Bill Gates tenía un ingreso de 2500. En eso momento, la brecha entre ambos individuos era de un 25%. Es decir, el ciudadano más rico ganaba un 25% más que el ciudadano más pobre.

Ahora bien, volviendo a la actualidad, pasaremos a comparar los ingresos del archifamoso creador de Microsoft con un apenas principiante economista. Por ponerlo en términos numéricos, Iván Carrino tiene ingresos por 3000, mientras que Bill Gates los tiene por 30000. Como puede observarse, la brecha entre el ciudadano pobre y el ciudadano rico se multiplicó y ahora “los ricos” ganan 10 veces más que “los pobres”. Sin embargo, hay tres cosas para destacar.

En primer lugar, si bien Bill Gates está mucho mejor que su padre, en términos relativos yo estoy mejor que mi abuelo. Con el paso del tiempo, entonces, todos hemos ido mejorando respecto de nuestros antepasados. En segundo lugar, dado que la tecnología evoluciona los empresarios compiten por ganarse al consumidor, los bienes en la economía suelen bajar de precio y los salarios reales suben en el tiempo, por lo que mis 3000 de hoy pueden comprar más y mejores cosas que los 2000 de mi abuelo.

Por último, y aquí lo más importante, todos sabemos que Bill Gates merece plenamente su fortuna puesto que ha creado un instrumento que revolucionó al mundo y por el que muchísimas personas estuvieron y están gustosas de ofrecer su dinero a cambio. La fortuna de Bill Gates es la consecuencia de una “win-win situation”, es decir, una situación en la que todos se benefician.

El problema: la familia Gates está “enchufada”

Ahora bien, esta situación cambia cuando Bill Gates, o el individuo que sea, logran multiplicar de una manera sideral su patrimonio sin que exista esta situación en la que todos ganan. Por ejemplo, si en lugar de Bill Gates nuestro personaje del ejemplo anterior fuera un ladrón, tenemos que decir que su fortuna es consecuencia de un esquema donde unos ganan (él y sus colaboradores) pero otros pierden (las víctimas de sus robos). En este contexto, parece razonable que uno se preocupe por la mala distribución del ingreso.

Algo similar sucede cuando aquellas personas que logran acceder a excelentes posiciones económicas no lo hacen como consecuencia de ofrecer a la sociedad algo que ésta demanda, sino más bien gracias al conocimiento de alguien que, dentro del gobierno, tenga el poder para administrar algún presupuesto.

En este sentido, si los ricos de una sociedad se vuelven ricos porque reciben la dádiva, la protección, el contrato amigo, la licitación poco transparente o directamente dinero a cambio de prestar su nombre para figurar como testaferros de los que administran el estado, la brecha entre ricos y pobres comienza a derivar en un problema de injusticia profundo.

Ya no es importante si mi situación mejoró respecto de la de mis antepasados o si yo mismo progresé económicamente en la vida. El problema ahora es que los ricos no son ricos como retribución a su valiosa contribución a la sociedad sino que, todo lo contrario, son ricos gracias a que extraen de la sociedad una tajada que no les pertenece, evitando que esos recursos vayan a destinos que lo necesitan de manera más urgente.

Por qué no es lo mismo si el acomodo no usa el poder político

Alguno podrá objetar que situaciones parecidas también suceden en los ámbitos privados. Solo basta conocer al que tenga el poder en una organización privada o una firma comercial, para que conseguir trabajo, por ejemplo, sea más fácil.

Por otro lado, es posible coimear a un gerente de compras para que, en lugar de los productos de la competencia, se elijan los que mi compañía ofrece y así dejar ilegítimamente fuera de la carrera al más idóneo. Cierto.

Sin embargo, existen dos puntos para destacar. En primer lugar, cuando estas maniobras se llevan a cabo, tarde o temprano se reflejan en el cuadro de ganancias y pérdidas de la empresa. Si la compañía contrató a Pedro porque era sobrino del gerente pero Pedro es un vago, seguramente la empresa no funcionará de manera óptima, pudiendo quedarse fuera del mercado por la fuerza de la competencia.

En segundo lugar, el dinero que está en juego cuando la corrupción se da en el ámbito privado es, valga la redundancia, privado. Es decir, el dinero pertenece a las partes que contratan y, en última instancia, alguien tendrá que soportar el quebranto, pudiendo darse cuenta, o no, de lo que están funcionando mal.

Sin embargo, en el caso de la corrupción cuando se da en el ámbito de lo público, los que pierden son los contribuyentes – todos nosotros – que estamos obligados a pagar impuestos para sostener a un estado que tiene tareas muy precisas y que bajo ningún punto debería desviarse de ellas para favorecer a los amigos de los funcionarios de turno.

La corrupción como sistema

Si que la familia Gates esté enchufada es la norma dentro de una sociedad, se puede decir que esa sociedad vive en un sistema corrupto. A menudo, a este sistema se le conoce con el nombre de “capitalismo de amigos”. El capitalismo de amigos es el sistema económico en el que la rentabilidad de los negocios depende de las conexiones políticas[2]. Este sistema incentiva a las empresas a apoyar a determinados políticos para, luego, cobrarse los favores.

En un sistema de capitalismo de amigo, la fuente de la riqueza de unos es el contacto con algún funcionario. Esto se da principalmente porque el gobierno tiene el poder para cambiar u operar libremente sobre las reglas del juego. Un ejemplo puede ser el empresario que se acerca al poder y pide que se eleve una barrera arancelaria para proteger su negocio. El negocio del empresario, por supuesto, obtendrá un beneficio. Podemos suponer, además, que el empresario pagó al funcionario para obtener dicha protección. . Claramente, ambas partes de este acuerdo se benefician, sin embargo, la sociedad pierde porque, al no haber competencia, debe pagarle al empresario en cuestión el precio que quiere y soportar la calidad que éste ofrezca sin poder contrastarla con la de los productos internacionales.

Otro ejemplo son las contrataciones públicas. Cuando el gobierno tiene que realizar obras, suele contratar a firmas especializadas. Ahora bien, los que solventamos al estado somos los contribuyentes, de modo que si el estado pierde plata, nadie se hace cargo sino que ese costo está muy diluido entre toda la población. El incentivo que tiene el funcionario que lidia con la empresa para pasarle al estado una factura por el doble de su valor es, entonces, grande.Como se puede ver, en los sistemas donde prima la corrupción y el acomodo, el incentivo no está en producir para la gente sino en ver cómo arreglar al funcionario de turno para que ambos lucren a costa de esa gente.

Este “desvío” de fondos no solo genera una brecha entre ricos y pobres que escandaliza sino que, al dirigir el dinero al lobby y al tráfico de privilegios, este no va a satisfacer las verdaderas necesidades de la gente, lo que termina aumentando el nivel de pobreza de la sociedad.

El caso argentino

En nuestro país, según Transparency International, existe una considerable “sensación” de corrupción. De hecho, la organización en cuestión mide la “percepción de corrupción” en un índice donde aparecen 176 países. En ese ranking, nuestro país ocupa el puesto 102, bien lejos no solo de países como Dinamarca o Finlandia sino también de Chile.

Por otro lado tenemos un país con un gasto público que asciende al 36% del PBI[3] y aumenta al 35% anual, con un alto nivel regulatorio y una gran presencia del estado sobre la actividad privada[4].

Como contracara, tenemos grandes empresarios amigos del poder y, al mismo tiempo, un grupo de funcionarios que ha visto su patrimonio incrementado de una manera significativa desde que ingresaron en el gobierno.

El caso más llamativo es el del Secretario de Comercio interior, Guillermo Moreno, cuyo patrimonio creció 28 veces desde el año 2003. Veintiocho, por si quedan dudas. De cerca lo sigue Ricardo Echegaray, titular de la AFIP, cuyo patrimonio creció 20 veces desde el 2003 al 2011. El patrimonio de la presidente creció unas 12 veces desde que llegó al poder mientras que el de Amado Boudou creció solo 170 por ciento, pero solo en el período de 4 años que abarca de 2007 a 2011[5].

Conclusión

Lo que prevalece en la Argentina es una economía reprimida donde el que se enriquece lo hace gracias a “arreglar” con el poder de turno y, por tanto, a expensas de todos los que solventan al estado.

Esta dinámica genera una brecha entre ricos y pobres, o entre los que tienen más y los que tienen menos, que fomenta el resentimiento y la desconfianza hacia el sistema.

Por otro lado, los recursos que en otra circunstancia se destinarían espontáneamente a mejorar la calidad de vida de la población, terminan destinándose a que algunos estén mejor pero a expensas de todos los demás.

La riqueza de unos comienza a ser sospechada más y más de ser la causante de la pobreza de otros y nada bueno puede esperarse de esta situación.

Finalmente, se debe dar una solución a este esquema. Nuestra propuesta es radical: si el estado no existiera esto no pasaría. Sin embargo, dado que el estado existe y no es razonable proponer su eliminación, lo que debe hacerse es limitarlo lo más posible en su poder y tamaño, así como en su capacidad para otorgar beneficios de manera discrecional.

Solo de esta forma terminaremos con el capitalismo de amigos y daremos paso a un sistema donde la brecha podrá ser creciente o decreciente, pero la pobreza será progresivamente eliminada y todos viviremos mucho mejor.


[1] El ejemplo es tomado de una clase magistral del Dr. Martín Krause que se encuentra disponible en internet en el siguiente link: http://www.youtube.com/watch?v=Ve0dGjM_mV8
[2] Randal G. Holcombe: “Crony Capitalism: By-Product of Big Government” Mercatus Center Working Paper No 12-32. Octubre 2012.
[3] Según las conservadoras cifras del Banco Interamericano de Desarrollo.
[4] Lo que se evidencia en el Índice de Libertad Económica de la fundación Heritage: http://www.heritage.org/index/ranking

[5] Los datos se extraen de las declaraciones juradas de los funcionarios, presentados por el Diario La Nación en su edición On Line: http://www.lanacion.com.ar/1546303-los-bienes-de-los-funcionarios-en-la-primera-news-application-de-la-nacion

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Argentina: el dilema de la pobreza, en la teoría y en la práctica

Este artículo fue publicado en el eBook "Sensación de Pobreza", una compilación de trabajos y reflexiones en torno a la pobreza en la Argentina actual. Compilador: Iván Petrella. Ver libro completo aquí

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Hablar sobre pobreza siempre es difícil debido a la amplitud de su definición y debido también, a la sensibilidad del tema. Por este motivo, el presente trabajo analizará el tema de la siguiente manera: En primer lugar, resaltando la complejidad para definir qué es pobreza. Segundo, la solución que proponen los gobiernos. Luego, en tercer lugar, se verán cifras correspondientes a Argentina. Cuarto, se observará como analizar la pobreza con un enfoque alternativo y por último, quinto, una conclusión.

Con este orden se pretende primero estudiar la teoría en lo que respecta a la pobreza para luego ver el caso particular de Argentina.

La dificultad de definir la pobreza

Diversos autores que tratan el dilema de la pobreza intentan buscar la definición más adecuada y la conclusión que podemos sacar es que resulta imposible obtener una definición objetiva de la pobreza.

Sin embargo, muchos escritores e investigadores suelen enfocar la “definición” por alguno de los siguientes caminos: 1) Fragmentar a la población en porcentajes o 2) Determinar una Canasta Básica que debe cubrirse.

Ambos enfoques traen sus complicaciones. El primer enfoque, en definitiva no resuelve mucho el dilema, ya que si, por ejemplo, se divide a la población en 4 partes (por ejemplo, el 25% más rico, un segundo grupo de 25% de la población menos rica, un tercer tramo también de 25% y un último 25% con los más pobres), por más que todos dupliquen su poder adquisitivo siempre seguirá habiendo la misma cantidad de pobres; 25% es 25%. Con esto no quiere expresarse que dividir la población en porcentajes no sea útil para realizar investigaciones, pero vincularlo a la pobreza no es del todo correcto por lo ya mencionado. Además, indirectamente trae aparejada la idea de que existe una torta fija la cual no podría ampliarse y eso no es correcto (punto que se verá más adelante).

Por otro lado, el segundo enfoque, más utilizado, pareciera ser más acertado y su problema básicamente radica en la subjetividad de determinar que es una “Canasta Básica”. Henry Hazlitt, en su libro “La Conquista de la Pobreza” señala un trabajo de Rose D. Friedman de 1965 donde encontraba que la línea divisoria entre pobres y no pobres variaba según la estimación privada que se tomaba; para algunos era de U$S 3.000, para otros de U$S 2.200. Así sucedieron casos, donde dependiendo las cifras que se consideraban, en Estados Unidos la pobreza podía ser del 20% o del 10%.

En definitiva, estas diferencias surgen debido a que la Canasta Básica, generalmente debe cubrir una alimentación “adecuada”, pero ¿qué es adecuada? Es aquí donde comienzan las subjetividades que derivan en distintas cifras.

Nuevamente, con esto no quiere plantearse que realizar estimaciones es incorrecto, simplemente es importante marcar el punto de la complejidad de medir la pobreza. Y más grave aún, al tratarse de cuestiones subjetivas, el riesgo de que los gobiernos corrompan las estadísticas con fines políticos.

Solución propuesta por Gobiernos

La mayoría de los gobiernos busca solucionar o reducir la pobreza por medio de la redistribución de la riqueza. De allí que dividan a la población en porcentajes según sus ingresos. De esta manera, por medio de impuestos le quitan a los que más tienen para entregarles a los que menos tienen. El fin es noble sin dudas, no es la idea cuestionar en este momento eso. Pero más allá de la nobleza, ¿es eficiente?

El riesgo de la ayuda estatal radica en el peligro de que se mezcle con fines políticos. Por ejemplo, en Argentina, existe una cantidad enorme de planes sociales que intentar seguirlos a todos resulta casi imposible. En un reciente video de la Fundación Libertad y Progreso, puede verse como dichos planes crecieron de manera fenomenal en los 10 años del gobierno Kirchnerista. Sin embargo, lejos están estos planes sociales de lograr el objetivo principal, que es sacar a la gente de la pobreza definitivamente. Lo que se logra en cambio es generar dependencia y la costumbre a no trabajar y peor aún, en algunos casos, clientelismo político. Los planes sociales brindan pescado a los más necesitados, pero la verdadera solución radica en enseñar a pescar.  El ya mencionado Henry Hazlitt señala que en un estudio que se realizo en Brooklyn en 1972 revelaba información que había familias que habían vivido hasta tres generaciones de asistencialismo sin trabajar.

Aún así, con planes sociales incluidos, en Argentina los niveles de pobreza continúan altos, si se toman cifras privadas.

Corrupción de datos en Argentina

Entre los mayores logros que se jacta de haber logrado el gobierno actual, se encuentra la gran reducción de la pobreza y la indigencia en el país. Néstor Kirchner comenzó a gobernar un país en donde más de la mitad de la población se encontraba por debajo de la línea de la pobreza mientras que la indigencia llegaba a casi un 25% para el 2003.

Evidentemente, con cifras tan elevadas de pobreza e indigencia, reducirlas fue algo que pudo lograrse. Según el Indec, para el año 2012, la pobreza se redujo al 7% mientras que la indigencia al 0,9%. Sin embargo, a partir del año 2007, las cifras publicadas por el Indec comenzaron a volverse cuestionables.

Por este motivo, el observatorio de deuda social de la UCA realiza un seguimiento de los niveles de pobreza e indigencia donde se pueden observar números muchos más elevados que los publicados por el Indec.

Para no caer en la línea de pobreza, el sueldo de una persona debe superar el de la Canasta Básica Total (CBT).

Un dato importante es que los estudios privados del Observatorio de Deuda Social revelan datos de pobreza e indigencia a nivel nacional hasta el año 2010 y en el período 2010-2012 solo para nivel urbano.

Examinando primero el período 2003-2010, puede apreciarse que a partir del 2007, comienzan a haber estimaciones privadas que siguen un rumbo opuesto a los datos revelados por el gobierno. Mientras para el gobierno la pobreza continúa reduciéndose, para las estimaciones privadas aumenta como puede observarse en el siguiente gráfico:

Porcentaje de Pobreza

Nivel Nacional

grafico1

Fuente: Libertad y Progreso en base a Indec y Observatorio de Deuda Social

A partir del 2007, a medida que avanzan los años, puede observarse dos realidades distintas: 1) la del Indec y 2) la de las estimaciones privadas.

Tomando los datos a nivel urbano, la situación continúa agravándose. Es decir, el Indec continúa publicando datos que revelan que la pobreza disminuye mientras que las estimaciones privadas rondan el 22-25%. Esto puede observarse en el siguiente gráfico:

Porcentaje de Pobreza

Nivel Urbano

grafico2

Fuente: L&P en base a Indec y Observatorio de Deuda Social

A nivel urbano, en el año 2010, la pobreza casi alcanzó un 30%. Por otro lado, si bien en el 2011 se redujeron las tasas de pobreza; ambos volvieron a incrementarse en el 2012 generando un panorama no muy alentador teniendo en cuenta que uno de los principales problemas de las altas tasas de pobreza es la inflación, la cual el gobierno no logra controlar. Según estimaciones privadas, la inflación alcanzó un 25,6% en el 2012 y muchas consultoras privadas estiman niveles similares o superiores para fines del 2013.

Si bien el Kirchnerismo heredó un país en llamas con pobreza elevada, teniendo en cuenta las estadísticas privadas solo pudo reducirlas a los niveles que se encontraban previo a la entrada a la crisis. Por ejemplo, hacia finales de 1998 la pobreza rondaba el 26%, muy lejos del mundo paralelo de fantasías del Indec del 7%.

Enfoques alternativos sobre la pobreza

Se ha mencionado que una de las soluciones propuesta por los gobierno es la redistribución. Si hay redistribución es porque se entiende que hay desigualdad. Sin embargo, no es la desigualdad lo que hay que examinar sino más bien si los más carenciados pueden crecer o no. Ya que concentrarse en la desigualdad puede desviarnos del objetivo principal: disminuir la pobreza lo más que se pueda.

El enfoque de la distribución trae aparejado el problema de que se piensa en una torta fija. Steve Horwitz señala en un video publicado por “Learn Liberty” que el porcentaje depende del tamaño de la torta. Horwitz se pregunta, ¿qué es mejor, comer 1/6 de pizza o un 1/9 de pizza? La respuesta dependerá del tamaño que tenga la pizza. En otras palabras, tener una menor participación puede implicar estar mejor, dependiendo el tamaño de la torta. Es por esta razón que centrar el debate en la redistribución nos desvía del objetivo principal. Algunos economistas y políticos suelen afirmar que lo que existe es una torta fija; es decir, que si alguien es rico es a causa de empobrecer a otra persona. En otras palabras, toman a la economía como un juego de suma cero donde si uno gana es porque otro necesariamente pierde. Dicha afirmación es totalmente falsa y puede observarse fácilmente en las siguientes imágenes donde se mide en el eje de las “Y” la expectativa de vida mientras que en el eje de las “X” se mide el PBI per cápita. Los redondeles representan a los países del mundo. A mayor tamaño de redondel, mayor es la población de dicho país.

Expectativa de Vida y PBI per cápita

Año 1800

grafico3

Fuente: Gapminder

Ahora, si observamos el mismo gráfico pero para el año 2011 podremos apreciar como todos los países progresaron en mayor o menor medida.

Expectativa de Vida y PBI per cápita

Año 2011

 grafico4

Fuente: Gapminder

Es muy claro que este segundo gráfico muestra que todos mejoraron su posición con respecto al año 1800. De esto se desprende que entonces la economía no es un juego de suma cero, sino que la torta crece. En otras palabras, la riqueza puede crearse. Una vez entendido esto entonces vale la pena reforzar la idea de que más que de distribución, lo que hay que buscar es generar riqueza, de lo contrario nos encontraremos siempre redondeando para abajo.

Ludwig von Mises en su libro Liberalismo señalaba que no hay mejor progreso que un libre mercado basado en la competencia. Es ese sistema lo que transforma el lujo de hoy en la necesidad del mañana haciendo que todos mejoremos nuestra calidad de vida. En épocas anteriores, el viajar era solo un lujo que solo reyes podían darse. Hoy en día, gran parte de la población puede viajar.

Estos progresos se dieron principalmente a la Revolución Industrial y la apertura al comercio. Y lo mejor de todo es que son los países más pobres quienes salen beneficiados de la apertura al comercio ya que solo deben tomar o imitar tecnologías más avanzadas sin la necesidad de tener que incurrir en los gastos de descubrirlas por ellos mismos.

Conclusión

Lo primero que es importante recordar es que, si bien la pobreza es una tragedia, la misma se redujo significativamente luego de la Revolución Industrial. Antes de la Revolución Industrial la pobreza era masiva alcanzando cifras de hasta 80%.

Sin embargo, luego de la Revolución Industrial, la pobreza masiva desapareció para instaurarse lo que Hazlitt denomina “bolsas de pobreza”. Es decir, hay sectores pobres, pero no una población empobrecida.

El desafío en la actualidad es como reducir al máximo esas “bolsas de pobreza” y la manera más eficiente es creando riqueza y no distribuyéndola. Distribuir riqueza lo que terminará por generar es poco incentivo para trabajar y producir. Paradójicamente es la producción, guiada por el sistema de precios, lo que hace reducir la pobreza en los países.

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El peligro de emular al adversario

ILUSTRACION_DISCUSIONAl brillante escritor argentino Jorge Luis Borges se le atribuye aquella frase que entre ironía y verdad decía que "hay que tener cuidado cuando se elige a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos". Algo de eso se verifica en el presente cuando se observa la conducta de muchos que han perdido el rumbo, tal vez por impaciencia, bronca o impotencia, o porque cometieron el pecado de reflejarse en sus adversarios. Existe cierta ambigüedad en este tipo de situaciones. Por un lado el adversario pone reglas de juego, y en la medida que consigue imponerlas crea la sensación de que sus logros son el producto de sus modos, sus formas, su estilo, y obviamente sus ideas. Así, la tendencia a imitarlos, se genera como si fuera el único camino. Ellos ya no solo imponen su relato, sino que lo convierten en exitoso, por el solo hecho de que consiguen triunfos electorales, o porque son muchos los que repiten esa cantinela, como si se tratara de una verdad indiscutible.

Avanzan, empujan, aplastan, y de ese modo, transmiten la idea consolidada de que para superarlos hay que hacer lo mismo que ellos, pero mejor, es decir ofrecer más de lo mismo, con matices adicionales. Pero ese es solo el comienzo, porque el problema arranca allí, para empeorar, cuando las inmoralidades del régimen se convierten en reglas de juego inmutables. Parece tan potente ese falaz argumento, que consiguen trasmitir la visión de que para ganarles habrá que ser más tramposos que ellos, se deberá mentir el doble y recurrir a todos los ardides y picardías que ellos aplican. No está mal aprender de sus aciertos, si los tuvieran. Tampoco es incorrecto detectar sus eventuales fortalezas, pero solo para ver si esos ingredientes son necesarios o pueden ser reemplazados en una estrategia equivalente pero opuesta. El desafío es justamente no parecerse al adversario, diferenciarse en todo lo que sea posible, sobre todo en lo esencial que no tiene que ver con sus formas sino con su inmoralidad intrínseca.

Siempre parece más fácil ganar haciendo trampas que siguiendo valores y convicciones, pero imitarlos en su vulgaridad y falta de escrúpulos, en su crueldad y ausencia de principios, solo implica distanciarse de la meta. Se trata de triunfar, pero no a cualquier precio. Obtener un buen resultado haciendo lo incorrecto, no es ganar, sino perder. Y es peor cuando esa derrota implica que se ha claudicado en las convicciones para que ellos impongan las suyas y logren que la sociedad las considere indispensables.

La gran batalla que vienen ganando no es la que parece, no es la de los triunfos electorales o la implementación de sus perversas políticas. Han ganado mucho más que eso. Impusieron sus reglas, diseñaron un contexto moral a su medida, fijando los parámetros bajo los cuales quieren competir,  y es justamente por eso que triunfan muchas veces, porque son SUS reglas. Para lograr equilibrio, armonía y orden, hay que animarse a hacer las cosas de un modo diferente. Está claro que eso requiere paciencia. Este desafío no es para ansiosos. No es casualidad que sean los más añosos quienes hayan caído en la trampa de aceptar el presente con resignación, o bien de incitar a la búsqueda de recursos indebidos cruentos e inaceptables. La historia de una sociedad no se modifica por arte de magia. De hecho, es correcto y hasta saludable que las sociedades paguen por sus propios errores, como corresponde. De lo contrario, se podría creer que se pueden corregir rumbos con solo apretar un botón, y eso no forma parte del mundo real, sino de un universo imaginario ajeno a la esencia humana. Hay que hacerse cargo de los errores, de eso se trata. Claro que el aprendizaje es doloroso y amargo, pero solo de ese modo se asumen los desaciertos y se los internaliza para evitar repetirlos. El camino de regreso a la sensatez será probablemente largo, lento y también difícil, porque hacerlo con corrección, honestidad, transparencia y con la verdad como bandera, traerá consigo tropiezos y cierta dificultad para lograr acuerdos y consensos. Pero eso es lo que se precisa hacer, es lo que se debe y lo que resulta imprescindible para dar vuelta la página. Tal vez, con algo de inteligencia, creatividad, y sobre todo tenacidad y perseverancia, se dispondrá de la posibilidad de acortar en algo estos plazos que pueden parecer interminables. Se necesita construir una alternativa o, tal vez, varias, pero que todas ellas sean capaces de transitar ese camino diferente, distinto, diverso. Se debe poder reemplazar el odio como matriz para que vuelva la armonía, esa que logre sustituir la imposición autoritaria del presente por el debate, el intercambio de inquietudes, la articulación de propuestas, la discusión pausada y serena de variantes que nos acerquen a las soluciones. Algunos que intentan buscar atajos, están equivocando el camino. Apurados por terminar este proceso de indignidad, atropellos y autoritarismo sistemático, pretenden recurrir a cualquier artilugio, imitando a sus adversarios y solo proponiendo otra alternativa demasiado parecida que ofrecer los mismos ingredientes y similares herramientas. A no confundirse. La recuperación del equilibrio, viene de la mano de hacer lo adecuado, con métodos que no puedan ser cuestionados por su inmoralidad, y transitando una construcción prudente, para que el futuro sea la consecuencia esperable de hacer las cosas del modo correcto. Es por eso que se debe abandonar esa mágica idea de imitarlos. Allí está la clave, en evitar esa tentación, porque hacerlo implica terminar pareciéndose a ellos y asumir entonces el peligro de emular al adversario.

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El gobernante de las dos caras

Rafael Correa, el presidente de los ecuatorianos, es un personaje contradictorio hasta bordear la esquizofrenia. Tiene, por lo menos, dos caras. Veamos.

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A veces utiliza un lenguaje de izquierda y se proclama partidario del socialismo radical, pero otras es un católico conservador, adversario del matrimonio gay, que se emociona conversando con el papa Francisco.

Se presenta como un demócrata, pero sostiene una visión retorcida de los valores de la libertad y opina que Fidel Castro no es un dictador, que Gadaffi es una figura injustamente “maltratada”, y que el tiranuelo antisemita Ahmadineyad, un peligroso guerrerista que amenaza con ahogar a los israelíes en el mar, o destruirlos con armas atómicas, es un venerable personaje, aliado de su país, quien, naturalmente, considera al ecuatoriano como su “solidario hermano y amigo”.

Correa, que da lecciones de economía al Banco Central Europeo, y asegura ser un gobernante que favorece al ser humano antes que al capital, renuncia al ambientalismo de sus primeros tiempos, se enfrenta a las comunidades indígenas, opta por un modelo rabiosamente extractivo, y propone una ley para la explotación del subsuelo que les da grandes ventajas a las empresas mineras.

No obstante, mientras, por una parte, el gobierno de Correa con esa nueva ley de minería parece invitar a las empresas y capitales extranjeros a invertir en el país, por la otra, es incapaz de llegar a un acuerdo con la compañía minera canadiense Kinross –notable por sus programas sociales dentro de la llamada “responsabilidad social  corporativa”--, la cual prefiere abandonar Ecuador en agosto próximo ante la falta de seguridad jurídica que sufren las compañías extranjeras (y nacionales).

Correa, es muy sensible frente al lenguaje crítico de la prensa, pero una fundación ecuatoriana contó (y luego un parlamentario de oposición reportó) 171 insultos y agravios vertidos contra sus adversarios en sus conferencias de prensa y alocuciones radiales.

Utiliza palabras impropias de un presidente, como “perro”, “ladilla”, “ladrón”, “cara de estreñido”. A la periodista Sandra Ochoa la llamó públicamente “gordita horrorosa”, sin la menor consideración por su género o porque la señora estaba haciendo su labor de hacer preguntas incómodas.

Correa, como muestra de su respeto a la ley asegura que no hay ningún periodista preso, pero su gobierno se ocupa de perseguir hasta la exclusión a profesionales como Emilio Palacio, quien debió exiliarse por temor a ser encarcelado, Carlos Vera, Carlos Jijón, Jorge Ortiz o José Hernández, por sólo mencionar a algunos de los más prestigiosos. No los encarcela, pero trata de someterlos por hambre. Eso no lo hace un político realmente demócrata.

Ahora mismo, Jaime Mantilla, director del diario Hoy y presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa, está bajo un fuerte ataque que incluye presiones económicas y campañas de descrédito conocidas como “asesinatos de la reputación” para obligarlo a desdecirse o a rectificar una información que a sus reporteros les parece correcta.

Esas campañas, del más claro estilo goebbeliano, sin ningún respeto por la verdad y la decencia, las orquestan desde la Secretaría de Comunicaciones de la Presidencia, verdadero Ministerio de la Verdad. (A mí me acusaron calumniosamente de fomentar un ridículo e inexistente golpe militar por haber presentado cortésmente al expresidente Lucio Gutiérrez en una conferencia dada en Miami, invitado por el Interamerican Institute for Democracy).

En fin, ¿cómo puede definirse este contradictorio personaje? A mi juicio, es un autócrata emocionalmente inmaduro e intelectualmente incompetente, que no comprende que los gobernantes demócratas realmente exitosos, creadores de riqueza y de estabilidad, se colocan bajo la autoridad de la ley, buscan consensos, practican la cordialidad cívica con sus adversarios, respetan la separación de poderes y no se dedican a perseguir a la prensa.

Esos buenos estadistas entienden que la función de los periodistas es juzgar la conducta de los políticos y funcionarios, y no al revés. Saben que esa prensa crítica, por incómoda que resulte, y a pesar de los excesos que a veces comete, desempeña el papel fundamental de levantar auditorías, descubrir corruptelas, denunciar negligencias y señalar costosas estupideces que deben costear los trabajadores con sus impuestos. Gracias a ella los gobiernos son mejores.

Sólo hay un dato que redime a Correa y genera alguna esperanza: ha asegurado que no volverá a aspirar a la presidencia. Ojalá que cumpla su promesa.

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Alentar a los paladines de la república

Los hechos se están desarrollando de un modo tremendo, deteriorando todo a su paso. Ciertos países en manos del populismo, se degradan moralmente limitando las libertades individuales y atentando a diario contra la república.

Frente a ello, la sociedad civil suele caer en cierta cuota de desorientación y pretenden resolver la encrucijada de un modo lineal, creyendo que la mayoría tiene la misma percepción y suponen que en un próximo turno electoral podrán revertir los errores, corrigiendo el rumbo.

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Muchas veces las sociedades son engañadas por algún tiempo. Es que bajo ciertas circunstancias generales, se puede perder la perspectiva, y llevar a pensar que alguna disponibilidad económica de corto plazo es más importante que los valores, los principios, la dignidad y la república.

Los usurpadores del poder saben de esta habitual confusión y apuestan a profundizar esta visión, recurriendo a comparaciones económicas que muestran mejoras respecto de otros trágicos períodos del pasado.

Ellos quieren que la sociedad razone minimizando las cosas que están mal, porque el oasis del presente les exhibe progresos respecto del desastre anterior. La idea es que frente al ";evidente"; éxito actual, no vale la pena detenerse ante cuestiones irrelevantes como la república o la libertad.

Pero mientras tanto, otras personas, lamentablemente los menos, advierten lo que realmente sucede. Perciben el engaño, la manipulación del relato, la adulteración de la realidad que busca ocultar lo inadmisible y destacar lo irrelevante para confundir mas al electorado.

La historia dice, que tarde o temprano, las sociedades se despiertan de su letargo. Pero esa demora no es gratis y no impide que los daños se hayan producido, y que luego la reconstrucción, sea mucho más lenta y costosa.

Es importante no olvidar que siempre se pueden tomar decisiones equivocadas, lo que no resulta posible es escapar de las inevitables consecuencias de las mismas. El arrepentimiento, no borra lo ocurrido, en todo caso, brinda una enorme oportunidad para volver a empezar.

En ese contexto, algunos pocos protagonistas del presente, no solo advierten lo que ocurre, sino que han tomado la decisión individual de no permanecer como simples espectadores del momento, y tomar su lugar, ocupar un rol, para cambiar, cuanto antes, el curso de los acontecimientos.

Se trata de un número reducido y sería bueno que sean muchos más. Vienen desde diferentes ámbitos, jueces, fiscales, legisladores, empresarios, artistas, gente de trabajo, simples ciudadanos, cada uno desde su lugar hace su contribución para dejar testimonio y mostrar el camino.

Ellos resisten desde sus espacios, arriesgando mucho más de lo que pueda suponerse. No se trata de posturas simuladas, sino de aquello que nace desde lo más profundo de sus entrañas, intentando hacer lo correcto, lo que corresponde, asumiendo los riesgos que se deriva de esa valiente decisión.

La conducta de estos héroes ciudadanos, contrasta frente al excesivamente frecuente proceder de los que claudican a diario, esos que se arrodillan ante el poder, inclusive cuando ni siquiera se lo solicitan.

En el marco de esta avalancha de servilismo y humillación cívica, detectar la existencia de individuos que ponen lo que hay que poner, animándose a resistir el embate del régimen, resulta estimulante de cara al futuro. Hay que tomar nota de esos gestos y no solo identificarlos como positivos. Se trata de actitudes osadas, de mucho coraje que deben ser resaltados.

No lo hacen por quedar bien o por no disponer de alternativas, sino porque sienten que lo deben hacer. Se trata de un llamado interior, que solo lo pueden comprender quienes gozan de una profunda vocación ciudadana, republicana y aman la libertad que los identifica como valor superior.

Sería más cómodo ceder, someterse y hacerse los distraídos, como si nada ocurriera, para sumarse a la horda de alcahuetes que adulan al poder.

Algunos quisquillosos e hipersensibles, les señalarán sus múltiples defectos, historias equivocadas y errores anteriores. Eso es parte de la descripción de esos seres humanos, que son solo eso, individuos imperfectos. Es importante entender que no se trata de juzgarlos por su sus desaciertos del pasado, sino en todo caso, por el rol que ha elegido en el presente.

Es tiempo de reaccionar como sociedad y darse cuenta que no alcanza con aplaudir en privado. Estos defensores de la república esperan mucho más que cobardes actitudes de esas que suelen justificarse afirmando que harían lo mismo si no fuera por ciertas razones personales que se lo impiden.

Estos adalides de la libertad arriesgan mucho, en los más de los casos, no solo su trabajo, ingresos económicos y el sustento para su familia, sino que apuestan su honor y se exponen a las predecibles venganzas del sistema.

Cada uno de esos personajes que se están jugando y mucho, merecen no solo respeto silencioso y reconocimiento a escondidas, sino que su esfuerzo sea recompensado con la presencia de más de ellos, desde cualquier ámbito, porque inducen a hacer lo correcto y a replicar a diario sus gestos.

Esta es la mejor ocasión de estimular a los que hacen lo apropiado. Buena alternativa seria empezar a imitarlos, asumiendo la inspiración que significan, porque de esa manera se los honra en serio. Tal vez sea esa la forma más efectiva y responsable de alentar a los paladines de la república.

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