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EL SISTEMA DE LA RAPIÑA: POBRES LOS POBRES

Es difícil saber a ciencia cierta que proporción de las economías del llamado mundo libre opera bajo le égida del capitalismo en el sentido del respeto a la propiedad privada y, consecuentemente, a los contratos y que parte está dominada por la sociedad hegemónica, es decir, la intromisión de los aparatos estatales en los negocios de la gente. De todos modos, puede afirmarse que el bocado que maneja el Leviatán es creciente en grado alarmante y a su paso va dejando poco espacio para la administración de las haciendas por parte de los que nominalmente figuran como sus titulares.

En este contexto, surgen imparables alianzas entre gobernantes y empresarios prebendarios que se traducen en una inaudita explotación de los consumidores al obtener todo tipo de mercados cautivos a expensas del resto de la comunidad. A esto debe agregarse que estos comerciantes inescrupulosos no solo se alzan con abundantes ganancias sino que resulta que cuando le va mal transfieren las pérdidas sobre las espaldas de sus congéneres a través de lo que se ha dado en llamar “salvatajes”, a saber, transferencias coactivas y multimillonarias desde los que no cuentan con poder de lobby hacia los amigos del poder.

Esos subsidios a gran escala, impuestos a quienes se ganan honestamente el pan se traducen en notorias disminuciones en el nivel de las vidas de quienes entregan coactivamente el fruto de sus trabajos a manos de los mencionados asaltantes de guante blanco que cuentan con el apoyo de las estructuras estatales al efecto de poder concretar sus fechorías.

Esas estafas reiteradas hacen que los asaltados se vean obligados a restringir sus ahorros, a ubicarse en casas de menor categoría, a vender muchos de sus activos, a mudar a sus hijos de colegios y universidades, a renunciar a las vacaciones y a redoblar sus esfuerzos laborales.

Las cámaras de televisión registran una y otra vez los rostros decepcionados y angustiados de los explotados por un sistema estatista que expresa en toda su magnitud la rapiña más brutal a personas completamente abandonadas por marcos institucionales que originalmente se montaron para proteger los derechos de todos.

Para que la fiesta pueda continuar en cuanto a la referida succión de recursos, se monta un espectáculo en el que se prometen migajas a un público desprevenido al efecto de cubrir con un telón espeso los negociados de quienes la juegan de empresarios pero que, como queda dicho, en verdad son bandidos que arrasan con todo lo que encuentran a su paso sin ninguna consideración por nadie como no sea alzarse con el botín.

Incluso las crisis tradicionales en cuanto al derrumbe de las bolsas de valores y similares, en este cuadro de situación no necesariamente ocurre puesto que se sigue drenando en gran escala dinero de gente fuera de las empresas en cuestión que en definitiva es la que paga los platos rotos sin que en primera instancia se afecte la empresa. A esto se agregan legislaciones laborales que expulsan a los que más necesitan trabajar del mercado, se sigue insistiendo en sistemas de pensiones inviables y quebrados que comprometen severamente a futuros jubilados.

El origen de la crisis es desde luego el gasto elefantiásico de los gobiernos, las deudas públicas monumentales con sus respectivas monetizaciones, los desequilibrios fiscales astronómicos y las regulaciones asfixiantes que no permiten que prospere el que pretende hacerlo al margen de las garras estatales. Una vez desatada la crisis, naturalmente comienzan los barquinazos que son obviados por los antedichos lobistas y queda el común de la gente en un pozo cada vez más oscuro, hondo y pestilente.

Como simultáneamente se ha trabajado en la destrucción de las bases elementales de la educación, irrumpen los “indignados” del mundo que por supuesto que tienen razón de sobra para su indignación pero, paradójicamente, debido a una educación sistemáticamente deficiente, reclaman a los gobiernos más de lo mismo sin percatarse que nada pueden dar los estados sin que previamente no los hayan arrancado a los vecinos. Es tragicómico que a esto se lo haya bautizado como el “Estado de Bienestar” cuando a todas luces se ajusta a un “Estado de Malestar”.

Hasta no hace mucho los traspasos de recursos que efectuaban los gobiernos a sus aliados empresarios al efecto de devolver favores a los financiadores de campañas electorales y demás canonjías se llevaban a cabo de modo más o menos encubierto, pero ahora se realizan con una desfachatez superlativa y sin el menor rubor a través de las cuantiosas transferencias antes mencionadas.

Esta rapiña debe diferenciarse claramente de otra cuestión completamente distinta y que a veces se la suele mezclar y es la referencia a la codicia, la cual, como es sabido, significa pretender “demasiado” dentro de lo que establece el derecho, en contraposición a la antedicha rapiña que implica un asalto a los derechos de las personas. Por otra parte, ya he señalado antes que nunca me he topado con alguien que opere en el campo comercial y que considere que sus honorarios e ingresos deban cortarse por ser “demasiado altos”. Sin duda que deben establecerse las prioridades adecuadas en la vida entre lo crematístico y lo espiritual, pero el ambicionar más en el mercado libre es otra manera de decir que, para lograr ese cometido, deben satisfacerse de una mejor manera las necesidades del prójimo.

El compendio que consignamos en estas líneas sobre lo que viene ocurriendo en el sistema de la rapiña legalizada, no augura una situación alentadora pero es la que vislumbramos a menos que se destine tiempo y esfuerzos para contrarrestar esta tremenda malaria. Sin embargo, no podemos dejar de ser bastante escépticos también en esta materia puesto que observamos la cantidad de personas que esperan que otros les resuelvan los problemas en lugar de arremangarse y exponer sobre los descalabros del estatismo y las bendiciones de la sociedad abierta.

Hay gente humilde que le parece que estos males provienen de la naturaleza de las cosas y que por tanto deben resignarse a absorber el mal sin percibir que son patinadas de factura humana en una guerra despiadada por el poder. Por eso resulta de tanta importancia el estudio y el debate de ideas al efecto de mostrar los graves peligros que acechan a las conductas civilizadas y al consecuente progreso, y así liberarnos de la pendiente negativa que estamos recorriendo a pasos acelerados.

Habitualmente se miran los efectos que ocurren en la superficie, sin prestar la debida atención a las causas del derrumbe las cuales se sitúan en el plano moral, en el plano de principios y valores que al irse dejando de lado conducen al desplome de las condiciones de vida de todos. Y si a esto se enancan “guerras preventivas” que sacuden lo más íntimo de un país vía la destrucción de vidas, la desarticulación de hogares y una mayúscula hemorragia de recursos, la situación no puede ser peor.

Es indispensable volver la mirada a los grandes pensadores de todas las civilizaciones para retomar el camino del sentido común y el respeto recíproco a lo que se le adicionan formidables contribuciones contemporáneas por su notable fertilidad y rechazar visiones trasnochadas que inducen a la imprudencia, el despilfarro, la demagogia y la lesión de derechos. En todo caso, sea para el país que sea, resulta indispensable retomar la noción fundamentalísima de contar con sólidos marcos institucionales para lo que se requiere conocimiento del derecho como la brújula de la justicia, como punto de referencia y mojón vital para el establecimiento de normas extramuros de la legislación positiva. Al efecto de estos estudios esenciales se han escrito ríos de tinta en casi todas las latitudes, pero ahora deseo destacar una obra de gran valía de Marcos A. Rougés que lleva el espléndido título Descubriendo a Themis. La moralidad del Derecho.

Como se sabe, Marx erró en el pronóstico que cada vez habría más pobres pero finalmente terminará teniendo razón solo que no en el sentido de su escatología capitalista sino debido a la aplicación de sus consejos intercalados con dosis de fascismo situación que constituye una buena estrategia para que los incautos no se alarmen con el zarpazo de la propiedad de una sola vez y, en su lugar, dejar la propiedad a nombre de supuestos titulares mientras que los gobiernos manejan a su antojo el flujo de fondos. Cuando se haya esquilmado a un número suficiente de personas, los miserables del mundo no dejarán espacio para que los saqueadores disfruten de lo robado y así la explosión será completa, a menos, como decimos, que se reaccione a tiempo.

Llama poderosamente la atención el cuadro de situación de los pobres en el otrora baluarte del mundo libre que bien puede incorporarse a una producción cinematográfica de Woody Allen. En Estados Unidos, durante el último ejercicio fiscal, solamente a nivel federal, se gastó un trillón de dólares en 126 programas en “la guerra contra la pobreza” con el resultado que esa erogación duplicó la definición de persona pobre en términos monetarios, lo cual quiere decir que en lugar de mantener esos programas si se hubiera extendido un cheque a cada pobre el gobierno (los contribuyentes) se hubiera ahorrado el cincuenta por ciento que alimentó derroches y fraudes varios en el camino. Y no solo eso, en base a aquella definición la pobreza se incrementó en ese solo ejercicio en un nueve por ciento, lo cual incluye un sistema de jubilaciones y de medicina gubernamentales quebrados.

Para el caso de Estados Unidos, recomiendo muy especialmente dos libros recientes, primero uno de Peter Schiff (quien en un libro anterior Cash Proof -best seller en “The New York Times”- pronosticó la debacle de 2008) titulado America`s Coming Bankrupcy: The Real Crash donde, entre muchísimas otras cosas en un voluminoso trabajo de sesudos análisis, el autor muestra que la deuda pública sobrepasa los 16 trillones de dólares con ingresos federales por todo concepto de 2.2 trillones lo cual pone en la cuerda floja las finanzas, sobre todo frente a una suba de intereses que tarde o temprano pedirán los acreedores para compensar sus acreencias. Y esto en el contexto de un déficit fiscal del 14% del producto, arrastrando el peso y el peligro de cuarenta estados también altamente deficitarios. La segunda obra de gran calado, muy documentada y fundamentada para el caso es la de John A. Allison titulada The Financial Crisis and the Free Market Cure.

*PUBLICADO EN DIARIO DE AMÉRICA, NUEVA YORK.
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Para ser libres, serenidad y determinación.

Muchos que entienden la gravedad de lo que sucede, se preguntan día a día, que se debe hacer para salir de esta situación que solo ofrece un futuro peor. Tal vez sin darse cuenta, pretenden una fórmula mágica, una receta lineal, un plan de acción básico, que permita revertir este presente.

No se superan décadas de populismo y demagogia, de democracia mal entendida y de ausencia de república, con un chasquido de dedos. No se consigue recuperar la dignidad y la libertad en un abrir y cerrar de ojos, solo por desearlo con algo de fervor.

Quienes suelen ser citados como referentes de nuestra historia, esos que nos enorgullecen por aquellas luchas por la libertad, se jugaban todo. No solo arriesgaban su patrimonio, dejando de lado sus placeres cotidianos, sino también sus proyectos personales y carreras profesionales, apostando por lo que creían, inclusive hasta sus propias vidas.

Cuando aparecen los ansiosos de siempre, esos que creen que se trata solo de dar vuelta la página y votar en la próxima elección a “los otros”, o de quejarse un rato, es inevitable que vengan a la mente los nombres de las figuras que honraron la libertad, esas que sabían que se trataba de un proceso que llevaba tiempo, décadas, con avances y retrocesos, y que cabía la posibilidad de solo soñar con ese futuro, sin siquiera poder disfrutarlo.

Han sido años de destrucción institucional, deterioro moral y pérdida de valores. Algunos se acostumbraron a la sencillez que nos propone la tecnología de hoy y suponen que los problemas se arreglan apretando el botón del control remoto, como si se tratara solo de cambiar de canal.

La lucha por la libertad es compleja. En estos tiempos, mucho más aún. Pero se justifica esa lucha en si misma por el camino recorrido y la dignidad que ella implica, y no necesariamente por el resultado que se espera.

Quienes vienen ganando esta batalla, los que han conseguido, hasta ahora, imponer su relato, los que doblegan al resto, utilizando la lógica matemática aplastando a las minorías, sin respetarlas, triunfan porque trabajan en esa dirección, aprovechando al máximo las debilidades evidentes y además porque, claramente, no tienen escrúpulo alguno para lograrlo.

Los que no creen en el planteo moral de esos perversos depredadores de la sociedad, que pretenden esclavizar a casi todos para sacarle provecho cotidiano y entronizarse en el poder, deben ser sustancialmente diferentes.

Pero justamente porque dicen creer en la cultura del trabajo, del esfuerzo, del mérito que solo obtienen aquellos que se esmeran, es que no se entiende la contradicción de pretender soluciones rápidas y fáciles.

Algunos prefieren soñar casi infantilmente, con que solo es preciso reunir voluntades para terminar con décadas de despotismo y entonces el régimen caerá a sus pies. La ingenuidad de suponer que esto es simple, y que alcanza con tener ganas de que ello ocurra, explica en buena medida porque siguen ganando los mismos, y de un modo tan aplastante.

Los pilares centrales sobre los que se asienta el poder real del colectivismo contemporáneo, son muy robustos. Demasiada gente sigue afirmando que las minorías deben someterse a la voluntad de mayorías. Son todavía muchos los que entienden que una sociedad justa se logra quitándoles a unos para darles a otros. El resentimiento, la envidia, la revancha y el rencor siguen siendo moneda corriente y sentimientos absolutamente cotidianos, como para dar por superada la discusión cultural.

Si se pretende seriamente recuperar la libertad, o al menos intentarlo, si esto es producto de una meditada decisión, pues habrá que repasar con absoluta honestidad intelectual, que es lo que se está dispuesto a hacer más allá de lo que se recita a diario.

Si se está preparado para abandonar el confort que ofrece la crítica inconducente, y dar entonces la pelea prolongada, con la serenidad necesaria, con la imprescindible perseverancia y con el coraje que es un requisito ineludible, recién ahí se podrá tomar en serio esta posibilidad.

Si no se está listo para este desafío, pues será tiempo de sincerarse, porque esto parece explicar buena parte del resultado actual. No se ha llegado hasta aquí por casualidad, sino por la indolencia de muchos ciudadanos.

Los que avanzan, lo hacen dando pasos firmes, porque saben que del otro lado, muchos recitan y dicen estar prestos para dar la batalla, sin estarlo. Muchos de los que reclaman libertad no quieren aportar nada, ni tiempo, ni dinero, mucho menos exponerse públicamente para hacerlo. Se llenan la boca, pero se quedan a mitad de camino. Esgrimen abundantes excusas que explican porque no harán casi nada. Temor, miedo, falta de determinación y sobre todo escasas convicciones hablan por sí mismas.

Mientras tanto, el régimen seguirá haciendo de las suyas, y buscará dar el paso siguiente, amparado en la abulia, la cobardía, el doble discurso y el desánimo, que generan las condiciones óptimas para el siguiente zarpazo.

Tal vez Juan Bautista Alberdi tenía razón, cuando decía, ” Si queremos ser libres, seamos dignos antes de serlo. La libertad no brota de un sablazo, es el parto lento de la civilización. La libertad no es la conquista de un día “.

Quienes estén realmente listos para dar la batalla, tendrán primero que comprender que para lograr la libertad se precisa valor, perseverancia, inteligencia, pero sobre todo, dejar de lado la ansiedad. En fin, para ser libres, serenidad y determinación.

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BRADBURY Y NOSOSTROS

El “pan y circo” viene desde hace tiempo como una trampa mortal de gobernantes para domesticar y mantener a sus súbitos distraídos. El estudio y el conocimiento son enemigos de los demagogos y megalómanos porque provocan cuestionamientos y crean inconformistas.

Junto a Crónicas marcianas en la que se hacen ejercicios de “lateral thinking” a través de episodios como el comentario de protagonistas en el sentido de que no se puede vivir en la Tierra “debido a que hay oxígeno”, Fahrenheit 451 es la obra cumbre de Ray Bradbury parida en 1950 y con infinidad de ediciones en múltiples lenguas.

En este libro se consignan los enormes peligros y las consecuencias de la censura y el bloqueo que genera el autoritarismo a toda manifestación de indagar intelectualmente en lugar de proceder como el rebaño. Se trata de un bombero que, de acuerdo con las directivas del departamento respectivo estaba dedicado a quemar libros. Hay aquí un paralelo estrecho con los aparatos estatales: en lugar de proteger y garantizar los derechos de la gente, la agrede, la persigue y la usa para arrancarle su renta, es decir, bomberos que incendian.

En la primera línea del primer capítulo se lee que “Era un placer quemar”. La mujer de este bombero representa a las mil maravillas el atolondramiento de la sociedad con una radio conectada a sus oídos a través de una extensión (hoy diríamos auriculares) en los que permanentemente se deja invadir por otras voces porque no existe la propia en una manifestación de autismo superlativo que solo interrumpe para presenciar frivolidades televisivas y quien requiere de dosis crecientes de pastillas para dormir en el contexto de un matrimonio gélido y, por ende, inexistente.

Se consigna en el libro el siguiente razonamiento: “Usted debe entender que nuestra civilización es tan vasta que no podemos contar con minorías disconformes y agitadoras […] ¿Qué quieren en esta país antes que nada? […] ¿No los mantenemos en movimiento? ¿No les ofrecemos entretenimientos? Es eso por lo que vivimos”. Este es el discurso de los autoritarios que ansían poder a costa de la gente. En esta línea argumental, nos dice el narrador de Bradbury que nada más peligroso que el conocimiento. De allí la quema de libros que se ha sucedido literal o figurativamente en distintos momentos de la historia. La censuras de libros es la característica central de los nacionalsocialismos, los comunismos y toda la caterva de imitadores. Es por ello que          Borges ha escrito que la manía de los gobiernos es “construir murallas y quemar libros”.

El hecho es que el bombero en cuestión queda muy impresionado con que la dueña de una biblioteca opta por dejarse envolver en las llamas junto a sus libros. También le taladra la cabeza el recapitular sobre lo que le escuchó decir a su jefe respecto al titular de una biblioteca que “lo arrastraron al asilo gritando” ya que “cualquier hombre que considera que puede engañar al gobierno está insano”.

En esta historia truculenta, el incendiario, luego de diez años de quemar testimonios de la humanidad, primero se encuentra con una joven que lo deja meditando con solo dos preguntas y al subrayar una afirmación que el mismo hace al pasar: “¿nunca ha leído algunos de los libros que incendia?” a lo que el bombero, fruto de un exacerbado servilismo, instintivamente exclama “¡eso es contra la ley!” (afirmación que luego reconsiderará); la pregunta inocente de “¿es usted feliz?”(que más tarde le otorga el peso que tiene en cuanto a que el concepto solo está presente en los seres humanos) y, finalmente, destaca que el olor a kerosene con que se agitan las llamas “no se elimina nunca” del alma de los biblioclastas.

En otro de los encuentros la joven enfatiza dos aspectos adicionales de la vida que dejan inquieto al bombero: en primer lugar el valor del pensamiento que se alimenta con la lectura y, en segundo término, la errada noción de las actividades sociales que se considera existen con el retumbar del tartamudeo de lugares comunes en lugar del fecundo intercambio de reflexiones y cuestionamientos que nacen de la curiosidad por el conocimiento.

Otras dos reuniones son decisivas para el cambio de actitud de uno de los asesinos de la memoria: un ex profesor que juiciosamente elabora sobre la trascendencia de los libros como la sangre vital de la cultura y la importancia de darse tiempo para digerirlos, en lugar de dejarse llevar por lo que impone la autoridad y enfrascarse en distracciones televisivas y equivalentes. Asimismo, le impresiona el esfuerzo de una asociación literaria cuyos integrantes memorizan los contenidos de los libros antes que los mate el fuego de modo inmisericorde.

Todo esto hace recapacitar al personaje de la obra quien comienza a leer libros y a guardarlos secretamente en su casa por lo que es denunciado. A diferencia de otras conocidas novelas donde queda plasmado el espíritu autoritario, ésta termina con el resurgimiento del individuo frente a la tropa colectivista e indiferenciada. Es de gran importancia percatarse de los peligros que pone de manifiesto Bradbury en este magnífico trabajo que constituye una señal de alerta para lo que viene ocurriendo de un tiempo a esta parte.

La censura del alma es el asesinato del ser humano. De allí es que todos los liberales de los más recónditos rincones del planeta siempre le han atribuido la prelación que se merece a la libertad de pensamiento y su correlativa libertad de expresión y prensa tan vilipendiada por todos los autócratas bajo las más variadas máscaras y pretextos.

En última instancia, la cesura procede de un grave complejo de inferioridad. Es el miedo al conocimiento que tarde o temprano pone al descubrimiento la ignorancia supina en la que se basan los ingenieros sociales, que si nada se les interpone en el camino se perpetúan en el poder al efecto de manejar las vidas y haciendas del prójimo como les venga en gana.

La participación estatal en los negocios del papel, las agencias estatales de noticias, el sistema de concesiones gubernamentales del espectro electromagnético, las cargas fiscales a libros importados, las trasnochadas figuras como las del “desacato” y similares son todos pasos en dirección al estrangulamiento de la libertad de expresión.

Han dicho y repetido los Padres Fundadores en Estados Unidos que “el precio de la libertad es su eterna vigilancia” y, como ha apuntado Tocqueville, el dar por sentada la libertad se convierte en su momento fatal. El horripilante relato de Bradbury pone al descubierto el tema de nuestro tiempo que no debe ser menospreciado sino atendido por todos los que se consideran hombres libres.

Se trata entonces de estudiar y difundir los valores y principios de la sociedad abierta y no meramente declamar. Esteban Echeverría precisó la idea en su célebre primera lectura en el Salón Literario, en 1837, en pleno corazón del barrio de San Telmo, en Buenos Aires: “no nos basta el entusiasmo y la buena fe; necesitamos mucho estudio y reflexión, mucho trabajo y constancia”.

Para cerrar esta nota, puede servir a modo de ilustración del debate de ideas que subyace uno de los tantos temas vinculados a las virtudes de la sociedad abierta. John Nash lo criticó a Adam Smith por la figura de su “mano invisible” afirmando que muchas veces cada uno en libertad persiguiendo su interés personal no logra beneficios mutuos sino conflictos. Para simplificar el asunto ilustremos con el caso del uso (y abuso) del ganado por parte de varios usufructuarios. No se suscita problema alguno si se asignan  y respetan derechos de propiedad. Solo ocurre el conflicto si la propiedad es de todos en cuyo caso inexorablemente aparece “la tragedia de los comunes”. Por otra parte, se ha puesto como ejemplo de la descoordinación sugerida por Nash la crisis del endeudamiento que hoy padece buena parte del mundo, pero no se debe a “fallas de mercado” puesto que la referida deuda pública es compulsivamente contraída por aparatos estatales y no en interés de las partes contratantes en libertad. Donde hay lesiones de derechos la naturaleza del cuadro de situación es radicalmente distinta ya que la tensión no es el resultado de operar en el contexto de los marcos institucionales que requiere el proceso de mercado.

*PUBLICADO EN DIARIO DE AMÉRICA, NUEVA YORK

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Economía, en la teoría y en la política

Es común observar diferencias de opiniones entre lo que se entiende por teoría económica y por política económica.

Esto se debe a que tienen fines distintos. Por un lado, lo que trata de hacer la teoría económica es explicar el motivo por el cual suceden las cosas. En un aspecto más económico intenta definir cómo utilizar los recursos escasos ante la presencia del conocimiento disperso. Dicha teoría no posee juicios de valor. Explica por ejemplo por qué hay inflación, pero no dice si la misma es buena o mala. El académico que se dedica a la elaboración de la teoría, debe concentrarse en que la misma sea eficiente. Al enfocarse en la eficiencia, en una primera instancia, no se preocupa de si la teoría es viable en el mundo que hoy vivimos. Por el otro lado, quienes se encuentran trabajando en la esfera de la política económica se preocupan por la realidad del presente, en aplicar las teorías que elabora la academia.

Llama la atención la falta de comunicación que se observa a veces entre estas dos esferas de trabajo al punto de despertar preocupación. Por esa razón es bueno recordar que existe un problema metodológico pero que se puede trabajar en conjunto y que se debe trabajar en conjunto si se quieren lograr avances hacia economías más desarrolladas. El presente artículo intentará recordar los roles de cada esfera, sus problemas y el por qué la importancia de que trabajen en armonía.

Diferencia entre teoría económica y política económica

La política económica tiene objetivos que cumplir, por ejemplo, reducir el desempleo. Al existir objetivos a cumplir entonces la política económica sí emite juicios de valor. Un funcionario público puede considerar que el nivel de desempleo es alto y que por ende es malo. De esta manera se encuentra emitiendo un juicio de valor y en este caso su objetivo será disminuir la tasa de desempleo. Al cumplimiento de los objetivos (en este ejemplo, la reducción del desempleo) se llega a través de medios. En pocas palabras, en la esfera de la política económica existen objetivos a cumplir a través de medios. Estos medios a su vez, pueden ser políticamente viables o políticamente inviables. El límite de la viabilidad dependerá de que los gobernantes puedan aplicar la medida o no.

Una medida puede ser inviable básicamente por tres razones:

  1. Existe una opinión pública lo suficientemente negativa para determinar que la medida no será aceptada.
  2. Debido a que la medida es inconstitucional.
  3. Existen grupos de presión o de lobby con el gobierno de turno.

De esta manera, la teoría puede ser muy buena pero la población no cree que así sea (primer caso de inviabilidad), no se encuentra permitido por la ley (segundo caso de inviabilidad) o algunos empresarios o ciudadanos podrán “admirar” las teorías pero su preocupación es que pueden obtener dinero mediante subsidios, sindicatos, o de otra manera que se aleja de la brindada por la teoría económica.

El tercer caso sería el camino de una teoría “errónea” (no logra explicar las causas de algo) y políticamente viable. Sin lugar a dudas es el sendero más peligroso y muchas veces el más común. Desde hace muchos años se cree que la expansión excesiva de la base monetaria puede lograr un desarrollo sostenido de una economía. La teoría es “errónea” y sin embargo es muy fácil de aplicar políticamente, al menos en latitudes argentinas.

Sin lugar a dudas hay que lograr que las teorías económicas “fértiles” (las que si logran explicar las causas de un fenómeno) el día de mañana puedan ser viables.

¿Existe armonía entre la teoría económica y la política económica?

Quien aborda este tema con detenimiento es William H. Hutt en su libro Politically Impossible? (¿Políticamente imposible?). De dicha lectura se pueden sacar conclusiones interesantes.

Una de las primeras cosas que aclara el autor es que hay y debería existir una división entre de tareas entre el economista que analiza y el político que implementa.  Sin embargo, los economistas pueden por un lado dedicarse a la academia realizando trabajos de investigación o bien a realizar trabajos de coyuntura. Hutt destaca que en los últimos años son cada vez más los economistas que se dedican a la coyuntura y menos quienes lo hacen a la teoría. Mientras el economista de coyuntura analiza el corto plazo (al igual que los políticos) la teoría económica suele aplicarse en el largo plazo. Analizan cosas distintas y es por esa razón que ambas esferas son necesarias.

Según Hutt, la manera de armonizar este dilema es por medio de la comunicación. Ya de entrada, al decir que una política es inviable o imposible pareciera cerrar las puertas a un cambio. No es lo mismo que algo sea imposible a que algo sea improbable en la actualidad. Por esa razón, el autor dedica varios párrafos para mostrar situaciones en donde lo inviable pudo volverse viable:

“Una y otra vez en la historia lo ‘increíble’ ha ocurrido cuando la amenaza de un desastre se ha presentado. Esta generación ha presenciado cómo un pueblo alemán de mentalidad autoritaria, enfrentado a los prospectos sombríos de 1946-7, aceptó la filosofía de Erhardde ‘prosperidad mediante la competencia’, llegando así a disfrutar del consecuente ‘milagro económico’ de la siguiente década”.

Sin ser tan extremista, según el gobernante de turno puede ser viable privatizar empresas o expropiarlas. La historia de África y la esclavitud muestra otro giro en la historia pasando de situaciones inviables a viables. Lo mismo ocurrió con el sufragio universal. Pareciera ser claro que la viabilidad, con el correr del tiempo puede cambiar. Es posible mover el eje del debate.

La clave está en una buena comunicación. Un ejemplo muy claro es el de la educación ya que hablar de privatizarla puede resultar un suicidio político, mencionar bonos de escolaridad puede no sonar del todo atractivo políticamente debido a que el bono se encuentra asociado con el dinero, el cual no siempre es bien visto. Sin embargo, si una persona dice “subsidiar la demanda” se está refiriendo a entregar bonos escolares a los padres para que elijan a que escuela van a enviar a sus hijos y es comunicado de una manera que seguramente será mucho más aceptada por las masas.

Por un lado, el economista teórico intenta elaborar teorías eficientes, o en otras palabras intentar brindar la mejor solución posible a un problema dado. Por su parte, el político es el encargado de aplicar dichas teorías. Sin embargo, ¿Qué sucede si la teoría es inviable? ¿A quién le corresponde trabajar para que sea viable, al político o al académico?

Aquí también se encuentran opiniones distintas. Hutt señala que si bien el rol del teórico es elaborar teorías eficientes, sería de gran valor que luego de elaborar su teoría pueda dedicar líneas extras para expresar de qué forma se podría aplicar en la actualidad esa teoría. Friedrich Hayek, premio nobel de economía, destacó una y otra vez que el desafío del teórico es transformar lo políticamente inviable en viable.

Otros autores, sostienen que depende de la capacidad de transmitir información que tenga el líder político dentro de un “contexto cultural”. Si el líder político es un buen comunicador de ideas, conviene que el académico de lugar al político para dicha tarea. En este caso, el académico debe transmitir la idea al político y éste al público. Sin embargo, si bien hay políticos interesados en aplicar teorías académicas (por más que sean a largo plazo) hay otros agentes de la política que solo piensan en el corto plazo y en este caso no desempeñará bien su rol para transformar medidas inviables en viables.  En resumen, tanto el académico como el político pueden influir en la transición de las medidas. Es importante tener en cuenta el “contexto cultural” y el “contexto político”.

La desconexión de la teoría económica y la política económica en la actualidad

Lo preocupante es que en algunos casos suele observarse una separación muy fuerte en ambas esferas de trabajo. Por un lado académicos demasiado focalizados en un “mundo ideal” con intransigencia para negociar o estar dispuestos a dar pasos pequeños antes de dar el gran paso; y por el otro, agentes de la política económica que consideran la teoría irrelevante porque habla de un “mundo ideal”, el cual no se aplica a la realidad. Que exista una diferencia en la visión no es algo malo, por el contrario, ambas esferas son necesarias. Lo que preocupa es el desmerecimiento que a veces se otorgan de un lado hacia el otro.  Es la falta de comunicación lo que genera el cortocircuito. Y es casualmente este punto el que Hutt destaca como primordial para resolver el problema. Sin embargo, ¿si no se logra una comunicación entre académicos y los hacedores de política como se puede esperar obtener una comunicación eficiente hacia la población? Si esta comunicación falla no existe siquiera un punto de partida.

Los ideales y los principios son fundamentales para elaborar teoría pero lograr un cambio abrupto hacia su plenitud es casi una misión suicida. Lo que lleva a la alternativa de mover lentamente el eje del debate hacia el “ideal”. Desechar teorías por el hecho de que hoy no son viables es negar la posibilidad de alcanzar una realidad más alentadora en el futuro.

La única manera de lograr un desarrollo económico sostenido es manteniendo una armonía entre la teoría económica y la política económica. Milton Friedman, citado por Hutt, resaltó la importancia de que la teoría económica sea tenida en cuenta por más inviable que hoy pueda parecer:

“'El mundo de los sueños’ se refiere, de hecho, a lo ‘políticamente imposible’, es decir, a un mundo en el cual los políticos dejan de apelar a los que no tienen con promesas de transferencias para ellos a cuestas de los que si tienen. Pero si alguna vez hemos de tener un mundo mejor, alguien debe soñar; y debe soñar acerca de una era en la que las masas ya no son engañadas”.

    Referencias Hutt, William H. 1971. Politically Impossible?. Ravier, Adrián. "La curva de Phillips de pendiente positiva y la crisis del 2008". Asociación Argentina de Economía Política. 2009. Zanotti, Gabriel. 2008. Crisis de la razón y crisis de la democracia. Universidad del CEMA. Febrero de 2008. *PUBLICADO EN ELCATO.ORG
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Cepo a la "libertad"

Según Wikipedia, "el cepo es un artefacto ingenioso, ideado para sujetar, retener o inmovilizar algo, o alguien, como consecuencia de alguna determinada conducta del inmovilizado, para la que ha sido ideado, y de la que deriva su forma o el estado de sujeción, la cual puede ser planificada o espontánea, incluso sorpresiva y pícara". Entonces, pese a los reclamos de la Presidenta, la definición de "cepo cambiario" parece ajustarse a la realidad del régimen implementado por el Gobierno.

Es cierto que puede discutirse que el actual control del mercado de divisas sea ingenioso, ya que en los últimos 70 años se utilizó en más de 20 programas económicos, todos los cuales terminaron con fuertes devaluaciones y la gran mayoría, en crisis cambiarias e incluso bancarias. Sin embargo, le ha servido al Gobierno para retener las divisas de aquellos que están obligados a liquidar en el mercado oficial y sujetar el valor del dólar para pagarles menos de lo que vale, para lo cual inmoviliza a los particulares y las empresas evitando que puedan competir por la demanda de dichos activos extranjeros. Es más, podríamos agregar que la medida fue sorpresiva y pícara, ya que se tomó después de que los argentinos emitimos nuestro voto en las elecciones presidenciales, a sabiendas del costo político que la medida hubiera tenido para la reelección de la Presidenta.

Públicamente, los funcionarios del Gobierno y del Banco Central justifican las restricciones a la compra de divisa (aunque nuestra mandataria las niega) en que son necesarias para priorizar el crecimiento industrial y económico, que demanda importaciones de insumos y de capital. Sin embargo, desde la aplicación del control de cambios reforzado con medidas que cerraron la economía, las importaciones de todo tipo se desmoronaron, pero particularmente las de insumos y bienes de capital. Es que a nadie le puede atraer invertir y producir en un país donde se cambian las reglas de juego, no se puede disponer de las ganancias y se debe acomodar el manejo de los negocios propios según convenga al gobierno de turno.

Es falso el argumento de que lo que faltan son dólares, y por ello hay que cuidarlos. Si cualquiera tiene que pagar la cuota de un crédito en moneda extranjera, analiza cuánto gana, resta lo que necesita para comprar las divisas y ajusta el resto de sus gastos a lo que le queda como saldo. En cambio, desde hace años, el Gobierno se gasta todo lo que le ingresa e incluso más. Luego, cuando no tiene con qué pagar sus compromisos, le pide al Banco Central (BCRA) que lo haga por él, para lo cual les cobra a los argentinos el famoso "impuesto inflacionario", que es la otra cara de la depreciación de la moneda local y también se refleja en el alza del tipo de cambio. Es decir, no faltan dólares, sobra gasto público.

De hecho, si se hubiera mantenido la libertad cambiaria y el Banco Central hubiera emitido para financiar al Gobierno todo lo que efectivamente lo hizo hasta ahora, el tipo de cambio estaría entre $ 5,80 y $ 6,20. Es decir, no es que vamos a tener que devaluar, es que el Gobierno ya lo hizo y busca ocultarlo con un "cepo cambiario", instrumentado con medidas que son ilegales e inconstitucionales. No hay ninguna norma que le haya delegado a la AFIP la facultad de exigir a los argentinos que le pidan permiso para comprar divisas.

Tampoco existe una que le permita al Banco Central prohibir a los particulares y las empresas comprar divisas para aquello que deseen. De hecho, el decreto 260/02 vigente da origen a un mercado cambiario único y libre. No hace falta consultar Wikipedia o la Real Academia Española para darse cuenta de que actualmente el sistema no es libre.

Hoy vivimos la humillante situación de tener la Fragata Libertad retenida en Ghana, debido a una medida judicial que deriva de una demanda por deuda pública impaga. Sin duda es una imagen que representa claramente el creciente cepo a las libertades que padecemos los argentinos.

Nos hemos resignado a que los funcionarios, a quienes elegimos con nuestro voto, asuman sus cargos con poderes absolutos, ubicándose por encima de las leyes y la Constitución Nacional. De esta forma derivamos en una monarquía absoluta electiva, ya que votamos un rey o reina a quien nos sujetaremos como fieles vasallos por cuatro años.

Una democracia republicana es otra cosa, se basa en el respeto de las normas, la división de poderes y los límites para su ejercicio que manda la Carta Magna, lo que garantiza que los funcionarios no usarán sus cargos para poner en jaque las libertades y los derechos de los argentinos. Es decir, nos da la posibilidad de ser ciudadanos y no súbditos, pero para hacerlo realidad es necesario que cada uno asuma su responsabilidad cívica, en particular la dirigencia intelectual, empresarial y profesional, que en los últimos años estuvo tan ausente en la Argentina.

*PUBLICADO EN LA NACIÓN, Domingo 28 de octubre de 2012.
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