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NO FALTAN DÓLARES, SOBRAN PESOS

ÁMBITO FINANCIERO.- Según el diputado oficialista y Presidente de la Comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados, Roberto Feletti, las restricciones cambiarias se mantendrán hasta que el peso se convierta en reserva de valor. Esta afirmación demuestra dos errores de concepto: a) la dolarización responde a una costumbre irracional de los argentinos que preferimos ahorrar en moneda extranjera; y b) la idea de que, actualmente, el problema es que faltan dólares. Analicemos el primer punto. La realidad es que la gente no se “dolariza”, sino que se “despesifica”. Es decir, ha perdido la confianza en el peso y en los activos locales; por lo que busca refugio en aquellos en divisas del exterior. Esto no es algo nuevo, se justifica en una moneda a la que, desde 1970, se le sacaron 13 ceros. Un peso actual equivale a 10.000.000.000.000 pesos moneda nacional; lo que no ocurrió por una catástrofe natural, sino por la tendencia de nuestros gobiernos a usar el impuesto inflacionario para financiarse, incluso hasta el límite de gestar tres hiperinflaciones. Desde que el actual gobierno asumió, en 2007, el peso ha perdido más del 60% de su poder adquisitivo; lo que cimenta la percepción de la gente de que sus ingresos y ahorros son la variable de ajuste para los excesos de gasto público. Teniendo esto en cuenta y que las políticas fiscales expansivas son la base del actual “modelo”, son nulas las posibilidades de que los argentinos asumamos nuestra moneda como reserva de valor; pero porque el gobierno se ha ocupado de que no lo sea. Es más, es difícil pensar que la mejor forma de convencer a alguien de que confíe en el peso sea obligarlo a atesorarlo; ya que es obvio que eso implica que el Poder Ejecutivo no está dispuesto a hacer nada para que uno quiera demandarlo voluntariamente. Entonces, siguiendo el razonamiento del Diputado Feletti, la Argentina no volverá a tener un mercado libre y único de cambio y las restricciones deberán profundizarse para mantener el actual “modelo” de financiamiento de excesos de gasto público. Ahora vayamos al segundo punto mencionado en el inicio. Ya dimos una pista sobre dónde está el problema. Desde 2002, el gasto público se ha casi duplicado, medido contra el total de producción del país. En principio, se sustentó en un fuerte crecimiento de la presión tributaria, que hoy ronda el 43% del PBI. Pero, cuando los gravámenes formales dejaron de aportar lo suficiente, se hizo uso y luego abuso del impuesto inflacionario. Cuando se condiciona a la neutralidad monetaria las transferencias de reservas internacionales para financiar al gobierno, lo que se está pidiendo es un absurdo. No hay diferencia entre que el Banco Central emita pesos para comprar divisas y se las transfiera al Estado, a que le de los pesos y este último los compre en el mercado. El problema es que, en el primer caso, el BCRA contabiliza que el aumento de la oferta monetaria fue para comprar divisas, ocultando la realidad, y, en el segundo, que se usó para financiar al gobierno. Si corregimos los factores de expansión de la base monetaria, sumando al financiamiento del sector público la que se realizó para comprar las divisas que se le transfirieron, obtenemos que, en 2010, justifican 119% y, en 2011, casi 117% del incremento. Es decir, desde la creación del Fondo del Bicentenario, toda la creación de pesos fue motivada por las necesidades del gobierno y, más aún; lo que obligó al Banco Central a absorber parte a través de deuda propia o pérdida de reservas. Ahora, supongamos que alguno de los lectores quiere comprar dólares para pagar un crédito hipotecario en dicha moneda, deberá tomar en cuenta su salario, deducir lo que necesitará para hacerse de dichas divisas y, lo que le quede, será lo que pueda consumir. El problema es que el gobierno, se gasta todo lo que le ingresa y, cuando tiene que abonar los intereses y capital de la deuda, se da vuelta y le pide al Banco Central que se los pague; ya que, además, su gestión ha perdido credibilidad y nadie le quiere prestar a un costo razonable. O sea, los dólares están; lo que falta es que el gobierno reserve ingresos genuinos para comprar esas divisas a sus dueños, los exportadores u otros vendedores. Por lo tanto, el abuso del Banco Central como fuente de financiamiento gestó tal depreciación del peso que presionó fuerte sobre el tipo de cambio; por lo que tuvieron que sacar del mercado oficial a los competidores, particulares y empresas, instaurando el “corralito verde”. Si se hubiera mantenido la libertad de cambio y la emisión con la que se financió hasta ahora al gobierno, la depreciación del peso hubiera llevado al dólar a un valor entre $5,70 y $6,10. Un dato que vuelve a confirmar que los controles vinieron para quedarse y profundizarse; ya que para volver a un mercado libre habría que reconocer esta diferencia. Por último, algunos festejan porque el año que viene las necesidades de dólares para pagar deuda pública serán menores y, además, una buena cosecha garantizaría su abundante provisión. Ya demostramos que el problema no fue la falta de divisas extranjeras y, ahora, debemos dejar claro que no importa en qué moneda el Banco Central realiza las transferencias de recursos al gobierno. Aunque sólo lo financiara en pesos para que pague sus compromisos en dicha unidad de cuenta, su depreciación continuaría y, por ende, el tipo de cambio tendería a reflejarla; lo que evitarán manteniendo y profundizando el “cepo verde”. Conclusión, ¿nunca más saldremos del control cambiario? Falso, todos estos esquemas históricamente terminaron en una crisis que, a la larga o a la corta, llevó a un sistema libre. Lástima que para aprenderlo los argentinos necesitemos pasar nuevamente una experiencia que ya vivimos más de 20 veces en los últimos 70 años.
*PUBLICADO EN ÁMBITO FINANCIERO. 28.09.2011
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Por qué no florece la primavera en el mundo islámico

La primavera árabe no acaba de florecer. El fin de las tiranías militares del norte de África –Túnez, Libia, Egipto– no ha dado paso a una era de gobiernos democráticos como sucedió tras el derribo del Muro de Berlín y la desaparición de la URSS, o como vimos en Alemania, Italia y Japón después de la Segunda Guerra mundial.

Hillary Clinton, y con ella medio Estados Unidos, están perplejos por el comportamiento brutal de las turbas libias. El asesinato del embajador Chris Stevens y otros tres funcionarios norteamericanos fue un espectáculo horrible, especialmente porque ocurría poco después de que Washington se hubiera empeñado a fondo en liberar a Libia de la dictadura brutal de Gadafi junto a una coalición de países europeos agrupados en la OTAN y liderados por la Francia de Sarkozy.

El presidente Obama le reconoció al periodista José Díaz-Balart de la cadena Telemundo que este Egipto, el post Mubarak, no es un país aliado, aunque no se trata de una nación enemiga. (Espere un poco, Presidente, todo se andará). Afganistán e Irak tampoco se han transformado en democracias funcionales naturalmente pro-occidentales, pese a la presencia masiva del ejército americano y la inversión de miles de millones de dólares.

Todo era una vana ilusión. El plan de nation building, originado en la benévola arrogancia de una poderosa cultura aquejada de voluntarismo, no ha funcionado. Sencillamente, el objetivo de inducir entre los árabes, desde fuera del seno de la sociedad, el modelo de Estado conocido como “democracia liberal”, ha fracasado.

¿Por qué? Porque la democracia liberal es mucho más que un diseño institucional. Los norteamericanos tienden a creer que es el resultado de poseer un cierto tipo de Constitución, poderes limitados y economía de mercado, elementos fácilmente reproducibles, pero ignoran el factor que le da sustento a ese andamiaje formal: los valores de la tribu.

Si Estados Unidos, a fines del siglo XVIII, inventó el mundo moderno, no fue porque suscribieron las ideas del británico John Locke, sino porque la mayoría de su sociedad aceptaba como buena la noción de la tolerancia, la supremacía de los derechos individuales y la importancia de tener un gobierno de reglas imparciales y no de hombres.

Más importante que todo el andamiaje constitucional construido en 1787 es la Primera Enmienda impuesta a la ley de leyes para proteger las libertades. Si bien la Constitución americana surgía del pensamiento de los “ilustrados” ingleses y creaba, artificialmente, un tipo de Estado peculiar (la primera república moderna), esa Primera Enmienda, protectora de la libertad religiosa, del derecho de expresión, reunión y petición, expresaba algo mucho más trascendente: la voluntad de aceptar al otro aunque tuviera ideas con las que no comulgamos o comportamientos que nos resultaran desagradables.

La grandeza de la democracia liberal radica en eso: el valor supremo que se le asigna a la tolerancia, definida como la aceptación de los derechos del otro a existir y manifestarse, aunque nos repugne.

Por eso no funciona la construcción artificial de democracias liberales. Mucho antes de que Estados Unidos se convirtiera en una república independiente, William Penn, un cuáquero pacifista, fundó Pennsylvania (así llamada en honor a su padre), decidido a vivir en paz con los indios, admitir todos los credos religiosos y a someter su gobierno a una suerte de control y consenso social. Philadelphia sería eso: la cuna de la fraternidad y el amor.

¿Dónde está en las sociedades árabes ese espíritu de tolerancia si las personas nacen y crecen repitiendo el mantra de que Alá es el único Dios, Mahoma su único profeta, y la gran tarea de los islamistas es la conquista del mundo para gloria de esas creencias religiosas y la imposición universal de la sharía? ¿Dónde están en el islamismo los valores de la tolerancia y la humilde aceptación del otro, del diferente, en un plano de igualdad y respeto?

Es verdad que las tres grandes religiones monoteístas en sus orígenes (y durante siglos) han sido intolerantes y brutales con quienes no pertenecían al círculo de sus creyentes, pero los valores de judíos y cristianos, en general, tal vez como consecuencia de guerras espantosas, han evolucionado en dirección de la tolerancia y la aceptación, mientras el islamismo permanece anclado en la vieja ortodoxia excluyente que hace imposible que arraigue el modelo de la democracia liberal.

Es, en suma, una cuestión de valores. Mientras eso no cambie, no habrá primavera en el mundo árabe.

*PUBLICADO EN EL NUEVO HERALD, MIAMI.
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SOY ESCÉPTICO

Ya he escrito antes que el pesimista del presente es en verdad optimista respecto del futuro porque tiene expectativas de la posibilidad de mejora puesto que es inconforme de lo que al momento ocurre, mientras que el optimista de lo actual es en definitiva pesimista del futuro ya que no tiene cifradas sus esperanzas en superar la marca de lo que viene sucediendo. En esta sentido, el optimista tiene una visión estática mientras que el pesimista se basa en una concepción móvil y en progreso.

Pero en esta nota quiero destacar una faceta algo diferente puesto que miro el asunto desde otro ángulo. En este último sentido, me declaro escéptico respecto del futuro, es decir, me asaltan dudas que se fundamentan en observaciones que causan verdadero desánimo y, a veces, estupor en cuanto a que los supuestos defensores de la sociedad abierta, cuando las cosas andan bien se dedican a sus personales arbitrajes y se desentienden del estudio y difusión de aquello que, entre otras cosas, permite sus negocios. Y cuando las cosas andan mal, se limitan a despotricar en la sobremesa o, cuando más, a unirse en marchas de protesta que si bien útiles y hasta absolutamente necesarias…siempre que haya conciencia de que el tema de fondo reside en el debate y comprensión de ciertos valores y principios básicos, lo demás es adorno o apoyo logístico, cuando no mero consumo de energía como cuando algunos se limitan a distribuir papeletas electorales de algún mediocre.

Más aun, si las cosas se ponen en extremo peligrosas optan por mudarse de país, lo cual nada tiene de particular como no sea que muchos siguen como si nada con sus operaciones crematísticas sin nunca considerar que allí las cosas andan mejor debido al trabajo de locales a los que los migrantes no consideran siquiera ayudar. De este modo, se va cerrando el cerco hasta que a los susodichos negociantes les quedará solo el océano y ser masticados y engullidos por los tiburones.

Si este cuadro de situación fuera correcto ¿tiene visos de alguna seriedad el estar satisfechos con las perspectivas para nosotros, para nuestros hijos y para nuestros nietos? ¿O es que debe esperarse un milagro que mágicamente revierta la situación?

Se ha sostenido que si cada uno cumple bien con su trabajo se está contribuyendo a sostener el sistema adecuadamente. Pero si el técnico en computación, el hombre de campo, la bailarina, el escultor, la cocinera, el arquitecto y así sucesivamente cumplen a las mil maravillas con sus respectivas tareas no por eso se crean anticuerpos frente al ataque dirigido a las raíces de la sociedad abierta. Es que el alud viene por otro lado, nada tiene que ver con el perfeccionamiento de las tareas cotidianas sino que se socavan los cimientos de todo el edificio al combatir el sentido mismo de la propiedad privada y el resto de los derechos individuales en el contexto de la demolición de marcos institucionales civilizados.

Es entonces una tarea eminentemente docente. Ya he subrayado antes que la cátedra, el libro, el ensayo y el artículo constituyen las tareas más eficaces para explicar los fundamentos de la libertad pero no son las únicas. Una de las más efectivas, cuando por una razón u otra no se puede acceder a las anteriormente mencionadas, es la reunión en pequeños ateneos para exponer y discutir libros que trasmitan los conceptos básicos y, a su vez, al año siguiente cada una de las personas integrantes establece un nuevo ateneo, todo lo cual expande enormemente las ideas congruentes con la condición humana. Además esto tiene la ventaja de que el libro o los textos elegidos se adaptan a las características de los miembros del grupo.

No hay pretexto para quedarse ajeno a las labores esenciales de defensa del sistema que no hace más que proteger a cada uno de los integrantes de la sociedad que pretenden vivir en una sociedad libre en la que se respeten sus derechos. Mirar para otro lado es absolutamente suicida. Es en verdad llamativo que muchos son los que esperan que otros les resuelvan los problemas y cuando se desmorona la situación se enojan con esos otros en lugar de mirarse por dentro y descubrir la desidia, la apatía y la propia irresponsabilidad.

Por otro lado, es por demás evidente la cantidad de personas y de pequeñas instituciones que dan la batalla diariamente para que en diversos niveles se comprendan valores y principios que constituyen las defensas medulares contra los permanentes ataques de socialistas, colectivistas y totalitarios. Sin embargo, salvo raras excepciones, esas personas y esas instituciones están a la intemperie: quedan a merced de la suerte y no son apoyadas ni financiadas por los propios interesados en que se respeten sus derechos. Es de una irresponsabilidad rayana en el crimen. En realidad no se debería siquiera esperar que se les solicite recursos para continuar con sus faenas bienhechoras sino que deberían adelantarse a ofrecer fondos como parte del interés personal del donante al efecto de cubrir riesgos de su familia y su empresa.

En algunas reuniones sociales hay quienes declaran muy sueltos de cuerpo que “todos somos responsables” de la decadencia como si el involucrar al universo aliviara la culpa de quien habla de esa manera, sin percibir que los pocos que cumplen con su deber en estos trabajos vitales no son responsables. También hay quienes frente al peligro ofrecen una especie de receta mágica sosteniendo que debe “actuarse en política” como si se pudiera poner el carro delante de los caballos: la política es la ejecución de ideas y no es posible ejecutar una idea que no se sabe en que consiste. Primero viene el estudio y el debate de ideas que a su debido momento permitirá articular un discurso dirigido a una opinión pública ya informada y no peroratas políticas destructivas puesto que no resulta posible hablar en otros términos porque nadie comprendería lo dicho. Es que la pereza y las telarañas mentales hacen que sea más fácil hacer activismo y charlatanería en el comité político que quemarse las pestañas y encarar un estudio serio, sistemático y trabajoso.

Desde que nací escucho decir que “las papas queman” y que la educación es a largo plazo pero cuanto antes se comience mejor será el resultado. Los detractores de la sociedad abierta han entendido bien el problema por eso es que han seguido los consejos de Antonio Gramsci en cuanto a que “tomen la educación y la cultura y el resto se dará por añadidura” por lo que pueden también abarcar otras áreas y campos de acción hasta cubrir todo el espectro de lo posible. Sin embargo, los que se dicen partidarios de la sociedad libre alegan que no tienen tiempo para proteger a los suyos de avalanchas varias, como si la vida no fuera una cuestión de prioridades.

La desidia a la que me refiero para defender lo propio con argumentos serios no es un asunto inherente a la naturaleza humana puesto que esto no ocurre con los detractores de la sociedad abierta, quienes demuestran perseverancia y mucho trabajo. Esto último es así debido al fuego interior, a lo que estiman son ideales, sueños y metas que consideran dignas de lograrse. Sin embargo, la apatía, la dejadez, la cobardía de los supuesto defensores de la libertad en gran medida no encuentran otros objetivos que disponer de un plasma, un buen automóvil y equivalentes, lo cual claro está no se encuadra dentro de lo que pueda denominarse un ideal. Esto es así porque no se han detenido a sopesar el inmenso valor de las autonomías individuales que descansan en una noción eminentemente ética que ocupa todos los recovecos de quienes conservan su dignidad y autoestima.

En una de las célebres fábulas de Esopo se muestra como la hormiga trabajaba para encontrarse a salvo en el invierno mientras que la cigarra se desviaba en lo que atrae la atención del momento. La primera estuvo a salvo cuando llegaron los fríos, mientras que la segunda pereció a la primera escaramuza de la temperatura y los vientos. Keynes ha ironizado con que “en el largo plazo estaremos todos muertos”, pues bien, ahora estamos en el largo plazo de las irresponsabilidades hechas para el corto plazo y debemos sobrevivir, con lo que se requiere corregir las sandeces y ponernos a trabajar sin las anteojeras que siempre enangostan el horizonte. Cuando a la preocupación se le sume una más generalizada ocupación dejaré en el acto mi escepticismo para celebrar entusiastamente el camino hacia la reversión del asfixiante estatismo que agobia a todos los espíritus libres que se niegan al siempre cruel servilismo.

*PUBLICADO EN DIARIO DE AMÉRICA, NUEVA YORK.
 
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Populismo más estatismo, el camino a la decadencia

Enrique Krause, el notable pensador mejicano, resumió el decálogo del populismo en un artículo publicado en el diario El País en 2005: “1- El populismo exalta al líder carismático. 2- El populista no sólo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella. Habla con el público de manera constante, atiza sus pasiones, alumbra el camino, y hace todo ello sin limitaciones ni intermediarios. 3- El populismo fabrica la verdad, abomina de la libertad de expresión, confunden la crítica con enemistad militante. Por eso busca desprestigiarla, controlarla, acallarla. 4- El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos. El erario es su patrimonio privado que puede utilizar para enriquecerse o para embarcarse en proyectos que considere importantes o gloriosos, sin tomar en cuenta los costos. 5-El populista reparte directamente la riqueza, pero no lo hace gratis: focaliza su ayuda y la cobra en obediencia. 6- El populista alienta el odio de clases, hostiga a los ricos (a quienes acusan a menudo de ser antinacionales), pero atrae a los empresarios patrióticos que apoyan al régimen. 7- El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales. La plaza pública es un teatro donde aparece Su Majestad El Pueblo para demostrar su fuerza y escuchar las invectivas contra los malos de dentro y fuera. 8- El populismo fustiga por sistema al enemigo exterior. 9- El populismo desprecia el orden legal. El Congreso y la Justicia son un apéndice del poder. 10- El populismo mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal. Considera esos límites contrarios a la voluntad popular”.

Cualquier parecido con la realidad argentina no es pura casualidad. Desde 2003 el populismo ha encontrado en nuestro país uno de sus ejemplos más nítidos. Sus efectos han sido destructivos en el plano institucional y en el de la ética pública. También ha socavado otros pilares del funcionamiento de la sociedad. La confrontación como arma populista ha profundizado la división entre los ciudadanos. La focalización en el corto plazo disminuyó la calidad de las políticas públicas y generó distorsiones que comprometen el futuro.

El estatismo sobre el populismo agrega más nubarrones. El avance del estado ha sido una de las banderas de esta gestión, que lamentablemente ha encontrado apoyo en buena parte de los partidos de oposición. La ideología ha sido un permanente impulso para aumentar el intervencionismo estatal, así como las regulaciones y la estatización de empresas. Se afirma, casi como algo que no exige demostración, que las políticas “neoliberales” fueron la causa de la crisis del 2001. Sobre ese error se exponen con orgullo medidas que en el mundo han demostrado su persistente fracaso. A ningún país se le ocurre hoy, como consecuencia de la crisis financiera internacional, volver al colectivismo ni a una economía centralmente planificada y regulada. Sin embargo, la Cuba de los Castro es un ideal casi romántico de los ideólogos de este gobierno y de algunos opositores. Lo cierto es que se reestatizó el sistema de jubilaciones, también YPF y AySA. Y que gran parte de las actividades de servicios e industriales, el mercado financiero y de cambios, están fuertemente intervenidos. Casi todas estas medidas pasaron por el Parlamento, y en algunos casos con apoyos asombrosos.

Suele oirse que la realidad marca los límites e impone las correcciones, pero no necesariamente siempre es así. La decadencia es una sombra que amenaza a sociedades que equivocan su rumbo pero que quedan condicionadas a liderazgos construidos sobre bases populistas o con ideologías administradas por gobiernos que abusan de la educación pública y del control de los medios. Es necesario salir de este círculo que limita las libertades y que sólo podrá llevar al atraso y la decadencia. Nuestro país y sus habitantes no los merecen.

*PUBLICADO EN EL CRONISTA
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No aprendimos la lección de la historia

Desde el Gobierno se impulsa una economía cada vez más dirigista, al tiempo que se pretende poner en jaque la "matriz liberal" de la Constitución. Todo eso tiene un costo.

Estamos perdiendo la república a pasos agigantados, puesto que se les da la espalda a sus tres ejes centrales: el respeto al derecho, habitualmente referido como igualdad ante la ley; la transparencia y responsabilidad por los actos de gobierno, y la alternancia en el poder. Por su parte, la democracia está mutando en cleptocracia. Ahora se apunta a la demolición de marcos institucionales que por lo menos quedaban en pie en la letra. Se pretende aniquilar la "matriz liberal" de nuestra Constitución. Después de años, reaparece la visión autoritaria del proyecto constitucional del rosista Pedro De Ángelis y la también fracasada propuesta de Mariano Fragueiro, en oposición al criterio que afortunadamente prevaleció, de Pellegrino Rossi y Juan Bautista Alberdi. Se recurre a las ideas de Arturo Sampay, estampadas en su libro La crisis del Estado liberal-burgués, que condujo al engendro de 1949.

Nos deslizamos hacia la destrucción de los pilares del Código Civil. De por sí, Alberdi había subrayado que no debió promulgarse, en atención al debido respeto al federalismo, en cuyo contexto destacó el caso de Estados Unidos, que no promulgó Código Civil a nivel federal.

Las libertades están siendo estranguladas. Tocqueville ha escrito que "el hombre que le pide a la libertad más que ella misma ha nacido para ser esclavo". Y no se trata de que alguien de la llamada oposición el día de mañana sustituya al actual elenco gobernante, repruebe los modales, pero mantenga el modelo, léase el manotazo al fruto del trabajo ajeno. No se trata tampoco de esperar que otros sean los que resuelvan los problemas, en lugar de asumir cada uno la responsabilidad por el estudio y la difusión de los fundamentos de la sociedad abierta. Por último, no es cuestión de elucubrar frívolamente sobre los precios de las commodities, sino calar hondo en la decadencia moral e intelectual a la que asistimos. Está en juego la libertad, lo cual equivale a decir que está en juego nuestra condición humana, tan degradada hoy por los aplaudidores del discurso oficial.

Resulta tragicómico observar la petulancia de la pretendida regimentación de la economía desde el aparato estatal, con la que se concentra ignorancia, ya que el conocimiento es, por su naturaleza, fraccionado y disperso. Hace falta cierta dosis de biblioteca para incorporar la modestia suficiente y comprender la imposibilidad de dirigir y coordinar millones de arreglos contractuales desde el vértice del poder. El Gobierno ataca la propiedad a través del manejo del flujo de fondos de empresarios acobardados por el aluvión estatista en sus negocios "privados", que en verdad están cada vez más privados de independencia.

Recientemente, en la celebración por el Día de la Industria (otra vez por cadena nacional), se reiteró que el proyecto político de la actual gestión adopta el esquema anacrónico y xenófobo de la "sustitución de importaciones"; es decir, lo que puede comprarse a 10 se pagará 20, con lo que se dilapidarán factores productivos y, consecuentemente, los salarios, en términos reales, serán aún menores (recordemos la ironía del decimonónico Bastiat, que propuso tapiar todas las ventanas "para promover la industria de las velas y así protegerse de la competencia desleal del sol").

A la tan deteriorada educación estatal (mal llamada "pública", puesto que la privada es también para el público) se suma el engreído adoctrinamiento por parte de la "militancia", una palabra nunca mejor empleada, puesto que proviene del acatamiento vertical y la ciega obediencia. Tampoco ayuda la declaración del ministro de Educación en apoyo a las tomas de colegios, ni ayuda a preservar la concordia la aceptación de la conducta de "barrabravas" (un subterfugio para ocultar su naturaleza criminal) ni permitir que encarcelados asistan a actos políticos gubernamentales.

En nombre de los "derechos humanos" (un pleonasmo, puesto que no hay derechos vegetales, minerales o animales) se condena la repugnante metodología de la guerra contra los terroristas que dio lugar a la inaceptable figura del "desaparecido". En nombre de aquello se aplica una justicia tuerta y una llamativa hemiplejia moral, puesto que no se procesa a los forajidos que dieron inicio a las trifulcas con sus matanzas, torturas y secuestros, a pesar de las claras definiciones y precisiones del Estatuto de Roma.

La inflación responde a un incremento anual del 32% en la base monetaria, que distorsiona los precios relativos y, a su vez, induce a los operadores económicos al derroche del siempre escaso capital. En el sector financiero, también el Gobierno impone el manejo arbitrario del 5% de la cartera de préstamos de bancos privados al 15% de interés.

Esto se lleva a cabo en el marco de un gasto público descontrolado del 33% anual y un déficit del 5% del producto financiado con las antes mencionadas emisiones de la banca central a través de adelantos al Tesoro que se toman como un roll-over indefinido, sin declarar los correspondientes quebrantos de la autoridad monetaria. Esa situación se vincula con una falsa contabilización de reservas, puesto que, además, no se computa la deuda con Bruselas, la deuda en default, los pasivos contingentes con el Ciadi. La fuga de dólares representa el 40% del total de las existencias de octubre del año pasado.

Hay medulosos estudios que estiman que la presión fiscal promedio es del 60% del producto, voracidad que tiene lugar a pesar de que el Gobierno se apoderó de los fondos de la jubilación privada, que se destinan a encarar aventuras de diversa naturaleza, como otorgar créditos hipotecarios a tasas que no cubren ni remotamente la depreciación monetaria, al tiempo que no se atienden los cientos de miles de juicios de los pensionados por haberes impagos.

Los medios de transporte y la energía han sido abundantemente subsidiados en las tarifas y los respectivos precios, con lo que las inversiones en esos rubros se han paralizado. A eso se agregan la confiscación de YPF y el insólito decreto 1277, a través del cual el aparato estatal pretende manejar a su arbitrio toda el área petrolera en medio de acuciantes problemas. Eso, entre otras cosas, augura para la mencionada empresa la suerte de Aerolíneas Argentinas, que pierde dos millones de dólares diarios, puesto que no se puede "jugar al empresario" si no se arriesgan recursos propios fuera de la órbita del privilegio estatal.

Los conflictos sindicales se acentúan en una despiadada disputa por ver quién es más favorecido por la ley de asociaciones profesionales y convenios colectivos. Los despidos y los cierres de fábricas están a la orden del día. Sirvan como ejemplo los 150 frigoríficos cerrados debido a una política que liquidó doce millones de cabezas de ganado. El sector agropecuario se queja de las retenciones (en verdad, impuestos) y la obligación de liquidar en el mercado oficial, denominado libre y único, pero que no es lo uno ni lo otro.

Las operaciones inmobiliarias descienden, según los registros de las escrituras, junto con una merma abrupta en la construcción y ventas menores de electrodomésticos, automóviles y otras áreas sensibles, por lo que la inversión de bienes de capital decreció un 42% desde principios del corriente año. La deuda pública externa se ha sustituido por la interna, elevada sólo en los tres últimos años en 31.500 millones de dólares (similar a la cancelación con el FMI).

Este racconto pone en evidencia el estado de descomposición de la Argentina, que antes de que se volviera fascista en los años 30 y del advenimiento del peronismo era la admiración del mundo en cuanto a sus niveles culturales y materiales, por lo que la población se duplicaba cada diez años a raíz de las formidables oleadas de inmigrantes que venían a "hacerse la América", en vista de que los salarios del peón rural y los obreros de la incipiente industria eran muy superiores a los de Suiza, Alemania, Francia, Italia y España.

Hace décadas y décadas que venimos a los tumbos. Es de esperar que no tenga razón Aldous Huxley cuando escribió que "la gran lección de la historia es que no se ha aprendido la lección de la historia".

*PUBLICADO EN LA NACIÓN
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