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Los mitos del comercio con Brasil

Reales-Brasil

ÁMBITO.- Lamentablemente para los brasileños, desde su asunción en 2011, Dilma Rousseff abandonó el camino de consolidación de la solvencia fiscal y de reformas estructurales que siguieron sus predecesores Henrique Cardoso y Lula da Silva. Se tendió a acercar más a las políticas de sus vecinos argentinos y a los bolivarianos, lo que licuó rápidamente la credibilidad de Brasil. Hoy enfrenta graves problemas que se notan en la debilidad de su economía y en una fuerte devaluación del real que ha despertado prevenciones en Argentina. Los temores son que se abaraten los productos brasileños, inundando de importaciones a nuestro país, y se encarezcan nuestras exportaciones, afectando nuestras ventas a dicha nación.

Sin embargo, cuando uno analiza la evolución histórica de nuestras compras de productos brasileños, la realidad muestra que el impacto de las variaciones del tipo de cambio bilateral ha sido muy marginal y de hecho presenta una correlación ínfima. Cuando vemos cómo se relaciona con nuestro nivel de actividad, la cosa cambia drásticamente, ya que explica perfectamente la evolución de nuestras importaciones desde Brasil.

Esto no debería extrañarnos. En definitiva, ¿cuándo aumentamos en forma relevante el gasto de nuestra familia? ¿Cuándo nos aumentan el sueldo o cuándo el supermercado lanza ofertas? Lo mismo pasa con los países. Incrementan sus importaciones en la medida que les va bien económicamente. En segunda instancia, como nosotros con nuestros gastos,  gastará un poco más en donde sea más barato. Por lo tanto, podemos anticipar que, a pesar de que el real se devalúe, igual Argentina seguirá importando poco de Brasil, debido a que nuestra economía continuará en recesión, a lo que hay que sumarle las restricciones que impone el Banco Central y el gobierno debido a la escasez de divisas que genera el cepo.

Lo mismo sucede a la inversa. Los brasileños han comprado más a la Argentina cuando han crecido más y, lo han hecho mucho menos, cuando no les fue bien con su nivel de actividad, como durante los últimos años. Esto independientemente que el tipo de cambio bilateral, que por mucho tiempo favoreció a nuestro país. Por lo tanto, nuestro problema no es la devaluación del real; ya que de todas formas, nuestros productores tendrán una pobre demanda del vecino país. Las expectativas de crecimiento brasileñas serán muy bajas en la medida que, en su nueva gestión, la presidente Rousseff no vuelva decididamente al camino de solvencia fiscal y de reformas estructurales de sus predecesores. Hasta ahora, sólo anunció un tímido mejor manejo de las cuentas públicas, que no resulta lo suficientemente convincente como para alentar el optimismo, y por ende, la inversión y el consumo.

Un último comentario sobre el comercio exterior argentino. El presidente Mujica se refirió a que la Argentina no acompaña el proceso de integración en el Mercosur y recibió una andanada de críticas por  parte de nuestro gobierno. Supongo que deben desconocer que un Mercado Común supone que el comercio de bienes debería circular casi sin restricciones entre los países socios, como si fueran provincias de una misma nación. Si bien eso es lo que sucede si uno quiere venderle a los uruguayos, desde hace años que no es una realidad que ellos puedan exportar libremente a la Argentina. Al principio, con la gestión kirchnerista, aparecieron las restricciones “telefónicas”, y luego, se formalizaron con las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación, que implican tener que pedirles permiso a los funcionarios del gobierno para poder traer algo de afuera.

A esto, hoy debe sumársele la posibilidad de que, aún con las DJAI aprobadas y la mercadería en la Aduana argentina, no le vendan al importador las divisas para pagarla. Por lo tanto, no cabe duda que el gobierno argentino está haciendo trizas el MERCOSUR, que se ha vuelto cada vez más una unión política y no económica. Este hecho se potenció con el ingreso de Venezuela, donde el librecomercio es una quimera.

Publicada en Ámbito Financiero

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Manipulación genética y otras variantes

Manipulación-Genética

Es notable y maravilloso el progreso de la ciencia en  sus múltiples ramas. Probablemente la genética es el reglón que más ha avanzado en los últimos tiempos. La prevención y curación de enfermedades resulta formidable.

El ser humano está físicamente formado por células que en su interior hay una sustancia denominada citoplasma en la que se encuentra el núcleo en cuyo seno se encuentran partículas llamadas cromosomas que son un conjunto de genes los cuales se identifican con moléculas de ácido desoxirribonucleico (DNA) que constituyen la clave de la herencia. En base a este material los científicos han contribuido a rectificar malformaciones y curar ciertas enfermedades antes incurables. Pero debe tenerse muy en cuenta que el ser humano no es solo kilos de protoplasma sino que para que tenga sentido su característica medular cual es el libre albedrío posee estados de conciencia, mente o psique que permite que haya racionalidad, argumentación, proposiciones verdaderas y falsas,  ideas autogeneradas, revisión de los propios juicios, identidad personal, responsabilidad individual,  moral y, claro, la propia libertad.

Esto último no puede intentar invalidarse por un científico desbocado sin destruir lo propiamente humano. He aquí el peligro de ciertos proyectos genetistas que modifican sin límite la información y el caudal genético y propuestas de los así llamados científicos que pueden proporcionar sustancias que anulan la voluntad, tal como lo describe la horrenda antiutopía de Huxley al efecto de fabricar seres obedientes al poder político. Hay entonces un límite bioético a la manipulación de las personas por métodos que no son terapéuticos sino destructivos de la personalidad.

El significado no es el mismo que el que se practica en el reino vegetal y animal, como queda dicho, en el hombre está presente la dimensión espiritual, de lo contrario, si se sobrepasan los límites de la manipulación se cae en la ingeniería genética en el peor de los sentidos, convirtiendo al ser humano en una mera cosa de laboratorio sujeta a las mayores de las tropelías.

Resulta de mucho interés detenerse a considerar los pensamientos de C. S. Lewis en su obra The Abolition of Man. Consigna este autor que a raíz de las mencionadas manipulaciones “el hombre deja de ser tal para convertirse en un artefacto. La conquista final del hombre será así la abolición del hombre” puesto que “si por medio de la eugenesia el poder de algunos hace de sus descendientes lo que les plazca, los hombres que vivan después serán por siempre pacientes del poder” ya que “los moduladores de hombres de la nueva era estarán armados con poderes de un Estado omnipotente y una irresistible técnica científica” y concluye que “si el hombre ha decidido tratarse a si mismo como materia prima, materia prima será”. Sin embargo, destaca Lewis que “aquellos que fundan la verdadera ciencia son los que aman la verdad que excede el amor al poder”.

Colabora en la destrucción de lo humano el uso metafórico de ciertas expresiones que se extrapolan ilegítimamente al ámbito de lo no humano. Así, se dice que los ordenadores “tienen memoria” que “calculan” o que son “inteligentes”. También se recurre a una peligrosa metáfora cuando de dice que fulano “es un enfermo mental”.

Veamos esto por partes. Nuestros abuelos y bisabuelos solían decir que hacían un nudo en el pañuelo para recordar tal o cual asunto, pero nadie en su sano juicio diría que el pañuelo tiene memoria o cuando se guardan archivos en un galpón, no se diría que el galpón tiene memoria. Es un atributo exclusivo del ser humano que se diferencia en lo que ocurre en el reino animal por la capacidad de conceptualización y no una reacción instintiva mecánicamente asociativa.

Tampoco es apropiado sostener que la máquina calcula ya que son impulsos eléctricos programados, a menos que aceptemos seriamente que el reloj “nos dicen la hora”. Y lo mismo ocurre con el término inteligencia que significa leer adentro (inter legum) que solo es atribuible al ser humano. Por último, mantener que algunos seres humanos son enfermos mentales desconoce lo básico de la patología que significa una lesión orgánica, de las células o los tejidos, la mente o las ideas no pueden estar enfermas, puesto que la psique o el estado de conciencia no es material, consustancial al libre albedrío que, por definición, no está programado o determinado (no está sujeto al determinismo físico para recurrir a la terminología popperiana).

Nada más espantoso que imaginarse el escenario en el que los hombres voluntariamente ingieren sustancias por las que se anula su voluntad y, como contrapartida, obtienen sensaciones de satisfacción. Esto es sin duda mucho peor que la antiutopía orwelliana donde el gran hermano impone el totalitarismo, en este caso la gente pide convertirse en soldaditos serviles a los caprichos del poder. Es la degradación más absoluta y la renuncia más grosera a la condición humana.

Huxley -a quien invito a mis lectores a leer con especial atención- consignó su escalofriante pronóstico en 1932 pero en 1946 escribió un nuevo prólogo en el que rectifica algunos puntos de su obra original convirtiéndola en un trabajo compatible con una mirada liberal y, en 1959, escribió Brave New  World Revisited ya francamente liberal, un libro realmente de gran calado al tiempo que también aterrador.

En el mencionado prólogo Huxley nos dice que la obra contiene “considerables errores que para enmendarlos debería reescribir el libro” y subraya que “una población que predominantemente se le ha arrancado la propiedad siempre produce confusión económica y social. Para tratar esa confusión, el poder se ha centralizado y el control gubernamental se ha incrementado. Es probable que todos los gobiernos del mundo serán más o menos totalitarios […] Solo un movimiento popular en gran escala hacia la descentralización y la autorrealización podrá contrarrestar esta tendencia hacia el estatismo. En el presente [1946] no hay signos de que ese movimiento tenga lugar”, situación en la cual no solo se trata de “lo inhumano” sino que es “demostrablemente ineficiente”. Esa perspectiva se facilita enormemente si “los jefes poderosos y su ejército de planificadores controla una población de esclavos que no necesitan ser coaccionados porque aman la esclavitud. Para  hacer que ese amor suceda, la faena en los estados totalitarios del momento se ocupan de ministerios de propaganda, editores de diarios sumisos y profesores adictos […] El amor a la esclavitud no puede ser establecida sin una profunda revolución en las mentes humanas […] y luego con la ayuda de sustancias especiales […], un sistema de eugenesia diseñado para homogenizar el producto humano facilitará el trabajo de los planificadores”.

Años después, en el nuevo libro revisitado que hemos mencionado afirma que en gran medida las personas renuncian a ser humanas y piden “televisión y hamburgueses pero no las molesten con la responsabilidad de la libertad”. En este contexto consigna que la inutilidad de las batallas estadísticas debe suplirse con análisis conceptual puesto que “el significado de los hechos naturalmente depende del sistema particular de ideas con que se interpretan”.

Es de gran interés atender los razonamientos de esta autor a través de varias citas al efecto de sopesar sus muy fértiles contribuciones: afirma que “una multitud es caótica, no tiene propósito propio y es capaz de cualquier cosa excepto de acción inteligente y pensamiento realista. Juntos en multitud, la gente pierde su poder de razonamiento y su capacidad de  decisiones morales”, en cambio, “la lectura es privada, no una actividad colectiva. El escritor le habla solo a individuos, sentado su lado en un estado de sobriedad normal […] pero la mediocridad subhumana a quien se dirige el demagogo apela a la imbecilidad en que se base para poner a sus víctimas en acción que caracteriza no al hombre y a la mujer como individuos pero hombres y mujeres como masa”.

Continúa escribiendo que “Muchos de nosotros deseamos la paz y la libertad pero muy pocos de nosotros tiene mucho entusiasmo por los pensamientos, sentimientos y acciones que hacen posible la paz y la libertad. Al revés, muy pocos son los que desean la guerra y la tiranía, pero mucha gente encuentra placer en los pensamientos, los sentimientos y las acciones que conducen a la guerra y la tiranía […] Los métodos que ahora se usan para comercializar a los candidatos políticos son como si se trataran de desodorantes con lo que se garantiza que el electorado escuche la verdad de nada […] Una sociedad democrática es una sociedad dedicada a que como el poder es habitualmente abusado y por ende debe ser entregado a funcionarios exclusivamente de modo limitado y por períodos también limitados.”

Por otro lado, G. A. Hudock escribe un libro de gran provecho con un título muy sugestivo: Genes, terapia y la ingeniería genética, Frankenstein es aun un mito pero debe ser releído permanentemente, y otra variante de lo tratado en esta nota es cierta tendencia positivista dentro de la amplia gama de las neurociencias que también convierten en aparato al ser humano como si el sistema nervioso, las conexiones neuronales y los procesos de conducción eléctrica y química pudieran tener propósito deliberado y la consiguiente libertad de elección sin concebir la mente distinta del cerebro, tal como, entre otros, apunta el premio Nobel en Neurofisiología John Eccles en La psique humana (también en colaboración con Karl Popper la obra cuya tesis está muy bien ilustrada en el título: El yo y su cerebro) y, recientemente, el R.P. Dr. Juan José Sanguineti en su notable trabajo Neurociencia y filosofía del hombre. Para concluir, recordemos siempre otro de los pensamientos clave de C. S. Lewis quien subraya prioridad de la psique al consignar que “Usted no tiene alma, usted es su alma; usted tiene cuerpo”.

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A merced de los asalariados de la política

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El tema es tan incómodo como políticamente incorrecto para la inmensa mayoría. La política está hoy en manos de demasiados inescrupulosos, personajes de escasa formación y dudosa moral, individuos con más aptitudes para la ingeniería electoral que para gobernar eficazmente. Claro que existen excepciones a la regla, lo que solo confirma la norma general.

En ciertos países, los políticos son personas que han triunfado previamente en sus profesiones, que han logrado ser exitosos en lo suyo, que han construido un capital intelectual y económico significativo digno de ser elogiado y aplaudido. Ellos llegan a la política solo para completar el círculo, por prestigio o bien para aportar algo a su comunidad, pero ya no para enriquecerse o conseguirse una remuneración que les permita sobrevivir.

Eso no los hace intrínsecamente mejores que el resto. No es que esa circunstancia garantice que harán lo óptimo, pero se constituye en una diferencia vital para poder comprender el mecanismo que regirá las decisiones que impactarán en todos. Cuando la política está plagada de personas que buscan en esa actividad una compensación económica, se tomarán determinaciones que no priorizarán sus consecuencias en los ciudadanos, sino en como afectará sobre su propia "continuidad laboral".

Los que llegan a la política con ese propósito, el que consigue un cargo para acceder a una retribución, sabe que cuando culmine su ciclo deberá buscar en otro lugar esos ingresos que le permitan ganarse la vida y sustentar a los propios. Si ese sujeto depende de ese sueldo para mantener su estándar de vida, si obtiene más renta en la función pública que fuera de ella, sus decisiones estarán siempre condicionadas por su situación personal.

El no pretenderá favorecer a la gente, sino conservar su puesto, sostenerse en el poder para asegurar su espacio y por lo tanto sus beneficios. Su futuro personal y el de su familia dependen de ese esfuerzo, por lo tanto, siempre se concentrará en asegurar votos. El mejor modo de lograrlo será apelar a la interminable demagogia populista. No vino a esa función para pasar a la historia ni para generar los cambios que la sociedad necesita. Está ahí solo para subsistir por todo el tiempo que le sea posible.

La cuestión va más allá. Su dependencia salarial lo subordina tanto que ni siquiera siente la libertad de renunciar cuando así lo desee y volver a lo de siempre con dignidad. Eso lo condena a asumir con mucha cobardía las órdenes que emanan de su jefe político, a riesgo de quedarse en la calle.

Cuando se seleccionan dirigentes, resulta primordial conocer sus logros en la labor profesional. Si esas personas no han alcanzado la excelencia en lo elegido, si en el pasado no han realizado lo suficiente para mantenerse por sus propios medios, sin favores estatales, prebendas o privilegios, pues difícilmente hagan lo correcto cuando les toque en suerte gobernar.

Ellos solo esperan llegar al poder para cobrar una mensualidad. Eso podría empeorar si su objetivo incluye premeditadamente alcanzar compensaciones "adicionales" de la mano de la omnipresente corrupción estructural, esa que le ofrecerá inconfesables ganancias desproporcionadas.

Muchos sostienen que la política es para cualquiera y que todos deben tener esa posibilidad. En realidad, lo saludable sería que los mejores en los negocios, en sus actividades, en cualquier profesión, pudieran estar dispuestos a contribuir en la búsqueda de las soluciones necesarias.

Si el que ingresa a la política lo hace solo para "ganar" más, para construirse un salario, para progresar individualmente, pues entonces la que está en problemas es la sociedad toda. Cuando los que gobiernan son los que solo saben vivir del Estado, y sus posibilidades fuera de ese ámbito son escasas, pues se corre un enorme peligro y el resultado es predecible.

Ese funcionario, solo espera estar cerca del "tesoro", ese que sueña con administrar discrecionalmente y que pretende depredar sin piedad. Si su meta es esa, si espera cobrar más allí que fuera de la política, pues entonces la sociedad será su próxima víctima por demasiado tiempo.

Lamentablemente, los que son un ejemplo en lo suyo, los que aprendieron a generar ingresos genuinamente, demostrando ser útiles a sus comunidades, no desean ser parte de la política. Al menos no en una cantidad suficiente como para evitar que la política haya sido cooptada por los energúmenos que ingresan a ella para saquear sin miramientos a los contribuyentes.

Los votantes tienen una gran responsabilidad en esto que no sucede por casualidad. Si los exitosos, se sintieran respaldados, si se estimulara a los más capaces a comprometerse con las soluciones, otra sería la historia. La visión infantil de suponer que la "política grande" es territorio de todos y que cualquiera puede conducir el barco, es tremendamente nefasta.

Como en todos los ámbitos de la vida, como en casi cualquier actividad, algunos han demostrado una habilidad superior al resto. Los mejores son los que deben estar en el juego y ser protagonistas, lo que debe poder verificarse de antemano, con credenciales y evidencias demostrables.

El aterrizaje, en el mundo de la política, de los improvisados, de los amigos del poderoso de turno, de los que solo buscan un empleo para salir del paso y ganarse algo de dinero, no conseguirá que esta sea una sociedad mejor. Creer en eso, no sólo es ingenuo, sino también, un verdadero despropósito.

Más grave es rechazar públicamente esas premisas, para luego validarlas con actitudes personales cotidianas. Eso tampoco ayuda. Es imprescindible mejorar la política. Pero para eso hay que ocuparse, como sociedad, de alentar a diario, sin mezquindad, a los sobresalientes, a los que pueden exhibir con orgullo sus victorias y estimularlos para que reemplacen pronto a los parásitos de siempre, esos que pululan en el Estado. Si se esperan resultados superlativos, es indispensable extirpar a los mediocres, para que los ciudadanos no queden a merced de los asalariados de la política.

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5 falsos argumentos para no salir del cepo

[caption id="attachment_18351" align="aligncenter" width="600"]lluvia_dólares Eliminar el cepo es un primer paso fundamental. Para la “lluvia de dólares”, falta.[/caption]

A comienzos de la semana pasada, el candidato presidencial por el PRO, Mauricio Macri, sorprendió al sugerir que el 11 de diciembre (de ser elegido presidente) eliminaría el cepo cambiario y dejaría flotar el dólar. La propuesta, en línea con lo que planteábamos aquí hace dos años, despertó las más encendidas críticas y objeciones.

El problema con estas, sin embargo, es que ninguna tiene validez. Revisemos una por una:

1.     Si se elimina el cepo, el dólar se va a disparar:

Desde ya que si se toma como referencia el precio dólar oficial, una eliminación de los controles dejará en evidencia que este era ficticio y podrá decirse que el dólar subió.

Sin embargo, si se considera el precio del dólar en el mercado paralelo, lo que se va a ver es lo contrario, ya que al legalizarse el dólar se eliminará la “prima por riesgo” que se cobra en ese mercado. Hoy el “dólar blue” es un buen indicador de que, en un mercado libre, la divisa norteamericana no costaría $ 8,70. Pero de ninguna manera es un indicador de que esta costaría $ 12,80. En el blue, gracias a la persecución policial, los oferentes son menos y, por tanto, el precio es más elevado. Si se liberara el tipo de cambio serían muchos más los que podrían vender dólares legalmente a precio de mercado. Finalmente, frente a una oferta mayor, lo esperable es que el precio baje, no que suba.

2.   Para eliminar el cepo se necesita, primero, confianza:

Es cierto que para que la gente no huya del peso necesita tener confianza en que, en el futuro, la moneda le servirá para algo. Sin embargo, prohibir con controles esa huída no hace más que reforzar la desconfianza, de la misma manera que nos inspiraría desconfianza que alguien nos invite a su casa pero después nos prohíba salir de ella. En ese sentido, es el cepo el que genera desconfianza y eliminarlo es lo primero que hay que hacer para recuperarla.

3.    Si se elimina el cepo nos quedamos sin reservas:

Primero lo primero: desde que se impuso el control de cambios, el banco central perdió US$ 16.600 millones. En este marco, no parece razonable defender la medida como estrategia efectiva para evitar la sangría.

Por otro lado, eliminar el cepo implica dejar que el tipo de cambio lo decida la oferta y la demanda. Y, si eso ocurre, todos los que tengan divisas tendrán más incentivos para venderlas en el mercado legal, ya que se les pagará lo que verdaderamente valen. Por último, si el tipo de cambio está totalmente libre, el banco central no tiene por qué ofrecer siquiera un dólar de sus reservas, con lo que el argumento de la pérdida queda totalmente diluido.

4.   Sacar el cepo es hacer una híper-devaluación:

Eliminar el control de cambios no es devaluar, aunque sí implica reconocer, en los números oficiales, la devaluación que ya se hizo. Antes del cepo una persona pagaba aproximadamente $ 4,00 por cada dólar que quería ahorrar. Ahora debe pagar $ 10,60 si las autoridades se lo permiten. Pero si no tiene esa suerte, debe ir al mercado paralelo, donde su precio se eleva hasta casi los $13,00.

Esta es la definición de devaluación y el culpable de ella es solamente este gobierno, no el que vaya a venir.

5.    La eliminación del cepo generará inflación:

Eso tampoco es cierto. Imaginemos que el precio de la leche se encuentra controlado por el gobierno y que, un día, se decide eliminar ese control. Es claro que la leche subirá de precio hasta encontrar su nivel de mercado. Es claro, también, que si la leche está dentro de la canasta de bienes que se mide para calcular el IPC, este tendrá una tendencia al alza. Pero que suba el Índice de Precios por la eliminación de precio máximo es distinto a que lo haga sistemáticamente, mes a mes, por la política monetaria del banco central. El mismo principio puede aplicarse al dólar: eliminar el cepo puede aumentar una vez el IPC, pero no generará inflación.

Para concluir, está claro que eliminar el cepo no es una medida que, por sí sola, vaya a solucionar todos los problemas de la economía argentina. Sin embargo, es un necesario primer paso para hacerlo y servirá para regenerar la confianza perdida. Esa confianza será clave para encarar reformas institucionales de fondo, ineludibles si se quiere poner a la Argentina en un camino de crecimiento sostenido en el futuro.

Publicado también en IvanCarrino.com

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¿Inversión pública?

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Hay expresiones que por más que sean de uso corriente deben revisarse al efecto de no tergiversar conceptos clave. En este caso me refiero a la reiterada pero errónea expresión de “inversión pública”. La última vez que discutí el término en cuestión fue durante un congreso de economistas realizado a fines del año pasado.

Como es sabido, el ingreso no consumido es ahorro y el destino exclusivo del ahorro es la inversión. Estos dos últimos conceptos son correlativos e imposibles de escindir. Incluso cuando se ahorra en dinero se está invirtiendo, en este caso guardando efectivo. En todos los casos, la inversión tiene lugar porque se estima que el valor futuro será mayor que el valor presente. El ahorrar bajo el colchón, manteniendo los demás factores constantes, es lo que ocurre: al retirar parte del dinero de la circulación habrá menor cantidad de moneda persiguiendo la misma cantidad de bienes y servicios por lo que los precios  tenderán  a bajar que es lo mismo que decir que el poder adquisitivo de la unidad monetaria aumenta.

Se ha dicho equivocadamente que la inversión solo alude a que como resultado se incrementa la producción de bienes materiales, pero de lo que trata es de producción de valores no necesariamente materiales. Si alguien invierte sus ingresos no consumidos en un mirador desde donde disfruta de puestas de sol, ese es su rentabilidad y así sucesivamente. Si la gente prefiere la riqueza a la pobreza, la inversión primero se canalizará hacia la producción de bienes materiales con rentas también materiales para después eventualmente gozar de los culturales y espirituales.

Entonces, la inversión inexorablemente se refiere a las preferencias subjetivas donde, como queda dicho, se estiman mayores valores en el futuro que en el presente. Es naturalmente un proceso sujeto a las apreciaciones individuales, lo cual no es incompatible con que un grupo de personas reunidas en una empresa formal o no decidan distintos tipos de inversiones según los procedimientos establecidos en sus respectivos  estatutos o acuerdos.

Ahora bien, lo que carece de todo sentido es denominar “inversión” a lo realizado contra la voluntad de los titulares de los recursos. Si una persona le arranca la billetera a un transeúnte y le dice que invertirá lo robado en algo comunitario que el dueño no desea, evidentemente lo menos que puede decirse es que se está utilizando mal el término inversión.

Cuando el aparato estatal decreta la imposición de nuevos gravámenes y se los denomina “ahorro forzoso” tal como ocurrió durante el gobierno argentino de Raúl Alfonsín, se trata de una desfiguración mayúscula del lenguaje. No hay tal cosa como ahorro forzoso puesto que el ingreso no consumido es por su naturaleza voluntario, realizado con recursos propios para destinarlo a inversiones en rubros elegidos y preferidos por el dueño de los fondos.

En la misma línea argumental, la llamada “inversión pública” no es inversión puesto que no procede de estimaciones libres y voluntarias de los titulares respecto a la antedicha relación valor presente-valor futuro en rubros elegidos concretamente y en cada caso por ellos. Técnicamente se trata de gastos públicos. Nada se gana con sostener que la comunidad se beneficiará durante un período largo de tiempo con carreteras dado que si la gente hubiera podido disponer del fruto de su trabajo lo hubiera destinado a otras áreas y destinos (y si lo hubiera destinado a invertir en carreteras, la intromisión gubernamental se torna superflua con gastos administrativos inútiles).

Decimos que se trata de gastos públicos que pueden ser corrientes o en activos fijos, pero por las razones apuntadas resulta impropio recurrir a un término como la inversión que significa otra cosa completamente distinta.

Dicho sea al pasar, en este plano de discusión no estoy pronunciándome por determinado sistema para la construcción y operación de las carreteras (lo cual he hecho en otras oportunidades, por ejemplo, en mi libro Las oligarquías reinantes. Discurso sobre el doble discurso, Buenos Aires, Editorial Atlántida, 1999), en esta ocasión me circunscribo a elaborar sobre el concepto de inversión.

No resulta convincente que a una persona que atribuye prioridad y urgencia a la operación de cataratas de su madre, el gobierno le succione esos ingresos disponibles para “invertir” en carreteras alegando que le hará bien. A estos efectos lo dicho no discute que los aparatos estatales construyan carreteras solo estamos destacando que no se trata de inversiones sino de gastos públicos en activos fijos como contabilización y clasificación en las cuentas nacionales.

Sin duda Keynes ha influido decisivamente en la generalización de la idea de la  “inversión pública”. Especialmente aunque no exclusivamente en su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero este autor tiende a menospreciar el ahorro y a estimular y ponderar la “inversión” proveniente del gobierno la cual mantendría el pleno empleo aun a costa del déficit fiscal financiado con emisión monetaria, lo cual no solo desconoce el hecho de que se trata de una traslación de la fuerza laboral del sector privado al público con salarios nominales más altos pero menores en términos reales debido a los procesos inflacionarios, sino que la susodicha “inversión” detrae recursos de las áreas productivas.

Ya he comentado antes la peculiar noción keynesiana de un supuesto multiplicador que tendría lugar si el gobierno “invierte”. Disculpe el lector por el siguiente galimatías pero es lo que dice Keynes. Antes hemos escrito que sostiene que si el ingreso es de 100, el consumo 80 y el ahorro 20, cuando el aparato estatal “invierte”, por ejemplo, 4 se genera un “efecto multiplicador” ya que se convertiría en 20 puesto que 100 dividido por 20 da por resultado 5 y 5 multiplicado por 4 es 20. Realmente no se comprende el razonamiento que ni Keynes ni ningún keynesiano aclaró nunca. Sin embargo, queda mucho más clara y precisa su exposición en  la misma obra cuando sostiene que “La prudencia financiera está expuesta a disminuir la demanda global y, por tanto, a perjudicar el bienestar” y, sobre todo, cuando concluye que debe apuntarse a “la eutanasia del rentista y, por consiguiente, la eutanasia del poder de opresión acumulativo de los capitalistas para explotar el valor de escasez del capital”.

Nuevamente reitero lo citado también con anterioridad sobre lo escrito por el propio Keynes quien reconoce la filiación de sus propuestas, lo cual ha sido mencionado por el premio Nobel en economía F. A. Hayek en “The Keynes Centenary: The Austrian Critique”, The Economist, junio 11 de 1983, (recopilado en The Collected Works of  F. A. Hayek, en el volumen IX titulado Contra Keynes and Cambridge, Chicago, The University of Chicago Press, 1995). Así, en el prólogo que escribió Keynes para la edición alemana del libro mencionado, en 1936, en plena época nazi, escribió que “La teoría de la producción global, que es la meta del presente libro, puede aplicarse mucho mas fácilmente a las condiciones de un Estado totalitario que la producción y distribución de un determinado volumen de bienes obtenido en condiciones de libre concurrencia y un grado considerable de laissez-faire”.

Es muy común el mantener que como políticas anticíclicas o contracíclicas, el gobierno debe incrementar su gasto -muchas veces descripto como inversión- en épocas de recesión, sin percatarse que esto solo agudiza la mala situación económica puesto que se incrementa la succión de recursos del sector productivo. Es que en estos procesos no hay magia posible, la receta para maximizar el progreso consiste en contar con marcos institucionales civilizados que garanticen los derechos de las personas al efecto de liberar energía creadora.

También la peregrina idea de que la inversión privada es improductiva constituye parte de la fundamentación de la llamada “inversión pública” a los efectos de “hacerla productiva”, formulación que viene de los mercantilistas del siglo XVI y que se sigue repitiendo como si fuera una originalidad popularizada luego por Thorstein Veblen y más adelante por John Kenneth Galbraith. Este último autor insistió en que las inversiones de los particulares no son en necesidades reales puesto que están manipuladas por la publicidad ni son productivas porque el sujeto aislado no tiene la visión de conjunto que tienen los planificadores del gobierno. Sin duda, que Galbraith no considera irreal la compra de su best-seller La sociedad opulenta ni contempla que son precisamente los precios de mercado los que permiten coordinar información y conocimiento disperso, una situación que es dislocada una y otra vez cuando los megalómanos pretenden dirigir vidas y haciendas ajenas.

En resumen, la naturaleza de la inversión se asimila a lo subjetivo y voluntario en el contexto de la estimación de valores presentes y futuros, es por ende impropio aludir a la inversión pública o forzosa como lo sería aludir al amor forzoso. En nada cambia lo dicho si las mayorías en las legislaturas votan “inversiones públicas” puesto que el número no modifica la realidad. Siempre recuerdo que en la Convención Constituyente en Santa Fe (Argentina) de donde surgió la Carta Magna provincial en 1921, los constituyentes se embarcaron en una discusión paralela sobre la existencia de Dios, tema que fue sometido a votación en el recinto…la cual se pronunció por la negativa.

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