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La perversidad social de la inflación

CFK-pobresPERFIL.COM - La defensa de la estabilidad es frecuentemente considerada como una rémora “neoliberal” y opuesta a los alegatos sociales del progresismo y de la izquierda. La historia argentina de las últimas décadas registra frases tales como “la estabilidad es la paz de los cementerios”. También hemos presenciado hace tres años la modificación de la carta orgánica del Banco Central relativizando la función de defender la moneda en beneficio de la de promover el desarrollo. El alegato ideológico que impulsó esta medida enmascaraba la necesidad de enjugar el déficit fiscal, pero logró el apoyo parlamentario no sólo del oficialismo sino también de los partidos autodenominados progresistas. La consecuencia ya está a la vista. La Argentina padece una inflación cercana al 40% anual y en ascenso.

La inflación es antisocial por varios motivos. Cuando un gobierno emite dinero provocando inflación no hace algo distinto que cuando cobra un impuesto. Pero en este caso lo hace indiscriminadamente, sin anuncio y sin reglas. No lo pueden evadir ni eludir quienes dependen de un ingreso fijo que sólo se acomoda a la inflación esporádicamente. Entre aumento y aumento un asalariado está indefenso frente al crecimiento de los precios e inevitablemente reduce su consumo y bienestar. Inevitablemente se exacerba la puja entre precios y salarios. La conflictividad crece junto a la pérdida de horas de trabajo, destruyéndose el clima de colaboración entre empleados y empleadores.

Está en mejores condiciones de defenderse de la inflación quien tiene formación y actividad comercial y financiera. Incluso es posible obtener ventajas económicas si se opera adecuadamente y se tiene suficiente información. Una forma de aprovechamiento posible es la de obtener créditos a intereses inferiores a la tasa de inflación. Claro que para lograr esto no solo habrá que contar con información, sino también con acceso privilegiado a fuentes de crédito que no están disponibles para todos. Es sabido además, que los bancos gradúan la tasa de interés de sus préstamos según el riesgo de devolución. En otras palabras la ventaja de ese tipo de créditos está reservada para quienes tienen holgura económica, no para los más necesitados. La inflación potencia estas ventajas así como dramatiza las desventajas de los que solo acceden a préstamos de altísimo interés. Los jubilados son víctimas muy sensibles de la inflación, particularmente en la Argentina. Desde la estatización de las jubilaciones privadas, prácticamente todos dependen del sistema estatal de reparto. La actualización de los haberes se realiza dos veces por año en función de índices oficiales de aumentos salariales y de recaudación de aportes. Cuando la inflación se acelera estos ajustes pueden quedar retrasados. La inflación genera incertidumbre y ahuyenta las inversiones. Cuando no hay estabilidad los precios relativos se alteran constantemente impidiendo cualquier proyección de negocios. Es peor cuando los gobiernos intentan congelamientos de precios. Lo que consiguen es destruir algunas actividades que no pueden eludir los controles, sin evitar finalmente el desborde inflacionario que es motivado por otras causas más profundas. Si no hay inversiones no hay creación de empleo y se produce desocupación y caída del salario real. La inflación genera pobreza, mayor desigualdad y decadencia. Lo notable es que esto no se haya aprendido en la Argentina. En la última década el gasto público se aumentó alegremente a niveles inéditos e imposibles de solventar con mayor presión impositiva. Esto no significó mejores servicios ni mayores inversiones estatales. El gobierno lo hizo sabiendo que emergería un déficit importante y que no podría financiarlo con préstamos ni colocaciones de bonos. El gobierno argentino se peleó con el mundo después de haber realizado el default más grande de la historia. El déficit fiscal sólo puede ser cubierto con los fondos de los jubilados, que tienen un límite, y con emisión monetaria. O sea con inflación. En definitiva estamos gobernados por quienes nos han hablado de un modelo de inclusión, pero que finalmente resulta de inflación y de exclusión. Nota Publicada en Perfil.com  y Fortunaweb.com  
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El enorme reto de construir confianza

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Los países que vienen cometiendo errores políticos y económicos de modo secuencial siempre liderados por gobiernos de sesgo populista, enfrentan un desafío inmenso y por lo tanto tienen una gran oportunidad por delante. Si bien no alcanza con advertir el problema y corregir el rumbo, ese primer paso resulta vital para que lo que luego vendrá.

Argentina parece intuir que su itinerario presente no es el adecuado. Tal vez sea ese el principal motivo por el que el oficialismo ya no tiene margen siquiera para ungir a su sucesor pese a la autoproclamada década ganada.

El gobierno padece de una endémica falta de confianza. Si mañana decidiera hacer un cambio significativo en sus políticas, sus intentos igualmente fracasarían, porque se ha ocupado durante años de destruir relaciones y sobre todo mentir sistemáticamente en esa obsesión por el diseño del relato. Ya nadie se toma en serio sus afirmaciones.

No se trata de lo que se ha dicho para obtener votos y ganar elecciones, ni de lo que se ha tergiversado la historia para acomodarla a gusto y paladar. Es que los que toman decisiones saben que el gobierno puede hoy afirma algo y desmentirlo en pocos minutos más. Es inviable generar atracción, conseguir aliados útiles, seducir inversores y ser el centro de atención y respeto, con tanto evidente desprecio hacia los demás.

Los frutos están a la vista. La política económica vigente, es la consecuencia de una cadena interminable de dislates pero sobre todo de concepciones equivocadas, absolutamente superadas. Solo así puede explicarse que una nación con un escenario tan favorable en términos internacionales pueda hoy padecer inflaciones records y un proceso de estancamiento económico que no se compatibiliza con lo que le ocurre a los vecinos de la región.

Aun falta bastante tiempo para el siguiente turno electoral. La actual conducción solo tiene la expectativa de pilotear este vuelo superando las innumerables turbulencias para llegar a destino y entregar la posta al que viene. No hará los deberes, no resolverá ningún problema en este trayecto entre el presente y el momento de ceder el mando. Solo intentará postergarlo todo para que el siguiente se ocupe de ver como los resuelve.

Ya no tiene margen para hacer mucho. La desconfianza que ha generado durante años no desaparece tan fácilmente. Y nada de lo que está ocurriendo, siquiera muestra cierta intención de lograrlo.

En ese escenario, el que triunfe en la próxima contienda electoral y deba asumir la tarea de liderar el futuro, tendrá mucha labor. Pero nada de eso se logrará si los ciudadanos y los dirigentes políticos no comprenden la inmensa necesidad que tiene el país de recuperar credibilidad.

Argentina necesita inversiones, dinero fresco, un flujo de capitales constante que permita generar puestos de trabajo, compensar el imparable drenaje de de divisas y abrir nuevos mercados integrándose al mundo.

Se dispone de abundantes recursos naturales, variedad de climas y oportunidades de negocios casi infinitas. Pero nada positivo sucederá si el próximo gobierno no consigue un categórico consenso que asegure seguridad jurídica y la plena vigencia de la propiedad privada. Sin esos ingredientes, los capitales no aterrizarán y sin ellos el país seguirá vegetando sin despegar.

Es imprescindible un acuerdo amplio que no se plasma solo con la elección del eventual triunfador del proceso electoral, sino también con una sintonía en la misma dirección por parte del Congreso y de la Justicia, pero fundamentalmente con una sociedad dispuesta a cumplir con la palabra empeñada desde ahora y por mucho tiempo. Los vaivenes de la política doméstica, la histórica contradicción de sus marchas y contramarchas, se han constituido en un estigma nacional difícil de superar.

El ciudadano medio se queja porque solo llegan capitales oportunistas que vienen para conseguir rentabilidades importantes y luego escaparse. Tal vez eso sea solo mirar las consecuencias sin comprender las causas. Nadie se instala con convicción a producir riquezas en un país que cambia las reglas de juego con una velocidad inusitada, y que además se ufana de esa dinámica como si fuera una virtud.

Pretender que un inversor apueste su dinero para luego impedirle recuperar su capital o siquiera disponer a discreción de lo obtenido, es desconocer las más elementales reglas de los negocios. Nadie invertirá con esas ridículas normas. Es inconsistente la idea de pretender que alguien invierta para perder o para que en el caso de ganar no pueda retirar lo conseguido. Es evidente que ese capital buscará otros destinos menos hostiles.

Argentina tiene mucho por hacer. La campaña electoral mostrará rivalidades entre candidatos, pero si la clase política en su conjunto no logra edificar las bases de una estrategia consistente, no importará demasiado quién triunfe en las urnas. El país dispone de una oportunidad colosal. No la tiene a la vuelta de la esquina, al menos no por varios meses. Pero si durante este tiempo no acumula aciertos en sus discursos prometiendo lo adecuado y logrando acuerdos que sean capaces de estar más allá de lo electoral, se desperdiciará otra vez la ocasión de enderezar el rumbo. El panorama no es el mejor y esta que se avecina no será una transición sin sobresaltos. Si se entiende lo que sucede, se transita un camino hacia el enorme reto de construir confianza.

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Facebook y compañía

(DPA) FACEBOOKTodas las tecnologías tienen sus pros y contras, incluso el martillo puede utilizarse para calvar un clavo o para romperle la nuca al vecino. Internet puede servir para indagar, digerir y sacar conclusiones valiosas, pero también para recolectar basura. Los celulares pueden servir para la comunicación o, paradójicamente, para la incomunicación cuando el sujeto en cuestión interrumpe la conversación con su interlocutor en vivo para atender una llamada con quien tampoco se comunica en el sentido propio del término. En definitiva no está ni con uno ni con otro.

Últimamente he estado intercambiando ideas con algunas personas cercanas como mi mujer, mi hijo menor Joaquín y mi cuñada Margarita sobre aplicaciones en Facebook que desde que en 2004 irrumpió en escena a raíz del descubrimiento de un estudiante (completado por otras contribuciones posteriores), se convirtió en un sistema que ha crecido de modo exponencial hasta que actualmente hay más de ochocientos millones de participantes.

Hoy parece que decae este instrumento para ser reemplazado por imágenes y textos que aparentemente tienen un plazo de supervivencia. De cualquier modo, las redes sociales en general han servido para muy distintos propósitos, tal vez el más productivo sea la coordinación para protestar frente a gobiernos desbocados, pero en esta nota me quiero detener en otro aspecto medular que me llama poderosamente la atención.

Este aspecto alude a la obsesión por entregar la propia privacidad al público, lo cual sucede aunque los destinatarios sean pretendidamente limitados (los predadores suelen darle otros destinos a lo teóricamente publicado para un grupo). De todos modos, lo que me llama la atención es la tendencia a la pérdida de ámbitos privados y la necesidad de publicitar lo que se hace en territorios íntimos, no necesariamente sexuales sino, como decimos, lo que se dice y hace dirigidas a determinadas personas o también actitudes supuestamente solitarias pero que deben registrarse en Facebook para que el grupo esté informado de lo que sucede con el titular.

Parecería que no hay prácticamente espacio para la preservación de las autonomías individuales, las relaciones con contertulios específicos quedan anuladas si se sale al balcón a contar lo que se ha dicho o hecho. Como es sabido, la Cuarta Enmienda en la Constitución estadounidense abrió un camino luego seguido por muchos otros países por la que se considera lo privado como algo sagrado que solo puede interrumpirse con orden judicial debidamente justificada por la posibilidad cierta de un delito y con la expresa mención de que y porqué se ha de avasallar.

Con los Facebooks y compañía no parece que se desee preservar la privacidad, al contrario hay una aparente necesidad de colectivizar lo que se hace. No hay el goce de preservar lo íntimo en el sentido antes referido. Parecería que estamos frente a un problema psicológico de envergadura: la obsesión por exhibirse y que hay un vacío existencial si otros no se anotician de todo lo que hace el vecino. Es como una puesta en escena, como una teatralización de la vida donde los actores no tienen sentido si no cuentan con público.

Una cosa es lo que está destinado a los demás, por ejemplo, una conferencia, la publicación de artículos, una obra de arte y similares y otra bien diferente es el seguimiento de lo que se hace privadamente durante prácticamente todo el día (y, frecuentemente, de la noche). Una vida individual así vivida no es individual sino colectiva puesto que la persona se disuelve en el grupo.

Ya dijimos que hay muchas ventajas en la utilización de este instrumento por el que se trasmiten también buenos pensamientos, humor y similares, pero nos parece que lo dicho anteriormente, aun sin quererlo, tiene alguna similitud con lo que en otro plano ejecuta el Gran Hermano orwelliano, o más bien, lo que propone Huxley en su antiutopía más horrenda aun porque es donde la gente pide ser esclavizada. En nuestro caso, las entregas de la privacidad son voluntarias (aunque, como queda dicho, algunas derivaciones desagradables no son para nada intencionales por parte de quien publica en su muro).

Es perfectamente comprensible que quienes utilizan Facebook sostengan que publican lo que les viene en gana y lo que desean preservar no lo exhiben, pero lo que llama la atención es precisamente el volumen de lo que publican como si eso les diera vida, como si lo privado estuviera fuera de la existencia.

En modo alguno es que los que exhiben sin tapujos su privacidad a diestra y siniestra sean totalitarios, es que tal vez contribuyan inconscientemente a colectivizar y a diluir la individualidad con lo que eventualmente se corre el riesgo de preparar el camino al mencionado Gran Hermano.

Como he puesto de relieve en otra oportunidad, según el diccionario etimológico “privado” proviene del latín privatus que significa en primer término “apartado, personal, particular, no público”. El ser humano consolida su personalidad en la medida en que desarrolla sus potencialidades y la abandona en la medida en que se funde y confunde en los otros, esto es, se despersonaliza. La dignidad de la persona deriva de su libre albedrío, es decir, de su autonomía para regir su destino.

La privacidad o intimidad es lo exclusivo, lo propio, lo suyo, la vida humana es inseparable de lo privado o privativo de uno. Milan Kundera en La insoportable levedad del ser anota que “La persona que pierde su intimidad lo pierde todo”. Lo personal es lo que se conforma en lo íntimo de cada uno, constituye su aspecto medular y característico.

La primera vez que el tema se trató en profundidad, fue en 1890 en un ensayo publicado por Samuel D. Warren y Luis Brandeis en la Harvard Law Review titulado “El derecho a la intimidad”. En nuestro días, Santos Cifuentes publicó El derecho a la vida privada donde explica que “La intimidad es uno de los bienes principales de los que caracterizan a la persona” y que el “desenvolvimiento de la personalidad psicofísica solo es posible si el ser humano puede conservar un conjunto de aspectos, circunstancias y situaciones que se preservan y se destinan por propia iniciativa a no ser comunicados al mundo exterior” puesto que “va de suyo que pérdida esa autodeterminación de mantener reservados tales asuntos, se degrada un aspecto central de la dignidad y se coloca al ser humano en un estado de dependencia y de indefensión”.

Tal vez la obra que mas ha tenido repercusión en los tiempos modernos sobre la materia es La sociedad desnuda de Vance Packard y la difusión más didáctica y documentada de múltiples casos es probablemente el libro en coautoría de Ellen Alderman y Caroline Kennedy titulado El derecho a la privacidad. Los instrumentos modernos de gran sofisticación permiten invadir la privacidad sea a través de rayos infrarrojos, captación de ondas sonoras a larga distancia, cámaras ocultas para filmar, fotografías de alta precisión, espionaje de correos electrónicos y demás parafernalia pueden anular la vida propiamente humana, es decir, la que se sustrae al escrutinio público.

Sin duda que en una sociedad abierta se trata de proteger a quienes efectivamente desean preservar su intimidad de la mirada ajena, lo cual no ocurre cuando la persona se expone al público. No es lo mismo la conversación en el seno del propio domicilio que pasearse desnudo por el jardín. No es lo mismo ser sorprendido por una cámara oculta que ingresar a un lugar donde abiertamente se pone como condición la presencia de ese adminículo.

Si bien los intrusos pueden provenir de agentes privados (los cuales deben ser debidamente procesados y penados) hoy debe estarse especialmente alerta a los entrometimientos estatales -inauditos atropellos legales- a través de los llamados servicios de inteligencia, las preguntas insolentes de formularios impositivos, la paranoica pretensión de afectar el secreto de las fuentes de información periodística, los procedimientos de espionaje y toda la vasta red impuesta por la política como burda falsificación de un andamiaje teóricamente establecido para preservar los derechos de los gobernados.

Pero es sorprendente que hoy haya entregadores voluntarios de su privacidad que es parte sustancial de la identidad puesto que de la intimidad nace la diferenciación y unicidad que, como escribe Julián Marías en Persona, es “mucho más que lo que aparece en el espejo”, lo cual parecería que de tanto publicar privacidades desde muy diversos ángulos queda expuesta la persona en Facebook (además de que en ámbitos donde prevalece la inseguridad ese instrumento puede tener ribetes de peligrosidad).

Demás está decir que este tema no debe ser bajo ningún concepto materia de legislación, la cual infringiría una tremenda estocada a la libertad de expresión que constituye la quintaesencia de la sociedad abierta en la que todos pueden escribir y decir lo que les venga en gana y por los medios que juzguen pertinentes (cosa que no es óbice para que quienes consideren que sus derechos han sido lesionados interpongan las demandas correspondientes ante la Justicia, siempre como un ex post facto, nunca censura previa).

A lo dicho anteriormente también ahora se agrega la multiplicación de los “selfies” (sacarse fotografías a uno mismo), sobre lo cual acaba de pronunciarse la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) en su reunión anual en Chicago respecto a la compulsión de sacarse fotos varias veces en el día y publicarlas en Facebook. Esta asociación de profesionales concluye que “esa pulsión se debe a una forma de compensar la falta de autoestima y llenar un vacío”.

El que estas líneas escribe no tiene ni tuvo Facebook por pura desconfianza, sin embargo manos misteriosas -un verdadero enigma propio del mundo cibernético- le han fabricado dos que en cada caso se aclara que “no es oficial” y que contiene algunos artículos y ensayos del suscripto. Es posible que esta noticia sea irrelevante, pero de todos modos la consigno como una nota a pie de página para el cierre de este apunte periodístico.

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Dónde se vive mejor o peor en América Latina

Costa Rica Feliz!¿Cuál es el mejor vividero de América Latina? Costa Rica. ¿Cuál es el peor? Cuba. Y hay una gran distancia entre ambos países.

¿Cómo se sabe? Lo afirma, indirectamente, el Índice de Progreso Social del 2014, una sabia entidad sin fines de lucro ni prejuicios ideológicos, dirigida por un puñado de profesionales de primer rango. Se puede googlear fácilmente por medio de Internet. Vale la pena examinarlo.

Los expertos han ponderado 56 factores importantes que miden la calidad de vida de 132 naciones. Estos elementos, a su vez, se inscriben en tres grandes categorías:  Necesidades humanas básicas, Fundamentos del bienestar y Oportunidades.

De acuerdo con el Índice, secamente objetivo, los cinco primeros países de América Latina son Costa Rica, que ocupa el lugar número 25 entre las 132 naciones escrutadas. Uruguay es el segundo y 26 del planeta. Chile aparece en el tercero y 30 del mundo. Panamá es el cuarto y 38 de la lista. Argentina es el quinto y su lugar es el 42.

Los cinco últimos países de Hispanoamérica son: Bolivia el 71, Paraguay 72, Nicaragua 74; Honduras 77; y Cuba, finalmente, el 79. La Isla queda muy mal situada aunque no omiten los manoseados argumentos de la salud y la educación. Forman parte de la ecuación.

Los diez países con mejor índice de progreso social son los sospechosos habituales de siempre y aparecen en este orden: Nueva Zelanda, Suiza, Islandia, Holanda, Noruega, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Canadá y Australia.

Estados Unidos comparece en el lugar número 16, Francia en el 20 y España, pese a la crisis, en un honroso 21, algo mejor que Portugal, que se sitúa en el 22.

Obsérvese que no se mide desarrollo económico y científico, ni se contrasta el PIB per cápita de las naciones, sino se calcula el progreso social valorando elementos como la nutrición, los cuidados médicos, el acceso a agua potable y alcantarillados, vivienda, seguridad, educación, acceso a la información y a la comunicación, sustentabilidad, cuidado del ecosistema, derechos individuales, libertades, tolerancia, inclusión, y otros factores que explican por qué hay países de los que emigran en masa las personas y países de los que apenas se despiden los ciudadanos.

No es una casualidad que en Estados Unidos, foco receptor de inmigrantes legales o indocumentados, no existen concentraciones significativas de costarricenses, uruguayos, chilenos o panameños, pero sí las hay de salvadoreños, nicaragüenses, hondureños y cubanos. Huyen del desastre.

El signo de las migraciones (que el Índice no pondera, por cierto), es, a mi juicio, el síntoma más claro de la calidad general de vida de cualquier sociedad. La mayor parte de la gente emigra en busca de oportunidades de mejorar que no encuentran en su propio terruño.

Hay tres consideraciones importantes que se desprenden del repaso del Índice de Progreso Social. La primera, es que en América Latina las naciones que se autodenominan “progresistas”, las del Socialismo del Siglo XXI, son, en general, las que menos progresan. Venezuela es el país número 67 del universo analizado, Ecuador el 50 y, como queda dicho, Nicaragua el 74, y Cuba, en la cola, el 79. Una vergüenza.

La segunda, es que los treinta países que mejor puntuación obtienen son democracias liberales en las que rige la economía de mercado y se disfruta de libertades políticas. Podrán tener una mayor presión fiscal, como sucede en Dinamarca, o menor, como ocurre en Suiza, pero ese factor no altera el dato esencial de que se trata de los países más habitables del planeta.

La última observación es que esta nueva medición reitera, por otra vía, lo que también nos dice el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, o incluso el que mide la “percepción de corrupción” compilado por Transparencia Internacional. Los países menos corruptos son los más prósperos y desarrollados. La lista es aproximadamente la misma.

En realidad: nada nuevo bajo el sol. Pero esta vez todo está organizado de una manera más persuasiva para que lo entienda todo aquel que no esté cegado por el dogmatismo ideológico. Googléenlo y lo comprobarán.

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Final de fiesta

créditoPara entender la realidad de lo que le está sucediendo a la economía argentina, nos plantearemos un sencillo ejemplo doméstico. Suponga que usted decide abrir una cuenta en un banco y éste le da su primera tarjeta de crédito. Ahora, con ella, puede pagar un montón de cosas y gastar más de lo que gana. Así que empieza a salir más seguido a restaurantes, al cine, va más a la peluquería, sale de vacaciones de verano a un lugar exótico y se da todos los gustos, etcétera. Además, como le queda más efectivo, les aumenta la mensualidad a sus hijos, que se la pasan todos los fines de semana de fiesta en fiesta y de bar en bar.

La mala noticia llega junto al resumen de cuenta. Cierto, puede pagar el mínimo de la tarjeta y empezar a endeudarse crecientemente, pero usted es una persona responsable y sabe que así terminará con su casa rematada. Así que junta a su familia y le cuenta que habrá que olvidarse de las próximas vacaciones de invierno y las salidas, y que la mensualidad de los chicos deberá recortarse a una mínima expresión. Dejará de ser el ídolo que les daba todo, para ser el desalmado que se lo quita. Sin embargo, usted estará haciendo lo correcto para corregir la barrabasada que, en realidad, hizo antes.

El gobierno kirchnerista encontró un país en rápida reactivación. Esto le permitió incrementar fuertemente la recaudación tributaria, a la que se sumó la suba de la presión impositiva sobre los sectores favorecidos por el enorme aumento de los precios internacionales de las commodities. Cuando esto no le alcanzó para seguir aumentando el gasto, se apropió de los ahorros para la vejez de aquellos que aportaban al sistema de capitalización. Pronto, también, fueron insuficientes y buscaron que el Banco Central les transfiriera crecientes recursos aumentando cada vez más el impuesto inflacionario. Con el tiempo, miraron hacia las reservas internacionales y, también, rompieron esa "alcancía".

El problema es que en algún momento no quedan más monedas en el "chanchito" y llega el resumen de cuenta. Ahora, ¿actuaremos como el padre responsable que hace el esfuerzo de ordenar las finanzas de su hogar o como el que termina con la casa familiar rematada por no hacerlo?

Durante la gestión kirchnerista se mantuvo congelado lo que pagábamos por los servicios públicos. Al principio, a costa de la descapitalización de las empresas proveedoras y, cuando eso fue insostenible, con el aporte de los contribuyentes, cubriendo los costos mínimos necesarios para seguir prestando los servicios. Por supuesto, este subsidio nos permitió gastar por encima de nuestras reales posibilidades.

Además, durante los últimos años, el Banco Central despilfarró reservas internacionales manteniendo el dólar oficial más bajo que su verdadero valor. Por lo tanto, todos los bienes que se pueden exportar e importar (lo que compramos en hipermercados, ropa y medicamentos), que siguen la cotización de la moneda estadounidense estuvieron artificialmente bajos; lo que, también, nos permitió gastar en otras cosas. ¿En qué? Fundamentalmente, en servicios privados (peluqueros, divertimento, restaurantes, medicina, educación, ayuda para el hogar, etcétera) que pudieron cobrar más por su trabajo. Es decir, su poder adquisitivo subió y, cabe recordar, que nuestros ingresos son el servicio por excelencia de la economía. Desde un punto de vista electoral, este artificialmente mayor nivel de vida era sumamente redituable.

Lo malo es que si el Gobierno pretendía seguir exprimiendo al Banco Central para financiar sus excesos de gasto y un consumo "mágicamente" alto, la autoridad monetaria marchaba a la quiebra y, con ella, nosotros. Así que subió el tipo de cambio "cepo" a un valor algo más realista. Por ende, aumentaron los precios de los bienes que dependen de él. Por eso, ahora, cuando la gente va al hipermercado, a la farmacia o a comprar ropa se agarra la cabeza. Sobre llovido, mojado, el Gobierno tiene que bajar el ritmo de crecimiento de su gasto; lo que implica quitar los subsidios. Así que, ahora, tendremos que reducir fuertemente otras erogaciones, principalmente, servicios privados que deberán moderar sus precios para no perder sus clientes. Conclusión, sus ingresos perderán fuertemente poder adquisitivo y la peor noticia es que los salarios son el principal servicio de una economía. De modo que, en el mediano plazo, los argentinos verán una gran reducción en su nivel de vida.

Lo peor es que el despilfarro fue grande y la cuenta también lo es, así que el ajuste recién empieza. Muchos despotricarán, olvidando que es la consecuencia de haber vivido por encima de nuestras posibilidades y que es inevitable tener que hacerlo, como lo era en el ejemplo de nuestra familia. Si los argentinos aprendiéramos a reclamar a los gobiernos cuando empiezan a malgastar en "fiestas" demagógicas, no repetiríamos una y otra vez esta vieja historia de quejarnos cuando llega la factura que, nos guste o no, tendremos que pagar. La clave es votar gobiernos que cuiden nuestro dinero.

* Publicado originalmente en La Nación, edición impresa.
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