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Una perla en la biblioteca

Días pasados buscando un libro me encontré con la grata sorpresa (afortunadamente suele ocurrir con alguna frecuencia) de una obra publicada por seis estudiantes universitarios, en 1974. Se titula The Incredible Bread Machine que, ni bien parió, tuvo los mejores comentarios en la prensa estadounidense y de académicos de peso y, consecuentemente, logró una venta sustancial en varias ediciones consecutivas y traducciones a otros idiomas. Los autores son Susan L. Brown, Karl Keating, David Mellinger, Patrea Post, Suart Smith y Catroiona Tudor, en aquel momento de entre 22 y 26 años de edad.

Abordan muchos temas en este libro, pero es del caso resaltar algunos. Tal vez el eje central del trabajo descansa en la explicación sumamente didáctica de la estrecha conexión entre las llamadas libertades civiles y el proceso de mercado. Por ejemplo, muchas personas son las que con toda razón defienden a rajatabla la libertad de expresión como un valor esencial de la democracia. Sin embargo, muchos de ellos desconocen el valor de la libertad comercial al efecto de contar con impresoras y equipos de radio y televisión de la mejor calidad si no existe el necesario respeto a la propiedad privada en las transacciones. Estos autores muestran la flagrante incongruencia.

A girl from an underprivileged background learns to use a computer at Mashal School on the outskirts of Islamabad

Además, como nos ha enseñado Wilhelm Roepke, la gente está acostumbrada a fijar la mirada en los notables progresos en la tecnología, en la ciencia, en la medicina y en tantos otros campos pero no se percata que tras esos avances se encuentra el fundamento ético, jurídico y económico de la sociedad libre que da lugar a la prosperidad.

Este es un punto de gran trascendencia y que amerita que se lo mire con atención. Se ha dicho que los que defienden el mercado libre son “fundamentalistas de mercado”. Si bien la expresión “fundamentalismo” es horrible y se circunscribe a la religión y es del todo incompatible con el espíritu liberal que significa apertura mental en el contexto de procesos evolutivos en los que el conocimiento es siempre provisorio sujeto a refutación, es útil traducir esa imputación al respecto irrestricto a los deseos del prójimo puesto que eso y no otra cosa significa el mercado. Quien lanza esa consideración en tono de insulto es también parte del mercado cuando vende sus servicios, compra su ropa o adquiere su alimentación, su automóvil, su computadora o lo que fuere.

El asunto es que en general no se percibe el significado del “orden extendido” para recurrir a terminología hayekiana. Tal como nos dice Michael Polanyi, cuando se mira un jardín bien tenido o cuando se observa una máquina que funciona adecuadamente, se concluye que hay mentes que se ocuparon del diseño respectivo. Eso es evidentemente cierto, pero hay otro tipo de órdenes en lo físico y en la sociedad que no son fruto de diseño humano. Tal es el caso sencillo del agua que se vierte en una jarra que llena el recipiente con una densidad igual hasta el nivel de un plano horizontal. Y, sobre todo, remarca también Polanyi el hecho de que cada persona siguiendo su interés personal (sin conculcar derechos de terceros) produce un orden que excede en mucho lo individual para lograr una coordinación admirable.

En otras oportunidades he citado el ejemplo ilustrativo de John Stossel en cuanto a lo que ocurre con un trozo de carne envuelto en celofán en la góndola de un supermercado. Imaginando el largo y complejo proceso en regresión, constatamos las tareas del agrimensor en el campo, los alambrados, los postes con las múltiples tareas de siembra, tala, transportes, cartas de crédito y contrataciones laborales. Las siembras, los plaguicidas,  las cosechadoras, el ganado, los peones de campo, los caballos, las riendas y monturas, las aguadas y tantas otras faenas que vinculan empresas horizontal y verticalmente. Hasta el último tramo, nadie está pensando en el trozo de carne envuelto en celofán en la góndola del supermercado y sin embargo el producto está disponible. Esto es lo que no conciben los ingenieros sociales que concluyen que “no puede dejarse todo a la anarquía del mercado” e intervienen con lo que generan desajustes mayúsculos y, finalmente, desaparece la carne, el celofán y el propio supermercado.

Es que el conocimiento está fraccionado y disperso entre millones de personas que son coordinadas por el sistema de precios que, en cada instancia permite consultarlos al efecto de saber si se está encaminado por la senda correcta o hay que introducir cambios.

Los autores del libro que comentamos, se refieren a este proceso cuando conectan la libertad con el mercado abierto, al tiempo que se detienen a considerar los estrepitosos fracasos del estatismo desde la antigüedad. Así recorren la historia de los controles al comercio desde los sumerios dos mil años antes de Cristo, las disposiciones del Código de Hamurabi, el Egipto de los Ptolomeos, China desde cien años antes de Cristo y, sobre todo, Diocleciano de la Roma antigua con sus absurdos edictos estatistas.

Los autores también se detienen a objetar severamente el llamado sistema “de seguridad social” ( en realidad de inseguridad anti- social) que denuncian como la estafa más grande, especialmente para los más necesitados,  a través de jubilaciones basadas en los sistemas de reparto. Efectivamente, cualquier investigación que llevemos a cabo con gente de edad de cualquier oficio o profesión comprobaremos lo que significan los aportes mensuales durante toda una vida para recibir mendrugos vergonzosos, ya que puestos esos montos a interés compuesto puede constatarse las diferencias astronómicas respecto a lo que se percibe.

Incluso, aunque se tratara de sistemas de capitalización estatal (que no es el caso en ninguna parte) o de sistemas privados forzosos de capitalización (que si hay ejemplos), se traducen en perjuicios para quienes prefieren otros sistemas o empresas para colocar sus ahorros. Al fin y al cabo, los inmigrantes originales en Argentina, compraban terrenos o departamentos como inversión rentable hasta que Perón las destruyó con las inauditas leyes de alquileres y desalojos, perjudicando de este modo a cientos de miles de familias.

Por otra parte, las legislaciones que obligan a colocar los ahorros en empresas privadas elegidas por los gobiernos, no solo bloquean la posibilidad de elegir otras (nacionales o extranjeras), sino que esta vinculación con el aparato estatal indefectiblemente termina en su intromisión en esas corporaciones, por ejemplo, en el mandato de adquirir títulos públicos y otras políticas que, a su vez, hacen que los directores pongan de manifiesto que no son responsables de los resultados y así en un efecto cascada sin término.

Por supuesto que hay aquí siempre una cuestión de grado: es mejor tener una inflación del veinte por ciento anual que una del doscientos por ciento, pero de lo que se trata es de liberarse del flagelo.

En definitiva, haciendo honor al título, la obra comentada ilustra a las mil maravillas la increíble máquina de producir bienes y servicios por parte de los mercados libres. Concluyen afirmando que todo este análisis “no significa que el capitalismo es un elixir que garantiza que se resolverán todos los problemas que confronta el ser humano. El capitalismo no proveerá felicidad para aquellos que no saben que los hace felices […] Lo que hará el capitalismo es proveer al ser humano con los medios para sobrevivir y la libertad para mejorar en concordancia con sus propósitos”. Y, de más está decir, no se trata de un capitalismo inexistente como el que hoy en día tiene lugar donde el Leviatán es inmenso, fruto de impuestos insoportable, deudas y gastos públicos astronómicos y regulaciones asfixiantes.

Ver también: "Yo, lápiz", animación basada en el texto homónimo de Leonard Read.
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Rusia y la nueva Guerra Fría

Russia's President Putin inks deal to incorporate CrimeaVladimir Putin está experimentando la gloria del héroe victorioso. Ésa es una sensación muy poderosa que genera cierta adicción y tiende a repetirse. Más del 70% de los rusos apoyan la reconquista de Crimea. Retrospectivamente, juzgan con benevolencia la sujeción por la fuerza de Chechenia y el zarpazo dado a Georgia en el 2008 por los territorios de Osetia del Sur y Abjasia. ¿Renace la Guerra Fría? En modo alguno. La Guerra Fría fue un episodio del siglo XX impulsado por una ideología universal de conquista, el marxismo-leninismo, que no era nacionalista sino internacionalista, utopía basada en la superstición de la lucha de clases y en el supuesto parentesco que vinculaba a todos los trabajadores del planeta frente a los capitalistas opresores que poseían los medios de producción. El marxismo-leninismo, sustento de la URSS, era una disparatada construcción artificial, intensamente racional que, tras arruinar a medio planeta y dejar cien millones de cadáveres sobre el terreno, acabó por implosionar como consecuencia de sus propias deficiencias y contradicciones cuando Gorbachov intentó rectificar los “errores”. No eran errores en la ejecución del proyecto. La teoría completa carecía de sentido. No se podía rectificar. Había que sustituirla. Esa fue la ingrata y gloriosa tarea que le tocó a Boris Yeltsin. Esto que hoy ocurre es más emocional y ancla en unas actitudes anteriores al marxismo-leninismo. Dicho en un lenguaje metafórico: el marxismo-leninismo congregaba a las personas tras ideas equivocadas. Era un mal de la cabeza. El nacionalismo las junta tras emociones compartidas. Es un mal del corazón. (En realidad el nacionalismo también es un mal de la cabeza, en la medida en que la sensación física de amar a la patria, ese estremecimiento que provocan los himnos y las banderas, es la consecuencia de la acción de ciertos neurotransmisores encaminados a unificar a las tribus para fortalecerlas y lograr su supervivencia, pero esta aseveración, probablemente cierta, mas nunca confirmada, nos llevaría a un debate diferente que merece otra columna). En fin, los rusos, con Putin en el puente de mando, tratan de reeditar la gloria del viejo imperio construido por los zares. ¿Hay que tratar de frenar este espasmo imperial? Yo creo que sí. El nacionalismo, en pequeñas dosis, además de ser inevitable contribuye al mejoramiento colectivo, pero, cuando se exacerba, como demostró Hitler, puede ser letal. En Rusia, la mayor nación del planeta, que duplica el tamaño de Estados Unidos, Canadá, China o Brasil, los otros gigantes del mundo, vuelven a oírse los peligrosos argumentos del “espacio vital” o del supuesto derecho que tienen los Estados a proteger a las personas pertenecientes a la misma etnia radicadas en diferentes países. (Argumento que en nuestros días muy bien pudiera esgrimir México para invadir el sur de Estados Unidos ante los atropellos contra mexicanos indocumentados de personajes como Joe Arpaio, alguacil de Maricopa en Arizona). ¿Qué puede hacer Estados Unidos ante la actitud de Rusia? Primero, entender que el Moscú  poscomunista no es, por definición, antioccidental. Ya no busca el dominio del mundo sino restablecer la grandeza de Rusia y su rol de potencia internacional. Algo así sucedía en el siglo XIX, cuando Rusia unas veces se aliaba a algunas potencias europeas y otras reñía con ellas. Segundo, mantener afilada y creíble a la OTAN. El razonamiento de Stalin tras la Segunda Guerra vuelve a tener vigencia en Rusia. Entonces el padrecito Stalin pensaba que la seguridad de la URSS dependía del establecimiento de una zona de protección en el Este de Europa que comenzaba en los países Bálticos y no concluía hasta Bulgaria. Hoy casi toda esa zona pertenece a la Unión Europea y está protegida por la OTAN. Para el sostenimiento de la paz es vital que se mantenga esa protección. La OTAN fue un instrumento militar surgido durante la Guerra Fría que impidió el estallido de un tercer conflicto contra la URSS. Ahora servirá de elemento disuasorio ante la nueva-vieja Rusia. Por el bien de todos es muy útil mantenerlo aceitado. Los romanos tenían razón: si quieres la paz debes prepararte para la guerra. Si vis pacem, para bellum.
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Tarea para el hogar: El gasto sólo tiene que subir un 25%

ÁMBITO FINANCIERO.- Es común leer y escuchar dos conceptos que marcarían un cambio de la estrategia del Central. Uno que hace a la “fuerte devaluación” de fines de 2013 y principios de este año y, el otro, a la decisión de “subir la tasa de interés”. A continuación, veremos que ambas afirmaciones son simplificaciones que no reflejan la realidad y trataremos de identificar qué se debería hacer a futuro para avanzar en la estabilización de la economía que, hoy, está “atada con alambres”.

ARGENTINA-ECONOMY-BANK-REDRADOLo primero, es entender que lo que se devalúa es el peso y, en los últimos años, el BCRA ha estado depreciándolo fuerte para cobrar el cuantioso impuesto inflacionario que le ha tenido que transferir al gobierno para que pague sus excesos de gasto. Lo que sucede es que, desde la vigencia del cepo, ha reconocido en el tipo de cambio oficial una pérdida de valor de nuestra moneda mucho menor a la real; por ello, el atraso observado en el valor del mercado controlado. Lo que ha hecho en los últimos meses la nueva administración del Central es reconocer parcialmente esa devaluación previa, llevando el dólar oficial a alrededor de $8. Por supuesto, dado que el cepo ha permitido quitar alguna competencia por los divisas de ese mercado (parte de la de los particulares y de las empresas), es lógico que el tipo de cambio oficial sea menor al que refleja el verdadero valor del peso; pero, aún teniendo en cuenta este punto, creemos que el precio actual es menor al de equilibrio de dicho mercado. Así, no parece buena idea que el actual valor se mantenga en el tiempo y, dado que el peso sigue depreciándose, debería tender a subir para evitar futuros nuevos atrasos que determinen nuevas futuras pérdidas de reservas.

Sin embargo, esto no significa necesariamente que el dólar cepo deba seguir la evolución de los índices de inflación; ya que, por el momento, estos estarán distorsionados por las modificaciones de precios relativos que generó su suba. Téngase en cuenta que, con dicha alza, se dio impulso a los valores de todos los bienes que pueden exportarse o importarse. Se equivoca quien dice que esto no debería ser así. Un señor que produce algo exportable, si el dólar que le pagan sube 20%, tendrá la opción de colocarlo al exterior a ese valor; por ende, para vendérselo a un argentino, le pedirá un precio similar. Un empresario que produce algo importable, verá que quien lo trae de afuera tiene que aumentarlos en 20% y, por ende, ofrecerá sus productos a un valor cercano a ese. Sin embargo, dado que el ingreso de los consumidores es finito, para seguir comprando alimentos, bebidas, ropa y medicamentos, tendremos que bajar nuestro gasto en otros sectores (ej. servicios) y estos deberán moderar sus precios. Por lo tanto, si bien el IPC mostrará un salto en los primeros meses posteriores al salto del tipo de cambio oficial, luego tenderá a acomodarse a la evolución de la depreciación del peso, que dependerá de la política monetaria del BCRA.

Aquí es donde pasamos a la otra afirmación, la del alza de tasas. En realidad no es un cambio de política monetaria en sí, sino el resultado de un cambio en ella. Lo que está haciendo la actual dirección del Banco Central es modificar la forma en la que se hace de los recursos que le transfiere al gobierno para que gaste. Antes, lo hacía con reservas y cobrando impuesto inflacionario, es decir emitiendo más pesos de los que demandaba el mercado y depreciándolos. De esa forma, se apropiaba de parte del poder adquisitivo de lo que los argentinos teníamos atesorados en moneda nacional y, con esos recursos, terminaba financiando el gasto público. Pero, además, el exceso de liquidez que se generaba en el  mercado presionaba a la baja de la tasa de interés. Ahora, para contener la escalada de la inflación y del dólar paralelo, decidió absorber gran parte de lo emitido para financiar al estado a fines de 2013, colocando de deuda propia remunerada (LEBACs y NOBACs). En definitiva, podemos decir que está endeudándose para fondear a un gobierno que no tiene acceso al crédito voluntario, para lo cual tiene que pagar una tasa de interés atractiva. Es decir, no sólo ya no inunda el mercado de pesos sino que, además, compite por el crédito disponible; por lo que es lógico que las tasas hayan subido.

El problema es que esta estrategia, a pesar de haber sido efectiva, no es sostenible en el mediano plazo. El Banco Central continúa perdiendo solvencia para financiar gasto público excesivo y, encima, ahora deberá sumar el pago de los servicios de los mencionados mayores pasivos remunerados. Todos sabemos que cualquier banco que pierde continuamente solvencia termina quebrando y lo mismo le sucederá al BCRA si mantiene demasiado tiempo esta política, con el agravante de que si quiebra, lo haremos todos los argentinos.

Además, como el estado nunca devuelve las transferencias que el Central le hace, no está de más preguntarse cómo terminarán pagándose esas deudas, incrementadas por lo que se capitalice de tasa de interés. Simple, con mayor inflación futura; ya que deberá incluir el pago de los rendimientos correspondientes.

Por ende, se vuelve urgente que el gobierno deje de exprimir al Banco Central como viene haciéndolo hasta ahora. Mantener tasas de crecimiento del gasto primario por encima del 30% es insostenible y llevará a una crisis. Para empezar a alejar la posibilidad de nuevos sustos cambiarios, es necesario que se busquen porcentajes de incremento de 25% o menos para 2014. Esto permitiría bajar el ritmo de emisión a niveles inferiores al 24%, sin acumular un excesivo endeudamiento del Banco Central. La inflación se desaceleraría e, incluso, hasta se podría observar una baja de la tasa de interés en algún tiempo.

¿Con esto alcanza para evitar una crisis? No lo creo; pero es un primer paso importante para seguir ganando tiempo y poder continuar profundizando la desaceleración del crecimiento del gasto público, recuperar la diluida solvencia del Banco Central o, por lo menos, evitar que siga cayendo y generar los cambios que permitan reconstruir la seguridad jurídica perdida en los últimos 10 años. No es imposible, es difícil y mucho más desde la visión ideológica de un gobierno populista.

* Publicado originalmente por Ámbito Financiero bajo el título: "Tarea para el hogar: el gasto sólo tiene que subir 25%".
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Para que la transición sea exitosa

Buenos_Aires-Plaza_Congreso-Pensador_de_RodinLA NACIÓN.- La intensa zozobra que vive nuestra sociedad en cuestiones sociales, políticas y económicas está demandando una gran claridad en las propuestas que las distintas fuerzas políticas ensayan frente a las dificultades actuales. Pero hoy no tenemos esos lineamientos generales, es decir, no existe una alternativa a la acción de políticas públicas que lleva adelante el gobierno nacional. Antes de lo mucho que se puede decir en lo instrumental, conviene empezar por aclarar dos cuestiones básicas. Es clave erradicar del modo más contundente posible la permanente alusión que hacen los miembros del Gobierno a una salida anticipada del poder, aun cuando se lo haga negándolo. Han sido elegidos para gobernar y deben cumplir su cometido en tiempo y forma, y ello implica hacerse cargo de las consecuencias de las políticas implementadas en los últimos diez años. Esa misma apreciación deben grabársela a fuego los distintos segmentos opositores. Ningún costo, social y económico, justifica o compensa el deterioro de una nueva crisis institucional. El comienzo de cualquier programa requiere basarse en un diagnóstico que esté validado por los datos de la realidad. Es decir, hay que empezar por reconocer algo que no puede ser negado en una crisis como ésta. Y eso es que en el fondo de esta crisis económica está la marca indeleble del descalabro fiscal. Dentro de ese enorme problema estructural aparecen cuestiones hoy prioritarias. Una de ellas es la eliminación de los subsidios a la energía, gas y electricidad, que consumen más de 4% del PBI y generan terribles consecuencias macroeconómicas. En el mundo se grava la energía por su impacto contaminante y aquí la subsidiamos a extremos absurdos, con un sesgo distributivo inexplicable. En el mismo plano deben ponerse los subsidios descomunales a las actividades productivas y de servicios, ya sean estatales, paraestatales o privadas, como a los inmensos gastos en publicidad gubernamental en los tres niveles de gobierno. En la misma línea debería adoptarse un impuesto al juego, que ha tenido un rol corruptor tanto de los gobiernos como de la política. El criterio con el gasto público deberá ser eliminar todo aquello que ha crecido de forma inexplicable desde 2006 en adelante. No va a poder cerrarse la brecha fiscal sin un esfuerzo de esa naturaleza. La revisión integral del gasto deberá recorrer los tres niveles de gobierno. El programa fiscal debería apuntar a recomponer el superávit primario sin maquillaje y con metas trimestrales, realistas, nominales y fácilmente verificables. Ello implica aprobar un nuevo presupuesto y derogar superpoderes y facultades de emergencia para evitar nuevas manipulaciones. El presupuesto debe ser el marco normativo inviolable y actuar de ancla del programa financiero. Las transferencias del Banco Central no deberán exceder por ningún concepto las dos terceras partes de las realizadas el año anterior. Las ganancias del Banco Central deberán ser utilizadas para capitalizar la autoridad monetaria. Hay muchos otros frentes que requieren cambios en las políticas públicas. La estrategia comercial debe cambiar radicalmente para facilitar la expansión económica, la eliminación del sesgo antiexportador y la afluencia de divisas. Así, deberán suprimirse todas las restricciones a la exportación, así como también a la importación. Ello impulsará la canasta de exportaciones y la cadena de valor, hoy trabadas por las prohibiciones de exportar. En la misma línea deberá ir la creación de un mercado cambiario financiero y turístico libre, sin intervención del Gobierno, que elimine el dólar turístico y tarjeta, así como toda limitación al ahorro en moneda extranjera. En los hechos, esto producirá un fuerte ahorro de divisas y desatará una importante demanda interna al turismo receptivo. Un punto vital en el programa de emergencia es ofrecer alternativas de ahorro en la moneda local. En primer término, la tasa de interés debe reflejar las expectativas inflacionarias. En segundo término, debe ofrecerse un depósito indexado al tipo de cambio oficial o dólar linked, a tres y seis meses. La cobertura podrían ser letras del Banco Central de la República Argentina o títulos de las provincias por el mismo concepto. Podría también ofrecerse un certificado ajustable por salarios o jubilación mínima, que cubriera el problema de inflación. Una cartera de este tipo resolvería la salida de capitales, por defecto de cobertura o depredación de ahorros. Ello implica simultáneamente cortar todos los créditos subsidiados para evitar mayores pérdidas o las pérdidas vinculadas a la venta de cambio a término. Todo ello deberá completarse con la consecución de los anuncios de resolución efectiva del diferendo en el Ciadi, con Repsol y el Club de París. El impulso a las actividades productivas, en especial la energía, la industria exportadora, el turismo receptivo, la cadena de valor agropecuaria y la inversión permitirá compensar a nivel macroeconómico la astringencia fiscal y la reducción de la financiación monetaria e inflacionaria del déficit fiscal. Es decir que el esquema va a terminar siendo expansivo, a diferencia de lo que hoy nos promete seguir el calvario de la políticas oficiales. Hay además un grupo especial de medidas para ampliar el empleo privado que deberá provenir de la baja de tributos a la actividad productiva del empleo de trabajo, compensado con una carga similar en el monto del impuesto sobre los combustibles y el IVA; también del lanzamiento de contratos especiales de trabajo para incorporar jóvenes y personal desplazado por la falta de empleo productivo en las economías extrapampeanas. La idea es fomentar el reempleo productivo, a partir de la reducción de los subsidios para no trabajar y contribuir a la reducción del consumo doméstico de energía. Los lineamientos que se mencionan se refieren a una transición y no a un programa de un futuro gobierno. Tampoco es un programa para desarrollarse a largo plazo. Es, en cambio, un esquema congruente con el problema de transición que enfrentamos y es compatible con las reformas que habrá que instrumentar en diciembre de 2015. La cuestión es llegar de la manera más ordenada y positiva posible, sin arriesgarnos a una nueva crisis política, económica e institucional.  
* Publicado originalmente en La Nación.
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La maldición del lobby

El origen de los grupos de presión en Estados Unidos tuvo lugar después de la mal llamada Guerra Civil (puesto que no era entre bandos por hacerse del poder sino que los representantes del Sur apuntaban a ejercer su derecho de secesión tal como he escrito en detalle en uno de mis libros) cuando el decimonónico Presidente General Ulises Grant comenzó a recibir a empresarios en el lobby del Hotel Willard en Washington D. C. De allí los lobbistas. Este constituye un tema de gran relevancia. Hoy en la capital estadounidense hay 41.386 lobbistas registrados, es decir, 77 por cada uno de los senadores y representantes, lo cual se traduce en un presupuesto total de tres mil millones de dólares por año. Se ha dicho que el lobbista es absolutamente necesario al efecto de asesorar a los legisladores aunque en la práctica se pasa de contrabando la presión para lograr las metas de los intereses creados de las distintas corporaciones y sectores que en verdad lo que pretenden es favores, mercados cautivos y otras “protecciones” para sus grupos en lugar de operar en el mercado abierto. Se ha dicho también que el lobby no es más que una manifestación de la libertad de expresión y que los respectivos registros permiten la transparencia y minimizan las posibilidades de corrupción. Veamos los asuntos por partes. En primer lugar, en un régimen republicano es del todo innecesario el asesoramiento de referencia puesto que la ley compatible con el derecho es de carácter general aplicable a un  conjunto indefinido de casos, es decir, la protección de las garantías individuales a la vida, a la libertad y a la propiedad en el contexto de la igualdad ante la ley, a saber, el “dar a cada uno lo suyo” según la clásica definición de la Justicia en el contexto de árbitros y jueces en competencia al efecto de descubrir el derecho en un proceso evolutivo y no de ingeniería social y de diseño de la legislación. Por ende, en este contexto nada tiene que hacer el legislador o el juez con áreas o sectores específicos. Hoy en día el Leviatán se ha engrosado de tal manera que los gobernantes proceden como si estuvieran administrando una empresa. Así se legisla sobre el azúcar, la energía, la industria del calzado o las fábricas de inodoros, lo cual es absolutamente incompatible con las funciones de un gobierno republicano tal como, por ejemplo, lo visualizaron los Padres Fundadores en Estados Unidos. Es por esta razón que los gobiernos han crecido exponencialmente: sus funciones no reconocen límite alguno y es por ello que el gasto público, la presión tributaria, el endeudamiento gubernamental, la manipulación monetaria y las crecientes y absurdas regulaciones son a todas luces exorbitantes e inaceptables para cualquier espíritu libre que ha concebido la existencia del monopolio de la fuerza exclusivamente para la efectiva protección a los derechos de todos. El lobbista institucional o el que opera en las sombras significa un grave desvío de los principios y valores republicanos, quien movido por sus intereses particulares pasa por alto y atropella  intereses legítimos de los demás con el apoyo del aparato estatal. En la práctica, además, estos cabildeos significan un intercambio de favores a la espera de recibir apoyos en las campañas electorales. Es en definitiva una cópula hedionda entre el poder político y pseudoempresarios que no quieren someterse al veredicto de la gente a través de la competencia. lobbyDesde Adam Smith en adelante, los liberales han batallado permanentemente contra la relación incestuosa entre los gobiernos y este tipo de empresarios prebendarios que necesariamente explotan a la gente vendiendo a precios más elevados, calidad inferior o las dos cosas al mismo tiempo. Son en verdad asaltantes de guante blanco que como no queda bien para su status social irrumpir en las viviendas de sus semejantes y arrasar con sus pertenencias, lo hacen vía los gobiernos con el apoyo de la ley corrupta. La expresión “ley y orden” está íntimamente atada a la noción básica del derecho, es decir, acciones conformes a derecho conducen al orden social, la paz y la armonía, lo cual nunca ocurre con legislación contraria al derecho, no importa que cantidad de votos la respalda. La contrapartida del derecho es la obligación. La propiedad obtenida lícitamente a través de arreglos libres y voluntarios tiene como contratara la obligación de respetarla, pero si se obtiene por medio del fraude, el privilegio o la fuerza no hay lugar para la referida obligación y si el gobierno la impone convierte la situación en pseudoderecho ya que al otorgar semejante posesión debe sustraerse el fruto del trabajo ajeno. En los tiempos que corren, estamos rodeados de pseudoderechos que son aspiraciones de deseos: el “derecho” a una vivienda digna, a un salario adecuado, a la recreación necesaria, a la felicidad etc. etc. que nos recuerdan la antiutopía orwelliana del Gran Hermano. Es en este contexto en el que hacen su aparición los lobbistas, lo cual resultaba imposible en otros tiempos allí donde el Poder Legislativo se limitaba a administrar las finanzas y cuidar de los derechos individuales. A medida que estos diques de contención se fueron derrumbando, en esa media, los lobby se hicieron más fuertes y decisivos. Nada hay entonces que asesorar a legisladores si se mantienen en el carril del derecho y la consiguiente igualdad ante la ley y si para esto necesitan consejos del tipo lobbista deben renunciar a sus bancas y sus dietas puesto que no estarían capacitados para velar por los derechos de los gobernados. Vamos al punto de la pretendida vinculación al lobby con la libertad de expresión. Todos deben poder ejercerla pero no por ello debe institucionalizarse la obligación de gobernantes de escuchar discursos que no solo no hacen a sus funciones sino, como queda dicho, son incompatibles con el ideario republicano. Del mismo modo, la libertad de expresión no se vulnera porque el dueño de una casa no permite que ingresen a la misma quienes no son deseables y menos si es para insultar a los dueños de casa.

Por último, respecto a que el registro de lobbistas permite la transparencia y evita la corrupción debe tenerse presente en primer lugar que el lobbismo es en si mismo la corrupción de la sociedad abierta por las razones antes apuntadas. En segundo lugar, la transparencia de algo que es contrario al sistema republicano y que facilita la legislación de casos particulares en contraposición a la igualdad de derechos, es contraproducente no por ser transparente sino por inconveniente y dañino.

Lo dicho nada tiene que ver con limitar coactivamente la financiación de campañas electorales con la idea de evitar la devolución de favores, puesto que como he escrito en columnas referidas a la libertad de prensa, esos intercambios se bloquean en otro nivel por medio de marcos institucionales que no permiten el otorgamiento de privilegios.

Entre muchos otros, Giovanni Sartori ha explicitado las características centrales de un régimen libre y los estrictos controles y vigilancia permanente al poder político que ello demanda. Por su lado, James Madison se detuvo a considerar los peligros de las facciones al consignar que “por una facción entiendo un número de ciudadanos, sea mayoría o minoría, a los que guía el impulso, la pasión o los intereses comunes en dirección al conculcamiento de los derechos de otros ciudadanos” y de esto es, precisamente,  de lo que trata el lobby.

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