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El neoliberalismo, el enemigo

LA NACIÓN.- En una de sus recientes matinales conferencias de prensa, el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, afirmó que "desde el neoliberalismo se pretende ajustar el salario de los trabajadores". Vaya uno a saber qué significa neoliberalismo, lo que siempre estudié es la corriente liberal que, por cierto, no se concentra en la economía sino en una serie de principios en el que el monopolio de la fuerza que se le delega al Estado es para defender el derecho a la vida, la propiedad y la libertad de las personas. El liberalismo se opone, justamente, a que los gobiernos utilicen ese monopolio de la fuerza contra los habitantes del país. En todo caso, Capitanich, que pasó por la Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas (Eseade), debería saber que el primer libro de Adam Smith se titula Teoría de los Sentimientos Morales, que el tratado de economía de Ludwig von Mises tiene como título La Acción Humana porque la economía es la ciencia de la acción humana o que una monumental obra de Friedrich Hayek se titula Derecho, Legislación y Libertad y otra anterior Constitution of Liberty, por no citar el famoso Camino de Servidumbre. Cito estos tres autores porque todo parece indicar que Capitanich se limita a identificar el liberalismo con la curva de oferta y demanda, cuando, justamente, los autores liberales concentraron su análisis en el marco institucional que debe imperar para que la economía pueda crecer y mejorar la calidad de vida de los habitantes en forma sustentable.

Formulada la aclaración sobre el fantasma del liberalismo que parece ver el Gobierno, según las palabras de Capitanich, la realidad es que es el propio Gobierno el que quiere limitar los aumentos salariales marcando máximos de un 18 o 20 por ciento anual.

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Pero el problema es que durante todos estos años, el Gobierno actuó al revés de lo que indica una sana política económica, olvidando la ley de Say, que dice que la oferta crea su propia demanda. ¿Qué quiso decir Jean Baptiste Say en su famoso Tratado de economía política? Simplemente que "los productos, en última instancia se intercambian por otros productos" o, puesto de otra manera, antes de poder demandar bienes hay que haber producido otros bienes para intercambiarlos por los bienes deseados. Ejemplo, el panadero le compra al zapatero los zapatos gracias a que primero generó ingresos produciendo pan que le vendió al pintor, que a su vez ganó dinero pintando casas y con eso le compró pan al panadero. Y el dueño de la casa le pagó al pintor con los ingresos que generó fabricando trajes, que se los vendió al abogado que le compró el traje gracias a los ingresos que generó vendiendo sus servicios de abogado. Lo que nos dice Say, es que para poder demandar, primero hay que producir.

Es más, cuanto mayor stock de capital tenga la economía, mayor será la productividad y más bienes y servicios estarán a disposición de la gente, lo que implica que a mayor inversión, más oferta de bienes, precios más reducidos y salarios reales que crecen gracias al aumento de la productividad. Es en este punto en que se relacionan calidad institucional con inversiones y mejora en la calidad de vida de la gente.

Pero el kirchnerismo tomó otro camino. Forzó un consumo artificialmente alto que nada tenía que ver con la productividad de la economía (el stock de capital existente). Más bien se limitó a consumir el stock de capital que había para financiar un nivel de consumo artificialmente alto.

Como ya no queda gran stock de capital que el Estado pueda confiscar para financiar el consumo artificialmente alto que impulsó en todos estos años, además la tasa de inflación es asfixiante y genera malestar en la población, la presión impositiva es insoportable y el acceso al crédito está cerrado, Capitanich no tiene mejor idea que inventar un nuevo enemigo: el neoliberalismo, que en palabras del jefe de Gabinete, quiere ajustar los salarios, cuando en rigor, es el Gobierno el que está ajustando los salarios reales licuándolos con el impuesto inflacionario y no encuentra más stocks de capital y flujos de ingresos para confiscar y repartirlos para que la gente sostenga un nivel de consumo artificialmente alto.

Puesto en términos más sencillos, las palabras del jefe de Gabinete parecen confirmar que el Gobierno tiene miedo a decirle la verdad a la gente, esto es, que durante la famosa década ganada lo que se hizo fue forzar el consumo por encima de los bienes y servicios que realmente podía generar la economía, y ahora, como no puede decir que estuvo engañando a la población, inventa un enemigo fantasma: el temido neoliberalismo que nadie conoce, pero por lo que cuentan las voces oficialistas, parece ser un monstruo muy malo cuyo mayor placer es que la gente se muera de hambre por la calle.

Recordará el lector cuando la Presidenta decía que era bueno que las tarifas de los servicios públicos fueran baratas porque de esa forma la gente disponía de más dinero para consumir. Claro que nunca les avisó que a cambio del televisor, del celular o del electrodoméstico iba a tener cortes de luz por crisis energética, trenes que generan tragedias y rutas que están destrozadas. Y, encima, no hay plata para financiar el arreglo de toda esa destrucción de stock de capital. Ahora no hay ni más electrodomésticos ni luz.

Mi impresión es que esa desafortunada frase de Capintanich, "desde el neoliberalismo se pretende ajustar el salario de los trabajadores", esconde un problema mucho más profundo, que es que tienen miedo de decirle la verdad a la gente. ¿Cuál esa verdad que tiene miedo de decir? Que ya no hay más recursos para sostener la fiesta de consumo artificial. Tienen miedo de decirle a la gente que la engañaron durante un tiempo, pero ya no pueden engañar a todos todo el tiempo. No hay más plata para seguir con la borrachera de consumo que ellos mismos crearon.

Podrán inventar el enemigo del neoliberalismo, pero la realidad es que están por pagar el costo de haberse lanzado a un populismo desenfrenado. Simplemente llegó la hora de la verdad.

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*PUBLICADO EN DIARIO LA NACIÓN, MIÉRCOLES 15 DE ENERO DE 2014

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Otra vez, precios máximos

EL CRONISTA.- Reconozco que es muy tedioso repetir conceptos archiconocidos. Desde Diocleciano en Roma, se vienen explicando los efectos nocivos que se suceden cuando los aparatos estatales intervienen en el mecanismo de precios bajo el rótulo de ‘acuerdos de precios’ o bajo cualquier otra pantalla. Como en nuestro medio estamos enredados con los tomates y otros menesteres tragicómicos, es pertinente volver sobre el asunto.

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Como es sabido, el precio surge como consecuencia de la interrelación de las estructuras valorativas entre compradores y vendedores. No mide el valor puesto que éste opera en direcciones opuestas en la demanda y la oferta (si tuvieran el mismo valor no tendría lugar la transacción). Es como si se tratara de un tablero donde se indican las diversas posiciones (permanentemente cambiantes) que revelan los distintos márgenes operativos que observan los actores en el mercado al efecto de invertir o desinvertir.

Cuando el Leviatán se inmiscuye e impone un precio máximo (es decir un techo obligatorio que naturalmente es más bajo que el de mercado), inexorablemente tienen lugar varios efectos. Primero, se producirá una expansión en la demanda ya que habrá más gente que puede adquirir el bien en cuestión.

Segundo, en ese mismo instante se sucede un faltante artificial del producto puesto que por arte de magia no puede incrementarse la oferta. De allí las colas y las frustraciones debido a que hay quienes pueden comprar pero el bien no está disponible.

Tercero, en la escala de los comerciantes hay los más eficientes que cuentan con márgenes operativos mayores y los menos productivos cuyos beneficios son reducidos. Éstos últimos son los primeros en desaparecer del mercado porque entran en el terreno del quebranto.

Cuarto, se agudiza el faltante mencionado ya que no solo aumenta la demanda sino que ahora se contrae la oferta. Y quinto, se alteran los márgenes operativos del antedicho tablero situación que, al leerse señales falsas, resulta que se tiende a invertir en áreas que la gente en verdad considera menos urgentes (que aparecen relativamente con ganancias más atractivas) y se abandonan justamente los sectores que más se necesitan por deprimir sus márgenes operativos artificialmente. Si se tiene en cuenta que habitualmente los precios máximos recaen sobre productos de primera necesidad, es en éstos sectores en los que paradójicamente se producen los primeros problemas. En la medida en que se generalizan los precios máximos, se generalizan sus efectos y se extienden las dificultades en la evaluación de proyectos, la contabilidad y el cálculo económico en general puesto que se basan en números que en ese momento le agradaron al burócrata y no en precios en el sentido técnico de la expresión.

Es justamente el problema de los precios lo que condujo al Muro de la Vergüenza y a su demolición: si no hay precios por los ataques a la propiedad privada, se pierde por completo el rumbo de la economía y se desconoce la magnitud del consumo de capital puesto que no hay forma de detectarla en ausencia de precios. Por eso hemos ilustrado antes el problema con que, en el extremo, no se sabe si conviene construir caminos con oro o con asfalto.

*PUBLICADO EN DIARIO EL CRONISTA, LUNES 13 DE ENERO DE 2014

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Administrar la escasez, el dilema del Gobierno

LA NACIÓN.- A lo largo de esta década, ante los problemas que se le presentaban, el kirchnerismo y ahora el cristinismo, nunca rectificó el rumbo. Por el contrario, siempre redobló la apuesta.

El gran interrogante es si, ante una situación inédita para el cristinismo, como es el de tener que administrar la escasez, es posible la estrategia de redoblar la apuesta. Dicho de otra manera, el oficialismo solo sabe manejarse en la abundancia de recursos para hacer populismo, pero no sabe administrar un país con escasez de recursos. Su política es la del despilfarro de recursos para hacer populismo, no la de establecer un contexto económico institucional que genere riqueza, por el cual la prosperidad de la gente se produzca a través de un círculo virtuoso de más inversiones, más puestos de trabajo, mayor productividad, mejores salarios reales y más consumo. Todo ese proceso se lo saltearon en todos estos años y fueron directamente a un nivel artificial de consumo que hoy no pueden recuperar por más que redoblen la apuesta.

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Veamos, entre 2002 y 2013, la recaudación impositiva a nivel nacional aumentó el 1600%. Contra una inflación real del orden del 620%, los ingresos tributarios superaron en 1000 puntos porcentuales la inflación. Y a pesar de esa fenomenal carga tributaria, el déficit fiscal se dispara. Basta con ver los adelantos transitorios del Banco Central al tesoro en diciembre, que aumentaron casi en $ 25.000 millones respecto a noviembre, para advertir el fenomenal problema fiscal que mostrarán los números del tesoro en diciembre. El dato a tener en cuenta es que la recaudación crece en términos nominales por debajo de la tasa de inflación, si por el otro lado el gasto sigue subiendo por encima de la tasa de inflación el problema fiscal será cada vez más grave.

¿Opciones para redoblar la apuesta y no tocar el gasto? Por el lado de la presión impositiva no lo veo. Puede intentarlo, pero ya está en un punto en el que la economía está estancada o en recesión dependiendo de los sectores. Si no se genera riqueza no hay impuesto que pueda recaudar (recordar la curva de Laffer). Cobrar impuestos sobre el aire es recaudar cero.

El acceso al crédito externo está cerrado o a tasas descomunales. Otra puerta cerrada, salvo que estén dispuestos a solucionar las deudas pendientes (Club de París, holdouts, etcétera) y blanquear los datos del Indec. El crédito interno es escaso porque no destruyeron el mercado de capitales.

Pueden acelerar el ritmo de expansión monetaria, pero la inflación se les disparará aún más de lo que se ha disparado hasta ahora con el consiguiente malestar social. No olvidemos que la gente elude el impuesto inflacionario o, si se prefiere, hay huida del peso.

Una cuarta opción es consumir más stock de capital. El problema es que eso ya lo hicieron gracias al stock de capital que heredaron en los 90. Los cortes de luz tienen que ver con ese consumo de stock de capital para financiar tarifas artificialmente bajas, así como las tragedias ferroviarias responden a pésimas condiciones de mantenimiento. Consumir más stock de capital significa, por ejemplo, dejar sin luz a mucha más gente o más tragedias ferroviarias. Salvo las escasas reservas que tiene el Central, no les queda mucho stock de capital para financiar el gasto.

Solo podrían redoblar la apuesta haciendo alguna confiscación grosera, y tendría que ser sobre activos o flujos líquidos, lo cual les generaría más problemas económicos que soluciones, sin imaginar la conflictividad social que se dispararía.

Me parece que el Gobierno no tiene margen para doblar la apuesta en materia de política económica porque, como decía antes, solo sabe dilapidar recursos, no administrar en la escasez.

Para mantener este populismo de consumo artificial hay que tener recursos o buscarlos donde sea redoblando la apuesta, y este es el drama del Gobierno. No queda mucho espacio para redoblar la apuesta en materia de recursos económicos. Su drama es que salvo gastar, otra cosa no saben hacer. Y ya no hay mucho más para gastar y seguir la fiesta de consumo.

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*PUBLICADO EN DIARIO LA NACIÓN, JUEVES 9 DE ENERO DE 2014
Las opiniones vertidas en esta nota son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente el opinión de la fundación Libertad y Progreso.
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Los que solo se quejan

No se necesita ser muy avezado para percatarse que el mundo está en problemas. Aparatos estatales adiposos que atropellan derechos por doquier, corrupciones alarmantes, gastos públicos enormes, impuestos descomunales, deudas gubernamentales astronómicas, desempleos vergonzosos, miserias estremecedoras, inflaciones crecientes, regulaciones asfixiantes, modales grotescos, valores morales en decadencia, marcos institucionales deteriorados y, sobre todo, pésima educación, son algunas de las características más sobresalientes de la época.

Estas muestras solo pueden corregirse si se trasmiten principios opuestos al efecto de contar con una sociedad abierta donde prima el respeto recíproco. Hay mil maneras de contribuir: docencia, publicación de obras, ensayos y artículos, asambleas barriales, influencias sociales, reuniones sistemáticas para discutir libros que postulan las ventajas del espíritu liberal, el establecimiento de centros educacionales, cartas de lectores, distribución de textos en la vecindad, participación política en base a claros valores de la libertad y muchísimas otras maneras. Hay tarea para todos los que sepan leer y escribir. No hay excusas. De más está decir que antes de proceder debe estudiarse el tema ya que no tiene sentido difundir lo que no se sabe en que consiste, lo cual también implica un esfuerzo que debe llevarse a cabo.

Pero aquí nos encontramos con un grave problema: la enorme mayoría de las personas que simpatizan con la sociedad abierta y se oponen a los autoritarismos se limitan a quejarse en la sobremesa y una vez finiquitada la comida se olvidan de lo dicho y se dedican a sus quehaceres y arbitrajes personales. Se expresan como si fueran otros los responsables de enderezar la situación.

En realidad todos los que están interesados en que se los respete deberían hacer algo diariamente para explicar o difundir los principios que dicen defender. De lo contrario, el fracaso está garantizado. En su libro más conocido, Ortega ilustra magníficamente el punto al escribir que “Si usted quiere aprovecharse de las ventajas de la civilización, pero no se preocupa usted por sostener la civilización…se ha fastidiado usted. En un dos por tres se queda usted sin civilización. Un descuido y cuando mira usted en derredor todo se ha volatilizado.” Por su parte, desde el lado marxista, Antonio Gramsci consignó el 11 de febrero de 1917: “Odio a los indiferentes también porque me molesta su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos por como ha desempeñado el papel que la vida de ha dado y le da todos los días, por lo que ha hecho y sobre todo por lo que no han hecho.”

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Por supuesto que arremangarse y contribuir en la faena para que se entienda y acepte la necesidad de vivir en libertad no es sencillo y no está exento de costos. No pain, no gain reza el proverbio anglosajón. Es fácil endosar el esfuerzo sobre las espaldas de otros argumentando que esos otros tienen facilidades e inclinaciones para luchar en pos de una sociedad libre. Esto es casi canallesco, puesto que nadie nace sabiendo, todos los que han logrado algo por si se debe a esfuerzos, constancia y mucho trabajo. Es cómodo (y cobarde) replegarse en los sillones de la casa o la oficina y concentrarse en ganancias personales y dejar que otros hagan las tareas sin ver que la peor pérdida es la de la libertad. Si esto se deja correr, es posible que cuando se pretenda reaccionar sea tarde. Es ciertamente duro el entrenamiento y la gimnasia de estudiar e influir sobre el prójimo al efecto de que se entiendan las enormes ventajas del respeto recíproco, pero es lo que hay que hacer por las razones apuntadas.

En no pocas oportunidades se estima que la lesión al derecho por parte del Leviatán ha sido leve y, por ende, no amerita una reacción y se opta por mirar para otro lado, pero como ha dicho Tocqueville “Se olvida que en los detalles es donde es más peligroso esclavizar a los hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas, sin pensar que se puede asegurar la una sin la otra.”

Si en algunos momentos excepcionales no se pudiera contribuir cotidianamente a lo sugerido, se deben destinar recursos a aquellas instituciones que congregan a personas que trabajan en pos de los referidos ideales nobles. Pero, en no pocas ocasiones, desafortunadamente se observa que empresarios irresponsables no apoyan -ni material ni moralmente- a entidades que apuntan a defender valores que no solo son del todo compatibles con el mundo empresario sino que deja de existir la empresa donde no opera el mercado abierto para convertirse los operadores en alcahuetes del poder de turno. Creen así que salvan a sus empresas sin percibir que, en estos contextos, el flujo de fondos se lo manejan burócratas desde la sede gubernamental. Es como ha dicho Lenin “los comerciantes que miran solo sus ganancias se pelearán por vender las cuerdas con que serán ahorcados.”

Y reitero una vez más que lo que venimos comentando nada tiene que ver con la ideología que es la antítesis del liberalismo, puesto que alude a un esquema cerrado, terminado e inexpugnable lo cual contrasta con la apertura mental, el contexto siempre evolutivo del conocimiento, las corroboraciones en todos los casos provisorias y las posibilidades siempre presentes de la refutación.

Es que lamentablemente la naturaleza no nos provee de libertad automáticamente. La civilización no aparece por arte de magia, su elaboración y formación inexorablemente se traduce en una ruta trabajosa no exenta de tragos amargos. No es para nada una originalidad sostener que se quiere vivir en paz, cada uno dedicado a sus cosas personales y a su familia y abstenerse de invertir esfuerzos para lograr el respeto recíproco. Pero el asunto no está en el terreno de la elección: es indispensable la faena de dedicar tiempo, dinero o las dos cosas como dique de contención a las agresivas influencias que socavan los pilares de la civilización. El hartazgo de vivir en un país decadente no se resuelve simplemente mudándose de país (lo cual es del todo respetable, tal como hicieron nuestros ancestros), puesto que en el nuevo lugar de residencia tampoco funciona el endosar en otros la responsabilidad de contención frente a la avalancha de amenazas, ya que en la media en que se generalice esta actitud suicida habrá que preparar otra mudanza hasta que solo quede como reducto el mar rodeado de tiburones. Del mismo modo que no es divertido gastar en alarmas en nuestros domicilios, tampoco es entretenido ni es un pasatiempo agradable el destinar “sudor y lágrimas” para defender la sociedad abierta, es una cuestión de supervivencia.

De más está decir que el dedicarse a los asuntos personales es no solo legítimo sino absolutamente necesario pero no es suficiente, precisamente, porque si no se dedica tiempo a proteger derechos el titular se quedará sin asuntos personales ya que se los arrebatarán.

En verdad, si se computaran todos los que dicen que adhieren a la libertad, la propiedad y el gobierno con poderes limitados a la protección de derechos, y cada uno hace su parte, la batalla estaría ampliamente ganada. El mundo está como está, en gran medida, debido a los apáticos, a los que esperan un milagro para que la situación se revierta en lugar de poner manos a la obra de inmediato.

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Las opiniones vertidas en esta nota son de exclusiva responsabilidad del autor.

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Márgenes de rentabilidad: ¡cuanto más grandes, mejor!

INFOBAE.COM.- Imaginémonos una madre que, al despedir a su hijo cuando sale para ir al colegio le dice: “hasta luego, que te vaya más o menos”. No sucede a menudo, ¿verdad? En general, la madre dirá algo así como “¡cuidate!”, “¡que te vaya bien!”, “¡que tengas suerte!” o alguna forma que exprese el deseo de que el hijo tenga un día de lo mejor. Intuitivamente, podemos ver que tener éxito y que nos vaya bien es el deseo de todos aquellos que nos quieren y que no hay nada de malo en ello.

Sin embargo, en uno de sus desesperados intentos por mostrarle a la gente que esta vez será diferente con el acuerdo de precios, el secretario de Comercio Augusto Costa esgrimió un argumento que, en el fondo, critica que la gente tenga éxito. Afirmó que hay que controlar el éxito (la rentabilidad) de los empresarios porque “la lógica empresarial maximizadora de beneficios” le “pone ciertos límites” a la “distribución de la renta”. En resumen, que el beneficio de los empresarios es el perjuicio de los consumidores.

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El problema con este planteo es que ignora los principios básicos de la economía de mercado. En una economía de mercado, los beneficios abultados/exorbitantes/astronómicos son algo totalmente deseable.

¿Por qué?

En primer lugar, porque en la economía de mercado, las ganancias del empresario son la muestra de que su actividad está satisfaciendo una necesidad social. Si un empresario tiene ganancias, es porque está fabricando un producto o servicio que la gente valora. El primer productor de vestidos amasó una fortuna (seguramente en la forma de otros bienes y servicios que la sociedad intercambiaba con él) pero, al crear un producto que su sociedad necesitaba, mejoró la vida de todos (y todas).

En segundo lugar, porque ese margen abultado de rentabilidad es lo que despierta el espíritu emprendedor de otros individuos que comienzan a competir contra el productor pionero. La consecuencia es un aumento de la producción y, curiosamente, una caída de los precios de venta ya que nuestro segundo productor querrá ganarle el mercado al primero. Finalmente, las grandes ganancias dan lugar a la competencia que -al aumentar la producción y reducir los precios de venta- mejora la calidad de vida de la población.

Tan importantes como las grandes ganancias son las grandes pérdidas. En una economía libre, el empresario es el responsable absoluto de su ganancia y de su pérdida. En ella, los “formadores de precios” no se quedan con algo que “no les toca”, como dice Costa, sino que, si ganan, cosechan la retribución que la sociedad les dio por satisfacer sus necesidades, pero si pierden, deben asumir todo el costo de haber tomado una mala decisión.

Así, el sistema de ganancias y pérdidas guía la producción a sus mejores usos. Si nos pusiéramos hoy a fabricar carretas tiradas por caballos para viajes de larga distancia, probablemente perderíamos toda nuestra inversión. Esta pérdida es información pura. Es el mensaje claro de la sociedad que nos dice: “si querés tener ganancias, tenés que producir algo que satisfaga nuestras necesidades, si no no te elegiremos”.

En la economía de mercado las ganancias astronómicas son la consecuencia de las mejoras astronómicas de la calidad de vida de la población. El sistema de ganancias y pérdidas sin intervención estatal fue, de hecho, el máximo creador de riqueza del siglo XIX y XX y lo seguirá siendo en el siglo XXI.

Pocos días atrás se conoció que Bill Gates retomó su puesto como el hombre más rico del mundo. Su megarriqueza se corresponde con una revolución tecnológica sin precedentes que ha cambiado para bien la manera de comunicarse del planeta entero.

En conclusión, que un secretario de Comercio afirme que se controlarán los márgenes de rentabilidad de los empresarios no solo va en contra del más básico sentido común sino que es una condena a la sociedad a vivir mediocremente.
*PUBLICADO EN INFOBAE.COM, MIÉRCOLES 8 DE ENERO DE 2014
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