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Detroit: ¿la punta del iceberg?

Hace tiempo que economistas de la talla de Peter Schiff, juristas de la envergadura de Andrew Napolitano, políticos del calado de Ron Paul y periodistas con la cobertura de  John Stossel, Glenn Beck y el especializado en economía Stuart Varney vienen advirtiendo de los astronómicos gastos, la deuda fenomenal, la elevadísima presión tributaria, los mayúsculos déficit fiscales y las insoportables y absurdas reglamentaciones paridas en algunos estados y ciudades de Estados Unidos, a lo que se agrega la política estatista y monetariamente expansiva del gobierno central en un contexto del peligroso sistema bancario de reserva fraccional, en última instancia manipulado por la Reserva Federal.

Medios periodísticos orales y escritos estadounidenses han recogido estas severas advertencias, a veces con sorna y descreimiento y a veces con alarma sin que muchas de las opiniones profesionales del ámbito financiero la hayan tomado seriamente en sus denodados esfuerzos por seguir generando arbitrajes y no espantar a inversionistas pertenecientes a las carteras bajo sus administraciones. Unas de las destacadas excepciones internacionales a esto último han sido el antes referido Peter Schiff (Euro Pacific Capital), Jim Rogers (Rogers Holdings) y Fernando Tessore (Inversor Global) que le otorgan el debido peso al problema con reflexiones y asesoramientos sumamente atinados. detroit

Ahora, en la ciudad de Detroit, tradicionalmente una de las más populosas de Estados Unidos, el gobernador de Michigan Rick Snyder junto al administrador de emergencia Kevyn Orr y al intendente Dave Bing pretenden acogerse al capítulo 9 sección 11 de la US Bankrupcy Code para evitar que se sigan apilando juicios frente a la imposibilidad de hacerse cargo de los abrumadores compromisos que el gobierno local debería afrontar. La jueza Rosemarie Aquilina ha fallado sosteniendo que la Constitución de Michigan no autoriza la bancarrota de la ciudad, mientras que el Procurador General ha declarado que apelará esa decisión judicial.

Desde los años cincuenta Detroit perdió prácticamente la mitad de su población que la retrotrae a la que tenía en 1910, drenaje que precisamente se debe al fenomenal peso del Leviatán, gente que, en busca de horizontes más promisorios, huyen del lugar.

Ya antes las tres grandes automotrices (General Motors, Chrysler, y Ford) abrieron plantas en otros estados como consecuencia del acoso sindical en Michigan (el desempleo es ahora del dieciocho por ciento) y a las cargas que significaba lo anteriormente mencionado. En medio de esta situación, algunas de las automotrices comenzaron a tener problemas económicos y financieros por lo que el ex candidato presidencial Mitt Romney (su padre fue presidente de American Motors) escribió un célebre artículo señalando que los barquinazos se incrementarían si el gobierno además les otorgaba ayudas monetarias con el fruto del trabajo ajeno, lo cual sostenía disminuiría la competitividad de esas empresas que no se esforzarían en mejorar su eficiencia.

Tal vez el gobierno de Obama apunte a tapar el problema con más financiación proveniente del bolsillo de los contribuyentes (aunque esto está en discusión), pero en todo caso esto no es eterno cuando el eje central de la economía está averiado, por más que las perspectivas se encuentren anestesiadas por una performance bursátil que se debe al implacable proceso inflacionario que comienza a ponerse de manifiesto. Hay índices de precios al consumidor construidos con rigor metodológico en la ponderación de diversos bienes que muestran el deterioro en el poder adquisitivo del dólar, especial aunque no exclusivamente en lo relativo a la alimentación y la energía, lo cual convierte en infladas las supuestas ganancias exhibidas y, a veces, las transforman en pérdidas (por otra parte, no es muy difícil para cualquiera comprobar el incremento interanual de productos como las hamburguesas, las entradas al cine y similares). No hay disimulo posible ni alquimia que cubra eventuales quiebras de facto en cadena si no se toman medidas de fondo que reviertan la situación.

Hay antecedentes con lo ocurrido en ciudades como Vallejo y Stockton pero ahora los riesgos incluyen a Cincinnati, Minneapolis, Portland, Santa Fe y La Vegas y también situaciones sumamente complicadas de estados enteros como el de California y el de New York (que ya recibió hace tiempo un jugoso bailout para evitar la quiebra) que vienen padeciendo pésimas administraciones. Pero, hasta ahora, ninguna ciudad tan importante como Detroit ha sufrido estos embates gubernamentales (si bien era la cuarta ciudad más importante y hoy es la dieciochava, sigue siendo de peso).

No voy a repetir aquí lo que he escrito en diversos medios sobre la situación estadounidense plasmado en el transcurso de quinientas páginas en mi libro Estados Unidos contra Estados Unidos cuya primera edición del Fondo de Cultura Económica se encuentra agotada y acaba de aparecer una segunda por Unión Editorial de Madrid. De todos modos, es del caso destacar que la deuda del gobierno central es hoy del 105% del producto bruto interno y el déficit fiscal alcanza al 14% de ese guarismo, en un contexto en el que el gasto público se duplicó solamente durante la última década con un agravado desajuste financiero especialmente en las áreas de pensiones y salud.

La indispensable reducción en el gasto público significa transferir recursos de las manos políticas a los bolsillos de la gente, lo cual, a su turno, permite reasignar los siempre escasos factores de producción, y los empleados públicos en áreas no productivas deberán colocarse en sectores productivos mientras se incrementan empleos y salarios en las áreas a las que la gente le atribuye prioridad.  Es sabido que no hay acción sin costos, de lo que se trata es de no seguir minando el futuro y evitar una debacle generalizada.

Para ilustrar gastos improductivos, Ronald Reagan, que siempre insistía que “el gobierno no es la solución sino el problema”, en una de sus visitas a Londres, recordaba que, en Inglaterra, se estableció a principios del siglo diecinueve un cargo para una persona que se apostaba en una colina con un catalejo a los efectos de avisar si se avecinaban tropas napoleónicas “¡y el cargo recién se eliminó en 1945! “, con lo que concluía que “si en Estados Unidos se mantienen esos tipos de empleos, el futuro será verdaderamente negro”.

Circulan unas fotografías por Internet verdaderamente patéticas  de muchos de los lugares públicos en Detroit: hospitales, bibliotecas, colegios, reparticiones burocráticas varias que constituyen un calco de los más atrasados países subdesarrollados africanos, al tiempo que también se exhiben espectáculos entristecedores de comercios en pésimo estado en una ciudad, como queda dicho, otrora a la vanguardia de la modernidad. No pocas opiniones se han levantado desde distintos rincones para señalar  la posibilidad de manifestaciones violentas frente a un cuadro de situación desolador (la tasa de criminalidad en Detroit es cinco veces superior a la media de Estados Unidos).

Hasta no hace mucho -según revistas especializadas- la arquitectura de Detroit era comparada con las más sofisticadas y elegantes de las ciudades más importantes del mundo, pero hoy hay decenas de miles de edificios abandonados y cerca de la mitad del alumbrado público no está operativo, veredas en estado deplorable y las dos terceras partes de las ambulancias municipales están fuera de servicio. Esta catástrofe se adiciona a que Detroit fue uno de los epicentros de la ruinosa política hipotecaria de G. W. Bush.

La formidable energía creadora de Estados Unidos fruto de las garantías a los derechos de propiedad consecuencia de marcos institucionales que siguieron los sabios consejos de los Padres Fundadores, valores que poco a poco se fueron revirtiendo para latinoamericanizarse en el peor sentido de la expresión. Recordemos que al comienzo, los primeros ciento dos inmigrantes que llegaron a las costas norteamericanas en el barco Mayflower, en 1620, establecieron en la colonia Plymouth un sistema comunista de propiedad en común que a poco andar hubo que abandonar abruptamente debido a las hambrunas que producía “la tragedia de los comunes”, reversión cuyos resultados condujeron al extraordinario florecimiento de las cosechas lo cual se viene celebrando desde entonces en el Día de Gracias…no sea cosa que se corra el riesgo de que vuelva a esa dolorosa experiencia anterior, puesto que nada es inexorable en el terreno humano. Reiteramos que esto para nada significa que está todo perdido ni mucho menos, hay personas e instituciones que trabajan cotidianamente para explicar la imperiosa necesidad de retomar los valores tradicionales de ese extraordinario pueblo, en el contexto de una justicia que mantiene su independencia.

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Volvé oposición, te perdonamos

INFOBAE.COM.- En plena carrera electoral para las legislativas de octubre, los candidatos comienzan a mostrar sus perfiles para acaparar al electorado. La antesala de las PASO, entonces, se transforma en un buen período para evaluar las diferentes propuestas económicas de los partidos a ver qué alternativas al “modelo K” tenemos a la vista. Lamentablemente son pocas.

El Frente Renovador

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Por el lado del Frente Renovador de Sergio Massa, ya han anunciado que presentarán una propuesta para elevar el mínimo no imponible del impuesto a las ganancias, que ya alcanza a trabajadores que ganan por encima de 8000 pesos. Esta es una buena idea ya que liberaría del pago del impuesto a muchos empleados que, en realidad, no ganan más que antes sino que simplemente reciben un salario nominal más alto para poder hacerle frente a la inflación. Sin embargo, el mismo Massa declaró, en el programa de Alejandro Fantino, que esta modificación impositiva tiene que estar necesariamente acompañada de otra para “reemplazarle ese recurso al Estado”.

En este sentido, su equipo económico ya trabaja en una propuesta para gravar la renta financiera, algo que ya existe y que el mismo kirchnerismo se apuró a reflotar. Poco queda de Renovador en el Frente de Massa.

El PRO

Otro partido que lanzó su campaña con propuestas económicas fue el PRO que, en Capital Federal, lleva al presidente del Banco Ciudad, Federico Sturzenegger, como candidato a diputado.

En una entrevista, Sturzenegger sorprende gratamente cuando afirma que la Argentina está llena de oportunidades y que “el crecimiento lo hace la gente. La cuestión es darle libertad y la economía florecerá sola”. Además, también afirma que la inflación es un impuesto que debe eliminarse.

Sin embargo, sugiere que la eliminación implicará la creación de algún nuevo impuesto para sustituir la fuente de ingresos que generaba la inflación: “el Gobierno debe sustituir ese impuesto, muy regresivo por cierto, por otros impuestos. Tiene que dar la cara y explicarle a la sociedad en qué gasta, y convencer al Congreso de subir los impuestos necesarios para sostener ese gasto”. Lo extraño del caso es que Sturzenegger siempre sostiene que bajar la inflación es un factor de reactivación de la economía porque equivale, justamente, a reducir un impuesto. Pero si en lugar de bajar un impuesto se lo sustituye por otro, ¿cómo espera que vaya a haber una reactivación?

Devolverle la economía a la gente

Ambos candidatos muestran buenas intenciones pero también una llamativa preocupación por mantener las fuentes de financiamiento del Estado como si éstas fueran sacrosantas. Lo cierto, no obstante, es que las fuentes de financiamiento del Estado son la principal causa, primero, de que la Argentina tenga un índice de inflación récord a nivel mundial y, en segundo lugar, que la presión tributaria sea la más alta de la historia del país (pasando del 24% del PBI en 2003 al 45% en la actualidad).

En los diez años de kirchnerismo, el Estado aumentó su gasto 450% medido en dólares. Eso disparó la inflación, aumentó los impuestos en todas las provincias, fue el origen de la estatización de los fondos jubilatorios, de la polémica resolución 125 y hoy está poniendo en riesgo las finanzas tanto de la ANSES como del Banco Central.

Sin embargo, ni el PRO ni Massa plantean lo saludable que sería, además de bajar los impuestos, bajar el gasto público. La oposición coincide con el kirchnerismo porque ambos operan bajo la premisa de que bajar el gasto público daría lugar a una catástrofe y una recesión, ignorando que lo que ocurriría sería todo lo contrario.

De hecho, eso es lo que pasó en los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Luego del cese de hostilidades, el gasto público en EEUU cayó del 55% al 16% del PBI dando lugar a las predicciones más oscuras. Sin embargo, ninguna se cumplió y el consumo y la inversión se dispararon a medida que el sector privado generaba empleo para los millones de desafectados del ejército.

¿Qué pasó? Que se le devolvió la economía, altamente dirigida y controlada por el gobierno durante la guerra, a los privados y éstos son los que más saben cómo satisfacer las necesidades del público consumidor.

Los altos impuestos y el elevado gasto público desalientan la inversión y dan lugar a un consumo que necesariamente es ineficiente porque no responde a las preferencias de los consumidores sino a las preferencias políticas de los funcionarios y eso, en el tiempo, no es sostenible, dando lugar a crisis, hiperinflaciones, o a situaciones de largo estancamiento y decadencia.

Volviendo a la escena nacional, los candidatos deberían abandonar la demagogia de prometer lo imposible y comprometerse, en serio, con el crecimiento futuro del país. Ese futuro requiere, por supuesto, de una menor carga tributaria. Pero requiere también de su necesaria contrapartida, la reducción del gasto público, de manera que (junto con una inescapable mejora del ambiente institucional) se le devuelva la economía a la gente para que esta tenga más libertad y la economía florezca sola.

*PUBLICADO EN INFOBAE.COM, MIÉRCOLES 24 DE JULIO DE 2013.

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La eterna postergación de las soluciones

Boletas

INFOBAE.COM.- En tiempos de campaña electoral parece una razonable aspiración ciudadana esperar que los candidatos propongan ideas para superar cada uno de los problemas que tanto estremecen a la sociedad.

No menos cierto es que los postulantes se han tomado la mala costumbre de vaciar de contenidos el debate, jugar a las escondidas y hacer de la discusión política una actividad absolutamente superficial.

Abundan evidencias de que el oficialismo no tiene soluciones. Es probable que las conozca, pero queda claro que no está dispuesto a hacerlo. A veces son parte de su estrategia y, por lo tanto, funcionales a sus intereses. En otras ocasiones, las ideas para superarlos implican esfuerzos denodados, sin garantía alguna, y entonces se descarta encararlos.

Sorprende la actitud de un sector importante de la oposición que va desde no plantear propuestas porque no las tiene, a ignorar algunas posibles soluciones porque su implementación sería políticamente incorrecta.

Al recorrer la lista de temas que más inquietan a la ciudadanía se corrobora esta visión. La inseguridad, por ejemplo, aparece en casi cualquier sondeo de opinión, como un asunto de los que generan mayor preocupación.

Que el oficialismo no ha podido con este tema, es innegable. Estos indicadores aumentan sin cesar, pero sólo se perciben intentos insuficientes que apenas consiguen desplazar los fenómenos delictivos de un lugar a otro.

La oposición no dispone siquiera de un buen diagnóstico. No sabrían por dónde empezar, ni como mitigar parcialmente los efectos de este flagelo que padecen cada vez más ciudadanos honestos ante la mirada cómplice de quienes pueden instrumentar medidas para minimizar su impacto.

La inflación creciente es otra catástrofe contemporánea que castiga a todos, pero con más fuerza inclusive a los que menos tienen. Es evidente que al gobierno el tema no sólo no le molesta, sino que lo precisa y por eso ha desarrollado argumentos para justificarlo en estos niveles, como si se tratara de un requisito para el crecimiento económico.

La oposición, por su lado, sólo critica sus efectos, pero no plantea como salir de esta calamidad que carcome los ingresos de los individuos. No lo sabe, ni lo entiende, o tal vez el camino adecuado no le parezca políticamente pertinente. Si se recurre a la emisión de moneda sin respaldo para financiar el gigantesco gasto estatal, pues la inflación entonces vino para quedarse.

Nada cambia demasiado cuando el foco pasa por la corrupción estructural. Es una obviedad que el oficialismo no será quien la elimine. No existe interés y no lo disimulan. Ellos apuestan a utilizar al Estado como si fuera su caja propia, y entonces precisan de la corrupción para hacer política como hasta ahora. Esperar remedios desde ese espacio es algo infantil.

La oposición podría sugerir algo diferente, sin embargo mas allá de la retórica oportunista y demagógica que busca captar votos, nadie habla de desmantelar la perversa red del presente. Algunos de esos políticos, tal vez especulan con la posibilidad de hacer uso de las mismas herramientas una vez que lleguen al poder y por lo tanto no se ocuparán de la cuestión.

En términos generales, el oficialismo prefiere no hablar de estos asuntos, ignorarlos parece ser la fórmula, y cuando ya no se puede evitarlos, los minimiza. Para eso recurre a la distracción como mecanismo infinito. 

Del otro lado, la oposición sólo describe el problema, lo menciona siempre, lo enumera, hace inventario, pero se queda allí, en lo más básico, sin animarse a pensar en ideas novedosas y plantearlas. O no las tiene, o no está dispuesta a pagar el eventual costo político que se deriva de decirlo.

Estas cuestiones, y tantas otras, ya ni se discuten. El debate político se ha tornado insustancial, casi anecdótico. Ya ni se intentan encontrar posibles estrategias para encarar estos asuntos.

En todos los casos, los ciudadanos enfrentan una situación frustrante, y a veces algo ridícula, ya que están convocados a participar de una elección en la que sólo pueden elegir matices de lo mismo, y que en cualquier caso, ni oficialismo ni oposición están decidido a resolver problemas cotidianos.

Es un ejercicio algo perverso. De un lado los votantes esperando soluciones y del otro un ejército de profesionales de la política dispuestos a ofrecer nada a cambio, o mejor dicho, la eterna postergación de las soluciones.

*PUBLICADO EN INFOBAE.COM, DOMINGO 21 DE JULIO DE 2013.

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¿Por quién doblan las cacerolas?

La crisis argentina les costará a las empresas españolas diez mil millones de dólares. A las norteamericanas, otro tanto. Quizás un poco menos. Pero las más perjudicadas, por supuesto, serán las argentinas. Todas --decenas de miles-- verán reducirse el valor de sus activos, perderán ventas en medio de la recesión, y probablemente tendrán que enfrentar un periodo de inflación que llevará a muchísimas a la quiebra. Naturalmente, esas pérdidas se reflejarán en el modo de vida de los argentinos. Serán más pobres. El salario que reciban tendrá menos poder adquisitivo y podrán consumir menos bienes y servicios.

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De eso se tratan las crisis. Ahora viene el periodo de señalar culpables. Los más evidentes, por supuesto, son los políticos. Con excepciones, han sido corruptos, imprevisores e incompetentes. Han gastado mucho más de lo que señalaba la prudencia, convirtiendo las instituciones públicas en agencias de empleo encaminadas a mantenerlos en el poder. Pura "corrupción de baja intensidad'', como hoy se le llama al viejo clientelismo. Pero esos políticos no son gentes extrañas a la población argentina. Por el contrario: han sido elegidos porque forman parte de la sociedad. Los argentinos se reconocen en ellos, y ellos, los políticos, son los grandes expertos en los argentinos. Los políticos no son otra cosa que una expresión del pueblo del que han salido, y se comportan de acuerdo con los valores, usos, costumbres y creencias prevalecientes en el medio. No forman una raza aparte ni son distintos a los farmacéuticos o a los maestros de violín.

¿Adónde nos lleva esta afirmación? A que el corazón del problema radica en los valores, usos, costumbres y creencias prevalecientes en Argentina o en cualquier otro pueblo. ¿Por qué roban los políticos argentinos y los de casi toda América Latina? Porque robar no descalifica moralmente, casi nunca se persigue por la vía penal, y ni siquiera tiene un costo electoral. Perón, que en su primer periodo de gobierno demostró que era deshonesto e incompetente, fue elegido otras dos veces y en ningún caso obtuvo menos del sesenta por ciento de los votos. Es verdad que los políticos argentinos emplearon irresponsablemente a un ejército de funcionarios públicos, pero ¿es posible en nuestros países resultar elegido proponiendo un programa de austeridad, contratación por méritos y sujeción estricta a las reglas? ¿Dónde está el poder de un gobernador que no puede beneficiar al amiguete con una licitación amañada, colocar a la querida en un puesto bien remunerado o acelerar en la buena dirección los trámites de alguien paralizado por la maraña burocrática?

¿Se pueden hacer grandes o medianos negocios en América Latina sin antes "aceitar'' la maquinaria gubernamental con sobornos? ¿No son cómplices de este lamentable fenómeno los empresarios que hoy se quejan del desbarajuste económico pero ayer se prestaron a participar en el delito de cohecho convencidos de que ésa es la única manera e hacer negocios en América Latina?

El mal está enquistado en nuestra cultura. La quiebra actual de Argentina es puramente anecdótica. Se pueden encontrar diez causas directas e inmediatas para explicar este episodio reciente, pero el problema de fondo viene de lejos. Cuando el pueblo desesperado recorre las calles golpeando cacerolas, cuando los mataperros salen a quemar llantas y los ladrones a asaltar supermercados --es bueno darle a cada grupo el nombre que se merece--, están protestando inútilmente. Nada van a resolver de manera definitiva apelando a esos procedimientos. Dentro de cinco o diez años una crisis parecida va a derribar de nuevo lo que se haya logrado reconstruir.

Si este análisis es correcto, quienes quieran contribuir a solucionar los males más severos de Argentina (y de toda América Latina) deben ir a la raíz. Tienen que enfocar sus esfuerzos en modificar los aspectos negativos que provocan nuestras crisis periódicas. Tienen que trabajar en el ámbito de los valores, usos, costumbres y creencias. Tienen que actuar en el ámbito de la cultura. ¿Cómo? Divulgando información, educando, denunciando desde la sociedad civil todo aquello que sea censurable, proponiendo políticas públicas sensatas y evaluando seriamente las iniciativas del gobierno. Lo grave no es que un fugaz presidente haya asegurado que crearía un millón de puestos de trabajo en pocas semanas, sino que millones de argentinos hayan aplaudido esa imbecilidad.

¿Y quién podría pagar un esfuerzo educativo de ese calibre? Naturalmente, las empresas, que son las que directamente sufren el embate de estos desastres económicos. Para las empresas españolas, norteamericanas y, por supuesto, las argentinas, tiene mucho más sentido invertir unos cuantos cientos de millones de dólares en defender vigorosamente los principios sobre los que se sustentan la economía de mercado y el buen gobierno que quejarse periódicamente de las consecuencias de operar en una cultura cuyas coordenadas conducen al despeñadero cada cierto tiempo. Es absurdo que las empresas contemplen capítulos de gastos para anunciar sus productos y rara vez se planteen la necesidad de fomentar un clima económico y político en el que realmente puedan prosperar sin sobresaltos y hacer planes a largo plazo, condiciones básicas del sistema capitalista. A lo mejor ahora es el momento de comenzar la tarea. La lucidez suele ser hija de experiencias dolorosas.

* ARTÍCULO ESCRITO POR EL AUTOR EN ENERO 2002.
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Instituciones y Poder

Con independencia de algunas de las marcadas inconsistencias intelectuales de Ernest Hemingway, es de gran actualidad tener presente lo consignado por esa pluma excelsa en un artículo titulado "La enfermedad del poder", publicado el 5 de enero de 1935 en este mismo diario: "Uno de los primeros síntomas de la enfermedad del poder es la sospecha de cada hombre que lo rodea; luego venía una gran quisquillosidad en todos los asuntos, incapacidad para recibir críticas, convicción de que era indispensable y de que nada se había hecho bien hasta que él [ella] llegó al poder y de que nada se haría bien otra vez a no ser que él [ella] permaneciera en el poder".

enfermedad del poder Nada más ajustado a muchas de las etapas de la historia argentina y la que ocurre en otras regiones. Nos remite a la sabia y conocida sentencia del decimonónico Lord Acton en cuanto a que "el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente". Como ha señalado Popper, la pregunta de Platón sobre quién debe gobernar está mal formulada; el tema crucial son las instituciones "para que los gobiernos hagan el menor daño posible".
*PUBLICADO EN DIARIO LA NACIÓN, CARTAS DE LECTORES, MARTES 23 DE JULIO DE 2013.

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