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La pobreza como negocio político

INFOBAE.COM.- Cabe preguntarnos, con tanto discurso progresista en favor de políticas “inclusivas”, “sociales”, “solidarias”, ¿cómo puede explicarse que todavía subsista la pobreza?

Eso tiene una única razón: la pobreza es un negocio político y patrimonial. El populismo es inimaginable sin pobreza. Los movimientos políticos populistas pierden mercado si no hubiera pobres a los cuales subsidiar y “enamorar”. No es casual que los populismos latinoamericanos hayan generado los tres factores determinantes en el crecimiento de la pobreza: inflación, pérdida de inversiones y pésima calidad educativa.

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Además la pobreza es un negocio patrimonial. Ejércitos de agentes públicos viven de los presupuestos destinados a la solución de la pobreza. La superposición de funciones estatales, los numerosos planes sociales y los agentes públicos y “para-públicos” como los punteros para administrar lo que otros ya administraron son muestras de que se puede vivir bien “ayudando a los pobres con recursos públicos”.

Crear riqueza

El populismo habla de combatir la pobreza pues supone que la riqueza está dada. Por lo tanto hay que sacársela a unos para dársela a otros. El auténtico combate a la pobreza pasa por la creación de riqueza. La creación de riqueza depende de instituciones que canalicen incentivos. Es más progre el libre comercio, las inversiones externas, la prudencia monetaria y el respeto a la propiedad que los planes sociales anunciados con bombos y platillos. Si queremos eliminar las villas de emergencia habrá que otorgar derechos de propiedad sobre las casas, obras de infraestructura en las calles y provisión de servicios adecuados y nominados.

Si queremos mejorar los ingresos de los pobres habrá entonces que motorizar la inversión local y externa sin distinciones, con normas claras, impuestos bajos y regulaciones razonables.

Si queremos que los pobres no sufran el deterioro en sus ingresos habrá que eliminar la inflación, bajándola hasta al cero o,3% como objetivo prioritario. Nada de eso está haciendo el gobierno, más preocupado en esconder la pobreza antes que solucionarla definitivamente. 

La propuesta fácil

La administración K considera que la única forma de combatir la pobreza es mediante la distribución del ingreso. En varias oportunidades la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha manifestado “guste o no, la pobreza se resuelve con distribución del ingreso”. La distribución del ingreso quizás logre que los beneficiados la pasen mejor, pero no contribuirá definitivamente a sacar a la gente de la pobreza en forma consistente y de largo plazo.

Los pobres seguirán siendo pobres y por tanto vulnerables y dependientes del poder político que detenta la soga que evita su ahogo. La distribución del ingreso como mecanismo para eliminar la pobreza requiere un mecanismo de transferencia eficiente y transparente. Es decir, estructuras estatales capaces de cobrar impuestos, administrarlos cristalinamente y distribuirlos hacia aquellas personas que efectivamente lo necesitan.

Parece simple pero en el Estado argentino es una tarea de alta complejidad. Tanto por motivos políticos (incapacidad de explicar los beneficios de identificar a los verdaderos necesitados) como por motivos técnicos (incapacidad de las administraciones públicas de producir información confiable), se ha demostrado que es imposible identificar y subsidiar a la demanda. Es decir, específicamente a aquellas personas que lo necesitan.

Identificar a los necesitados tornaría más eficiente la provisión de subsidios, más económica y justa. Ante esa incapacidad, los estados hacen “la fácil”. Montan estructuras gigantes que sirven más para impresionar y ganar votos que para solucionar problemas. Vemos, por tanto, enormes hospitales públicos inaugurados varias veces con filas interminables de personas en situación de necesidad sin poder ser atendidos.

En lugar de atender directamente al necesitado (subsidio a la demanda) los estados optan por subsidiar a la oferta. Los gastos se multiplican en enormes estructuras que más temprano que tarde se transforman en burocráticas y anquilosadas con baja productividad en los resultados. Redunda entonces, estados grandes, gastos sociales “récords” y pobres más pobres que antes.

La distribución destruye incentivos a la producción. Tanto para el beneficiado como para quien aporta mediante impuestos. El beneficiado internaliza el concepto de que “cualquiera sea su productividad, igualmente el Estado se encargará de compensarlo”. El contribuyente en cambio internalizará el concepto que “para qué esforzarme si de cualquier manera el estado quitará parte de mi esfuerzo”.

Ante la pérdida de incentivos la economía se resiente. Pero además, instrumentos para cobrar impuestos y distribuirlos suelen afectar las decisiones de inversión y producción.

* PUBLICADO EN INFOBAE.COM, VIERNES 12 DE JULIO DE 2013.

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Se termina un ciclo económico... ¿y uno político?

LA NACIÓN.- Algunos políticos y economistas peronistas intentan reciclarse como alternativas al fin de ciclo de la gestión de Cristina Kirchner, que diferencian del rumbo iniciado por Néstor Kirchner. Como opción al peronismo en el poder ofrecen el peronismo opositor. Nada nuevo bajo el sol en una Argentina en la que han gobernado 22 de los últimos 24 años.

cuentas_populismoLa matriz del peronismo es eminentemente populista, de izquierda o de derecha; se basa en la redistribución del ingreso y la concentración del poder. Los instrumentos pueden diferir según el caudillo de turno. Pero hay uno que se mantiene en el tiempo: el gasto público. Un ejemplo, Carlos Menem se autoimpuso un "corset monetario" para superar la hiperinflación. Sin embargo, como todo gobierno populista, a la recuperación económica generada por la estabilidad monetaria y cambiaria, la "aceleró" con el "combustible" de los recursos de las privatizaciones y endeudándose, en un mundo con buenos niveles de liquidez que veía positivamente el rumbo del país. Lamentablemente, en algún momento, "estos auges artificiales" se pagan. La cuenta se la dejó a su sucesor, Fernando de la Rúa, quien terminó enfrentando una crisis económica que derivó en una política y en un default.

Cualquiera que hubiera analizado el gobierno de Néstor Kirchner en Santa Cruz, hubiera podido prever el rumbo populista que tomó su gestión. La concentración de poder, el control de los medios de comunicación, la búsqueda del dominio total de la Justicia y un Estado omnipresente y gastador. La única duda era de dónde saldrían los recursos necesarios, en un país sin crédito. Inicialmente, los aportaron la fuerte reactivación, que se inició a fines de 2002, y un escenario internacional con liquidez y precios relativos nunca antes vistos para nuestras exportaciones. Esto último, además, le permitió aumentar fuertemente la presión tributaria sobre los sectores beneficiados por el contexto externo. El problema es que "los árboles no crecen hasta el cielo", pero el gasto público populista sí lo hace.

Desde 2006, se empezó a usar crecientemente el impuesto inflacionario como financiamiento y, en 2008, la resolución 125 significó una nueva embestida sobre los "exprimidos" recursos del campo. Una rebelión fiscal y el "voto no positivo" frenaron este intento. La mira se puso en otra alcancía, la de los ahorros para la vejez que acumulaba el sistema privado de jubilaciones. Inicialmente, se les ofreció a los aportantes pasarse al régimen estatal de reparto, pero, como la opción generalizada fue quedarse, se los obligó a hacerlo.

UNA ALCANCÍA MÁS

Estos recursos tampoco alcanzaron y, en 2010, fueron por el otro "chanchito", las reservas del Banco Central, al que exprimieron hasta quitarle la solvencia necesaria para regular un mercado único y libre de cambio. Aquí estamos ahora, con un cepo que asfixia crecientemente a los productores de bienes y que, aun así, no evita que el stock de divisas del Central siga "gastándose". La factura del exceso de emisión y de saqueo de las reservas va a llegar y no será fácil pagarla.

Ahora también llegan otras "cuentas pendientes" de esta década populista ¿Cuáles? La caída de la inversión, producción y reservas de hidrocarburos, sector que fue sometido a absurdas y arbitrarias políticas, como fueron las excesivas retenciones y las tarifas controladas que alimentaron un insostenible subsidio a los consumidores. La otra cuenta a saldar es la de los servicios públicos, cuyas tarifas se manejaron arbitrariamente y se usaron para generar demagógicas transferencias generalizadas que terminaron con una mayor demanda de recursos y desincentivaron las inversiones, incluso, en mantenimiento. El capital físico se desgasta y, si se agrega una mayor demanda, no es raro que tengamos accidentes de transporte, una decreciente calidad de las prestaciones y una infraestructura decadente.

El ingreso de la cosecha de soja será como una "transfusión de sangre" a un paciente terminal: lo reanimará, pero no alcanzará para curarlo. Estamos pasando por un "veranito" demasiado fresco, que con un dibujo generoso del Indec, comparado con un período recesivo en 2012, será mostrado como una vuelta a las "tasas chinas". Será sólo un nuevo "relato chino" al que, luego, se le impondrá la realidad.

Es cierto, en términos económicos, estamos ante un final de ciclo de otra gestión populista, que se inició con Néstor Kirchner y que continuó, con estilo propio, la Presidenta. Las facturas de este tipo de políticas llegarán y habrá que abonarlas. Algunos reclamarán que las paguen quienes disfrutaron de la fiesta y se la llevaron en bolsos. Pero, en todos lados y siempre, las paga la gente. Lo relevante es si, en esta ocasión, aprenderemos y si en las futuras elecciones, votaremos distinto. Sólo así podremos hablar de un fin de ciclo político, el del populismo, que nos tienta con un crucero al paraíso, con distinto barco, capitán y algunos otros tripulantes. Pero siempre con el mismo final: el del Titanic.

*PUBLICADO EN DIARIO LA NACIÓN, DOMINGO 14 DE JULIO DE 2013.

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El invierno árabe

Honsi Mubarak gobernó Egipto durante treinta años con mano férrea y la administración de George W. Bush le enviaba prisioneros para ser torturados con la intención de sonsacarles información, lo cual consta en documentaciones como las que, entre otros, presenta Stephen Grey (periodista de la BBC, CNN, Newsweek y The New York Times) en su obra titulada Ghost Plane. The True Story of the CIA Torture Program. Luego vino lo que se bautizó como “la primavera árabe” pero se erró de estación puesto que se acentuó un crudo invierno. Obama, que anda corriendo tras los acontecimientos, al ver lo ocurrido abandonó a su heredado ex socio y apoyó en todos los frentes a los opositores.

Después de multitudinarias manifestaciones callejeras, las elecciones convocadas le dieron el poder a Mohammed Morsi con el 57% de los votos el 17 de junio del corriente año, principalmente provenientes de la agrupación fundada en 1929 por Hassan al Banna denominada la “Hermandad Musulmana” que adultera una religión para imponer criterios autoritarios.

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Resultó en otra expresión más en el mundo de hoy: la alarmante degeneración de la democracia que muta en cleptocracia. Los gobernantes de Estados Unidos (y todos los del planeta) debieran recordar y tener muy presente el célebre fallo de la Corte Suprema de Justicia de ese país en el sentido de que “Nuestros derechos a la vida, a la libertad y la propiedad, a la libertad de expresión, la prensa libre, la libertad de culto y de reunión y otros derechos fundamentales no pueden subordinarse  al voto, no dependen del resultado de ninguna elección” (West Virginia Board of Education vs. Barnette, 319 US, 624, 1943).

Morsi aceleró el régimen totalitario de su antecesor, se arrogó superpoderes, reformó la Constitución al efecto de intensificar la prepotencia del aparato estatal y designó al terrorista Adel al Jayat gobernador de Luxor, lo cual, en un contexto de una desocupación del trece por ciento, control de precios y desabastecimiento de casi todo, reiterados apagones por falta de energía y una inflación anualizada del 21%, hizo que otra aglomeración, también multitudinaria, se rebelara.

Esta situación tentó nuevamente a los militares que dieron un nuevo golpe de Estado, por más que Amr Moussa, el ex Canciller de Mubarak, diga que “no es un golpe sino una impugnación popular” y por más que el vocero de la Casa Blanca Jay Carney dice al respecto que “es complejo determinar” para evitar la mención de un golpe lo cual obligaría a ese gobierno –en medio de su desconcierto después de haber apoyado la mal llamada “primavera árabe”- a suspender la ayuda militar a Egipto que asciende a 1.500 millones de dólares anuales. ¡Para eso sirven 24 agencias estadounidenses “de inteligencia” en funcionamiento!

De cualquier manera, el golpe se ejecutó a manos del general Abel Fatah al Sisi quien entronizó temporariamente como presidente a Adly Mansour quien venia ejerciendo como cabeza del Tribunal Constitucional que anuncia que “habrá elecciones legislativas antes de 2014”. Mientras, hay una guerra civil en ciernes que hasta ahora se tradujo en más de medio centenar de muertos.

En este zafarrancho superlativo vale la pena detenerse por lo menos en tres aspectos: el tema religioso, la política exterior estadounidense y la educación. En primer lugar, es pertinente destacar lo dicho por el premio Nobel Gary Becker en cuanto a que “el Corán es el libro de los hombres de negocios debido al respeto a la propiedad y a los contratos” (Buenos Aires, Infobae, julio 21 de 2003), lo mismo han expresado otros autores como Guy Sorman.

En efecto, en el Corán se lee que “No se inmiscuyan en la propiedad de otros” (2:188) y “El no cumplimiento de un contrato se considera una ofensa” (2: 282) y respecto a las agresiones se consigna que “Quien mata, excepto por asesinato, será tratado como que mató a la humanidad y quien salva a uno es como si salvara a la humanidad” (5:31) y como explica el célebre profesor de religiones comparadas Huston Smith, el jihad significa “guerra interior contra el pecado”. Sin duda que todos los libros considerados sagrados como la Biblia contienen párrafos que interpretados literalmente pueden conducir a aberraciones mayúsculas. Si se toman los graves desvíos de la religión como parte de la misma se concluirá equivocadamente sobre su sentido y su naturaleza, como cuando se pretendió que la Inquisición o las “guerras santas” lideradas por cristianos prominentes y sacerdotes de alta jerarquía eran parte de esa creencia. Por el contrario, por ejemplo, en el caso de España donde los musulmanes estuvieron durante ocho siglos, autores de la talla de Gustave Le Bon (en La civilización árabe), el antes mencionado Huston Smith (en Las religiones del mundo), Thomas Sowell ( en Conquest and Cultures), Henry G. Weaver (en The Mainspring of Human Progress),  Ernst Renan (en Averroes y el averroismo) y Angus Macnab (en España bajo la medialuna) muestran las extraordinarias contribuciones de los musulmanes a la tolerancia, al derecho, a la economía, a la música, la arquitectura, la medicina y a las matemáticas.

Nada favorece más a la guerra que aceptar que se trata de una lucha de religiones sin precisar que los atentados al derecho son realizados por delincuentes y terroristas-criminales sin aditamento de religión. Por el contrario, aquellos salvajes pretenden involucrar a las religiones puesto que saben que con ello se incrementa exponencialmente el grado de fanatismo y de destrucción por lo que se ocultan en sectas como la de los shiitas y sunnitas para cometer sus fechorías asesinas. Los incautos que compran estas historietas no se percatan que existen más de mil quinientos millones de musulmanes en el mundo que no son delincuentes sino personas civilizadas y preocupadas por la malévola desfiguración de su religión (en este sentido subrayo las admirables tareas de la Minaret of Freedom Foundation en EEUU presidida por Amad-ad-Dean Ahmad con quien he mantenido una muy fructífera correspondencia). Por ello, deben ser aplauidos todos los esfuerzos tan constructivos de los movimientos ecumenistas y las misas concelebradas entre cristianos, judíos y musulmanes.

De todas maneras es importante tener presente lo que en la tradición estadounidense -a partir de Jefferson- se conoce como “la doctrina de la muralla”, es decir, la separación tajante entre religión y poder. Las teocracias de cualquier signo constituyen un peligro inmenso: la aventura de que asuman el poder quienes gobernarán en nombre de la verdad absoluta, termina indefectiblemente en el cadalso. En este contexto, las libertades se atropellan “para preservar la pureza de la religión” de la confesión de los que mandan.

El segundo punto, como hemos anunciado, se refiere a la política exterior de Estados Unidos que últimamente va a contramano de todos los sabios preceptos de los Padres Fundadores al pretender la absurda y contraproducente misión de “construir naciones” tal como manifestaba Condoleezza Rice como Secretaria de Estado del segundo Bush (mientras su país se deteriora con gastos públicos inauditos, deuda gubernamental inmensa y un déficit fiscal astronómico).

Estimo que puede ahorrarnos mucho espacio el buen resumen del espíritu republicano estadounidense al reproducir lo dicho por quien fuera Secretario de Estado y Presidente de los Estados Unidos, John Quincy Adams : “América [del Norte] no va al extranjero en busca de monstruos para destruir. Desea la libertad y la independencia para todos. Es el campeón solamente de las suyas. Recomienda esa causa general por el contenido de su voz y por la simpatía benigna de su ejemplo. Sabe bien que alistándose bajo otras banderas que no son la suya, aún tratándose de la causa de la libertad extranjera, se involucrará más allá de la posibilidad de salir de problemas, en todas las guerras de intrigas e intereses, de la codicia individual, de la envida y de ambición que asume y usurpa los ideales de libertad. Podrá ser la directriz del mundo pero no será más la directriz de su propio espíritu”.

En medio de esta situación lamentable en Egipto, como queda dicho, después de que el gobierno de Obama, luego de una amistad tenebrosa con el dictador de turno, alentó el derrocamiento de Mubarak, ahora solo se atina a que la vocero del Departamento de Estado, Jennifer Psaki-antes colaboradora en la sede de la Casa Blanca y campeona de natación en el estilo de espalda- declarare casi como un personaje de Woody Allen y en verdad de espaldas a los hechos: “condenamos severamente toda violencia e incitación a la violencia”.

Por último, debe tenerse muy presente la fertilidad de las labores educativas como herramienta esencial para revertir signos de autoritarismo y explicar y difundir los fundamentos de una sociedad abierta. Muy lamentablemente, buena parte de estas faenas norteamericanas que se dirigen a través de diversos programas para influir en otros países son, por más paradójico que parezca, mayoritariamente de carácter grandemente estatista, tal como lo he documentado extensamente en mi libro Estados Unidos contra Estados Unidos en base a lecturas de obras de gran calado producidas por intelectuales estadounidenses muy preocupados por la política exterior de su país quienes revelan como también repercute negativamente en las condiciones internas del lugar que fuera el baluarte de la civilización.

Entonces, en el caso de Egipto, no parece una buena receta el correr tras los acontecimientos avalando tardíamente lo que viene ocurriendo en un desconcertante ex post facto que no permite saber a ciencia cierta donde se ubican los funcionarios, siempre sorprendidos por los sucesos que en definitiva no saben como manejar, en vez de todo esto sería de desear que centren la atención en lo que tiene lugar en su propio territorio que hoy resulta francamente alarmante para el futuro del mundo libre.

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La buena educación

carlos-alberto-montanerMenudo lío. Escribí que me parecía cínico que los estudiantes chilenos, gentes mayores de edad y presumiblemente responsables, se empeñaran en que otras personas les pagaran los estudios universitarios y, encima, pidieran la clausura de las universidades creadas con fines de lucro, y mucha gente no estuvo de acuerdo.

Al margen de los insultos y las descalificaciones personales, que nada añaden al debate, el mejor argumento de quienes rechazan mi criterio tiene que ver con el bien público. Al conjunto de la sociedad, dicen, le conviene tener buenos profesionales. Así todos progresamos. Es una inversión, opinan, no un gasto.

De acuerdo. Creo que la educación a veces es una inversión y no un gasto. En todo caso, no estoy seguro, exactamente, cuál es la ventaja social de graduar teólogos o filósofos, dos ocupaciones muy respetables, mas escasamente productivas, pero hay varios asuntos que deben abordarse.

El primero es de carácter moral. El Estado, insisto, no debe otorgarles privilegios a los adultos responsables. Las ventajas en calidad de empleo y nivel de salario de los graduados universitarios son muy notables. La gratuidad de la enseñanza universitaria consiste en meterles la mano en el bolsillo a todos para favorecer a unos cuantos de manera permanente.

El Estado, en cambio, puede avalar los préstamos de los universitarios y estimularlos para que estudien. También puede otorgar becas a los mejores. La meritocracia es un factor clave en los sistemas en los que no se busca la igualdad de resultados, sino de punto de partida.

Los padres, naturalmente, también deben responsabilizarse. Si los que los trajeron al mundo, y las personas que los conocen de cerca, no creen en ellos, ¿por qué el resto de los ciudadanos debe pechar con el riesgo de prestarle a quien acaso no va a cumplir sus compromisos?

Los universitarios que pagan sus estudios tienden a esforzarse con mayor interés y a exigirles más a sus profesores. Tienen más incentivos para trabajar y crear riquezas cuando terminan. Los fondos que devuelven sirven para educar a quienes vienen detrás. Es más justo.

Hay universidades públicas y gratuitas en América Latina en las que el promedio de años de estudio por alumno duplica al de las universidades privadas. Ya se sabe que la única ley inalterable de la economía es la que asegura que “cuando la oferta es gratis la demanda es infinita y el consumidor, además, no la valora”.

Por otra parte, los recursos disponibles por el Estado son siempre escasos y hay que emplearlos más inteligentemente. Si se quiere adultos responsables que sean buenos universitarios y mejores ciudadanos, donde hay que poner el acento es en la enseñanza preescolar, primaria y secundaria.

Es en las primeras etapas de la vida donde se forman el carácter y los hábitos, y donde se adquieren lo valores. Ahí, además, comparece casi la totalidad de los niños y jóvenes. Para que la búsqueda de igualdad de oportunidades no sea un fraude, la función del Estado, por medios públicos o privados, es preparar a los niños para que puedan competir y sobresalir en la vida. Un niño de origen humilde, bien nutrido y bien educado, tendrá entonces la oportunidad real de abrirse paso.

La manera de contar con buenos universitarios es formar buenos alumnos en los primeros grados. Es en esa época donde hay que suplirles alimentación adecuada y magníficos maestros, bien remunerados y dotados de buenos métodos pedagógicos, de manera que, cuando lleguen a la edad adulta, puedan tomar las primeras decisiones vitales que en gran medida definirán su destino: cómo se van a ganar la vida, qué estudiarán, qué actividad emprenderán, cómo y cuándo constituirán sus familias.

Quienes hemos tenido la experiencia docente universitaria, sabemos la enorme diferencia que existe entre los estudiantes formados en buenas escuelas durante los primeros grados, y los que provienen de pésimas instituciones, casi siempre públicas, donde los maestros no tienen buena preparación, no están motivados o no están decentemente remunerados.

Una última e inteligente observación, hecha por el profesor Alberto Benegas Lynch desde Argentina: le parece curioso que esos universitarios que se oponen al lucro, cuando se convierten en profesionales rara vez emplean su tiempo en ayudar gratuitamente al prójimo.

Lo dicho: el lucro que les molesta es el de los otros.

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Candidaturas, renuncias y licencias

URNACon la nómina de pre - candidatos a legisladores nacionales ya confirmada en todo el país, se renueva un eterno dilema que, lamentablemente, tiene poca trascendencia para muchos ciudadanos, pero que se constituye en un síntoma más de la escasa calidad de la dirigencia política y la baja expectativa de una sociedad que espera casi nada de los postulantes.

Una candidatura política a un cargo electivo cualquiera, supone la existencia de una campaña que permita al postulante posicionarse para ser considerado seriamente por los votantes como un individuo elegible. En el deambular proselitista, suelen estar ausentes los debates, tal vez porque no sobran las ideas y propuestas, a veces porque los candidatos no tienen ninguna y otras porque la ciudadanía tampoco las considera un requisito determinante para seleccionar una lista por sobre la otra. La transparencia no solo debe plantearse en este esperable terreno, sino en el del financiamiento de la política, la pata más débil de este frágil sistema.

En ese contexto, parece haberse naturalizado la idea de que un candidato, que eventualmente es funcionario público y ocupa un cargo en algún poder del gobierno, en cualquier jurisdicción municipal, provincial o nacional, no precisa pedir licencia en sus tareas, ni mucho menos renunciar a ellas.Por eso se dan situaciones en las que ese funcionario en campaña, con una impunidad absoluta, aparece en fotos, entrevistas, ruedas de prensa y cuanta actividad proselitista pueda imaginarse, mientras se supone que ejerce una labor pública por la que está recibiendo una remuneración. Es evidente que hace campaña durante su tiempo de trabajo y por ende falta a sus responsabilidades, percibiendo entonces una compensación económica que no le corresponde, ante su inocultable ausencia laboral. Ni hablar de cuando los recursos del Estado, pasan a integrar el patrimonio privado o partidario del candidato, que utiliza sin escrúpulo alguno, teléfonos, oficinas, movilidad, viáticos, secretarios, asesores, empleados de cualquier jerarquía, dineros públicos en todas sus formas, para financiar su campaña como si le pertenecieran. No vale la pena profundizar demasiado en hechos de corrupción, que incluyen malversación de fondos estatales cuando cancelan facturas apócrifas para justificar la contratación de servicios o compras de bienes que nunca existieron, como un modo habitual de desviar recursos públicos hacia la dinámica electoral. Lo menos que se puede esperar de un candidato a un cargo electoral, es alguna cuota de honestidad y transparencia, y por lo tanto que abandone su actual función, que renuncie, o que al menos pida licencia, durante el lapso de su campaña, para asegurar, cierta decencia y al menos un respeto por el cuidado de las formas. Si un candidato no es capaz de tener esos mínimos valores morales parcialmente ordenados, exhibirlos sin dobleces, pues que se puede esperar entonces de ese personaje, cuando acceda a posiciones superiores, de mayor poder, donde su discrecionalidad invariablemente se multiplicará.

Este planteo es igualmente válido para aquellos que sin ser funcionarios públicos, participan activamente de las organizaciones de la sociedad civil desde ámbitos gremiales, sociales y hasta absolutamente privados. También, en esos casos, deberían tener la capacidad de separar claramente su acción, respetando su espacio original, para salvaguardar a las empresas, sindicatos o instituciones desde las que se sumaron a la política.

Para muchos puede ser este un asunto menor, sobre todo en estos  tiempos de una fuerte presencia de la corrupción estructural que se hace evidente en todo momento y lugar, con circuitos plagados de desprolijidades cotidianas y escaso decoro. Pero es probable que el problema sea justamente ese aspecto descuidado de la política y la excesiva tolerancia social frente a su existencia.

Una sociedad que no puede exigir esa mínima cuota de recato, mucho menos podrá evitar los abusos descarados de los funcionarios, que hacen un uso arbitrario del poder, confundiendo Estado, gobierno y partido, siempre para beneficio de sus intereses mezquinos, sectarios y sesgados. Que esta forma de hacer política sea parte de la rutina, no la convierte ni en correcta ni en aceptable. Y en todo caso, termina mostrando la importante dosis de responsabilidad ciudadana en estos procesos de progresivo deterioro moral de la política. Tal vez sea necesario que la sociedad sea más rigurosa en estas cuestiones, a la hora de seleccionar candidatos. Es probable también que estén faltando líderes políticos capaces de intentar hacer las cosas de otro modo, al menos ocupándose de guardar las formas y mostrar que se puede recuperar algo de la política si se la encara con seriedad y decencia.

*PUBLICADO EN INFOBAE.COM, DOMINGO 7 DE JULIO DE 2013.

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