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Devaluación y pobreza

Si bien hay muchos aspectos del modelo chavista que los  economistas e intelectuales del oficialismo reivindican, hay un punto que sobresale del resto: en 14 años, Chávez logró bajar los índices de pobreza del 42,8 al 21,2 por ciento de la población.

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Por otro lado, y tal vez con el objetivo de defender nuestro venezolánico sistema de control de cambios, el ala económica del gobierno es visceralmente crítica de las devaluaciones debido al efecto que estas tienen en el ingreso de los ciudadanos. Roberto Feletti, por ejemplo, declaró hace no mucho que lo que el gobierno busca evitar con el cepo es una “abrupta devaluación que daña los ingresos de los argentinos”. En la misma línea, Mercedes Marcó del Pont, afirmó que la devaluación supone una “enorme transferencia de recursos hacia determinados sectores”.

El último domingo, fue el turno de Alfredo Zaiat que, además de declarar que “… estos tipos de ajustes (la devaluación) son muy regresivos en términos sociales provocando un shock inflacionario y pérdida del poder adquisitivo de los sectores más vulnerables” argumenta que las devaluaciones también afectan el capital político del partido de gobierno.

Ahora bien, si repasamos la historia reciente de Venezuela nos encontramos con que el gobierno del comandante Chávez devaluó el tipo de cambio oficial en cinco oportunidades. El dólar oficial pasó de costar 0,58 bolívares fuertes  (580 Bolívares) en febrero de 1999 a 4,3 bolívares fuertes al momento de la muerte de Chávez. Su sucesor, Nicolás Maduro, devaluó nuevamente, llevando el dólar a 6,3 bolívares fuertes, con lo que el saldo acumulado en el mercado oficial es un pasmoso aumento de 991,7% en la cotización del dólar.

Entonces ¿cómo se sostiene que el magro resultado electoral del chavismo en las últimas elecciones tenga algo que ver con la devaluación si el mismo Chávez devaluó 5 veces pero ganó todas las elecciones con holgado margen? Y, por otro lado ¿cómo hacen los mismos que reconocen que las devaluaciones afectan el poder adquisitivo de los sectores más vulnerables para reivindicar el trabajo por los pobres del régimen económico que más ha devaluado en el continente?

Defender la reducción de la pobreza en Venezuela y criticar la devaluación por empobrecer a la gente es, como mínimo, una flagrante contradicción y por el bien de la honestidad intelectual, quienes tienen este discurso deberían intentar, por lo menos, clarificar el concepto.

De lo contrario, dos cosas pueden ponerse en duda: o bien los índices de pobreza que muestra Venezuela, o bien la afirmación de que el control de cambios se impuso para no devaluar y proteger así el ingreso de los argentinos.

* PUBLICADO EN EL PUNTO DE EQUILIBRIO, MARTES 23 DE ABRIL DE 2013.

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Una sociedad condenada por el kirchnerismo

“Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada.” 

Ayn-Rand-002En otras oportunidades he utilizado esta frase de Ayn Rand extraída de su libro La Rebelión de Atlas, para advertir el peligroso rumbo que Argentina estaba tomando. Hoy esta frase tiene mayor vigencia y fuerte dramatismo, porque muchos argentinos nos damos cuenta que está sociedad está condenada al autoritarismo por las ambiciones de poder y dinero del kirchnerismo.

Dice Ayn Rand, “cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada”, esta parte de la frase le cae perfecto a Moreno, como anillo al dedo. Sus medidas intervencionistas y autoritarias son una colección de fracasos en toda la línea. Ha fracasado en dominar la inflación con sus controles de precios, profundizó la parálisis económica con sus restricciones a las importaciones, perdió en toda la línea en controlar el dólar marginal y el listado sigue. Pero no solo fracasó sino que, como dice Ayn Rand, Moreno no produce nada, salvo trabas a los que producen y generan riqueza. Moreno es una máquina de impedir que se basa en el abuso del poder de la función pública para imponer normas fuera de la ley.

No queda muy atrás en la carrera de ineficiencia la presidente del BCRA, que no para de destruir la moneda, impidiendo las transacciones de largo plazo. Pero no conforme con no defender el valor de la moneda, ha destruido patrimonialmente el BCRA. En definitiva, su gestión ha logrado que la economía argentina no tenga una moneda para facilitar las transacciones. Más bien se ha encargado de entorpecerlas con sus regulaciones.

La segunda parte de frase de Ayn Rand es perfectamente aplicable a la Argentina kirchnerista: “cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo”. Quien hoy vive en Argentina de su trabajo honesto y decente, es expoliado por el Estado con una carga impositiva inusitada. ¿Dónde va ese dinero que genera la gente honesta? Una parte va a la escandalosa corrupción de la obra pública. En pocos años, desconocidos empleados de banco o choferes se transformaron en multimillonarios empresarios de hotelería, medios de comunicación, constructores de obras públicas, empresarios de la energía y cuánto rubro uno pueda imaginarse. Sin tiempo para contar el dinero, directamente lo pesan.

Mientras honestos ciudadanos tienen que soportar exhaustivos controles impositivos, otros pocos multiplican sus fortunas sin rendir ninguna cuenta de sus actos. El ciudadano decente que vive de su trabajo no puede comprar dólares porque el gobierno ha decidido que el que compra dólares es un antipatria, pero otros mueven bolsones de efectivo en aviones particulares haciendo sus operaciones cambiarias en los barrios más caros de Buenos Aires mientras cacarean su progresismo y los logros del modelo nacional y popular con inclusión social. Nunca se ha visto tanta desfachatez junta ni se le ha mentido en la cara tan impunemente a la gente para esconder, detrás de un discurso “solidario”, mientras la gente muere por inundaciones y falta de mantenimiento en los medios de transporte. Una corrupción que ya ha llegado al punto de transformarse en asesina.

Pero también el dinero fluye a hacia los que no trabajan. Una vez más voy a ser políticamente incorrecto. La famosa asignación universal por hijo (AUH), defendida por todo el arco opositor, no es más que un claro fracaso del modelo en la creación de puestos de trabajo.

Para esconder semejante fracaso, la presidente suele afirmar que gracias a la AUH las empresas ya no pueden explotar a la gente porque el Estado le puso un piso al salario que deben pagar las empresas. Se ve que la presidente recorre el país en avión y helicóptero y trata solo con gente que la adula, porque la realidad es que quienes reciben esos planes no quieren trabajar en blanco para no perder el subsidio. Es decir, una forma de precarizar más el trabajo, del  cual la presidente no ha tomado debida nota o se hace que la que no lo sabe.

Pero, además, la forma de subir los ingresos de la población es con nuevos puestos de trabajo que surgen de inversiones. Es decir, más inversiones implican más demanda laboral y mayores salarios a pagar en la medida que va creciendo la productividad de la economía. Como en Argentina nadie quiere invertir por la inseguridad jurídica que ahora con la reforma laboral tiende a infinito, no se crean puestos de trabajo y el que vive de la AUH va a seguir dependiendo de esa dádiva del Estado. Tal vez ese sea el objetivo del proyecto de poder hegemónico. Tener mucha gente dependiendo del puntero político para tener un voto cautivo.

Es obvio que bajo este esquema, la sociedad tiene que entrar en conflicto, porque la gente decente tiene que mantener a su familia, procurarse una jubilación propia para su vejez porque el Estado no le va a dar un retiro digno, sostener a los ineptos burócratas estatales y, además, mantener a miles o millones de personas que no trabajan y viven de las dádivas del Estado. Es obvio que el que es sometido a una vida casi de esclavitud para mantener a tanta gente que no genera riqueza tiene que rebelarse en algún momento. Pero si se rebela, entonces saltan los políticos diciendo que el tipo es un insensible y egoísta, cuando en la realidad está siendo esclavizado por los burócratas de turno. Hoy trabajar en blanco pagando todos los impuestos se ha transformado en un estado de esclavitud. Somos esclavos de un grupo de personas que se ha levantado contra el orden constitucional y nos explota cual esclavos para mantenerse en el poder.

Tomemos ahora el último párrafo de Ayn Rand: …y que las leyes no lo protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegido contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada.”

Pareciera ser que Ayn Rand, hubiese previsto en 1957, cuando se publicó por primera vez La Rebelión de Atlas, que en Argentina, el kirchnerismo iba a violar la Constitución para lograr impunidad. No solo para atropellar los derechos individuales y dejar indefensa a la gente frente al Estado, sino para que la Justicia quedara en manos del oficialismo resguardándolos de toda investigación.

¿A quién va a proteger la reforma judicial? ¿A la gente o a los que se apropian del fruto de trabajo de la gente?

Como dice Ayn Rand, la honradez hoy en Argentina es un autosacrificio. Es trabajar para ser expoliado, mantener a legiones de militantes que destruyen todo lo que tocan, a miles de personas que cómodamente prefieren recibir un plan “social” para vivir o sobrevivir y a una legión de oportunistas que hacen fortunas con la riqueza que genera la gente honesta. Ya sé, me van a tildar de reaccionario, gorila y demás epítetos, pero la realidad es que este gobierno ha terminado de destruir la cultura del trabajo y el esfuerzo personal en nombre de la inclusión social. Un discurso que ha quedado en evidencia que solo pretende esconder sus turbios negocios.

Para terminar, vale la pena preguntarse si, como dice Ayn Rand, la sociedad argentina está condenada.Mi impresión es que esa decisión queda en manos de la justicia y, para ser más preciso, en la Corte Suprema de Justicia. Si en forma urgente y categórica la justicia no declara la inconstitucionalidad de la reforma judicial, en lo que hace al Consejo de la Magistratura  y demás intentos por controlar la justicia más la derogación del derecho de amparo, le estará dejando libre el camino al kirchnerismo para que generaciones enteras de argentinos, nuestros hijos y sus hijos, sean sometidos por un gobierno autoritario.

* PUBLICADO EN ECONOMÍA PARA TODOS, DOMINGO 21 DE ABRIL DE 2013.

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Devórame otra vez

Los argentinos están furiosos. Rabian contra su gobierno. Les ocurre cada cierto tiempo. Es la hora –el día, la semana, el mes—de los cacerolazos. Y no es para menos: en medio de una larga etapa de bonanza en los precios de los productos agrícolas, la presidenta Cristina Fernández se las ha arreglado para crear las condiciones  de una perfecta tormenta económica.

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El país sufre una de las tasas de inflación más altas de América Latina, depreciación galopante de la moneda, controles absurdos, enorme gasto público, corrupción generalizada, aumento notable de la delincuencia, falta casi total de inversiones extranjeras y un verdadero estado policíaco en materia fiscal, con perros adiestrados para detectar dólares.

Está prohibidísimo tratar de salvar los ahorros colocándolos fuera de las fronteras nacionales. Hay que depositarlos dócilmente en los bancos locales para que los confisquen en el próximo corralito. Lo patriótico es dejarse robar mientras se tararea dulcemente “Devórame otra vez”.

Paseo por la ruidosa calle Florida y cada cinco metros hay un caballero que me ofrece a gritos cambiar dólares por pesos. No se esconden. El dólar oficial está a 5.12  por uno. El “blue” está a 8.30. Le llaman blue para no llamarlo negro. No sé si lo hacen por deferencia con Obama –la corrección política es insondable--, o porque, aunque es ilegal, nadie lo persigue. Es una brutal diferencia de más de un 60%.

Eso quiere decir que, para los argentinos, que cobran en moneda nacional, el país está caro, pero con dólares resulta barato, lo que provoca una avidez enfermiza por acaparar dólares, aumenta el valor de la moneda norteamericana, dispara la inflación y reduce progresivamente el poder adquisitivo de la magullada divisa nacional. Es el camino del despeñadero que tan bien conocen los habitantes de este sufrido país.

Es, además, una vieja historia que se repite cíclicamente. Hace años, conocí en Madrid a un discreto cordobés –de la Córdoba argentina-- que había perdido toda ilusión con una nación, decía, bipolar, que una veces vivía en medio de la euforia más desenfrenada y otras caía en una profunda depresión. Digamos que se llamaba Roberto y que alguna vez había sido dentista.

Yo le aseguraba que un país con esas fabulosas riquezas naturales, poblado por una sociedad educada y creativa que hace setenta años estaba en la proa del planeta, volvería a recobrar su importancia relativa tan pronto fuera gobernado con sensatez y probidad.

Roberto sonreía con cierto pesimismo. Sostenía que esta recuperación no sucedería nunca. Estaba convencido de que la variante asistencialista-clientelista entronizada por el peronismo era una enfermedad incurable que generaba un progresivo deterioro material y espiritual del que no podrían escapar nunca.

Pese a sus quejas, como era una persona inteligente y con algunos ahorros, mi amigo cordobés, lejos de amilanarse, vivía de identificar los ciclos del trastorno. En etapas de depresión compraba unos buenos pisos en las zonas mejores de Buenos Aires, esperaba la llegada de las vacas gordas, y entonces los vendía.

Me contó que el ciclo solía completarse en unos ocho años y, si las cosas iban bien, le dejaba un saldo positivo de dos o tres millones de dólares que luego sacaba por Uruguay y los dejaba a buen recaudo hasta que se produjera la próxima catástrofe. (Ahora, por ejemplo).

En principio parecía que Roberto vivía del mercado, pero eso era parcialmente cierto. En realidad, explotaba la estupidez ajena. Vivía de la infinita incompetencia de unos gobiernos insensatos que provocaban con su conducta la depreciación del valor de la moneda, que es la forma más rápida y directa de empobrecer a las personas.

Vivía de políticos y funcionarios que no entendían que una de las mayores responsabilidades de los gobernantes es mantener el valor y la estabilidad del dinero, porque ese es el punto de partida de los intercambios económicos y, por ende, de la convivencia sosegada.

Es muy probable que este nuevo vendaval que sufren los argentinos termine por desacreditar y barrer totalmente al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Es lo que suele ocurrir en la fase depresiva del ciclo. Los gobernantes también se devalúan.

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Solucionar los problemas sin populismo

INFOBAE.COM.- Existen dos tipos de tragedias: las inevitables y las evitables. Las inevitables son las que se generan por factores desconocidos o impredecibles o que no existen los medios para impedirlas, como las cenizas del volcán chileno. No es el caso de las inundaciones. Los ingenieros saben por qué se producen y saben cómo evitarlas. Entonces es cuestión de medir el costo. La pregunta es cuánto cuesta evitar las inundaciones y si estamos dispuestos a pagar dicho costo. Este tipo de análisis es el que está generalmente ausente en los debates políticos, que se limitan mayormente a acusaciones mutuas y disquisiciones ideológicas.

Dentro de las tragedias evitables podríamos enumerar una larga lista: empezando por la inseguridad física y los accidentes viales que han provocado decenas de miles de muertos en la última década, además de las inundaciones recurrentes, los derrumbes, los accidentes de trenes…

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Para enfrentar todos estos problemas simultáneamente, es necesario dejar de lado las acusaciones ideológicas y circunscribir las discusiones a análisis técnicos. Cada ciudad, provincia y la nación debieran tener un listado de obras públicas ordenadas según su importancia según criterios técnicos de evaluación económico-social.

A partir de allí, los políticos deben reordenar el presupuesto teniendo en cuenta dicho ranking y las preferencias e intereses de su electorado. Está claro que lo primero que hay que hacer es revisar el presupuesto del gasto público. Plata hay, pero se gasta mal, muy mal.

Por ejemplo, la provincia que lidera el ranking de desarrollo provincial de la consultora Delphos InvestmentSan Luis gasta 58% de sus recursos en gastos corrientes, lo cual le permite tener un 42% para inversiones. El gasto en personal es el 38% del gasto corriente. En general, San Luis viene realizando esta política desde hace 30 años. El lógico resultado es que se trata de la provincia que tiene mayor cantidad de autopistas por habitante, no tiene déficit habitacional, construyó universidades y ciudades nuevas, y se da el lujo incluso de invertir en autopistas del conocimiento o en intentar desarrollar la industria del cine, aunque no siempre eficientemente. Logró diversificar su producción siendo el agro apenas el 8% de su PBG, los bienes secundarios el 50% y los servicios el 42%.

La contracara es la provincia de Buenos Aires, donde los gastos corrientes ocupan el 96,4% del total, dejando para inversiones apenas un 3,6%, mientras que los gastos en personal son el 54% del total de gastos corrientes. No es de extrañar, entonces, que la provincia sólo logre avanzar muy lentamente en obras de infraestructura básica, como cloacas, desaguaderos, asfalto, o viviendas.

La ciudad de Buenos Aires tiene el presupuesto más rico del país. Pero nuevamente encontramos aquí un desbalance en el presupuesto; el total de gasto corriente alcanza al 89,1% de los gastos totales. Está un poco mejor que la Provincia de Buenos Aires, pero bien lejos de San Luis.

Si miramos al nivel nacional, observaremos que se ha desperdiciado una década de crecimiento y expansión, que hubiera sido el mejor momento para realizar una transición a un presupuesto eficiente y ordenado. Y se hizo precisamente lo contrario. El gasto público subió de un 27% a un 43% del PIB, los empleados públicos aumentaron de 2 millones a 3,2 millones, según Orlando Ferreres. Y los planes sociales como mostramos en un informe reciente de la Fundación Libertad y Progreso, crecieron hasta alcanzar, en 2012, 110 planes (58 de la nación y 52 de las provincias) con un total de 18,3 millones de beneficios y $64.400 millones de pesos. Todo este gasto se hizo sin ningún control ni evaluación posterior. Y la tremenda prueba de su ineficacia es que en los últimos años ha vuelto a subir la pobreza que alcanza al 26,9% de la población, según el último informe del Observatorio Social de la UCA.

No quedan dudas de que es fundamental empezar a reestructurar el gasto público. Para comenzar, sólo para dar algunos ejemplos, existen una cantidad de partidas que podrían eliminarse por completo o reducirse drásticamente. Por ejemplo, puede recortarse 100% del gasto en propaganda oficial en todos los niveles, nacional, provincial y municipal. El total gastado en este rubro en 2012, nada más que a nivel nacional fue de: medios gráficos $466 millones, TV $1.368 millones, radio $63 millones, ahorrando un total de $ 1.897 millones. Este año superará los $2.000 millones.

La información oficial puede estar en páginas webs y los anuncios deben hacerse en conferencias de prensa. Puede eliminarse la cadena nacional de radio y difusión, salvo caso de guerra o emergencia climática. Eliminaría todos los carteles de los diferentes gobiernos que afean calles, escuelas, universidades  y paseos públicos.

Podemos eliminar también todo el gasto en entretenimiento, al menos hasta reducir las muertes evitables, el hambre, la desnutrición y la indigencia hasta llegar al 0%. Eliminaría todo el gasto en Fútbol para Todos, Automovilismo para Todos, TC 2000, recitales, pagos a artistas y cantantes. Sólo en Fútbol para Todos se gastó en 2012 la friolera de $ 1.333 millones. Pueden suprimirse otros gastos y privilegios como autos oficiales,  ahorrando en choferes, repuestos, mantenimientos, seguros; la flota de aviones para uso de políticos, que debieran trasladarse en aviones comerciales o en trasporte público o en sus propios vehículos, como cualquier hijo de vecino, sin chapa ni privilegios “oficiales”. Puede reducirse seriamente el gasto en embajadas y utilizaría mucho más Internet y las computadoras.

En Argentina, la política es financiada por el Estado, de arriba hacia abajo. Esto es un mal que incentiva la prostitución de políticos y desincentiva o aleja a los políticos más honestos y capaces. Es la forma de financiar una verdadera oligarquía, que asfixia la verdadera participación ciudadana.

 *PUBLICADO EN INFOBAE.COM, JUEVES 18 DE ABRIL DE 2013.
*PUBLICADO EN ELCOMERCIAL.COM.AR, JUEVES 18 DE ABRIL DE 2013.
   
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Lo individual y lo colectivo

Como ha puntualizado Robert Nozick, no hay tal cosa como “el bien social”, no cabe el antropomorfismo de lo social, no es una entidad con vida propia. Es la persona, el individuo, que piensa, siente y actúa. En el extremo, resulta tragicómico cuando se afirma que Inglaterra propuso tal o cual cosa a lo que le contestó África de esta o aquella manera, en lugar de precisar que fue fulano o mengano el que se expresó en un sentido o en otro.

La Escuela Escocesa, especialmente Adam Smith y Adam Ferguson, señalaron que en una sociedad abierta cada persona siguiendo su interés personal satisface los intereses de los demás con lo que crean un sistema de coordinación más complejo de lo que cualquier mente individual puede concebir. En libertad, las relaciones sociales se basan en la necesidad de satisfacer al prójimo como condición para mejorar la propia situación. Esto va desde las relaciones amorosas y la simple conversación a los negocios cotidianos de toda índole y especie.

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El interés personal es la característica central de la condición humana, en verdad resulta en una tautología puesto que si no está en interés del sujeto actuante no habría acción posible. Todos las acciones -sean éstas sublimes o ruines- se basan en el interés personal. Está en interés de la madre el cuidado de su prole y está en interés del asaltante que le salga bien el asalto. Está en interés personal (está en sus valores y preferencias) la donación de quien realiza una obra de caridad, y está en interés personal del canalla llevar a cabo la canallada. Los marcos institucionales de una sociedad libre apuntan a minimizar los actos que lesionan derechos, es decir, el fraude y la violencia.

El individualismo suscribe la prelación de las autonomías individuales de las personas, lo cual para nada se traduce en la autarquía sino, muy por el contrario, en la apertura más completa a la cooperación social en el contexto de la división del trabajo. Es el colectivismo el que bloquea y restringe los arreglos contractuales libres y voluntarios entre las partes que deja de lado el hecho que el conocimiento está fraccionado y está disperso entre millones de personas, para en cambio concentrar ignorancia al pretender la regimentación de la vida social.

En los procesos de mercado, es decir, en los procesos en los que la gente contrata sin restricciones (siempre que no se lesionen derechos de terceros), los precios constituyen las señales e indicadores para poder operar. Cuando los aparatos estatales se inmiscuyen en estos delicados mecanismos, inevitablemente se producen desajustes y desórdenes de magnitud diversa. Como se ha destacado reiteradamente, en la medida en que los precios no reflejan en libertad las recíprocas estructuras valorativas, se obstaculiza la evaluación de proyectos y la contabilidad y se oscurece la posibilidad de conocer el aprovechamiento o desaprovechamiento del siempre escaso capital. Esa es la razón técnica del derrumbe del Muro de la Vergüenza en Berlín: la pretensión de eliminar la propiedad privada barre con los precios y, por ende, por ejemplo, no se sabe si es más económico fabricar caminos con oro o con asfalto.

El colectivismo -el ataque a la propiedad privada- conduce a lo que Garret Hardin bautizó ajustadamente como “la tragedia de los comunes”, a saber, lo que es de todos no es de nadie y se termina por destrozar el bien en cuestión. El colectivismo funde a las personas como si se trataran de una producción en serie de piezas amorfas que pueden manipularse como muñecos de plastilina, en cuyo contexto naturalmente el respeto desaparece.

Como queda expresado, el individualismo abre las puertas de par en par para que se lleven a cabo obras en colaboración, ese es el sentido por el que el hombre se inserta en sociedad (la autarquía empobrece y embrutece). No es entonces para que lo dominen sino para cooperar con otros produciendo ventajas recíprocas. El mismo mercado es una obra en colaboración así como lo es el lenguaje y tantas otras manifestaciones de la vida social. En un sentido más directo, George Steiner escribe en Gramáticas de la creación que “La historia del arte nos enseña que en muchas pinturas han trabajado varias manos. Algunas de las piezas consideradas las más características de tal o cual maestro son, en realidad, compartidas. Ayudantes, discípulos, cofrades artesanos del taller o de la comisión ciudadana han proporcionado el contexto, han pintado los personajes o los motivos secundarios y puede que hayan completado totalmente el lienzo […] En música […] conocemos partituras híbridas reunidas por más de un compositor”.

No debe perderse de vista que los múltiples trabajos en colaboración remiten a la consideración y satisfacción del individuo. Por eso, cuando se dice que debe contemplarse el bien común y no la satisfacción individual se está incurriendo en un error conceptual. Como han explicado Michael Novak y Jorge García Venturini, el bien común es el bien que le es común a cada uno, es decir, el bien del conjunto es precisamente la satisfacción legítima de cada cual.

Prácticamente todo es el resultado de obras en colaboración: nuestras ideas son fruto de innumerables influencias de otros pensadores, no hay más que mirar una máquina de afeitar para imaginar los cientos de miles de personas que colaboraron, desde la fabricación del plástico, la combinación del metal, las cartas de crédito, los bancos, los transportes, los departamentos de marketing etc. Solo los megalómanos estiman que sus arrogantes decisiones son consecuencia de su sola voluntad y participación.

El individualismo abre paso a notables prodigios en un clima donde se desarrolla al máximo la energía creadora en libertad. En cambio, el colectivismo es la aniquilación del individuo y la glorificación de la masa sin rostro ni personalidad.

Ya ha reiterado el antes mencionado Nozick en Anarchy, State and Utopia que el hombre es un fin en si mismo y nunca debería utilizárselo como un medio para los fines de otros. Por su parte, Arnold Toynbee en su crítica al colectivismo en Civilization on Trial escribe que “La proposición de que el individuo es una mera parte de un conjunto social puede ser cierta para los insectos, abejas, hormigas y termitas, pero no es verdad en el caso de seres humanos”.

En resumen, individualismo y colectivismo son términos mutuamente excluyentes. Esta última visión está escindida y amputada del prójimo, mientras que la primera, tal como se ha consignado, se traduce en el valor supremo de la dignidad de la persona y abre paso a la estrecha vinculación entre individuos, lo cual resulta en un camino inexorable para la propia prosperidad. Se pretende hacer aparecer como que el colectivismo se basa en la cooperación recíproca pero, como también se ha visto, es su antítesis y significa la aniquilación de la noción de persona y el consiguiente respeto recíproco.

*PUBLICADO EN DIARIO DE AMÉRICA, NUEVA YORK, JUEVES 18 DE ABRIL DE 2013.
 
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