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Beppe como catalizador de frustraciones

En las elecciones parlamentarias de Italia del mes pasado, Giuseppe Piero Grillo (Beppe) obtuvo un apoyo electoral realmente descomunal: un veinticinco por ciento de los sufragios lo cual se traduce en ocho millones de votos. Beppe es un contador devenido en cómico y destacado showman de la televisión, de 64 años de edad, que cataliza las frustraciones de los italianos, especialmente de la gente joven asqueada con la corrupción de los políticos, con sus privilegios inauditos, sus arrogancias descomunales y sus crecientes atropellos, todo a espaldas de ciudadanos absortos con el triste y reiterado espectáculo de un bochorno sin solución de continuidad.

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The Economist lo tilda de “estrella naciente”, la revista Times lo menciona como “uno de los héroes en la batalla contra la corrupción política”, Businessweek sostiene que países como “Francia necesitan un Beppe Grillo” y el semanario Zona Crítica concluye que el personaje de marras “no es un cómico sino un desinfectante”.

Beppe Grillo fundó el Movimiento Cinco Estrellas que Mario di Giorgio -director de una televisión digital en Milán- lo denomina “el movimiento antisistema”, establecido para lograr su cometido de llamar la atención al mundo sobre los estropicios de la clase política y administra un blog consultado por millones de personas en los idiomas italiano, inglés y japonés. Insiste que “se está terminando una época” y pretende contribuir al nacimiento de otra algo más oxigenada.

Algunas de sus propuestas resultan confusas como en materia de ecología y economía pero las intercala con chanzas como cuando se pregunta “si es cierto que en China todos son socialistas ¿a quien pueden robar?”. En definitiva está en línea con lo dicho por Golda Meir en el sentido que “nada es tan escandaloso como cuando nada nos escandaliza”, pero no es lo que sugiere se adopte lo que vale del ahora célebre Beppe sino, como queda dicho, el llamado de atención a la debacle de las estructuras políticas del momento en la que todos pretenden usufructuar de las mismas instituciones decadentes.

La idea de la democracia complementada con la noción republicana significa el respeto a los derechos de las minorías, el recato y la sobriedad en la administración del poder, el federalismo, la transparencia, la división de poderes, la seguridad jurídica y la igualdad ante la ley en el contexto del afianzamiento de la justicia. Hoy se ha producido una peligrosa y extendida metamorfosis de la democracia que ha mutado en cleptocracia, es decir, en gobiernos de ladrones de libertades, de propiedades y de sueños de vida. En otros términos, una burla grotesca a la buena fe de los habitantes en países del llamado mundo libre.

Cada vez más suben los impuestos para no entregar casi nada como contrapartida salvo contratiempos, mientras los consabidos fariseos de las pseudofinanzas machacan con el equilibrio fiscal no importa si los contribuyentes sobreviven al reiterado experimento. Con un poco de imaginación para salirse del brete conservador, debería prohibirse el endeudamiento público por incompatible con la democracia ya que compromete patrimonios de futuras generaciones que no participan en el proceso electoral que eligió al gobernante que contrajo la deuda. Debería también liquidarse la banca central que siempre destruye el valor del dinero y permitir que la gente elija los activos monetarios de su preferencia tal como se ha fundamentado en múltiples ensayos de gran calado y, entonces, que se las arreglen los gobernantes con ingresos presentes formados por los impuestos, al tiempo que deben estimularse y aplaudirse las rebeliones fiscales como signo de dignidad y autoestima cuando los gobiernos se extralimitan.

Como una ilustración de las preocupaciones que surgen en el seno del Movimiento Cinco Estrellas, señalo que tal vez una de las primeras medidas de un gobierno razonable debería consistir en la eliminación de todas las embajadas con sus pompas, privilegios y mansiones principescas. La embajada es una idea de la época de las carretas: debido a las muy deficientes comunicaciones al efecto de adelantarse en los acontecimientos. Hoy con las teleconferencias y demás herramientas extraordinarias que brinda la tecnología moderna, ese tipo anacrónico de diplomacia no tiene sentido alguno. Con un modesto consulado es más que suficiente. Incluso para las relaciones comerciales resultan superfluas las embajadas, por ejemplo, Guatemala no mantiene relaciones diplomáticas con China y es el país latinoamericano que más comercio exhibe con los chinos en relación a su producto.

En su muy difundido discurso ante miles y miles de jóvenes en la Piazza San Giovanni titulado “El redescubrimiento de la condición humana”, Grillo no solo se refirió a la pompa de funcionarios equivalentes a nuestro ejemplo de los embajadores y sus cortes, sino que la emprendió contra banqueros y economistas. No es para menos si se tiene en cuenta el fraude legal que significa el sistema de reserva fraccional manipulado por la banca central que permite el privilegio de usar recursos de terceros depositados “a la vista”, y cuando se producen cambios en la demanda de dinero los desfasajes son cubiertos por las autoridades del momento. No es para menos el cargar contra los economistas del establishment que con el apoyo de absurdas instituciones financieras internacionales repiten a coro la necesidad de elevar la presión tributaria y la deuda, con lo que propinan golpe tras golpe a los azorados trabajadores de todos los ramos quienes constatan una y otra vez las dádivas entregadas graciosamente a los amigos del poder, inaceptables a los ojos de cualquier persona decente. Esto así no resistirá mucho tiempo y siempre está al acecho el peligro de embestir contra un capitalismo inexistente y, por ende, acentuar los males que se pretenden remediar. En este contexto es que Giovanni Sartori sostiene que Grillo “es un demagogo sin ideas”.

De cualquier manera, como se ha consignado en otras ocasiones, los mortales nunca llegaremos a una instancia final, debemos estar en guardia permanente si queremos preservar nuestras libertades. Para ello es menester trabajar las neuronas y la imaginación a los efectos de limitar el poder. Son muchas las posibilidades pero hay tres propuestas dirigidas a los tres poderes que son de interés debatir o, de lo contrario, proponer otras vallas pero lo que no es admisible es quedarse con los brazos cruzados esperando que ocurra un milagro puesto que, como ha dicho Einstein, no es posible esperar resultados distintos si se aplican las mismas recetas.

He recordado antes que las tres propuestas pertenecen respectivamente a Hayek para el Poder Legislativo (en el tercer tomo de Derecho, legislación y libertad), a Bruno Leoni para el Judicial (en La libertad y la ley) y Montesquieu aplicable al Ejecutivo (en Del espíritu de las leyes) quien escribe que “el sufragio por sorteo está en la índole de la democracia”, con lo que los incentivos operarán en dirección a proteger vidas y haciendas dado que cualquiera puede ser elegido. Esto significa la preocupación y la ocupación en dirección a limitar las facultades de los gobernantes, es decir, limitar el poder que es precisamente lo que se requiere puesto que, como lo ha destacado Popper, el problema no radica en quien ha de gobernar sino en el establecimiento de instituciones “para que el gobierno haga el menor daño posible”.

El antedicho proceso electoral parlamentario en Italia revela atisbos esperanzadores, en medio de la sucesión de dictadores electos como ocurre en Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia, para no decir nada de la fantochada cubana y lo que viene sucediendo con un Leviatán desbocado en Argentina que deglute a pasos agigantados los restos de la tradición alberdiana que aún quedan en pie, especialmente después de la superlativa desfachatez del acuerdo con el gobierno terrorista de Irán.

Por su parte, La Stampa pone de manifiesto que “hemos votado el Parlamento más ingobernable en de la historia”, pero estas elecciones reflejan un hartazgo saludable, lo cual constituye el primer paso para una posible rectificación en el mundo de la política convencional de la época, por más que en este caso eventualmente haya que repetir las elecciones para formar gobierno si antes del 15 de marzo no se obtuviera una mayoría según manda la Constitución.

Vivimos la crisis de aparatos estatales elefantiásicos que abandonan las funciones de brindar justicia y seguridad para internarse en faenas que significan la demolición del derecho y pretenden convertir a la sociedad en un inmenso e insostenible círculo donde todos tienen las manos metidas en los bolsillos del prójimo.

*PUBLICADO EN DIARIO DE AMÉRICA, NUEVA YORK, JUEVES 7 DE MARZO 2013.
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La fiesta kirchnerista

INFOBAE.COM.- Después de diez años de fiesta menemista con un breve interludio de presidentes “aburridos”, llegó la fiesta kirchnerista, que en mayo cumple 10 años. Es la fiesta del consumo y fue cuidadosamente descripta por la mismísima Presidenta durante su alocución frente al Congreso la semana pasada.

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Luego de dar un paseo por los fabulosos aumentos salariales y la proliferación abrumadora de convenios colectivos de trabajo, la presidenta celebró la fiesta del consumo sentenciando: “…una de las claves de estos diez años: haber reconstruido un mercado interno de consumo; haber sostenido la demanda agregada a través de salarios, jubilaciones, etcétera”.

El problema fundamental es que para dar marcha a una fiesta de consumo se debe, en primer lugar, haber pasado por el torbellino de la producción y de la competitividad. Para verlo gráficamente, Ricardo Fort puede viajar a Miami para desayunar y volver, comprarse un Rolls Royce, dos o tres, pero antes de eso necesariamente debió producirse algo de valor (los chocolates) para sus clientes de manera de obtener ingresos para gastar.

Sin embargo, gracias a la ayuda de Duhalde y Remes Lenicov, en 2002, éste no fue el camino que siguió la Argentina en los últimos 10 años. El país, ya con Kirchner y Lavagna a la cabeza, no optó por la austeridad y la competencia que generan más y mejores bienes para consumir, sino que eligió desempolvar una máquina vieja que la Argentina parecía haber dejado en el olvido. La máquina de imprimir billetes.

Al liberarse de la convertibilidad y siguiendo a varios gurúes que aún hoy aconsejan a Europa hacer lo mismo que hicimos nosotros, la gestión Duhalde-Kirchner-de Kirchnerse enfocó en el fomento del consumo interno propulsado principalmente por el aumento del gasto público y la inflación.

El problema es que diez años después de recurrir a este “atajo” para salir de la crisis, los problemas son cada vez más graves. La inflación es una de las más altas del mundo, afectando el ingreso de los más pobres. Además, la enorme demanda agregada generada por la inflación creó los problemas en la balanza comercial que derivaron en las posteriores trabas a las importaciones y luego en el feroz sistema de control de cambios. Por otro lado, para que los efectos de la inflación no se notaran tan rápido,se controlaron las tarifas de los servicios públicos, lo que desembocó en la crisis energética que atraviesa el país, donde cuando hace calor se corta la luz y cuando hace frío se corta el gas.

Las nefastas consecuencias de la inflación son muchísimas más pero lo importante aquí es que la fiesta de consumo que tanto celebra la presidenta es la primera responsable de todos los problemas que hoy enfrentan los argentinos a diario.

Cuando Menem adoptó el sistema de convertibilidad y privatizó algunas empresas en los ’90, le llegó una lluvia de financiamiento internacional que le sirvió para aumentar el gasto público y financiar el consumo. Allí no había boom de celulares porque casi no existían, pero sí hubo boom de heladeras.

Hoy, sin crédito, el prestamista no es el FMI sino el Banco Central y la fiesta kirchnerista, muy parecida a la anterior, muestra los síntomas de estar llegando a su inevitable final. Sólo queda esperar que esta vez la resaca no sea tan fuerte.

*PUBLICADO EN INFOBAE.COM, MIÉRCOLES 6 DE MARZO DE 2013.
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Achicar el gasto, la receta para que crezca la economía

Recuperación económica: Lecciones del período posterior a la Segunda Guerra Mundial*

Por Cecil Bohanon. Traducido por Iván Carrino.**

La década que le siguió a la Segunda Guerra Mundial suele recordarse como un período de crecimiento económico y estabilidad cultural. Estados Unidos había ganado la guerra y había derrotado a las fuerzas del mal en el mundo. Las dificultades de la depresión fueron reemplazadas por un mejoramiento del nivel de vida, un incremento de las oportunidades y una cultura norteamericana que florecía y confiaba en su futuro lugar en el mundo. No sorprende que los políticos de todos los partidos rememoren esos días de felicidad para poder defender sus agendas. Pero un análisis más detenido de la realidad inmediatamente posterior al período de guerra nos muestra una imagen en contraste con la idea generalizada de que la intervención del gobierno es un ingrediente esencial para la prosperidad.

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En el discurso del Estado de la Unión del año 2009, el presidente Obama comparó su plan de estímulo con iniciativas gubernamentales que habían sido populares en el pasado, utilizando referencias del período posterior a la Segunda Guerra Mundial: “En el despertar de la guerra y la depresión, la Ley ‘G.I.’[1] envió una generación a la universidad y creó la clase media más grande de la historia… el gobierno no reemplazó a la empresa privada: catalizó a la empresa privada”[i]. El ganador del premio Nobel y columnista liberal[2] del New York Times, Paul Krugman, también resaltó el rol del gobierno durante la Segunda Guerra Mundial y durante la recuperación posterior a ella al afirmar que “La Segunda Guerra Mundial fue, después de todo, una explosión de gasto público deficitario… [que] creó un período de auge económico… [que] sentó las bases para la prosperidad de largo plazo”[ii].

Tanto el presidente Obama como el profesor Krugman están utilizando períodos históricos muy amplios para defender el caso de que un gobierno federal activo es un ingrediente esencial para la prosperidad. Estos postulados tienen un aire de plausibilidad y contienen elementos ciertos. Pero un examen más detenido brinda una imagen diferente y contraria de la idea de que la intervención del gobierno es el ingrediente esencial de la prosperidad. El período de posguerra fue, de hecho, inaugurado con una gran contracción del gasto público debido a la victoria Aliada. Sin embargo, el fin del gasto deficitario no envió a los Estados Unidos a la depresión.

Gráfico

EL CRECIMIENTO ECONÓMICO POSTERIOR A LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

El pensamiento generalizado de la época era que los Estados Unidos entrarían en una severa depresión al finalizar la guerra: Paul Samuelson, futuro premio nobel de economía escribió en 1943 que luego del cese de las hostilidades y el regreso de las tropas a casa “diez millones de hombres serían arrojados al mercado laboral”[iii]. Advirtió que, a menos que los controles de la guerra se prolongaran, tendría lugar “el mayor período de desempleo y dislocación industrial jamás enfrentado por alguna economía”[iv]. Otro futuro premio Nobel, Gunnar Myrdal, predijo que el colapso económico de posguerra sería tan grave que generaría una “epidemia de violencia”[v].

Esto, por supuesto, refleja una mirada del mundo que interpreta que la demanda agregada es el principal motor de la economía. Si el gobierno deja de emplear soldados y trabajadores de las empresas que fabrican armamento, su ingreso se evaporará y su gasto caerá. Esto deprimirá el consumo y el gasto en inversión, enviando a la economía hacia un espiral descendente de proporciones épicas. Pero nada de esto realmente sucedió luego de la Segunda Guerra Mundial.

En 1944, el gasto del gobierno en todos los niveles representaba el 55% del Producto Bruto Interno (PBI). Para 1947, el gasto público había caído un 75% en términos reales, o desde el 55% hasta el 16% del PBI[vi]. Durante casi el mismo período, los ingresos fiscales del gobierno federal solo cayeron cerca de 11%[vii].  Sin embargo, este “desestímulo” no resultó en un colapso del gasto en consumo o en inversión. El consumo real creció 22% entre 1944 y 1947 y el gasto en bienes durables creció hasta más que duplicarse en términos reales. La inversión bruta privada creció 223% en términos reales, con un enorme incremento real que se multiplicó por seis en el gasto destinado a viviendas residenciales[viii].

El sector privado explotó a medida que el sector público dejaba de comprar armamento y contratar soldados. Las fábricas que alguna vez se dedicaron a fabricar bombas, ahora hacían tostadoras, y la venta de tostadores estaba en alza. En los papeles, el PBI sí cayó luego de la guerra. Fue 13% menor en 1946 que en 1944. Pero esta es una rareza contable del PBI y no un indicador de una economía privada ahogada o de las dificultades económicas. Una empresa de electrodomésticos durante el período de preguerra, vendida al gobierno por 10 millones en 1944, le agregaba 10 millones de dólares a la medición del PBI. La misma fábrica convertida en una fábrica de tostadoras podía fabricar en 1947 un millón de tostadoras que se podían vender por 8 dólares – sumándole solo 8 millones al PBI. Con seguridad los norteamericanos necesitaron fabricar bombas en 1944, pero con la misma seguridad puede decirse que los norteamericanos están mejor cuando esos recursos se usan para fabricar tostadoras. Más concretamente, el crecimiento de la inversión privada continuó sin pausas a pesar de la caída estadística del PBI.

Como muestra el cuadro 1, entre 1944 y 1947 el gasto privado creció rápidamente a medida que el público se desplomaba. Tuvo lugar un gran cambio desde una economía de guerra hacia una prosperidad propia de los tiempos de paz: los recursos fluyeron rápidamente desde el uso público hacia el uso privado.

Igual de importante, las tasas de desempleo de dos dígitos, que habían predominado durante el período previo a la guerra, no regresaron. Entre mediados de 1945 y mediados de 1947, más de 20 millones de personas fueron liberadas del empleo militar y demás empleos relacionados, pero el empleo civil no relacionado con el ámbito militar creció en 16 millones. Esto fue descripto por el presidente Truman como “el más rápido y más gigantesco cambio que una nación ha hecho de la guerra a la paz”[ix]. La tasa de desempleo subió desde 1,9% hasta solo el 3,9%. Como señala el economista Robert Higgs, “No fue un milagro arrear a 12 millones de hombres a las fuerzas armadas y atraer a millones de hombres y mujeres para que trabajaran en las fábricas de municiones durante la guerra. El verdadero milagro fue que solo tomó dos años relocalizar a un tercio del total de la fuerza de trabajo en lugares que sirvieran a los inversores y consumidores privados”[x].

LOS MOTIVOS DEL MILAGRO DE LA POSGUERRA

Si bien seguramente la ley G.I. tuvo un efecto positivo en el nivel educativo del trabajador norteamericano de los años 50, la ley tuvo un rol muy menor en mantener la tasa de desempleo tan baja luego de la guerra. En su pico, durante el otoño de 1946, la ley solo sacó al 8% de los ex combatientes de la fuerza de trabajo al llevarlos a los campus de las universidades[xi]. Antes de la guerra, un número de programas gubernamentales intentó ubicar a trabajadores desempleados en la fuerza de trabajo pero con poco éxito. En los años bajo análisis, sin embargo, ningún programa facilitaba la transición; de hecho, se trató del fin de la dirección estatal de la economía la que facilitó el auge del empleo privado posterior a la guerra.

La economía de guerra de los Estados Unidos desde 1942 a 1945 puede describirse como una economía de comando y control[xii]. Una extensa red de controles de precios impedía que el mecanismo de los precios llevara los recursos hacia sus usos más valorados. Una variedad de burocracias federales, que incluían la Oficina de Administración de los Precios, el Comité de Producción de Guerra, la Oficina de Requerimientos Civiles y la Comisión de Personal de Guerra se encargó de dirigir los recursos con el objetivo de armar y equipar a los millones de soldados estadounidenses y aliados en la batalla contra las fuerzas del eje. Los fabricantes de armas podían obtener materias primas sin que los precios de estas subieran dado que el gobierno por decreto les enviaba estos insumos[xiii].

Si bien estos esfuerzos fueron apoyados de manera uniforme por el público de entonces, redujeron inevitablemente los recursos disponibles para asignarse a la producción de bienes de consumo e inversión privados. Además, los controles de precios y las directivas burocráticas eran ubicuos. Algunos bienes de consumo como los automóviles y otros bienes durables simplemente dejaron de producirse durante la guerra. Hubo periódicas escaseces de bienes que iban desde la leche hasta los piyamas de hombre. La calidad de los bienes se deterioró a medida que los productores intentaron evadir los precios máximos, y los mercados ilegales proliferaron por doquier. El gobierno tomó, de hecho, el control de las firmas y pasó a dirigir sus operaciones[xiv].

Cuando la guerra terminó, sin embargo, la economía dirigida se desmanteló. Para fines de 1946, la asignación directa de recursos por parte del gobierno – por decreto, a través de controles de precios o de sistemas de racionamiento – fue esencialmente eliminada[xv]. También se recortaron los impuestos, aunque para los estándares actuales permanecieron elevados. Desde cualquier punto de vista, la economía se liberó de la dirección gubernamental.  A pesar del pesimismo de los economistas profesionales, los recursos que previamente se hubieran dirigido a la producción de bienes para la guerra, encontraron rápidamente otros usos. La comunidad empresarial no avaló la desazón de los economistas.  Una encuesta a ejecutivos de empresa en 1944 y 1945 reveló que solo el 8,5% de ellos creía que las perspectivas para su compañía habían empeorado durante el período de posguerra. Un cronista contemporáneo destacó que en 1945-1946 las empresas “tenían un grande y creciente volumen de órdenes de compra  para productos aptos para el período de paz”[xvi]. En concreto, la eliminación de los controles de la guerra coincidió con uno de los períodos de prosperidad más prolongados de la historia de los Estados Unidos[xvii].

CONCLUSIÓN

Es importante no exagerar las generalizaciones; cada período histórico refleja circunstancias únicas. Nadie recomendaría embarcarse en un conflicto destructivo y someter a la economía a regulaciones draconianas típicas de la guerra con el objetivo de curar cierto malestar económico. No obstante, este evento histórico indica que es posible que economías altamente reguladas reduzcan el gasto público sin generar un colapso en el gasto privado. Sin embargo, existe un factor clave en todo esto: el sistema de precios debe dejarse libre para que funcione de manera eficiente y pueda dirigir los recursos hacia los usos más valorados. Esto implica, entonces, que las regulaciones que impiden este proceso de mercado deben eliminarse a medida que el gasto público se reduce. Irónicamente, se ve que la prosperidad que gozaron los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial no fue consecuencia de una agenda política cuidadosamente elaborada, sino más bien un producto colateral de lo que el gobierno dejó de hacer.


* Artículo publicado por el Mercatus Center de la Universidad George Mason de Washington. Traducido del inglés por Iván Carrino. La versión original se encuentra disponible aquí http://mercatus.org/publication/economic-recovery-lessons-post-world-war-ii-period.
** Cecil Bohanon es profesor de economía en la Universidad de Ball State en Muncie, Indiana. Es autor de numerosos artículos académicos y comentarios sobre temas de economía y política económica. Fue el ganador del premio Stavros a la enseñanza en 2007 y productor de una película sobre empresarialidad llamada Increasing the Odds, que ganó el premio Emmy a la mejor película.
[1] Es la ley de reajuste de lo shombres que prestaron servicio durante la guerra. Fue una ley que brindó una serie de beneficios para los veteranos de la Segunda Guerra. Los beneficios incluían bajas tasas hipotecarias, bajos tipos de interés para comenzar negocios, pagos en efectivo y pagos de matrículas para comenzar la Universidad o el colegio, así como un año de compensación por desempleo.
[2] “Liberal” en el sentido estadounidense del término. Es decir, socialdemócrata o progresista, tal como se entiende en Latinoamérica.


[i] Brack Obama: “Address by the President to the Joint Session of Congress” (speech, Washington, D.C., February 24, 2009), http://legacy.cspan.org/Transcripts/SOTU-2009-0224.aspx
[ii] Paul Krugman, “1938 in 2010,” New York Times, September 5, 2010.
[iii] Paul Samuelson, “Full Employment After the War” in Postwar Economic Problems, edited by S.E. Harris (New York: 1943).
[iv] Ibid.
[v] David R. Henderson, “U.S. Post-War Miracle” (working paper, Mercatus Center at George Mason University, 2010).
[vi] Ibid.
[vii] “National Income and Product Accounts Tables, 1940"1947” (GDP accounts in billions of chained 1937 dollars), Bureau of Economic Analysis, U.S. Department of Commerce, http://bea.gov/iTable/iTable.cfm?ReqID=9&step=1
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Igualdad ante la ley, una trampa

De entrada conviene precisar que en la tradición anglosajona cuando se hace referencia a la ley y al orden no se alude a la mera legislación sino al derecho, precisamente para marcar esta diferencia es que Hayek tituló una de sus obras Derecho, legislación y libertad. Hoy en día se ha pasado de contrabando legislación con el ropaje de la ley, por tanto, se obtiene como resultado desorden. La diferencia entre la ley en el sentido original de la expresión y la legislación estriba en que la primera es consubstancial al derecho, mientras que la segunda niega ese sustento jurídico.

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Muchas veces cuando se utiliza el término “seguridad jurídica” se da por sentado un concepto que conviene recalcar. Ese término empleado sin ninguna aclaración alude a la previsibilidad, a lo constante, pero eso es lo que tenían los judíos en los criminales campos de concentración nazis. Para que la seguridad jurídica exprese un valor ligado al derecho debe vinculársela con la noción de justicia de “dar a cada uno lo suyo” según la definición clásica que, a su turno remite a la propiedad y es entonces cuando la expresión adquiere fuerza y sobresale como equivalente a un marco institucional civilizado que implica el respeto recíproco.

Con la idea de la igualdad ante la ley ocurre algo semejante. A través de la pirueta de sostener que la igualdad es entre iguales (que no debe tratarse del mismo modo un asesinato pasional que uno a sangre fría etc.) se distorsiona por completo la noble idea de la igualdad ante la ley para aplicar, en su lugar, la igualdad mediante la ley. Además, si la noción se degrada puede concebirse la igualdad de todos ante la ley en el contexto de un régimen totalitario. Por eso es que en este caso también el concepto no puede escindirse del derecho y este a su vez de la justicia en cuanto a “dar a cada uno lo suyo” que, como queda dicho, es inseparable de la propiedad de cada cual.

Desafortunadamente se suele asimilar la “igualdad de oportunidades” a la igualdad ante la ley pero son dos conceptos antitéticos y mutuamente excluyentes. Dado que todos somos diferentes desde el punto de vista anatómico, bioquímico, fisiológicos y, sobre todo, psicológico, tenemos distintas oportunidades para los más diversos asuntos y, por ende, los resultados de nuestras acciones también son desiguales. Estas desigualdades hacen posible la división del trabajo y la cooperación social, además de hacer la vida atractiva (sería de u tedio insoportable que todos fuéramos iguales ya que sería como conversar con el espejo, además de las trifulcas imposibles de resolver como, por ejemplo, si a todos nos gustara la misma mujer).

En el campo patrimonial las diferencias resultantes permiten determinar quienes sirven con mayor destreza las demandas de sus semejantes y, al asignar de ese modo los ingresos, se maximizan las tasas de capitalización, lo cual, a su turno, conduce a mayores salarios en términos reales, especialmente de los menos dotados. La pretensión de igualar ingresos, no solo reasigna los siempre escasos recursos en dirección que los aleja de la productividad y, por ende, se reducen salarios, sino que dicha pretensión es, en rigor, imposible puesto que las valorizaciones sn subjetivas.

Si se apuntara a la igualdad de oportunidades, inexorablemente se destruye la igualdad ante la ley puesto que habría que otorgar distintos derechos a las personas. Por ejemplo, si a un jugador mediocre de tennis se le pretendiera otorgar igual oportunidad frente a un profesional, habrá que obligar a este último a que juegue con el brazo opuesto al que habitualmente usa y así sucesivamente. La igualdad de oportunidades siempre afecta el derecho de quien está compelido a otorgarla, por ello es que se trata de un pseudoderecho. En una sociedad abierta de lo que se trata es que todos tengan más oportunidades pero, por las razones apuntadas, nunca iguales. Cuando se proponen iguales oportunidades hay que preguntarse con los recursos de quien y si son entregados libre y voluntariamente o si son fruto de la fuerza. Si fuera esto último estamos frente a la presencia de una lesión al derecho y, por tanto, frente a la presencia de una embestida contra la igualdad ante la ley.

Estas elaboraciones parten de lo que se ha denominado derecho natural, como algo susceptible de ser descubierto por la razón en base a las propiedades y naturaleza del ser humano, es decir, en base al hecho incontestable que el hombre, en su acción, conjetura pasar de una situación menos desfavorable a una que le proporcionará mayor satisfacción según sea su estructura axiológica y, para ello, hay que dejarlo, reconociendo su correspondiente derecho, siempre y cuando, claro está, que no dañe iguales derechos de terceros. En esto consiste el parámetro o punto de referencia a que nos hemos referido cuando aludimos a la justicia en el contexto de la seguridad jurídica y la igualdad ante la ley.

Aún con enfoques distintos, apuntan en esta dirección al efecto de deducir el valor Justicia autores como J. Finnis en Natural Law and Natural Rights, A. P. d`Entréves en Natural Law, H. B. Veatch en “Natural Law: Dead or Alive?”, M. N. Rothbard en The Ethics of Liberty y E. Mack en “An Outline Of Natural Rights”. Por su parte, R. Nozick lleva a cabo una formidable crítica al utilitarismo al sostener que “los individuos con fiens en si mismos y no meros medios, no pueden ser sacrificados o usados para el logro de otros fines sin su consentimiento. Los individuos son inviolables […] No hay tal cosa como una entidad social con un bien que permita sacrificar a nadie. Solo hay personas individuales, con sus vidas individuales. Usando a una de ellas para el beneficio de otras, usa a éstas y beneficia a otras. Nada más. Lo que ocurre es que algo se le ha hecho a la persona para satisfacer a otra, Hablar de un bien social pretende disfrazar este hecho. Usar a una persona de este modo es una falta de respeto”.

La noción de mojones extramuros de la norma positiva fue esbozado por primera vez por Sófocles en Antígona, continuado y desarrollado por pensadores clásicos como H. Grotuis en su célebre De Iure Belli as Pacis y, antes que eso, la reconsideración agustiniana por el tomismo (en cuanto a la independencia de la razón de las cuestiones de fe). Escribe T. Davitt, SJ en “St. Thomas Aquinas and The Natural Law” que “Si algo significa la palabra `natural` se refiere a la naturaleza del hombre […] por tanto, nada hay religioso ni teológico en el derecho natural de Aquino”. Esta visión isunaturalista es revertida por el positivismo legal que ha hecho estragos con el valor Justicia al depositar, a partir de Hobbes, toda disquisición jurídica en la fuerza del poder de turno al señalar en el Leviathan que “nada puede considerarse injusto fuera de la ley”. Es como enfatiza Bruno Leoni en Lecciones de filosofía del derecho la verdadera defensa de marcos institucionales justos se concentra “en la validez de la norma, independientemente de su vigencia”.

En este plano de análisis deben puntualizarse ciertos problemas de peso ocurridos en la fértil tradición de Law and Economics como es la del “cheapest cost avoider”, lo cual trastoca por completo la relación daño-dañado y desaparece la noción de culpa, con lo que la igualdad ante la ley y la correlativa idea de justicia quedan  desfiguradas. Tomo algo de espacio para ilustrar la idea. Supongamos que se instala una fábrica que utiliza maquinaria que despide trozos de hierro que van a parar al jardín del vecino. Supongamos también que la instalación de un dispositivo para evitar el lanzamiento de esos proyectiles cuesta diez mil pesos y, asimismo, el costo de colocar una verja en el jardín del vecino asciende a cinco mil pesos. Según el criterio mencionado, para hacer “más efectivo” el resultado en el conflicto, debería dictaminarse que sea el vecino el que se haga cargo del costo puesto que significa una menor erogación, dando así la espalda a la agresión generada por los responsables de la fábrica.

Entonces, para resumir, la trampa eventualmente implícita en la igualdad ante la ley se debe a una interpretación amputada de la justicia, del mismo modo que ocurre con la seguridad jurídica. El modo de salir del atolladero consiste en poner ambas nociones en el contexto de la justicia como faro extrapositivo o metapositivo: la única manera de defenderse de los atropellos del poder y, en general, de las lesiones al derecho.

Estos y otro conceptos clave solo pueden clarificarse si se realizan los suficientes esfuerzos educativos. De más está decir que en esta línea argumental, no se trata simplemente de exhibir estadísticas de cuantos jóvenes asisten a colegios o universidades sino de los contenidos de las respectivas enseñanzas. Más aún, si las estructuras curriculares se basan en ideas autoritarias las aludidas estadísticas resultan irrelevantes ya que las asistencias no se traducen en educación sino en lavado de cerebro para lo cual es mucho mejor y más saludable la inasistencia.

Un ejemplo de lo anterior es cuando se pregunta como es posible que de un pueblo culto como el alemán haya surgido el monstruo de Hitler con el suficiente apoyo electoral, como si la cultura se limitara a la poesía, la literatura, la música y la escultura sin percibir que lo importante en esta materia es lo que ocurre en las cátedras de ciencias sociales. En este sentido, como lo han revelado medulosos estudios, la época pre-nazi estaba cargada de la impronta hegeliana, la xenofobia, el nacionalismo, la glorificación del aparato estatal y el antisemitismo (todos primos hermanos). Luego, ya en pleno zarpazo criminal del nacionalsocialismo, se tradujeron libros como el célebre de John Maynard Keynes de 1936 en cuyo prólogo a la edición alemana el autor escribe que “La teoría de la producción global, que es la meta del presente libro, puede aplicarse mucho mas fácilmente a las condiciones de un Estado totalitario que a la producción y distribución de un determinado volumen de bienes obtenido en condiciones de libre concurrencia y un grado considerable de laissez-faire”.

*PUBLICADO EN DIARIO DE AMÉRICA, NUEVA YORK, JUEVES 28 DE FEBRERO DE 2013.
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A la región no se le cae el mundo encima

INFOBAE.COM.- Cuando Cristina Fernández de Kirchner anunció que el Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE) creció un 1,9% en 2012 (los datos estimados por la Fundación Libertad y Progreso muestran una caída del 0,3% anual), se ocupó de resaltar que la cifra no se incrementó a los ritmos de los años precedentes debido a la crisis internacional existente. En otras palabras, volvió a destacar el falaz argumento de que “el mundo se nos cayó encima”. La crisis internacional existe, pero no es la causa del magro “crecimiento” del 2012 de Argentina.

Si fuera cierto que la causa del leve crecimiento se debe a que el mundo se encuentra en caída libre, afectaría no sólo a la Argentina, sino también a otras economías regionales. Pero al comparar los números domésticos con los de otros países vecinos vemos que la historia es distinta en algunos casos. Si nos tomamos el trabajo de realizar una “travesía regional” podremos observar qué ocurre en países vecinos. Comencemos cruzando la Cordillera de los Andes, allí el crecimiento anualizado es del 5,5% anual. No pareciera ser cierto para Chile que el mundo se le cayó encima, lo cual es muy extraño ya que lo único que hay que hacer es situarse del otro lado de la Cordillera. Además, Chile es un gran ejemplo de modelo al registrar excelentes cifras macroeconómicas para la región. Posee una inflación anualizada de tan sólo un 1,49%, la inversión en el país creció un 7,5% interanual, la industria se expandió al casi 3% anual y capta alrededor del 11,35% de la inversión extranjera directa de América Latina.

Avancemos en la travesía, esta vez, cruzando el Río de la Plata hacia Uruguay. El país liderado por Mujica creció al 3,6% anual en comparación con la caída del 0,3% de la Argentina. Debido a que Uruguay es muy pequeño, la inversión extranjera directa también lo es, pero otros indicadores han sido muy positivo para el país vecino. Ejemplos pueden ser la industria, al expandirse un 5,44%, y un gran crecimiento en la construcción del 14,63% (en contraste con las últimas novedades en este rubro en la Argentina). Pareciera que, además del otro lado de la cordillera, cruzando el Río de la Plata tampoco alegan o se excusan argumentando que el mundo se les cae encima.

Por último, continuando con esta travesía, ¿qué decir de nuestros otros vecinos? Brasil es el país que menos creció, después de la Argentina. Lo hizo al 1% anual. Sin embargo su inversión extranjera directa viene creciendo, al igual que la variación de sus reservas, reflejando un buen síntoma hacia futuro. La diferencia con Argentina es que las perspectivas a futuro son buenas mientras que aquí no lo son. En cuanto a Bolivia y Paraguay, ambos países tampoco parecen entrar al juego de la caída del mundo al mostrar crecimientos 5,2% y 3,79% anuales respectivamente. A esta altura cabe preguntarse si es el mundo el que se cae o si es la Argentina la que lo hace.

A continuación, se puede observar un cuadro con el crecimiento de Argentina y el de los países regionales (en Argentina se pueden apreciar dos números, el revelado por el Indec y el estimado por la Fundación Libertad y Progreso).

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Como puede observarse en el cuadro, tomando el dato oficial, los únicos países a los que supera Argentina son Brasil y Paraguay, mientras que si tomamos el dato de L&P, el resto de los países regionales (con excepción de Paraguay) nos superan. Para concluir, ¿por qué si el mundo se cae, hay países que logran crecer por encima del 4,5% anual? Si uno sostiene la hipótesis que el mundo se cae a pedazos, debe concluir lógicamente que afecta a países similares (regionales). Creer que la caída del mundo afecta solamente a la Argentina es entrar en una inconsistencia lógica. Es importante volver a destacar que no se niega la existencia de la crisis mundial, todos los países desaceleraron su crecimiento en mayor o menor medida pero ninguno cayó en la proporción que lo hizo nuestro país. Además, la Argentina (junto con Paraguay) son los únicos dos países en los que la desaceleración fue tal que se llegaron a obtener cifras anuales negativas.

*PUBLICADO EN INFOBAE.COM, MIÉRCOLES 27 DE FEBRERO DE 2013.
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