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SOBRE INFLACIONES Y DEVALUACIONES

Es realmente alarmante el poco conocimiento que hay sobre temas monetarios y bancarios, incluyendo a banqueros que negocian con moneda (del mismo modo que paradójicamente muchos de los que se dicen expertos en marketing no saben en que consiste el proceso de mercado), lo cual incluye a no pocos de mis colegas economistas.

El caso de países en los que están inmersos en un proceso inflacionario acelerado, las opiniones más sensatas al elaborar sobre el problema se apresuran a decir que no son partidarios de una devaluación. Veamos este asunto. La inflación es causada por la expansión monetaria debida a fenómenos exógenos, es decir, debida a decisiones políticas, a diferencia de la producción de mercancía-dinero reclamada por el mercado lo cual es consecuencia de fenómenos endógenos.

Esta decisión política procede de la existencia de la banca central que solo pude decidir entre tres cursos de acción: contraer, expandir o congelar la base monetaria. Cualquiera de los tres caminos necesariamente altera precios relativos respecto de lo que hubieran sido de no haber mediado la intervención de marras. A su vez,  el deterioro de los precios relativos desdibuja las únicas señales con que cuenta el mercado para operar, con lo que se desperdician los siempre escasos recursos que, a su turno, significa disminuir salarios e ingresos en términos reales. El premio Nobel en economía Milton Friedman insistió en su última publicación sobre temas monetarios (Money Mischief) que “la moneda es un asunto demasiado importante como para dejarla en manos de banqueros centrales”. Ya antes Friedman había escrito: “Llego a la conclusión que la única manera de abstenerse de emplear la inflación como método impositivo es no tener banco central. Una vez que se crea un banco central, está lista la máquina para que empiece la inflación” (Moneda y desarrollo económico).

Se ha dicho equivocadamente que el efecto de la inflación es el aumento general de precios. Pues si esto fuera así, no habría problema con la inflación ya que los salarios son también un precio, por tanto si la inflación fuera del 30% anual, mensual o diario y los precios (incluyendo salarios) subirían en la misma proporción no se produciría el desgraciado desequilibrio que ocurre con la inflación, solo habría que modificar las columnas en los libros de contabilidad, los dígitos en las máquinas de calcular y eventualmente transportar el dinero en carretilla, pero, como decimos, no habría problema económico con la inflación. El problema se suscita, precisamente, debido a que hay una modificación en los precios relativos.

Desde que se creó la banca central las depreciaciones en los signos monetarios han sido enormes y hay profesionales que pretenden controlar la bestia para producir “una inflación controlable”, léase estafar poco en lugar de abolir la banca central, por una parte, y salir del quebrado sistema bancario de reserva fraccional manipulado por la llamada “autoridad monetaria” que beneficia a banqueros pero pone en jaque a la economía ni bien si insinúa una modificación en la demanda de dinero.

Volvamos entonces al fantasma de la devaluación que quiere decir que los brujos del momento fijan otra paridad cambiaria, en lugar de abrir el mercado que sin banca central establece el precio de las divisas del mismo modo que lo hace en el mercado de pollos o zanahorias. Entonces, no se trata de devaluaciones sino de permitir que las partes -en arreglos contractuales libres y voluntarios- convengan el precio; es la gente la que lo establece con sus compras y abstenciones de comprar y no los burócratas (y menos los economistas). No se trata de devaluar sino de liberar la moneda, de igual manera que no se trata de que los aparatos estatales fijen nuevos precios al tomate sino de liberarlo.

Una vez abrogado el curso forzoso y la banca central en el contexto de un sistema bancario sólido, es la gente la que decidirá acerca de los activos monetarios que prefiere (que sin duda serán billetes-recibos por mercancías depositadas y no papeles pintados inconvertibles, ni convertibles a otros papeles también manipulados por las burocracias). Este sistema de libertad monetaria ha sido propuesto reiteradamente por muchos economistas de fuste tal como lo han hecho otros premio Nobel en Economía como Friedrich A. Hayek, Gary Becker y James M. Buchanan a los que se acopla una notable bibliografía producida, entre otros, por Lawrence White, George Selgin, Steve Hanke, Kurt Schuler, Murray Rothbard, Walter Block y Kevin Dowd.

La libertad en las cotizaciones de los diversos signos monetarios permite a su vez la eficiencia en el sector externo, si no es interceptado con controles a las importaciones y las exportaciones sustentados en las visiones trasnochadas de los nacionalistas xenófobos que pretenden prosperar con sistemas cerrados y autárquicos para vivir como Robinson Crusoe (aunque en este caso hay el atenuante que el aislamiento lo impusieron las circunstancias del naufragio). Aquellos personajes calzan en lo que ha dicho Mario Vargas Llosa: “son figuras de superficie sin mayor trastienda”.

Es realmente increíble, pero hay quienes se autodenominan “economistas” y seriamente sostienen que si se libera el dólar allí donde está controlado, se producirán interminables filas de gente demandando la divisa norteamericana en un contexto caótico. Francamente no se como aprobaron Introducción a la Economía, no se percatan que al precio libre se pueden adquirir en el instante todos los dólares que se demanden, del mismo modo que ocurre con cualquier otro bien o servicio. El precio libre siempre limpia el mercado: nunca hay faltantes ni sobrantes, por el contrario, éstos indefectiblemente aparecen cuando los megalómanos intervienen. Ni siquiera se sostiene el argumento de lo que técnicamente se denominan bienes públicos para la intervención en el campo monetario, puesto que el dinero no calza con los principios de no-rivalidad y no-exclusión.

El problema actual no estriba principalmente en las políticas y propuestas de la corriente de pensamiento denominada de izquierda, sino que radica en sus parientes (a veces próximos, a veces lejanos): la derecha conservadora que pretende resultados distintos con las mismas recetas perjudiciales… pero “bien administradas” por ellos. Mientras no se derriben estas telarañas mentales no hay posibilidad de revertir la situación en un mundo inflacionario que, en mayor o menor grado, destruye sus monedas y, por tanto, perjudica gravemente a los más necesitados. Me he detenido en detalle en el debate sobre temas monetarios y bancarios en mi libro publicado recientemente por la Universidad del Desarrollo, en Chile, titulado Jean Gustave Courcelle-Seneuil. En torno a dos debates para el mundo de hoy.

De más está decir que el tema de la libertad no se limita a lo monetario ni a ningún otro aspecto específico sino que abarca algo mucho más vasto y de mucho mayor calado, alude al oxígeno vital que permite que el ser humano siga su propio camino sin lesionar derechos de terceros. El problema con quienes hacen lugar a los atropellos del Leviatán o demandan que maneje sus vidas es que afecta severamente la dignidad y la autoestima de otros que reclaman libertad. Pero hay una solución que elimina esta tensión y que es del todo compatible con la sociedad abierta. Consiste en que, para aquellos que se consideran incapaces de administrar lo que concierne a sus asuntos, pueden contratar tutores o curadores con lo que no se aplastan las vidas de personas con sentido de autorrespeto.

*PUBLICADO EN DIARIO DE AMÉRICA, JUEVES 10 DE ENERO DE 2013.
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¿Puede realmente China alcanzar a EE.UU. para 2020?

  ELCATO.ORG.- Cada vez son más los economistas que pronostican que China pasará a EE.UU. para el 2020 y que de esa manera se convertirá en la mayor economía del mundo. Más allá de los cuestionables supuestos (tasas altas constantes por ejemplo) hay algunos puntos interesantes a analizar.

En primer lugar, observemos la evolución del PBI real de ambos países (en dólares constantes del año 2000)1 junto a sus variaciones interanuales y la diferencia, representada en dólares, con respecto al año previo.

En primer lugar, vemos que en términos reales, el PBI de EE.UU. más que triplica al de China, lo que no es una diferencia menor.2 Segundo, puede observarse como en todos los años del 2000 en adelante, las tasas de crecimiento del PBI de China fueron mayores a las de EE.UU. Esto no quiere decir necesariamente que produjeron más. Si un país “A” posee un PBI de 100 y produce 10 unidades extra en el siguiente año, su crecimiento es del 10%. Si un país “B” posee un PBI de 100.000 y produce 1.000 unidades extra en el año entrante, su crecimiento es del 1%, pero sin embargo produjo más unidades que el país “A”. Esto puede observarse en las últimas dos columnas del cuadro. Hasta el año 2007, las tasas de crecimiento de China son mucho mayores que las de EE.UU., sin embargo fue este último quien produjo más cantidad de unidades3. Esto se debe a que, matemáticamente hablando, cuanto menor sea un número más fácil es tener una tasa de crecimiento alta. Con el correr del tiempo, a medida que la economía crece es más difícil sostener las altas tasas de crecimiento.4 Podríamos resaltar entonces que: (1) EE.UU. todavía tiene una ventaja considerable sobre China y que (2) mayores tasas de crecimiento no implican obligatoriamente que se está produciendo más que otro país. Aquellos economistas que pronostican que China alcanzará a EE.UU. para el año 2020 utilizan en sus supuestos que la tasa de crecimiento promedio de China será del 8% mientras que la de EE.UU. será del 2,5%5. Esas cifras efectivamente harían que China alcancé a EE.UU. si se midiera en términos de PBI nominal. Este enfoque trae aparejado otro problema, ya que el PBI nominal tiene en cuenta producción e inflación y los economistas que depositan su fe en China, le atribuyen una inflación mayor a la de EE.UU. para explicar su crecimiento. Bajo este razonamiento, Argentina o Venezuela con sus elevadas inflaciones podrían ser potencias mundiales, lo que claramente se encuentra muy alejado de la realidad. En términos de PBI Real (dejando la inflación de lado) llevaría más tiempo a China equipararse con EE.UU. y recién estaría sucediendo (con las tasas del 8% y del 2,5% respectivamente) en el año 2034. Esto cambia las cosas, ya que no es lo mismo asumir una tasa promedio para los próximos 8 años que para los próximos 22 años, recordando siempre que salvo avances tecnológicos es cada vez más difícil mantener altas tasas de crecimiento. Por último, suponiendo que China sí logre alcanzar a EE.UU., eso no lo convierte en una potencia superior a la norteamericana. La ventaja demográfica de China es abismal y por eso puede aumentar su producción de la manera en que lo hizo. Sin embargo, es importante analizar el PBI per capita de cada país, ya que una persona va a preferir vivir en un país donde su sueldo o su tasa de capitalización sea mayor.

Se pude observar en la tabla que el PBI per capita de China es muy bajo en comparación con el de EE.UU. En conclusión, aún si los pronósticos de los economistas se cumplen, a China le queda todavía el gran desafío de incrementar el PBI per capita, en donde EE.UU. le saca una ventaja considerable. De todo este análisis no se desprende que China no sea un país importante ni mucho menos, así como tampoco debería desprenderse la idea de que será el nuevo líder mundial en el 2020. Referencias: 1 Los datos son tomados del Banco Mundial (http://databank.worldbank.org). 2. En términos nominales, el PBI de EE.UU. duplica al de China para el año 2011. 3. En los años siguientes, China produce más que EE.UU., aunque esto también se debe a la crisis financiera del 2008. 4. Por supuesto que si se desarrollan avances tecnológicos y se produce innovación, las tasas de crecimiento aumentarán rompiendo la tendencia del momento. De todos modos, ambos países se verán beneficiados de las nuevas tecnologías y no uno solo. 5. Por supuesto que las cifras de este supuesto difiere entre economistas, pero en su mayoría rondan en esos números. *PUBLICADO EN ELCATO.ORG, LUNES 7 DE ENERO DE 2013.
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La inversión eficiente en Argentina: un asunto pendiente

INFOBAE.COM.- Toda corriente económica, sin importar su inclinación, intenta buscar la mejor manera para que los países progresen. El fin es el mismo: más bienestar para todas las personas. Es en los medios para llegar a dicho fin donde difieren los economistas; aunque pareciera ser que en el largo plazo se alcanzó una opinión en común: la clave es la inversión.

Este punto era marcado por los economistas clásicos al destacar la importancia del ahorro para poder realizar inversiones, punto que fue criticado por el economista John Maynard Keynes. Sin embargo, luego del fracaso empírico de la curva de Phillips en los 70, las ideas keynesianas perdieron validez y comenzaron a escucharse las voces neoclásicas, que rearmaron sus modelos con un mayor grado de complejidad matemática, pero sólo para llegar a la misma conclusión: la clave es la inversión.

Una vez reconocido este punto, el secreto se encuentra en generar las condiciones necesarias para atraer inversiones. Uno de los puntos importantes que analizan quienes invierten es si el país en el que van a invertir tiene la capacidad de solventar su deuda, es decir, analizan la solvencia intertemporal de los gobiernos e invierten en aquellos que son solventes. Es aquí donde sistemáticamente ha fallado la Argentina en las últimas décadas, ya que no sólo se trata de atraer inversiones, sino de obtener la inversión adecuada o eficiente.

En los años 80, el país se encontraba muy lejos de poder pagar su deuda y la decisión del gobierno de turno fue aplicar un señoreaje agresivo que derivó en la hiperinflación del 89. Para solucionar este problema, el ex presidente Carlos Menem estableció la convertibilidad. En aquel entonces era muy difícil aplicar un incremento en la política fiscal y además no podía emitirse debido a la convertibilidad, por lo que la financiación vino por parte de las privatizaciones. Sin embargo, en los 90, el gobierno menemista continúo endeudándose y disminuyendo así las posibilidades de obtener inversiones rentables.

La deuda argentina continuó creciendo a grandes pasos hasta que se volvió insostenible obligando al ex presidente De la Rúa a abandonar su cargo. Finalmente, en el 2001, en el interinato de Rodríguez Saá, se decide declarar el default, lo que significó lisa y llanamente no reconocer la deuda que tenía el país. Una vez más, se tomó una decisión que implicaba ahuyentar inversiones, pilar base del crecimiento y desarrollo económico.

El ciclo kirchnerista, por su parte, aprovechó el reciente “desendeudamiento coercitivo” y tuvo la suerte de contar con el boom de los commodities, lo que oxigenó las cajas del Tesoro Nacional. También nos favoreció la política cambiaria adoptada por Brasil. A pesar de estas ventajas, el gobierno kirchnerista se las ingenió para espantar más que nunca la posibilidad de atraer inversiones. En este caso, el principal problema es el poco respeto por las instituciones. Los ejemplos sobran: Ley de Medios, Repsol-YPF, Aerolíneas Argentinas, Anses, los dibujos del Indec, etc. Diversos índices relacionados con la institucionalidad (Índice de Calidad Institucional, Índice de Propiedad Privada) muestran que la Argentina se encuentra cada vez peor. El último índice (publicado hace pocas semanas) de Transparencia Internacional ubica a la Argentina en el puesto 100 de 183 sacando sólo 3 puntos de 10, siendo los que tienen este último porcentaje los menos corruptos.

Todos estos puntos son un llamado fuerte de atención para la Argentina, que de una u otra manera siempre se las arregla para ahuyentar capitales y evitar un crecimiento sostenido en el largo plazo. El Institute of International Finance estima que en 2012 la Argentina captó solo el 3% de la inversión extranjera directa de la región. Convendría comenzar a pensar menos en el corto plazo y más en el largo plazo para realmente erradicar los problemas de pobreza, inflación, inseguridad que acechan al país. Keynes sostenía que “en el largo plazo estamos todos muertos”. Sin embargo, han pasado más de 70 años y la humanidad aún está aquí. Prestarle atención al largo plazo en cuestiones institucionales y de inversión podría solucionar muchos de los problemas actuales de la Argentina.

*PUBLICADO EN INFOBAE.COM, 30 DE DICIEMBRE DE 2012.
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El día que Rosas quiso pagar a los bonistas con las Malvinas

  LA NACIÓN.- Con el regreso al país de la Fragata Libertad se cierra así un capítulo más en una larga historia de conflictos con acreedores externos que comenzó en los albores de nuestra independencia.  En 1824 las Provincias Unidas emitieron un empréstito que fue colocado en Londres por el banco Baring Brothers & Co. luego de una negociación rodeada de irregularidades. En ese momento el mercado de Londres se abría a las repúblicas sudamericanas y casi todas emitieron bonos. Y casi todas, incluida Buenos Aires, pronto entraron en cesación de pagos. Como consecuencia, en 1826 se produjo la primera crisis de deuda latinoamericana que a su vez contribuyó a generar una profunda crisis en el sistema financiero inglés.

Los bonistas de entonces no tardaron en iniciar sus reclamos contra el gobierno argentino. La saga del empréstito Barings es bastante conocida. Lo que no es tan conocido es que Juan Manuel de Rosas ofreció pagarles a esos bonistas entregándoles las Islas Malvinas. Hace varios años Rodolfo Terragno escribió un artículo sobre el tema. Pero las circunstancias actuales y una consulta de los documentos originales en los archivos de Barings en Londres ameritan una nueva mirada sobre esta inusual propuesta. En 1842, Barings envió a Buenos Aires a François Falconnet con la misión de negociar el repago de la deuda. A fines de ese año Falconnet se reunió con el Restaurador, quien en una carta que dirigió a Barings se comprometió a buscar una solución. En febrero de 1843, el ministro de hacienda Manuel Insiarte se dirigió a Falconnet para manifestarle que “animado de las mejores disposiciones, deseando vivamente pagar la deuda,” Rosas había autorizado a su embajador en Londres ha proponer la cesión de las Islas Malvinas “en pago del empréstito a los acreedores.” Aclaraba que el gobernador le hacía esta propuesta con “la plena confianza en los derechos afianzados en títulos auténticos y esclarecidos en notas oficiales y publicaciones por la prensa” y que esperaba “fundadamente” que el gobierno inglés reconociera “la justicia de sus reclamos y sobre esta persuasión se lisonjea haber encontrado un arbitrio suficiente y expedito para pagar a los acreedores que de otro modo no lo serían sino lentamente atenta la imposibilidad de distraer las rentas de los objetos vitales y exigentes a que están destinadas.” A principios de 1844, Insiarte nuevamente insistió con la propuesta pero Falconnet la rechazó “por no prometer la cuestión que este Gobierno sostiene con el de Su Majestad Británica un pronto y feliz resultado” y por lo tanto no se ofrecía a los acreedores “mas que una reclamación pendiente.” Sin embargo, aclaró que “si la cuestión de las Islas Malvinas estuviese tan adelantada, que faltare mas que arreglar el monto de las indemnizaciones, en tal caso sus representados aceptarían la oferta que se le ha hecho.” Insiarte contestó que esperaba una pronta resolución del diferendo con Gran Bretaña y que “la cesión de dichas Islas ofrecía a los propietarios del empréstito” el medio más “pronto y eficaz de satisfacer” sus intereses. Aparentemente no hubo mas negociaciones sobre esta propuesta en Buenos Aires. Además, en agosto de 1845 comenzó el bloqueo anglo-francés del Río de la Plata. La correspondencia de Insiarte, guardada en los archivos de Barings, echa luz sobre Rosas y su actitud respecto a las Malvinas y al repago de la deuda externa. El tema da para mucho más que el espacio que disponemos aquí, pero resumiendo, en cuanto a las primeras fue consistente en insistir diplomáticamente sobre la soberanía argentina a través de sus embajadores en Londres y en Washington. Pero era evidente ya en 1842 que el gobierno inglés no tenía interés alguno en devolver las Malvinas. Su ocupación era esencial para mantener la supremacía marítima inglesa, especialmente con la apertura de los mercados de China luego de la “Guerra del Opio”. También era obvio que Rosas no contaba con los recursos financieros como para repagar el empréstito. Su propuesta, y nada hace pensar que no fuera bona fide ya que la hizo tanto al gobierno inglés como a Barings, revela cierto pragmatismo. Rosas quería mejorar sus relaciones con Inglaterra y los dos escollos más grandes para lograrlo eran las Malvinas y el empréstito de 1824. Al ofrecer las primeras en repago del segundo resolvía ambas cuestiones. Rosas no era ningún ingenuo. Hizo una propuesta audaz que sabía difícilmente sería aceptada. Quizás la hizo para demostrar buena fe y voluntad de pago a los bonistas. Cualquier otro que hubiera hecho esta propuesta habría sido acusado de traidor la patria. Sea como fuere, si Barings la hubiese aceptado la historia argentina habría sido muy distinta. *PUBLICADO EN LA NACIÓN, MIÉRCOLES 9 DE ENERO DE 2013.
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Chile derriba los mitos del relato

INFOBAE.COM.- El pensamiento económico hegemónico de la Argentina nos ha llevado a consagrar ciertos mitos respecto de la realidad de nuestro país. Entre estos, que la inflación es el precio necesario del crecimiento, que la apertura comercial destruye las fuentes de trabajo y que la liberalización del tipo de cambio dispararía el precio del dólar. Sin embargo, con solo asomar la cabeza por encima de la Cordillera de los Andes, podemos ver que estos mitos no son nada más que eso. Mito 1: Hay inflación porque estamos creciendo. A menudo se argumenta que la inflación es la consecuencia natural del crecimiento. Esta idea, además de ignorar que crecer no quiere decir vender más caro sino mejorar la rentabilidad para poder ahorrar e invertir, ignora lo que sucede del otro lado de la montaña. Los índices de inflación en Chile son muy bajos, el último dato muestra un avance en el índice de precios de solo 2,1% anual. Además, si tomamos en promedio los últimos 10 años vemos que la inflación se mantuvo en el 3,2%. Esto es así, en parte, porque el Banco Central chileno tiene prohibido financiar al gobierno. Salvo en estado de guerra (probabilidad bajísima en la Sudamérica actual), el Banco Central “no puede otorgar garantías ni adquirir documentos emitidos por el Estado, sus organismos o empresas”. Sin embargo y a pesar de la bajísima inflación, el PBI de Chile creció en el tercer trimestre de 2012 un 5,7%, y su tasa de crecimiento promedio de los últimos 10 años fue de 4,1%.

Mito 2: Las barreras aduaneras son necesarias para preservar las fuentes de trabajo. Esta idea, que no es exclusivamente nuestra, plantea que si se abren las fronteras los productos extranjeros “invadirán” el país y los productores nacionales no podrán competir, quebrando y dejando sin trabajo a millones de compatriotas. Este escenario de catástrofe (asimilable al “weapons of mass destruction” de Bush) no solo ignora el principio básico de la división internacional del trabajo, sino que ignora los números de la realidad. Chile es uno de los países más abiertos al mundo comercialmente hablando. Su arancel aduanero promedio es de 1% y además del tratado de libre comercio con losEstados Unidos, posee tratados de libre comercio con Canadá, México, Corea del Sur, Colombia y Perú entre otros países y bloques regionales. La tasa del desempleo, sin embargo, es una de las más bajas de la región: 6,2% y con tendencia a la baja.

Mito 3: El control de cambios es necesario para mantener estable el precio del dólar. Más allá de las justificaciones oficiales para la existencia del “cepo” al dólar, está extendida la idea de que liberalizar el tipo de cambio generaría una suba permanente del precio del dólar que perjudicaría a la economía. Por factores culturales, parecería que los argentinos padecemos la fiebre del dólar y que el precio de este no puede dejarse librado a los “espíritus animales”. Nuevamente, esta idea contrasta con fuerza con la realidad de nuestro país vecino. En Chile no existe ningún tipo de control de cambios ni ninguna restricción a la libre movilidad de capitales. El efecto de este sistema sobre el tipo de cambio, sin embargo, es muy ilustrativo. La moneda norteamericana se depreció un 29% en los últimos diez años.

Como puede observarse, la economía chilena es una excelente ilustración de la teoría de que se puede crecer sin inflación, que la apertura al mundo no significa en absoluto sacrificar puestos de trabajo y que los controles de cambios no tienen ninguna relación con el precio del dólar. En conclusión, a veces solo basta mirar un poco los números para derribar los mitos que el nuevo pensamiento único intenta consagrar.
*PUBLICADO EN INFOBAE.COM, MIÉRCOLES 9 DE ENERO DE 2013.
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