Hace pocos días, Jorge Macri, jefe de Gobierno de ciudad de Buenos Aires anunció un cambio central en la currícula de la escuela primaria. En sus propias palabras:
Veamos sino lo que sucede cada vez que asume un nuevo gobierno. Lo primero que escuchamos es un diagnóstico sombrío: el estado del sistema educativo es desastroso, lo cual por cierto no dista de representar nuestra realidad; todo lo que se hizo antes está mal, y la tarea del nuevo gobierno será reformarlo. Esta narrativa de empezar desde cero se ha vuelto un ciclo interminable. Las nuevas autoridades critican las gestiones previas y proponen grandes reformas que sistemáticamente fracasan en lograr cambios sostenibles. Y mientras tanto, los estudiantes son las víctimas de un sistema que parece estar siempre en fase de reconstrucción.Un ejemplo representativo lo constituye el manejo de los contenidos curriculares. Un gobierno decide modificar el programa escolar para, por ejemplo, incorporar habilidades tecnológicas y pensamiento crítico, otro para mejorar la lecto escritura, la lista es interminable. Seguramente, cuando asuma la siguiente administración, se desecharán esas modificaciones y se planteará un nuevo enfoque, argumentando que la reforma anterior fue inadecuada. Lo irónico del caso es que ello no sólo ocurre entre gobiernos de partidos políticos opuestos, sino incluso entre administraciones del mismo signo político, como lo demuestra la actual reforma educativa llevada a cabo por el gobierno de la ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Una primera solución a esta interminable sucesión de reinicios es otorgar a las escuelas de gestión privada la autonomía para diseñar sus planes de estudio, en lugar de estar sujetas a los vaivenes políticos, integrando las necesidades y demandas de la sociedad contemporánea, así como las expectativas de las familias que confían en ellas, permitiendo que distintas visiones y enfoques pedagógicos coexistan y ofrezcan alternativas reales a las familias y estudiantes.
En lugar de retrotraer todo a fojas cero cada vez que cambia un gobierno, esta reforma permitiría a las instituciones educativas de gestión privada generar un ciclo continuo de mejora y evolución, basado en la experiencia acumulada y la capacidad de innovación, y serían los propios padres, ya no los expertos coyunturalmente a cargo de delinear las políticas educativas, quienes fiscalicen a las escuelas a partir de la imprescindible publicidad de toda evaluación que se lleve a cabo.
¿No vale la pena evaluarlo? Yo creo que sí. De lo contrario continuaremos volviendo a recomenzar una y otra vez, cuan el mito de Sísifo. Pero no es una tragedia griega de lo que estamos hablando, sino del futuro de generaciones de niños y jóvenes que transcurren años críticos de su formación en medio de continuos experimentos que nos han conducido a la vergonzosa realidad educativa que hoy nos toca vivir.