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Impuesto a las ganancias: es la historia de las rebeliones fiscales

ECONOMÍA PARA TODOS.- El lío en el que está metido en el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner con el tema del Impuesto a las Ganancias es casi de manual de Historia. ¿Quién no conoce la historia del Motín del Té que tuvo lugar en Boston en 1773, cuando los colonos tiraron todo un cargamento de té al mar por el nuevo impuesto que había establecido Inglaterra, dando lugar a la guerra de la independencia americana? En rigor este impuesto tiene el antecedente de la Stamp Act (1765) y las Townshend Acts (1767) que imponía nuevos impuestos a los colonos sin consultarlos.

La Revolución Francesa tuvo, entre otros motivos, la aplicación de altos impuestos que no alcanzaba a ciertos sectores de la nobleza, del clero y otros sectores. La causa de esta presión tributaria tenía que ver con los gastos bélicos que tuvo Francia al apoyar a los colonos americanos en su lucha por la independencia. Es más, cuando se produjo la revolución, varios edificios del ente recaudador fueron incendiados por los revolucionarios franceses.

La Carta Magna que los barones le impusieron al rey Juan Sin Tierra también incluye límites a la aplicación de impuestos, además de justicia en el tratamiento que el rey le daba a sus súbditos.

Charles Adams publicó un interesante libro sobre la historia de las rebeliones fiscales titulado For Good and Evil, The Impact of Taxes on the course of civilization (Madison Books). En ese libro, Adams analiza la historia de las rebeliones fiscales desde el antiguo Egipto, pasando por la Edad Media, Rusia, Suiza, España, Alemania y, obviamente, Inglaterra y EE.UU. Cualquiera que lea ese texto puede advertir cómo los pueblos se rebelan cuando son expoliados impositivamente.

Esta introducción tiene que ver con lo que estamos viviendo hoy en Argentina, siendo Hugo Moyano el que, curiosamente, se levanta contra el Gobierno por la presión impositiva del impuesto a las ganancias. ¿Por qué curiosamente? Porque Moyano fue aliado de este gobierno, al igual que muchos otros personajes que fueron quedando en el camino, y de ser aliados pasaron a ser acérrimos enemigos para el Gobierno.

Lo cierto es que, en su voracidad fiscal, el Gobierno viene liquidando a la gente con el impuesto a las ganancias, tanto a la gente que trabaja en relación de dependencia como a las empresas y a los independientes.

¿Qué mecanismos usa el Gobierno para aumentar el impuesto a las ganancias? El sistema es complejo, pero voy a tratar de simplificarlo.

Supongamos que, de acuerdo a este impuesto, un trabajador en relación de dependencia, casado y con hijos, no pagaba ganancias si ganaba $ 3.000 mensuales. Como la inflación llevó al ajuste de salarios, que por cierto, vinieron subiendo por arriba del 30% anual en estos últimos años, ese trabajador que ganaba $ 3000 pasó a ganar, digamos, $ 6000. El impuesto a las ganancias determina que hasta cierto monto no se paga impuesto y a partir de ese monto comienza a pagarse a una tasa progresiva. Supongamos que el mínimo no imponible era de 4500 pesos para ese trabajador casado y con hijos. Como el Estado prácticamente no ha modificado el mínimo no imponible (los $ 4.500), ese trabajador empezó a pagar ganancias cuando, por los aumentos de salarios, superó esa el mínimo no imponible. Así, cuanto más gana, más impuestos paga.

Decía antes que la tasa del impuesto es progresiva, esto quiere decir que si alguien gana un 10% más puede pagar, por ejemplo, un 15% más de impuesto a las ganancias. Es decir, no es que si gana un 10% paga un 10% más de impuesto, sino que puede pagar el 15%. Por eso es progresivo el impuesto.

Como los aumentos de salarios estuvieron superando ampliamente la inflación real y el mínimo imponible casi no se ajustó, muchas personas en relación de dependencia empezaron a pagar cada vez más impuesto a las ganancias, con lo cual el aumento de salarios conseguido se licúa en parte con el pago de este impuesto.

Pero ojo que no solo los que trabajan en relación de dependencia tienen este problema. Las empresas y los trabajadores independientes también sufren la mayor carga impositiva del impuesto a las ganancias.

Por ejemplo, una empresa compra una mercadería a 10 pesos y a los 6 meses la vende a 15 por efecto de la inflación. Supongamos que reponer la mercadería le cuesta 13 pesos. Para el Estado esa empresa no ganó 2 pesos, ganó 5 y, por lo tanto, le cobra el impuesto a las ganancias sobre 3 pesos que no son utilidades. Le aplica el impuesto a las ganancias sobre utilidades que no existen o si se prefiere, le cobra el impuesto a las ganancias sobre el costo de reposición de la mercadería, con lo cual le cobra ganancias sobre su capital de trabajo.

Con los profesionales independientes pasa lo mismo. Lo que pueden deducir del Impuesto a las Ganancias es nada. Es más, y esto supera al problema actual, un profesional que dedica horas de trabajo a estudiar para luego entregar su trabajo no puede deducir esas horas de trabajo del impuesto a las ganancias. Para el Estado el trabajo intelectual no es un costo y, por lo tanto, el impuesto a las ganancias se transforma casi en un impuesto a los ingresos brutos.

Doy mi caso de economista independiente. Para escribir un informe o dar una conferencia tengo que buscar datos, elaborarlos, analizarlos, leer libros y diarios, etc. Ese trabajo, para la AFIP, no es un costo. Lo único que considera como costo es el precio del libro o del diario, pero no el trabajo de estudiar y elaborar. Es como si un economista se sentara a escribir un informe y todo el tiempo que estuvo buscando datos, armando series estadísticas y analizándolas no fuera un costo de producción. Los economistas solo nos sentamos y escribimos lo primero que se nos pasa por la cabeza, y por lo tanto lo que cobramos por nuestro servicio es pura ganancia sin costo de producción.

Para quienes redactaron la ley del Impuesto a las Ganancias y para la AFIP que es quien la reglamenta, el trabajo intelectual no es un costo. Si alguien fabrica chorizos, la AFIP considera como costos de producción la carne, la tripa y el hilo, costos que se deducen del precio para determinar la ganancia que obtiene el fabricante de chorizos. No ocurre lo mismo con los profesionales. El buscar datos, elaborarlos y analizarlos —que serían el equivalente a la carne, la tripa y el hilo del chorizo— no es un costo de producción. Un disparate conceptual.

De todo lo anterior se desprende que no son solamente los empleados en relación de dependencia quienes sufren con el Impuesto a las Ganancias, sino que también las empresas y los profesionales independientes lo padecen, y yo diría que hasta con mayor intensidad.

Para ir terminado con el tema de los empleados en relación de dependencia, los independientes y las empresas, hago un solo comentario más. ¿Por qué todos los legisladores de la oposición y el periodismo sostienen que están de acuerdo con que se suba el mínimo no imponible de Ganancias para los empleados en relación de dependencia pero no dicen nada de los independientes y las empresas? ¿Acaso somos ciudadanos de segunda los independientes y las empresas al momento de pagar el impuesto a las ganancias o la posición de los políticos opositores y periodistas es pura demagogia?

Muchos de mis colegas economistas dicen que el problema del Impuesto a las Ganancias está en la inflación. Sin duda que la inflación es un problema, pero si se indexara el mínimo no imponible por la inflación verdadera y se permitiera indexar los balances y se corrigiera la ley para el caso de los profesionales independientes, el problema se atenuaría bastante. El punto es que el Gobierno sabe que está aplicando el impuesto a las ganancias sobre utilidades que no existen y sobre la indexación de los salarios. Tanto lo sabe que lo hace deliberadamente para recaudar más y así financiar su política populista. Por eso el problema no es solo la inflación en esto del impuesto a las ganancias, sino un nivel de gasto público que hoy solo es financiable expoliando a la gente. En consecuencia va a ser difícil que el Gobierno ceda fácilmente en esto de elevar el mínimo no imponible. Porque necesita desesperadamente caja. Si cede, no solo pierde políticamente, sino que pierde parte de la caja que necesita para su populismo.

Así como siglos atrás los reyes enfrentaban rebeliones fiscales por la alta carga impositiva que tenían que aplicarle a los súbditos para financiar sus guerras de conquistas y vidas opulentas, hoy sucede lo mismo. La diferencia es que en vez de financiar guerras de conquistas, hoy hay que financiar un gasto público aplastante fruto del populismo imperante. Pero el dato común es que estamos asistiendo a una rebelión fiscal. Ya pasó en el 2008 y ahora de nuevo.

Si en el Gobierno leyeran la historia de las rebeliones fiscales, empezarían a poner las barbas en remojo porque llega un punto en el que la gente se harta de trabajar para el Estado y, encima, no recibir nada a cambio por los impuestos que paga.

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Apunte sobre legislación sindical

DIARIO DE AMÉRICA.- Contemporáneamente en casi todos lados se ha adoptado la visión fascista dela Cartadel Lavoro de 1927 que, a su vez, respondiendo a la genealogía de Mussolini, se basa en la noción marxista de “las relaciones contractuales entre el capital y el trabajo”, primer error conceptual puesto que el capital no negocia ya que se trata de maquinarias y equipos, son distintas formas de trabajo que en una sociedad libre arriban a salarios monetarios y no monetarios según sea la tasa de inversión correspondiente (esa es la diferencia entre los salarios en Angola y Canadá, no los decretos y leyes que se promulgan con criterios voluntaristas).

Vamos por pasos en este asunto. En un ambiente civilizado, un sindicato es una asociación libre y voluntaria que se establece para todo aquello que los sindicados consideren pertinente (a menos que se trate de lesión de derechos de terceros en cuyo caso se convierte en una asociación ilícita). Generalmente en estos contextos la función primordial del sindicato consiste en informar a sus miembros de los salarios obtenidos en distintos lugares y actividades ya que si bien los ingresos en términos reales dependen de la inversión per capita que hace posible incrementos en la productividad del trabajo (no es lo mismo arar con las uñas que con un tractor), las cifras no aparecen en algún tablero universal sino que hay que averiguarlas (cosa que no es una faena difícil, de lo contrario pruébese remunerar a una secretaria en niveles bajo el mercado y se comprobará que no dura ni siquiera pasada la hora del almuerzo del primer día laborable).

Lo dicho no es óbice para que las referidas asociaciones establezcan otros servicios y otras condiciones para ser miembro aunque alguna puede aparecer chocante o ridícula como la de pertenecer a cierto partido político o, para el caso, condiciones para el salto de garrocha, todo es aceptable siempre que se trate de acuerdos libres y voluntarios entra las partes.

Observamos, sin embargo, que la situación es muy otra en nuestro mundo de hoy. Se impone que los empleadores descuenten compulsivamente contribuciones o cuotas sindicales enmascaradas o explícitas y de obras sociales a todos los empleados en relación de dependencia, lo cual constituye una inmoralidad superlativa. Se desconfía que los candidatos aporten voluntariamente a las cajas sindicales. Más aun, al universo que se le ha descontado para obras sociales se le requiere el carnet de afiliación para hacer uso de dichos servicios (generalmente muy deficientes como todo lo monopólico artificial) con lo que, de facto, significa membresía forzosa. De ninguna manera esto implica que los sindicatos no puedan contar con servicios médicos denominados “obras sociales”, de lo que se trata es que sean voluntarias y que compitan con otras. Un amigo co-fundador de dos mutuales de medicina muy prestigiosas en Argentina me decía que hicieron un estudio para extender el servicio a personas de menores ingresos pero la legislación sindical no les permitió competir. Desde luego que esta situación compulsiva se presta para todo tipo de maniobras por parte de la dirigencia sindical.

Otra característica de esta extendida legislación fascista es la llamada “personería gremial” que no es la simple personería jurídica que debe otorgársele a toda asociación libre, sino que es una figura que significa que la autoridad gubernamental la concede a un sindicato por rama de actividad que compulsivamente representa a todos los que trabajan en esa área y bloquea que lo hagan otros en grupo o lo hagan personas individualmente con lo que se impone la contratación colectiva por la fuerza. Nada tiene de objetable la contratación por grupos si los trabajadores lo prefieren, pero, como queda dicho, en este caso se trata de recurrir a la legislación para imponerlo y direccionado en cierto sindicato (que habitualmente se dice “el más representativo” con lo que se elimina a otros sindicatos o representaciones personales para negociar sus preferencia ya que si voluntariamente los trabajadores decidieran otorgar representatividad en ese mismo sindicato al que se le concede la personería gremial no habría necesidad de escudarse en esta figura coercitiva, que en estos contextos solo pueden eventualmente zafar de la imposición a través de contrataciones temporarias y similares).

Esta maraña legislativa en materia sindical y laboral en general conduce al mercado informal al efecto de evitar todos los impuestos al trabajo que expulsan de las posibilidades laborales a los que más necesitan trabajar ya que, como queda dicho, los salarios no dependen de la voluntad del legislador sino de las referidas tasas de capitalización que cuando se establecen por encima de esa marca aparece el desempleo. En cambio, en un clima de arreglos contractuales libres y voluntarios nunca sobra aquello que es indispensable para brindar servicios y producir bienes ya que, precisamente, el problema económico consiste en que los bienes y servicios son escasos en relación a las necesidades (de lo contrario estaríamos en Jauja, es decir, habría de todo para todos todo el tiempo, en cuyo contexto nadie demandaría empleo). La tragedia de la desocupación siempre se debe a la intromisión forzosa de legislaciones que no permiten contratar libremente, situación en la que se entrometen los aparatos estatales a través de lo que se ha dado en llamar “arbitraje” o “conciliación obligatoria”.

En esta misma línea argumental se impone una peculiar forma violenta de huelgas. En lugar de entender la huelga como el derecho a no trabajar que lo tiene cualquier persona libre, se introduce la idea del “derecho a estar y no estar al mismo tiempo en el lugar de trabajo”, es decir, quien se declara en huelga no trabaja pero tampoco permite que otros sean contratados en esa empresa (por medio de piquetes intimidatorios o por medio del decreto gubernamental), con lo que se conduce al desempleo o a través de la disminución del poder adquisitivo por medio de la inflación monetaria al efecto de cubrir la desocupación que de otro modo hubiera surgido ya que los salarios no son nunca consecuencia del voluntarismo sino de la realidad económica.

La huelga como el natural y a todas luces lícito derecho a no trabajar somete al empleador a una de dos posibilidades: o contrata a otros si es que lo que ofrece son salarios de mercado o debe incrementar la paga si es que estaba bajo el nivel que exigen las tasas de inversión.

Toda la nociva legislación a que nos venimos refiriendo parte de la falacia de “la teoría de la desigualdad en el poder de contratación” la cual sostiene que no es permisible que el gobierno no intervenga cuando quienes contratan tienen diferentes patrimonios lo cual pondría en desventaja al más débil. Esto así está mal planteado. La desigualdad patrimonial en el contrato es del todo irrelevante, nuevamente lo decisivo es la cuantía de inversión y los consiguientes marcos institucionales que permiten la formación de ahorro interno y externo en el lugar para ampliar esa inversión. En otros términos, si un multimillonario llega a un lugar y averigua cuanto debe remunerarse a un trabajador para pintar su casa y decide ofrecer la mitad porque es muy rico, sencillamente no podrá pintar su casa (para el caso no importa si su cuenta corriente es muy abultada o si está quebrado).

Las remuneraciones de las que estamos hablando incluyen todas sus formas tanto monetarias como las no monetarias. Si las cosas no fueran de esta manera no habría que ser tímido en los pedidos y lanzar un decreto por el que todos se conviertan en millonarios, pero lamentablemente las cosas no son así. Obsérvese que en el caso argentino (y en otros) los salarios del peón rural y los de la incipiente industria eran superiores a los de Suiza, Alemania, Francia, Italia y España (de allí es que en esas épocas la población se duplicaba cada diez años debido a la inmigración), situación que operaba cuando los arreglos contractuales se guiaban por el Código Civil de 1869 y los problemas para los más necesitados comenzaron en paralelo con la legislación de las mal denominadas “conquistas sociales” a partir de los años cuarenta y sin solución de continuidad hasta el presente, puesto que todos los gobiernos (civiles y militares) pretendieron y pretenden utilizar el movimiento obrero en provecho propio sin abrogar las leyes de asociaciones profesionales y convenios colectivos y equivalentes que constituyen la raíz del problema que embretan a los genuinos trabajadores en favor de la cúpula sindical.

Este tema de la incomprensión respecto a las causas de los niveles de salarios no se circunscribe a sindicatos y afines sino que abarca territorios mucho más amplios. Hace un tiempo estaba yo dictando un seminario en una cámara empresarial y uno de los asistentes (muy conocido) me preguntó que si no se aceptaba la huelga intimidatoria como se incrementarían salarios, con lo que se pone de manifiesto el grado de confusión mayúsculo que también incluye al empresariado (y a muchos otros sectores) que en no pocas ocasiones avala los absurdos e improcedentes “consejos de salarios” como si éstos fueran el resultado de la “puja distributiva” desconociendo en forma absoluta el significado elemental de los procesos de mercado.

En momentos de escribir estas líneas el caso argentino revela que el movimiento sindical se subleva frente al actual gobierno debido a excesivas presiones fiscales al trabajo para financiar el creciente gasto público, situación que escandaliza y sorprende al aparato estatal del momento que no puede creer que pasen por izquierda a una estructura que se autoconsidera “progresista”, pero el fondo del asunto sigue siendo el mismo solo que hay dos competidores por la imposición de condiciones desfavorables al trabajador que se encuentra en medio de una operación pinza y que, en definitiva, siempre paga los platos rotos.

Resulta indispensable y muy urgente revisar las falacias, los mitos y las grotescas tergiversaciones históricas tejidas en torno a los temas aquí apuntados y abandonar la hipocresía de escudarse bajo el manto de los pobres al efecto de explotarlos miserablemente.

*Publicado en Diario de América, New York
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Sobre historia y leyendas

Revisando mis archivos me encontré una carta que envié al diario La Nación comentando un artículo sobre el 25 de mayo escrito por Pacho O’Donnell, flamante director del Instituto Nacional de Revisionismo Historico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego. Este personaje es quien ahora escribe la “nueva” historia oficial. Como se puede apreciar la verdad histórica no es la prioridad.

La Nación, 28 de mayo de 2008

Señor Director:

“La nota titulada «25 de Mayo, la historia y la leyenda» (Pacho O’Donnell, 23/5), presenta una visión bastante sesgada de la Revolución de Mayo. Más allá de ciertas aseveraciones simplistas presentadas por el autor sin ningún tipo de evidencia (por ejemplo, para citar sólo algunas, que Moreno fue el representante de los intereses británicos en el Río de la Plata; que la Asamblea del Año XIII recibió instrucciones de Londres para no declarar la independencia o que Rivadavia desautorizó a Belgrano por la creación de la bandera debido a presiones de Inglaterra) varios errores elementales le restan valor al artículo, ya que denotan desprolijidad en el manejo de datos históricos, especialmente del contexto internacional.

Juan VI, agreguemos para mayor precisión, no era emperador de Portugal, sino rey. Nunca existió un imperio de Portugal. Sí existió el imperio de Brasil, creado por su hijo, Pedro I. Auschwitz no fue una victoria de Napoleón, sino un campo de concentración nazi. Probablemente el autor estaba pensando en Austerlitz (2 de diciembre de 1805), una de las victorias más famosas del Gran Corso. De todas maneras, el bloqueo continental de Napoleón que forzó a Inglaterra a buscar nuevos mercados tuvo lugar recién después de la batalla de Jena, a fines de 1806.

“Hace ya más de cien años, Alberdi nos advirtió: «Acostumbrado a la fábula, nuestro pueblo no quiere cambiarla por la historia… No se sabe a dónde se va cuando no se sabe de dónde se viene».

“Somos probablemente el único país que celebra hombres y eventos de nuestra independencia con cuatro feriados nacionales y todavía seguimos sin entender sus verdaderas causas; [no] sorprende entonces que tantas veces nos equivoquemos al interpretar el presente.”

Emilio Ocampo

*Publicado en Entre la Fábula y la Historia
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Crisis y gasto

LA RAZÓN.- A finales del siglo XIX, Adolf Wagner presentó la ley sobre la Hacienda que lleva su apellido, y que sostiene que el gasto público crece por las presiones para conseguir mejoras sociales a medida que las naciones prosperan. Tanto el economista alemán como sus sucesores apuntaron que la limitación de la presión fiscal también representa una frontera para la expansión del gasto público. Muchos años después, los británicos Peacock y Wiseman apuntaron que las guerras consiguen que los ciudadanos acepten subidas en la presión fiscal mayores que las que tolerarían en otras circunstancias. Pero, claro, una vez que los impuestos aumentan con la excusa de la guerra, los políticos pueden mantener esa mayor presión fiscal cuando llega la paz, sustituyendo los gastos militares por otros que cuenten con la suficiente legitimidad y apoyo popular. Precisamente, esa legitimidad para acometer guerras análogas a las del pasado, con las víctimas y los costes económicos que conllevaron, no se puede reproducir hoy: la llamada guerra contra el terrorismo es incomparablemente menos costosa en todos los sentidos que las guerras mundiales. Pero entonces, ¿cómo conseguirá el Estado consolidar la coacción y lograr la obediencia de sus súbditos? Tiene que atemorizarlos con algo como la guerra: y la crisis económica es un candidato ideal, como lo fue en 1929. Al final, ante la inminencia del hundimiento, los políticos nos subirán los impuestos, y hasta les estaremos agradecidos.

*Publicado en La Razón, Madrid.
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El Titanic Nacional y Popular

“Yo veo el mundo como un gran Titanic a punto de hundirse y nosotros hicimos un bote fuerte que resiste… y lo hicimos nosotros solos.. esa es mi visión del mundo”

Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, 26 junio 2012

Por cadena nacional la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner esta visión del mundo. No fue su mejor discurso, pero la frase no es salida de contexto. Es lo que realmente piensa la Presidenta de la situación mundial y de cómo está nuestro país frente a ese “mundo que se hunde”.

La frase de la Presidenta no solo señala un error de diagnóstico, grave dada la investidura, sino que está alentado por muchos analistas internacionales que a mi juicio equivocan el análisis.

El mundo no se hunde, ni se va a caer. Mucho menos hay un cambio de “paradigma” del capitalismo. Lamento desilusionar a Carta Abierta y noteros de programas oficialistas.

El mundo se está ajustando a una realidad fantástica. Hemos descubierto América!!! En las últimas dos décadas Hay una incorporación de 13 millones de km2 y de 2400 millones de personas al consumo. El 36% de la población mundial se incorporó al circuito económico.

En 1990 el 60% de la población mundial correspondía al segmento de “bajos ingresos” según el Banco Mundial. En 2000 con el ingreso de China a los ingresos medios bajos, esa proporción se redujo al 40%. En 2010, con el advenimiento de India, sólo el 10% de la población mundial corresponde a ingresos bajos.

El mundo está reduciendo los niveles históricos de pobreza. Nunca en la historia de la humanidad el número absoluto de pobres se redujo como en las últimas dos décadas.

En 2010 cuatro mil seiscientos millones de personas vivían en países cuyo PIB creció a mas del 5%. Con solo suministrarle un bife de costilla a cada uno de ellos durante un año deberíamos aumentar un 55% la producción de ganado vacuno. La oportunidad que tenemos frente a nuestras narices es única. El mundo no es un Titanic, es un gran cliente esperando que la Argentina se despierte.

La “crisis internacional” poco a poco va quedando atrás. En 2010 los niveles de comercio y PIB mundial se recuperaron frente al piso de la crisis del 2009.

La crisis Europea, lejos de constituir el fin del Euro y la integración, será solucionada con políticas de largo plazo que ya están en marcha. Los principales países de la Unión (incluyo a España e Italia) anunciaron ajustes fiscales que aumentan los ingresos y reducen el gasto en torno al 5/7% del PIB. Nadie dice que es un lecho de rosas, ni que la crisis es un caramelo. Pero la solución está encaminada. Falta, pero el camino es el correcto.

La propuesta de “solución argentina” de default y devaluación no solo implica pasar el ajuste al sector privado aumentando la pobreza como se hizo en la Argentina sino que implica desconocer la historia europea.

Europa vive el período de paz continental mas largo desde la creación de la humanidad. Nunca en la historia europea hubo 60 años ininterrumpido de paz continental. Estamos a tres años de cumplir los 70 años de paz europea. La Unión Europea (comercial, económica y monetaria) es central para explicar esa maravilla. ¿Van a sacrificar ese logro por doloroso que resulten los necesarios ajustes fiscales?

La cerrazón de la economía argentina (incluso durante los noventa) nos impide observar un mundo maravilloso que es una grandísima oportunidad antes que una amenaza.

Argentina representa sólo el 0,4% de las exportaciones mundiales y el 0,3% de las importaciones. En otros términos, por cada U$S 100 que se mueven en el comercio internacional apenas una moneda de 50 centavos de dólar es explicada por la Argentina.

En 1948 Argentina explicaba el 2,8% de las exportaciones mundiales más que Brasil (2%), China (0,9%), India (2,2%) y México (0,9%). Si mantuviéramos una participación de sólo el 1% del comercio mundial deberíamos multiplicar nuestras exportaciones por 2,5. Deberíamos estar exportando cerca de 170.000 millones de dólares.

Actualmente exportamos menos que Finlandia, Chile, Vietnam y Sudáfrica. Poco más de la mitad de Irlanda, Noruega, República Checa, Austria y Polonia consideradas individualmente.

Si vemos un gráfico del crecimiento de Estados Unidos a largo plazo notaremos la real dimensión de la “crisis terminal”

Una pequeña mueca en el ritmo sostenido de crecimiento de los últimos 90 años!!

El problema no es el mundo, somos nosotros. En el pico histórico de términos de intercambio la administración de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner se comió el superávit comercial y fiscal, no logró reducir los niveles de pobreza (vigentes en torno al 30% de la población), no desprimarizamos significativamente las exportaciones y consolidamos tasas de inflación insostenibles del 25% anual.

Pensar que el “mundo se cae” suena más a estrategia para justificar nuestra mediocridad antes que una explicación racional de la realidad.

 
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