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El peso no es un símbolo patrio

ECONOMÍA PARA TODOS.- La demanda de dólares no tiene nada que ver con actos de patriotismo, sino de mala práxis económica.

En su discurso de ayer (06 de Junio 2012), la presidente volvió a referirse al tema del dólar. En algún pasaje de su discurso afirmó que iba a pasar sus ahorros en dólares a pesos "para que esto que nos quieren hacer a los argentinos de volvernos locos no lo hagan de nuevo". En rigor la fuga de capitales no es de ahora si no que comenzó con intensidad a mediados del 2007 y ya llevamos acumulada una fuga de capitales de más de U$S 87.000 millones.

En segundo lugar, aquí no hay ninguna conspiración de corporaciones y grupos concentrados, como suelen decir en sus discursos los miembros del gobierno cuando hablan del dólar. Según datos del BCRA, en 2011 del total de demanda de billetes por parte de los particulares, el 54% fueron operaciones de entre U$S 1.000 y U$S 50.000. Es decir, operaciones de ahorristas chicos. Obsérvese que hoy un departamento de 2 ambientes puede costar U$S 80.000, de manera que tomar U$S 50.000 entra, a mi juicio, entre el chiquitaje.

Pero la fuga de capitales del primer trimestre de este año confirma aún más, siempre en base a datos del BCRA, que es el pequeño ahorrista el que se fuga del peso y se refugia en el dólar. En efecto, como decía antes, el año pasado, las operaciones de entre U$S 1.000 y U$S 50.000 representaron el 54% de la compra de billetes, pero en el primer trimestre de este año el Central informa que la compra de esos montos de chiquitaje llegó al 75% del total. Por ejemplo, mientras en 2011 las compras de hasta U$S 1.000 representaron el 6% del total, en el primer trimestre de este año fueron el 12% y las operaciones de hasta U$S 5.000 pasaron de 26% del total al 33%. Es decir, el mismo BCRA reconoce que es el pequeño ahorrista el que no quiere tener los pesos que emite esa institución como reserva de valor y prefiere el dólar.

Si bien como dialéctica política, inventar un enemigo conspirativo que nadie sabe quién es puede resultar interesante, la realidad es que lo que debería preguntarse el gobierno es lo siguiente: ¿por qué la gente no quiere ahorrar en pesos? ¿Por qué prefiere los dólares que emite la Reserva Federal, y no los que produce el Central? En mi opinión hay varios factores. El primero y fundamental es que la inflación, que el gobierno sigue negándose a reconocer. La gente la percibe todos los días en sus compras e ignora los datos del INDEC al respecto. Por lo tanto hace lo que viene haciendo desde hace décadas: busca una moneda que tenga capacidad de reserva de valor cuando el impuesto inflacionario es alto. Desconozco a qué tasa de interés depositara la presidente sus ahorros ahora que los pasará a pesos, pero cualquier mortal, si hiciera lo mismo que ella, recibiría una tasa de interés equivalente a la mitad de la tasa de inflación real, lo que se conoce como tasa de interés real negativa. Nadie quiere perder sus ahorros porque el gobierno se niegue a frenar el proceso inflacionario y prefiera apelar a un falso nacionalismo.

La segunda causa de la fuga de capitales tiene que ver con la imprevisibilidad en las reglas de juego. El listado de confiscaciones, medidas arbitrarias y regulaciones que conforman el prontuario de política económica de este gobierno es tan alarmante que la gente quiere tener su dinero bien lejos de la mano del Estado. Es la ausencia de esa cosa horrible para el viceministro de economía que es la seguridad jurídica lo que genera que la gente compre dólares y los meta en una caja de seguridad, debajo del colchón o en el tarro de la cocina. La gente ha comprobado que cualquier medida es posible bajo este gobierno y por eso tiene miedo.

En tercer lugar, el mismo gobierno ha dado todas las señales para que la gente se asuste. El tsunami de medidas para restringir la compra de dólares (autorización de la AFIP, formularios para viajar, perros en la calle olfateando a la gente para ver si tienen dólares, crecientes restricciones a las importaciones, etc.) es la señal inequívoca que el gobierno reconoce que tiene un serio problema de divisas. Ellos saben que no disponen de U$S 47.000 millones de reservas, sino que, en el mejor de los casos, llegan a un tercio de ese monto, y que el saldo de balance comercial ya no financia la fuga de capitales y la fiesta de consumo.

Como he sostenido en otras oportunidades, cuando la gente se fuga del peso y se refugia en el dólar, estamos en presencia de una rebelión fiscal contra el impuesto inflacionario.

Es posible que la mayoría de la población no compre dólares, como dice la presidente, pero eso es porque la gente no tiene capacidad de ahorro, lo cual habla mal del modelo. La inflación, que el gobierno se empeña en negar, está haciendo estragos en los ingresos. Cualquier persona que no ande en helicóptero, un AUDI o una Harley-Davidson, y sea un ciudadano común, ve que un billete de $ 100 se le evapora en dos pavadas. Es la pobreza y la indigencia que generó el modelo lo que no permite que la gente tenga capacidad de ahorro. Y aquellos que tienen esa capacidad no están dispuestos a rifarla quedándose en una moneda que se derrite como una barra de hielo. Se rebelan contra el impuesto inflacionario y se refugian en el dólar. Y eso no tiene nada que ver con la patria porque el peso no es un símbolo patrio, es solo un vale para hacer transacciones de corto plazo. Ha dejado de ser moneda porque, justamente, no es reserva de valor.

De manera que acá no estamos frente a un acto de patriotismo con el tema del peso y del dólar, acá estamos frente a una política económica que ha hecho del impuesto inflacionario una forma de financiar el gasto. En definitiva, la demanda de dólares no tiene nada que ver con actos de patriotismo, sino de mala praxis económica, porque es incapaz de tener una moneda en el estricto sentido de la palabra, disciplina fiscal y respeto por los derechos de propiedad.

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Nueva refutación de Keynes

EXPANSIÓN.- A mediados de los años ochenta entrevisté a Hayek para Revista de Occidente, y me dijo: “Keynes era un genio, pero no era un buen economista”.

Esto último es lo que demuestra el joven investigador y profesor Juan Ramón Rallo en su libro Los errores de la vieja economía (Unión Editorial), que despliega una sana insolencia gracias a la cual no cree que las cosas sean verdad sólo porque las diga el más célebre de los economistas.

Así como la crisis de 1930 fue señalada por la izquierda como la prueba de que el capitalismo era intrínsecamente inferior al socialismo, la crisis actual también ha reverdecido a los enemigos de la libertad de todos los partidos, que ya no jalean a Marx con el entusiasmo de otrora, pero que están encantados redescubriendo a Keynes. Conviene, por tanto, refutarlo, que es el propósito de este libro.

Lo que escribe Rallo, en línea con Henry Hazlitt, es una “Guía de Keynes” siguiendo la Teoría General, pero no laudatoria, como las clásicas de Alvin Hansen o Raúl Prebisch, sino crítica. Empieza subrayando la equivocación de Keynes en su asalto a la Ley de Say, porque distorsionó al economista francés. A continuación desarrolla las tres variables exógenas que determinan, junto con el nivel de empleo, la demanda efectiva –la propensión a consumir, la eficiencia marginal de capital y los tipos de interés– y prueba sus interrelaciones, en contra de las tesis keynesianas.

Tras las tergiversaciones de Say vienen las definiciones confusas y los errores en el planteamiento de las unidades, en las expectativas y en la categorización del ahorro y la inversión. Los engaños del consumo keynesiano, esa especie de milagro que permite ahorrar sin dejar de consumir, culminan en propuestas disparatadas conforme a las cuales cualquier gasto mayor es bueno. Denuncia Rallo los errores de Keynes sobre el tipo de interés, el ahorro y la inversión; la eficacia marginal del capital no es decreciente a largo plazo ni inestable a corto. Y el problema no radica en la carestía de medios de pago, sino en “la extraordinaria e imprudente elasticidad en su creación y en las consecuencias de su destrucción acelerada”; Keynes no reconoce los problemas del capital “cegado por su obsesión contra el atesoramiento de dinero”. Demoniza erradamente la especulación, como tantos otros, y con sus falacias “consiguió anular el principal mecanismo de ajuste que existe en las economías capitalistas para coordinar de manera consistente los planes de todos los individuos”.

La conclusión del doctor Juan Ramón Rallo es que no es cierto que la salida de la crisis deba pasar por más gasto público y más inflación, medidas que pueden dificultarla. Tampoco cree en la trampa keynesiana, ampliamente compartida a derecha e izquierda, de que la coacción política y legislativa deba aumentar por nuestro bien o para salvar el capitalismo mediante el paradójico expediente de socializarlo.

*Publicado en Expansión, Madrid. 
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Quién es y qué hace Mariela Castro en EEUU

FIRMAS PRESS.- Mariela Castro, hija mayor del dictador cubano Raúl Castro, es un personaje contradictorio. A los familiares cercanos de los déspotas, el amor suele distorsionarles el juicio.

No perciben el daño que sus parientes infligen a sus semejantes o, si lo perciben, lo justifican.

Les ocurrió a Eva Braun con Adolfo Hitler y a Clara Petacci con Mussolini. Si creemos a los hijos de Gadaffi o a los nietos del dominicano Trujillo, pensaríamos que ambos tiranos fueron imitaciones perfectas de la Madre Teresa.

En el caso de Mariela Castro la contradicción hiere más porque no es una fanática inflexible.

Su fanatismo es estratégico. Si una persona quiere expresar libremente su homosexualidad o su transexualidad, a Mariela le parece una causa justa y la defiende a viva voz.

Pero si lo que ésa u otra persona intentan expresar son creencias políticas o una visión de la realidad social diferente a la que postula la dictadura, inmediatamente la califica como mafia o escoria y justifica que la aplasten.

Para ella, la libertad y la coherencia emocional radican al sur del ombligo.

¿Qué hace Mariela Castro en Estados Unidos acompañada por sesenta figurantes, entre quienes abundan los policías?

Por ingenuo que parezca, con la ayuda de algunos elementos radicales del ala extremista del Partido Demócrata, la que se mueve en torno a la revista The Nation, intenta seducir políticamente al presidente Obama respaldando el matrimonio gay, mientras trata de crear una red de apoyo al gobierno de su padre mediante una coalición denominada LGTB (lesbianas, gays, transgéneros y bisexuales).

Para los servicios de inteligencia de Cuba --cerebro y el brazo ejecutor de la política exterior de La Habana-- la LGTB, aunque les repugne, porque la cubana sigue siendo una dictadura machista-leninista, es el único camino que les queda para intentar ablandar a un presidente que no levanta el embargo, no liberaliza los viajes de los turistas norteamericanos a la Isla, no excarcela a los cinco espías apresados hace más de una década, y ni siquiera ha eliminado a Cuba de la lista de países terroristas.

Es verdad que desde la perspectiva de la dictadura, aunque Obama, como repite Fidel Castro, ha sido una total frustración, para La Habana sería peor si en los próximos comicios los republicanos volviesen a la Casa Blanca, lo que explica que Mariela revelase su verdadero juego: “si yo fuera norteamericana votaría por Obama”.

A decir esa contraproducente tontería ha venido a Estados Unidos.

No obstante, ganen demócratas o republicanos, la dictadura perderá siempre. Eso está cantado.

*Publicado en Firmas Press.
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¿Realmente Europa previno a España de un “momento Minsky”?

Dos recientes artículos publicados en el reputado diario Ámbito Financiero (aquí y aquí) y reproducidos por Libertad y Progreso reflotan la “financial instability hypothesis” desarrollada por el teórico Hyman Misnky a mediados de los ’70.

Como bien explica el autor del artículo para Minsky la “moderna economía capitalista es inherentemente inestable e inevitablemente desemboca en una crisis”. Sobre esta base, el economista postula que en el mercado existen tres tipos de deudores: los de cobertura – que pueden pagar sus deudas con su flujo de caja –, los especulativos – que deben endeudarse para pagar viejas deudas –, y los Ponzi – que deben tomar créditos hasta para pagar los intereses de obligaciones previas.

Dado este esquema, “si las unidades neutras son dominantes, la economía permanecerá estable” pero “cuanto mayor sea el peso relativo de las unidades especulativas y ponzi, mayor será la probabilidad de que la economía sea inestable”

Ahora bien, hasta aquí tenemos una interesante descripción pero poco de explicación. De hecho, intriga saber qué hace que en una economía predominen las “unidades estables” o por qué, en un momento dado, la mayoría se convierte en “unidades ponzi”.

Según la visión minskyana en las épocas de vacas gordas, acaso por exceso de optimismo, “la estructura financiera del sistema capitalista tiende a estar dominada por unidades de tipo ponzi. Es decir que la estabilidad lleva inexorablemente a la inestabilidad”.

¿Pero por qué esto debe ser necesariamente así? ¿Es esta una descripción fehaciente del progreso capitalista?

Para los teóricos no misnkyanos, la respuesta es negativa. De hecho, la época de “vacas gordas” en una economía verdaderamente capitalista es la consecuencia de un largo proceso que implica ahorro real, inversión en bienes de capital y aumento de la producción de bienes y servicios deseados por los consumidores. En las economías verdaderamente capitalistas, el empresario no invierte porque está de buen humor, sino porque cree que su producto va a estar en línea con el deseo del cliente.

Y por supuesto que los empresarios pueden equivocarse y endeudarse en exceso para financiar sus producciones, pero el sistema de pérdidas y ganancias dominante precisamente en el sistema capitalista es el más eficiente para llevar la producción a buen puerto. No tenemos por qué suponer a priori que todos los empresarios van a cometer errores al mismo tiempo. De hecho, es más lógica la idea de que la existencia de un error empresarial acciona inmediatamente la creatividad de otro para subsanarlo y hacerse con las ganancias que su competidor no pudo capitalizar.

En el sistema capitalista, el empresario descubre las oportunidades de ganancias que son las necesidades o deseos insatisfechos de sus clientes e inician proyectos productivos con el objeto de satisfacerlos. La competencia entre estos garantiza que el error de uno sea la oportunidad de mejora del otro y que el sistema, muy al contrario de lo planteado por Minsky, tienda a ser cada vez más estable.

El segundo artículo del economista Emilio Ocampo al que hacemos referencia no hace más que exponer la lógica conclusión que se extrae luego de abrazar el enfoque minskiano: si el capitalismo es inherentemente inestable, entonces una intervención estratégica del gobierno en determinados momentos (como por ejemplo, un rescate de 100000 millones de euros para España) es algo deseable.

Sin embargo, como hemos visto, la premisa esencial de la teoría de la inestabilidad financiera es altamente cuestionable. La hipótesis es, a lo sumo, una buena descripción de lo que sucede, pero al no ser una teoría explicativa, no debería ser tomada en cuenta para evaluar las políticas económicas a tomar.

Es posible que España haya atravesado un “momento Minsky”, es decir, un momento de inestabilidad máxima. Pero al no reconocer el verdadero origen de este momento y al actuar por puro prejuicio contra el capitalismo, no hay motivos para creer que estas circunstancias no vayan a repetirse nuevamente en el futuro.

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Aprender de experiencias pasadas

CRONISTA.- Muchos argentinos observan los hechos económicos de estos días con la sensación de haberlos vivido anteriormente. La aparición del dólar paralelo, los arbolitos, la palabra pesificación, el corralito cambiario, las trabas para importar, la carencia de repuestos y electrodomésticos, nos retrotraen a una Argentina que queríamos olvidar. Flota en el ambiente la presunción de una devaluación ante la evidencia de un dólar oficial barato, pero que no es accesible para el hombre de la calle. También se observan los retrasos tarifarios en el transporte y la energía, regulados durante años por un gobierno populista que ahora no encuentra la forma de normalizar el sistema de precios para dejar de pagar enormes subsidios. Ha intentado hacerlo pero ha quedado a menos de mitad camino, paralizado por los efectos recesivos de los primeros ajustes tarifarios. Muchos recuerdan situaciones similares que llevaron a recuperaciones abruptas, como en 1975 y 1989. Entonces uno se pregunta: ¿ha analizado este gobierno las causas y consecuencias de las crisis históricas, como las de 1989 o 2001? Es necesario aprender de las experiencias pasadas y sería imperdonable volver a tropezar con la misma piedra.

Prácticamente todas las crisis económicas que vivió la Argentina tuvieron un origen fiscal. Hoy no es diferente. En 1989 se arrastraba un déficit financiero de casi 10 puntos del PBI del que a su vez un 40 % era ocasionado por las pérdidas de las empresas estatales y otra buena parte era los altos intereses que se pagaban sobre la deuda pública. En 2001 el déficit era de 4 puntos y a ese ritmo crecía la deuda pública y asustaba a quienes podían prestarle al gobierno argentino, hasta que dejaron de hacerlo. En 2012 el déficit financiero, después de impuestos, también llega a 4 puntos, tres de la Nación y uno de las provincias. Pero hay una diferencia en contra de la situación actual. El gasto público que en 2001 era un 30% del PBI hoy ha trepado al 43%. La recaudación alcanza niveles record y el gobierno sigue cobrando retenciones a las exportaciones a pesar del retraso cambiario. No es sostenible. La economía se ha enfriado con claras señales de recesión, lo que podrá agravar la situación fiscal. Así lo advierten los mercados, por eso se ha enrarecido el crédito y el riesgo-país ha trepado a niveles próximos a las antesalas de aquellas crisis del pasado.

Una visión poco profunda podría entender que hoy la situación del balance comercial es superavitaria, y que las reservas son importantes, diferenciándose así de lo que ocurría en 1989 o en 2001. Los precios de los productos agrícolas se mantienen altos y la Argentina goza de una situación inédita y favorable en el índice de términos de intercambio. Sin embargo cuando se va a la cuenta corriente que incluye intereses y servicios, y si además se considera la fuga de capitales, se entiende porqué el gobierno está angustiado tras los dólares. Bien computadas, las reservas se muestran insuficientes para seguir pagando con ellas los vencimientos en moneda extranjera de la deuda pública. Sin crédito externo esto constituye una seria amenaza para un gobierno que ha sabido dilapidar como ningún otro y que no quiere ni mencionar la palabra ajuste. Ante esos temores ha actuado de la peor manera. Ha embestido contra las importaciones e intenta un férreo y policial control de cambios. El efecto es más recesión y un dólar paralelo que aumenta la brecha con el oficial, mellando aun más la confianza.

El grado de monetización de la economía se muestra hoy más favorable que en 1989 y que en 2001. La relación M1/PBI es hoy de 13,5% mientras que en aquellos dos años había bajado a 1,4% y 6,5% respectivamente. Si bien hay retiro de depósitos en dólares, todavía no se observa una huida del dinero ni una merma de depósitos en pesos. Esto supone que hay un mayor espacio de tiempo para poder rectificar los rumbos y encarar políticas racionales antes que la crisis no se pueda gobernar. Sin embargo no parece haber en la cúpula del gobierno ninguna claridad sobre el camino a seguir. Los ímpetus ideológicos se combinan con un intervencionismo directo y simplista. La improvisación se pone en evidencia y los propios funcionarios deben desmentirse unos a otros. Estamos ante una mala praxis que debe corregirse si no se quiere volver a tropezar con las mismas piedras que nos produjeron tanto daño.

*Publicado en Cronista, Buenos Aires. 
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