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Espectáculo Bochornoso

Esta vez no espero al martes para escribir y enviar mi columna semanal que se publica los jueves en “Diario de América” porque me ha repugnado de tal manera lo que observé hoy domingo a la noche en la televisión que no quiero esperar un minuto más.

Se trata del programa de Chris Wallace emitido en Fox News en el que participaron cuatro panelistas que en una de las secciones comentaron el alarmante espectáculo de soldados de la marina estadounidense orinando sobre cadáveres en Afganistán.

No podía dar crédito a lo que veía y escuchaba de boca de William Kristol quien sostuvo sin atisbo alguno de vergüenza que ese fue un hecho equivocado que seguramente sería castigado por los superiores, pero de ningún modo hay que hacer alharaca del asunto y condenó enfáticamente que la Secretaria de Estado y el Secretario de Defensa repudiaran públicamente el mencionado hecho. A esta voz se sumó Brit Hume en el panel quien agregó que estaba fuera de lugar que los talibanes hayan calificado la orinada sobre los muertos de “despreciable” (despicable).

Afrotunadamente, Juan Williams y Kristen Powers salieron al cruce de semejantes exabruptos que pretendieron minimizar la actitud de los energúmenos de marras con argumentos a todas luces razonables. En el panel en cuestión, los de las opiniones inauditas son republicanos y los sensatos son demócratas. Este cruce ilustra la parte negra de muchos republicanos, especialmente los llamados neoconservadores (militaristas y nacionalistas) que con tal de seguir fomentando guerras e invasiones preventivas apañan cualquier monstruosidad.

Esta es precisamente la batalla de Ron Paul como candidato presidencial por el Partido Republicano: mostrar lo descabellado de las guerras norteamerianas. La patraña de Irak, la insensatez de los bombardeos en Libia, el entrometimiento militar en Egipto, los despliegues del ejército en Pakistán y Afganistán. El Dr. Paul muestra los descalabros producidos en Bosnia, Somalía, Haití, Panamá y Nicaragua y, antes que eso, la lamentable guerra de Veitnam que comenzó con una parte comunista y finalizó con todo el país en manos comunistas y la guerra de Corea que terminó con la división en el paralelo 38, igual que en el inicio de las hostilidades (incluso, como ha escrito Naill Ferguson en su historia contrafactual, si no hubieran participado en la Primera Guerra no hubiera existido Lenin ni Hitler….y la Segunda terminó entregando las tres cuartas partes de Europa a Stalin). Si se trata de bombardear a gobiernos canallas habría que hacerlo con casi todos (tal vez incluyendo al inaceptable Obama).

Ron Paul recuerda los consejos y preceptos establecidos por los Padres Fundadores en cuanto a los graves inconvenientes de intervenir militarmente en otras regiones, lo cual, de hecho, convierte a sus partidarios en los reales aislacionistas puesto que por un motivo u otro la mayoría rechaza la política norteamericana. Este mismo candidato ha subrayado los peligros para las libertades individuales que señaló el general Dwight Eisenhower en el discurso de despedida de la presidencia que pronunció en 1961 en el que advirtió de “los enormes peligros que presenta para los Estados Unidos el complejo militar-industrial” paradójicamente peligro para “la seguridad y la libertad de los habitantes” de esa nación.

La situación es delicada en las filas republicanas. El cow-boy G.W. Bush dejó un Leviatán de enormes proporciones con astronómicos “salvatajes” para muchos de los cabrones de Wall-Street con los dineros de los trabajadores. Rick Perry acaba de suavizar los errores” a esos “chicos” (kids) que hicieron sus necesidades sobre personas que las fuerzas estadounidense habían matado y sostuvo que era “exagerada la reacción de condena del gobierno”. Con estos personajes será muy difícil derrotar al estatista Obama. Es de desear que las opiniones como las de Ron Paul sean escuchadas a tiempo.
*Publicado en El  Instituto Independiente, Washington DC.
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El arte de vivir en crisis

En los últimos tiempos, la palabra "crisis" está en boca de todos. No hay casi un día en que no aparezca en los titulares de algún diario, en el discurso de algún político, en la explicación de algún analista, hasta en la intimidad de una conversación entre amigos. ¿Está todo en crisis? ¿Se acabaron los paraísos personales? ¿Cómo es posible que la crisis afecte en forma implacable desde la capa de ozono hasta las profundidades del alma humana, pasando por los sistemas políticos, el dinero, la salud, la motivación de los chicos en las escuelas y tantas otras cosas tan dispares y, a la vez, tan comunes?

Parecería que la respuesta es inevitablemente afirmativa. No hay baches en la continuidad de la crisis contemporánea. Sin embargo, cuando una palabra se usa mucho y para describir situaciones muy diversas, mejor prestarle atención. Probablemente esté nombrando, en forma rápida y sintética, algo más difícil de comprender, de contornos aún imprecisos, pero cuyo impacto sobre la realidad es de todas maneras muy intenso.

Tal vez haya algo en común detrás de las múltiples manifestaciones de la crisis global y eso sea una clave para entender mejor lo que está sucediendo. No nos dejemos confundir por la aparente disparidad de las cosas que pasan; en cambio, tratemos de mirar un poco más allá para captar -como diría Gregory Bateson, el gran pensador sistémico- la "pauta que conecta" tanta diversidad.

Mi mirada -junto con la de otros autores- apunta en particular a comprender este momento de crisis como el agotamiento del paradigma predominante de la modernidad, construido en Occidente bajo la visión materialista y el modelo de la ciencia mecanicista. Aunque aún muy vigente, el ya "viejo" paradigma moderno está llegando a su fin, y no sólo por la culminación de sus efectos más negativos -la crisis ecológica, por ejemplo- sino por el impulso renovador de nuevos paradigmas científicos y culturales que, silenciosamente, están dando lugar a una visión del mundo que aspira a ser más equilibrada y sostenible.Las miradas apuntan a los paradigmas imperantes, otra palabrita que abandonó el estricto ámbito de la jerga epistemológica -o del filosofar acerca de la ciencia- para convertirse casi en un comodín mediático. El destino común de estos dos términos -crisis y paradigmas- no parece ser una casualidad, sino en cambio el indicio de una relación más profunda. Si los combinamos encontraremos la "crisis de paradigmas" (la caída de los viejos sistemas filosóficos, científicos, éticos y religiosos) como una raíz común del frondoso árbol de la crisis global contemporánea. Al mismo tiempo, aparece con claridad que nos acercamos al final de un gran ciclo histórico, un cambio de tiempo, algo que también se expresa con el advenimiento del profético año 2012.

Pero los tiempos de crisis desafían inexorablemente estas ingenuidades históricas. Pues el tiempo no es lineal y abstracto. Hoy, igual que siempre, el tiempo es cíclico y concreto, ligado a procesos naturales de amplias magnitudes, tal vez difíciles de abarcar por nuestras cortas miradas humanas. Y esta verdadera obsesión moderna por medir, controlar y acumular, bien puede ser la "pauta que conecta" que mencionábamos antes.La metáfora del reloj resulta útil para comprender los efectos del paradigma moderno. A mediados del siglo XIV, el reloj nace casi como una atracción que desde los campanarios o las torres de las plazas permitía ordenar la vida de la comunidad. Terminó adherido a nuestros cuerpos, internalizando el rigor del tiempo métrico como el más incisivo artefacto de control social y personal. Tal vez a raíz de un miedo básico y ancestral, que al mismo tiempo nos llevó a aferrarnos a la ilusión de un mundo real, sólido y estable, nos convencimos de que todo puede y debe medirse y controlarse.

Si éste es el patrón común con el que habitamos nuestro convulsionado mundo contemporáneo, no debería sorprendernos que nos cueste vivir las crisis como algo propio de todo proceso, incluso como un trance necesario para dar lugar al despliegue natural de los ciclos de las cosas. Y que, en cambio, la sola enunciación de la palabra despierte en nosotros temor e inquietud.

Los orientales expresan el concepto de "crisis" o "cambio" con dos ideogramas combinados: uno que significa "peligro" y otro que indica "oportunidad". Pero, para la mayoría de nosotros, occidentales supuestamente posmodernos, el cambio es vivido como algo más peligroso que oportuno. Somos herederos culturales del mito de la seguridad de lo sólido, y todo lo que se mueve o fluye, en la superficie nos atrae, pero, en el fondo, nos espanta.

Sin embargo, es ya más que evidente que todo fluye, que nadie puede descender dos veces al mismo río, como anticipó el filósofo griego Heráclito. Por eso, no sólo es cuestión de acostumbrarse, sino de encontrarle "la gracia" al cambio y aprender a vivir bailando.

Desarrollar el arte de vivir en crisis es un ejercicio de creatividad constante. Asumir la incertidumbre, no desde la angustia sino como una condición de posibilidad, implica reconocer que la existencia se juega en la constante dinámica de los vínculos que establecemos con lo desconocido. Podemos agradecer a los tiempos que nos toca vivir, pues parecería que fluir espontáneamente en la incertidumbre -algo que sin duda está a la orden del día- es también un secreto de plenitud y gozosa longevidad.El gran giro paradigmático dado desde comienzos del siglo XX -primero por la física y luego por las demás ramas de la ciencia y las humanidades- ha marcado el fin de determinismo y la caída de la ilusión fundamentalista de la certeza y el control. Hemos entrado decididamente en la era de la incertidumbre y esto, que sin lugar a duda significa una fuerte conmoción existencial y filosófica -la tan mentada caída del fundamento-, también abre otras posibilidades epistemológicas y plantea el desafío de llevarlas a la práctica.

Rastreemos, de todas maneras, en la etimología, una clásica costumbre occidental, para ayudarnos a entender e inspirarnos a vivir un poco más lúcidamente el momento.

Las distintas acepciones de una misma palabra y su relación con otras familiares, tomadas en conjunto, suelen dar cuenta de la rica complejidad inherente a todo concepto. Desde el antiguo sánscrito encontramos una raíz afín entre kri , que significa dispensar, limpiar o purificar, y kriterio , que alude al juicio necesario para tomar una decisión. El griego krisis -latinizado como "crisis"- proviene del verbo krinein , que remite a la acción de separar o decidir y a algo que se rompe.

El término crisis se aplica también para referirse al momento culminante de una enfermedad, cuando ésta remite y el paciente empieza su recuperación o se produce un desenlace de la vida. Siempre indica una contienda entre dos fuerzas contrarias, una que se resiste y otra que quiere cambiar: la ancestral dialéctica entre lo viejo y lo nuevo, lo que conserva y lo que transforma. La crisis es el punto culminante de esa tensión, que necesariamente se resuelve -como una buena frase musical- en un nuevo estado de reposo o distensión. Esta puede ser una calma transitoria o el primer paso de un nuevo camino. El sentido de aquello que se bifurca y cambia de rumbo lo encontramos también en la expresión "punto crucial" o de "inflexión" de una curva.

La crisis funciona entonces como un crisol -otro termino emparentado-, el caldero alquímico donde se separaba el oro de su escoria más pesada. Gran simbolismo de purificación, donde todo aquello que oscurecía el brillo del metal precioso se terminaba desincrustando. Después de ese penoso proceso, la luz del oro resplandecía con mayor esplendor. "Después de cualquier crisis -dice el filósofo brasileño Leonardo Boff- ya sea corporal, psíquica o moral, ya sea interior y religiosa, el ser humano sale purificado, liberando una serie de fuerzas para una vida más vigorosa y llena de renovado sentido."Hoy sabemos, gracias a la teoría del caos -uno de los nuevos paradigmas en el campo de las matemáticas y la ciencia de los sistemas- que la tensión no siempre es negativa, sino que en los sistemas complejos tiene un papel altamente creativo como disparador de súbitos reordenamientos de los que emergen cualidades nunca vistas anteriormente y nuevas configuraciones más apropiadas para enfrentar las mismas condiciones que dieron lugar a la tensión.

Podemos decir que el arte de vivir en crisis es una forma de alquimia contemporánea. Hay algo paradójico en esto: decidir cambiar dejando al mismo tiempo que el cambio haga su curso requiere una sutil combinación, difícil pero imprescindible, de discernimiento y entrega.

La lúcida razón nos enseña a separar lo que ya no sirve de lo que podemos conservar, lo que tiene que hacer espacio para lo nuevo, de lo que puede quedar. Necesitamos discriminar y decidirnos a tirar.

De modo que llega también aquello que más nos cuesta, porque sólo se logra desde el corazón: entregar, soltar el control. No rendirse y bajar los brazos, sino confiar y acompañar. No retener, pues nada hay peor y más doloroso que impedir el curso natural de aquello que puja por nacer.El proceso requiere lucidez y estar alertas para evitar las tentaciones de retención, de fijarnos a nuevas certezas. No podemos prever el resultado de una crisis. Son demasiados los factores en juego y cualquier movimiento, por pequeño que sea, puede generar grandes e inesperados efectos.

Ya sabemos cuál es la manera de trascender las paradojas: subiendo a un atalaya más alto. Lo que abajo nos parecía imposible, desde arriba se ve con más claridad. Vivir en crisis es también una incitante invitación a crecer. Nuestra actitud frente a las tempestades es lo que define cómo salimos de ellas. Conquistar la serenidad no es estar libres de tormentas, sino permanecer en paz en medio de ellas.

Por Ana María Llamazares para La Nación, Buenos Aires.
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Intervencionismo Asfixiante

La decisión de someter todas las importaciones a consulta previa es otra vuelta de tuerca en el esfuerzo oficial por intervenir en las relaciones económicas y sociales y no sólo evitar la pérdida de reservas.

El dictado de la resolución 3252 de la AFIP formalizará, a partir del 1º de febrero, un procedimiento obligatorio de control de las importaciones, profundizando así lo que el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, viene ejecutando con su habitual verba autoritaria sobre los empresarios industriales y los dueños de supermercados.

La consigna es que todo lo que se produzca en el país no se importará. Los efectos de este tipo de despropósito quedan testimoniados por cualquier ama de casa que pretenda adquirir una plancha o un lavaplatos o un sinnúmero de bienes que ya no están disponibles.

El extremo ha llegado, en varios casos, a que una fábrica ha debido detenerse por la falta de alguna pieza importada que no consigue despachar de la Aduana, en espera de alguna autorización retaceada por el aparato oficial. Ha sido el caso de la empresa automotriz Fiat, en Córdoba, que debió paralizar por 48 horas su actividad por ese motivo.

El absurdo de estas políticas también ha llegado a la increíble exigencia de que cualquier importador, ya sea de maquinarias, acero o repuestos, deba compensar la balanza comercial con exportaciones de igual valor, con vino, aceitunas o arroz.

Son también absurdas las intervenciones policiales en la compraventa de divisas o la persecución con perros especialmente adiestrados a las personas que lleven dólares. Sin embargo, esta nueva resolución de la AFIP nos dice a las claras que no habrá rectificación de los empeños intervencionistas, sino más bien un salto hacia adelante.

No es difícil adivinar cómo será administrado este procedimiento y cuál será el cúmulo de inconvenientes, ineficiencias y costos que provocará en la economía y en los consumidores. Se requerirá una declaración jurada anticipada de importación, que será presentada en la AFIP, que a su vez la pondrá a disposición de otros organismos "en función de su competencia en la materia".

Resulta absolutamente insoslayable el carácter de verdadera autorización previa que este trámite tendrá sobre toda operación de importación. Tampoco es difícil imaginar lo engorrosa y arbitraria que será cada verificación de la existencia o no de productores nacionales. Tampoco hace falta imaginación para saber que emergerán empresas que afirmarán tener las capacidades y calidades para sustituir cada bien importado. Esta es una historia que la Argentina ya ha conocido más de una vez y que sólo sirvió para beneficiar a algunos empresarios locales, perjudicar a los consumidores y enriquecer a funcionarios.

El proteccionismo, al anular la competencia externa, no favorece a la industria, sino que finalmente la perjudica. Si, además, ese proteccionismo no se basa en elevados aranceles, sino en tener que atravesar procedimientos burocráticos tan penosos como discrecionales, el daño es mucho mayor.

No debiera extrañar que la decisión de ampliar a todo producto la autorización previa para importar sea una intención obviamente no declarada, pero cierta del Gobierno: la de controlar algunas actividades estratégicas. Por ejemplo, el papel para diarios. Se completaría así el círculo ya iniciado con la ley recientemente sancionada, que hace posible al Gobierno controlar la producción local.

La Argentina está viviendo el agotamiento de un modelo económico que rindió ya frutos en materia de reactivación y de aliento al consumo, pero que ahora exhibe las consecuencias indeseables de todas las enormes distorsiones que se acumularon. Es la hora del ajuste fiscal, así como de la normalización de las tarifas y de la asimilación del retraso cambiario. La necesidad de actuar en profundidad es más perentoria toda vez que la etapa de las necesarias correcciones ha llegado paralelamente a un marco externo más frágil y menos favorable y con la marcada ausencia de confianza que ha sido ocasionada por las propias políticas.

Una persistente y alta inflación acota el juego posible para sostener el consumo mediante instrumentos fiscales y monetarios. El hegemónico poder político de la Presidenta, logrado en una elección holgadamente ganada y, además, con amplias mayorías parlamentarias, debiera ser suficiente para instrumentar rápidamente medidas racionales y sanas, aunque por su contenido fueren circunstancialmente menos atractivas en lo político. Ha habido algunos intentos, como son el programa espasmódico de reducción de los subsidios masivos, o el requerimiento de planes de ajuste fiscal a las provincias, compensado con la refinanciación de sus deudas. Esto también se insinuó tímidamente con la tardía liberación de la exportación de los excedentes de trigo.

No obstante, parecen siempre predominar un marco ideológico proteccionista y el claro formato populista que ha caracterizado hasta hoy el libreto oficial. No hay un programa de gobierno coherente y, si algo caracteriza el camino recientemente emprendido, es que aparece una profundización del intervencionismo. Lo que hay que saber es que este rumbo, según nos enseña nuestra propia experiencia, conduce al totalitarismo y nunca ha permitido llegar a buen destino.

*Editorial de La Nación.
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Sustituir Importaciones, un Error

 

El fin de semana pasado, en la costa, escuché una conversación entre empresarios que analizaban la posibilidad de crear una empresa para producir localmente artículos que hasta hoy se importan. La idea consistía básicamente en hablar con el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, quien está muy bien dispuesto a escuchar a los ejecutivos que se sumen al modelo, y pedir una protección arancelaria y paraarancelaria para montar una fábrica nacional para reemplazar importaciones.

En una primera visión suena muy positivo, todos parecen ganar. Los empresarios calculaban un retorno del 19% anual, atractivo principal con el cual buscaban socios para la aventura. El Gobierno logra que aumente la inversión, el empleo, la recaudación impositiva tanto por los aranceles como por los impuestos a la nueva fabricación nacional. Además, aumentan el consumo y la demanda agregada, y la economía aparentemente crece. ¡Qué fácil parece dirigir la economía!

Sin embargo, Federico Bastiat nos alertó, hace ya 150 años, que no creamos en falsas ilusiones; el buen economista tiene que investigar "lo que se ve y lo que no se ve". Lo que se ve es la nueva fábrica, su producción, la recaudación fiscal, el superávit comercial. Pero lo que no se ve es que los consumidores se encontrarán con productos más caros. Es decir, que tendrán menos dinero para consumir en otros bienes y servicios. Al bajar la demanda de esos productos, caerá su producción, se reducirán las fábricas, despedirán empleados y reducirán sus aportes impositivos. Con lo cual el resultado final ya no parece tan simple. Habremos subsidiado a una industria inicialmente ineficiente a costa de otras industrias que logran competir en el mundo. Incentivamos a los ineficientes y desincentivamos a los más productivos.

La conversación con los empresarios continuó. Con una cerveza en la mano y los pies en la arena, inocentemente les pregunté qué iban a hacer si el próximo gobierno decidía reabrir la economía y reducir la protección. ¿Cómo van a competir con China y la India? ¿Cuál es nuestra ventaja comparativa en ese rubro o qué ventaja competitiva piensan desarrollar para competir a largo plazo en el mundo? La respuesta fue breve y concisa: "Los accionistas apuntaríamos a recuperar la inversión dentro de los 4 años del gobierno actual [de ahí el retorno esperado del 19% anual]. Y luego nos quedamos con la fábrica gratis y ya veríamos cómo negociar con el próximo gobierno para no cerrar y generar desempleo, o bien vender a algún extranjero". Esta conversación fue real y estoy seguro de que se repite hoy por todo el país.

Esta película siempre termina de la misma manera. Casi todos los países de América latina mantuvieron la sustitución de importaciones, impulsada por las ideas de Raúl Prebisch, en las décadas posteriores a la segunda gran guerra. Mientras, en el sudeste asiático los países promovieron las exportaciones y la inserción en el mundo donde existía una tendencia a la apertura de las economías. Europa eliminó las barreras entre todos sus países y Estados Unidos propugnó tratados de libre comercio (TLC) por doquier. Otros países, como Chile, sucumbieron inicialmente a la tentación de la protección a la industria nacional, pero se sumaron tardíamente a liberar su comercio y ya tienen TLC con países que producen el 80% del PIB mundial.

Bela Balassa, en diversos artículos de la década del 70 y 80, mostró una abrumadora evidencia de que los países que se cerraron para desarrollar las industrias infantes crecieron mucho menos y perdieron posiciones, mientras que los países que se abrieron al mundo y acrecentaron su comercio, multiplicaron su PIB per cápita y destruyeron la pobreza.

La Organización Mundial del Comercio ha llevado los registros del flujo mundial de bienes y servicios y es sencillo comparar el resultado de los países que se abrieron y los que se cerraron.

La sustitución de importaciones protege a los empresarios de la competencia, al costo de perjudicar a los consumidores. Pero al final, la protección torna a la industria cada vez más ineficiente y menos competitiva en términos internacionales. En la conversación con los empresarios es fácil observar que el énfasis está puesto en la protección y en los contactos con el gobierno y no en los nuevos descubrimientos y las mejoras tecnológicas. Esa es la principal diferencia entre los entrepreneurs de Silicon Valley y nuestros empresarios vernáculos.

Nuestra industria, alejada de la competencia internacional, será progresivamente más vieja y obsoleta, y nuestros empresarios estarán cada vez más acostumbrados a caminar los pasillos oficiales y serán menos frecuentes las charlas con sus ingenieros. Hasta que alguien pretenda reinsertarnos en el mundo. En ese momento, el proceso de destrucción creativa reinstalado por la apertura de la economía va a arrasar con todas las vetustas fábricas y el costo, en términos de empleos y sufrimientos, inevitablemente será muy grande, tal como lo fue en los años 90.

La alternativa será seguir sin intercambio como lo hicieron los soviéticos durante muchas décadas. En ese caso, bastará viajar al exterior para observar la rapidez con la que nos distanciaremos de los países competitivos; dado que la velocidad del cambio tecnológico parece agigantarse, igual será la velocidad con la que nos separaremos del mundo desarrollado.

*Publicado en La Nación.
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Menos Libertad Económica en el País

Cada año que pasa, más atrás en el ranking. La Argentina cayó 20 puestos en el índice de Libertad Económica que elabora la Heritage Foundation y quedó en el 158 lugar de un total de 179 países relevados. Y eso no es todo. El trabajo de campo del estudio se hizo mucho antes de que el Gobierno dispusiera el control de las importaciones que regirá desde el 1° de febrero. ¿Qué significa esto? Pues que seguramente, la valoración de la economía argentina volverá a caer para cuando se publiquen los resultados de 2012.

El indicador, que se realiza desde hace 18 años, está encabezado por Hong Kong, Singapur y Australia, los tres países que se suben al podio. La nota regional la puso Chile, que quedó 7° en el listado general, incluso por encima de Estados Unidos, que se ubicó décimo. El segundo país de América latina es Uruguay, cuya economía se valoró como la 29a más aperturista del mundo.

Los números para la Argentina no fueron buenos. Aparte de caer 20 puestos desde 2010, sólo logró superar a un solo país americano: Venezuela. El país bolivariano manejado por el presidente Hugo Chávez se ubicó 179.

"La fundamentación de este desplazamiento a posiciones peores de las que ya venían en caída a partir de 2002, se refiere al aumento del intervencionismo, las violaciones del derecho de propiedad, la corrupción, el desborde fiscal y a la inflación. En ninguno de estos frentes se pudieron observar mejoras en 2011, sino lo contrario", dijo Manuel Solanet, director de Políticas Públicas de la Fundación Libertad y Progreso.

Según Solanet, podrían esperarse que los resultados del año que viene sean aún peores. "La información que ha dado sustento al nuevo informe no alcanzó a registrar las intervenciones policiales en el mercado cambiario ni tampoco la autorización previa a toda importación requerida por la AFIP [Administración Federal de Ingresos Públicos], hace unos días. No es difícil imaginar cuál será la posición de la Argentina cuando estos avances contra la libertad sean incorporados", opinó.

El trabajo da cuenta de que la libertad económica global disminuyó durante el último año. "La tensión entre el control del gobierno y el mercado libre ha aumentado en todo el mundo, en particular, en los países desarrollados", concluye el trabajo que establece que 75 países mejoraron la libertad económica, mientras que 90 la perdieron.

*Publicado por La Nación.
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