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En Defensa del Voto en Blanco

 

En política no puede pretenderse nunca lo óptimo puesto que necesariamente en campaña significa un discurso compatible con la comprensión de las mayorías lo cual requiere vérselas con el común denominador y en funciones demanda las conciliaciones y consensos para operar. Muy distinto es el cuadro de situación en el plano académico que se traduce en ideas que apuntan a lo que al momento se considera lo mejor sin componendas de ninguna naturaleza que desvirtuarían y pervertirían por completo la misión de un académico que se precie de tal ya que implica antes que nada honestidad intelectual.

Como he escrito antes, en esta instancia del proceso de evolución cultural el político está embretado en un plafón que le marca las posibilidades de un discurso de máxima y uno de mínima según sea capaz la opinión pública de digerir propuestas de diversa índole. El político no puede sugerir medidas que la opinión pública no entiende o no comparte. La función del intelectual es distinta: si ajusta su discurso a lo que estima requieren sus audiencias, con toda razón será considerado un impostor.

Ahora bien, en este contexto cuando un votante se encuentra frente a ofertas políticas que considera están fuera de mínimas condiciones morales debe ejercer su derecho a no votar o, si se encuentra en un país en el que no se reconoce ese derecho, debe votar en blanco, lo cual siempre significa que se rechazan todas las ofertas existentes al momento. Incluso, a veces el voto en blanco envía una señal más clara al rechazo que la abstención puesto que implica tomarse el trabajo de trasladarse al lugar de votación para dejar constancia del disgusto. En esta línea argumental, es como señala el título de la obra en colaboración de Leon y Hunter: None of the Above. The Lesser of Two Evils…is Evil en la que se lee que “No importa la elección que haga, usted pierde […] Votar en un sistema de no-representación hace más daño que bien […] La consecuencia de votar al menos malo termina haciendo mal […] Si un votante apoya a un mal candidato, es responsable de darle sustento y estimula al político y sus representantes a promover el mal en su nombre”. No cabe mirar para otro lado y eludir las responsabilidades por lo que se votó. Tal vez, en alguna oportunidad, puede pensarse en un sistema en el que cada uno sea patrimonialmente responsable por las políticas que adopta el candidato al que suscribió en las urnas, de ese modo se utilizará una porción mayor de neuronas para evaluar la decisión electoral.

En el caso del voto en blanco, no debe caerse en el temor de ser arrastrado por la trampa estadística allí donde se descuentan esos votos del universo y, por ende, se inflan las posiciones de los candidatos votados (lo cual, en la situación planteada, no hace diferencia) puesto que lo relevante es la conciencia y votar como a uno le gustaría que votaran los demás, la suba en las posiciones relativas de todos los otros candidatos no modifica el hecho de rechazar las propuestos que se someten a sufragio en una situación límite de inmoralidad en la que todos los postulantes se asemejan en las políticas de fondo y solo los diferencian matices y nimiedades que son en última instancia puramente formales.

Además, en esas circunstancias, el voto en blanco es un llamado de atención para los distraídos que hacen del proceso electoral el summum de sus afanes vitales cuando el resto del año duermen la siesta de la vida y no hacen nada por modificar el cuadro educativo que precisamente constituye la raíz del problema y que, a su vez, contribuirá a modificar el clima de la opinión pública al efecto de permitir discursos políticos de otra envergadura.

Salvador de Madariaga elabora en torno al tema de la responsabilidad individual al apunar que “Es libre aquel que sabe mantener en sus propias manos el poder de decidir en cada etapa de su vida y aquel que vive en una sociedad que no obstaculiza el ejercicio de ese poder” y Ortega subraya que “en la medida que yo pienso y hablo, no por propia e individual evidencia, sino repitiendo esto que se dice y se opina, mi vida deja de ser mía, dejo de ser el personaje individualísimo que soy”. Por otra parte, también hay que sopesar lo escrito por Hannah Arendt en cuanto a que hoy se “enseña que la mitad de la política es construcción de imagen y, la otra mitad el arte de hacer que la gente crea en lo imaginado”, siempre teniendo en cuenta que “nadie ha puesto en duda que la verdad y la política están más bien en malos términos y nadie, que yo sepa, ha contado a la veracidad entre las virtudes políticas”.

El título de esta columna periodística alarmará en grado sumo a quienes se han dejado penetrar con machaconas ideologías siempre de lavaje (o más bien infección) mental, por las que se les ha inculcado que hay que avalar el sistema a cualquier costo (aunque sea al precio de liquidar el sistema mismo). Toman la necesidad de votar por algún postulante por más detestable que sea como un ritual propio del fanatismo de una secta religiosa llena de misticismos y falacias groseras. De este modo, los políticos en cuestión se sienten avalados y convalidados y evitan la vergüenza de verse rechazados e ignorados por el voto en blanco. Nada altera más a un pliticastro que el voto en blanco.

En la situación indicada, el voto en blanco o “voto protesta” como se lo ha denominado, es fruto del hastío y hartazgo moral del ciudadano pero es un voto de confianza y esperanza en un futuro que se considera es posible cambiar, frente a los apáticos e indiferentes que votan a sabiendas a candidatos con propuestas malsanas. En este sentido, el voto en blanco es un voto optimista que contrasta con la desidia de quienes ejercen su derecho por candidatos que saben son perjudiciales.

Solo cabe reconsiderar el voto el blanco cuando coincidiera con la expresa instrucción de alguna línea política de proceder de esa manera (lo cual es infrecuente), en cuyo caso el resultado será confundido con el antedicho objetivo de rechazar todo lo que al momento se ofrece.

Tal como ha expresado el premio Nobel en Economía James M. Buchanan “Bajo el supuesto convencional que dominó el análisis antes de la irrupción de la revolución del public choice, la política estaba moldeada como una actividad de despotismo benevolente para promover el `interés público`, lo cual se presumía que tenía lugar independientemente de las preferencias reveladas que no estaban sujetas a ser descubiertas. Si esta imagen romántica de la política se descarta y es reemplazada por la realidad empírica de la política, todo incremento politizado en el tamaño relativo de un sector de la economía necesariamente conlleva un incremento en el potencial de explotación”. Al fin y al cabo de lo que se trata es de controlar al Leviatán y mantenerlo en brete porque como ha cantado George Harrison de los Beatles en “Taxman”, el agente impositivo siempre está al acecho para un manotazo a una porción mayor del ingreso de la gente:

            If you drive a car I`ll tax the street

           If you try to sit I`ll tax the seat

          If you get too cold I`ll tax the heat

         If you take a walk I´ll tax your feet.

Es indispensable que cada uno asuma su deber de contribuir a engrosar espacios de libertad naturalmente sustentados en las ideas que le son afines puesto que se trata -nada más y nada menos- de la condición humana. El descuido de esa obligación moral personalísima nos recuerda (y alerta mientras estemos a tiempo) que Arnold Toynbee sostuvo que el epitafio del Imperio Romano diría “demasiado tarde”. Es de gran trascendencia conocer el pasado de las diversas naciones sin las adulteraciones que suelen pretender los oficialismos al efecto de no repetir errores según el conocido pero poco comprendido consejo ciceroniano; en el libro que acaba de publicarse de Niall Ferguson -titulado Civilization- el autor subraya la importancia de estudiar historia para interpretar adecuadamente el presente y poder enfrentar el futuro, en cuyo contexto lo cita a Colligwood quien insistía en que “la historia hace referencia a las ideas” puesto que, en ciencias sociales, los hechos sin hermenéutica carecen de significación.

En resumen, para preservar el respeto recíproco tan caro a la sociedad abierta, es menester que cada uno asuma la responsabilidad por lo que hace todos los días, lo cual incluye el día de las elecciones. En el extremo señalado, el rechazar las ofertas políticas constituye un paso saludable al efecto de trasmitir el mensaje contundente que lo que está sobre el tapete no satisface con un mínimo de decencia.

*Publicado por Diario de America.
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Acerca de la Eutanasia

 

Aunque hoy en día en la mayor parte de los temas soy un iconoclasta, en este caso me ubico en lo que en líneas generales puede considerarse el pensamiento convencional. Etimológicamente, eutanasia quiere decir “buena muerte” y se suele dividir en pasiva y activa, entendiendo la primera como el retiro de medicinas e instrumentos de reanimación completamente desproporcionados y en el contexto de una vida penosa en grado extremo o directamente vida vegetativa, instancia en la que los médicos estiman que no hay posibilidad de revertir la situación del paciente con acuerdo de familiares si los hubiera o, en su caso, con el consentimiento del propio interesado si estuviera lúcido. Sin duda que todo esto se lleva a cabo con el conocimiento disponible, lo cual no excluye acontecimientos impensados y, desde luego, recursos que al momento no están disponibles en la ciencia. Nadie es adivino, de lo que se trata es de tomar decisiones en base a la información del caso al instante de adoptar las medidas que se consideran prudentes y apropiadas frente a un enfermo terminal (demás está decir que los facultativos que tengan alguna objeción de conciencia procederán consecuentemente). Esta eutanasia pasiva sin que necesariamente se declare la muerte clínica en el sentido de ausencia de actividad neurológica, respiratoria y circulatoria (con la debida atención a estados comatosos que pueden modificarse), antes de la muerte biológica en la que hay deterioro irreversible de tejidos y órganos.

Por su parte, la eutanasia activa significa inducir la muerte por exterminación de la vida, sea por comisión o por omisión en cuyo contexto quedan excluidas las condiciones arriba expuestas en el caso de la eutanasia pasiva, lo cual constituye un homicidio. A veces se ha incluido el suicidio en el campo de la eutanasia (“autoeutanasia” se lo ha llamado) ya que comparte el concepto de evitar sufrimientos mayores, espantosa tragedia respecto a la cual me inclino respetuosamente en silencio puesto que para que se renuncie abiertamente al instinto primogénito de conservación el suicida debe atravesar tremendas explosiones y convulsiones interiores de magnitud insospechada, difíciles de imaginar y de concebir. Recuerdo la referencia del sacerdote y teólogo Domingo Basso quien consigna en su libro Nacer y morir con dignidad. Estudios de bioética contemporánea que “se cuentan casos en la historia de la Iglesia de mujeres, veneradas luego como santas, que prefirieron el suicidio a ser objeto de violación […] la ética, incluso católica, ha venido modificando paulatinamente su visión del suicidio. No en el sentido de haber modificado las normas objetivas por las que se ha de juzgar este fenómeno, sino porque existen serias dudas sobre la imputabilidad moral de la acción suicida”.

Como apunta John Eccles, premio Nobel en neurofisiología, la vida, incluso para la medicina avanzada, es algo misterioso y sagrado que debe ser tratada con sumo cuidado. El instante de la muerte constituye un momento crucial de un ser que, como explica Eccels, no está solo formado por kilos de protoplasma sino que está dotado de psiquis, alma o estados de conciencia que excede lo meramente material y es por ello que podemos hablar de proposiciones falsas y verdaderas, de agente moral, de responsabilidad individual, de pensamiento, de argumentación, de la posibilidad de revisar nuestros juicios y de idea autogeneradas, lo cual no es un tema de creencias religiosas tal como lo pone de manifiesto Karl Popper, posiblemente el filósofo de la ciencia de mayor envergadura.

Por ello también es que, como he escrito extensamente en otras oportunidades, el llamado “aborto” -en verdad homicidio en el seno materno- es probablemente el crimen mayor de la sociedad contemporánea, que llamativa y escandalosamente se ha bautizado como “eutanasia inofensiva”. La liquidación de un ser humano que comienza con la fertilización del óvulo, momento en el que tiene toda la carga genética completa. Es como lo denomina Julián Marías, “el síndrome Polonio” donde en la obra shakesperana la cobardía hace que se atraviesa una espada al sujeto en cuestión sin siquiera mirarle la cara. Luis Lejeune, el célebre profesor de genética en La Sorbona, ha aseverado ante el Comité respectivo del Senado estadounidense que “aceptar el hecho de que con la fecundación comienza la vida de un nuevo ser humano no es ya materia opinable. La condición humana de un nuevo ser desde su concepción hasta el final de sus días no es ya una manifestación metafísica, es una sencilla evidencia experimental”. Por eso es que los abortistas recurren a la magia más primitiva y rudimentaria al suponer que con el alumbramiento hay un ser humano pero no antes, como si se hubiera producido una mutación de la especie.  

Se aludió en detalle a la eutanasia pasiva en el sonado caso de Satz vs. Perlumutter en el que se incluyen algunas aclaraciones esenciales en esta muy delicada materia, en contraposición al tratamiento desaprensivo de sugerencias sobre la supuesta licitud de practicar eutanasias activas, tanto en ensayos en el mundo académico como en obras de ficción y producciones cinematográficas de gran difusión. En los tres casos se han considerado situaciones de transplantes de diversos órganos hasta la situación límite de un eventual y por ahora imaginario transplante de cerebro, en cuyo caso puntualizamos que en realidad se trataría del transplante del cuerpo al cerebro y o al revés puesto que es éste último el instrumento vital por el que el ser humano se comunica al mundo exterior.

En contraposición a lo antedicho sobre la eutanasia, el médico Stephen G. Potts -en un artículo reunido en un libro editado por Stephen Hicks y David Kelley- se opone a la eutanasia pasiva porque estima que puede conducir a abusos de diversa naturaleza, incentivar a que no mejoren las técnicas de curación, el abandono de la esperanza, aumento en los temores por lo que ocurre en centros hospitalarios y conflictos con los fines propios de la medicina, todo lo cual nos parece que no se condice con el problema superlativo que hemos consignado en esta muy telegráfica nota periodística.

Por supuesto que el juramento hipocrático se refiere a los esfuerzos necesarios para preservar la vida, lo cual no es incompatible con lo dicho en esta materia. Sin duda contrasta la actitud que en su oportunidad relató Steve Jobs en cuanto a que cuando su médico analizó en el microscopio muestras de las incipientes células cancerígenas de su páncreas estalló en llanto de alegría puesto que en ese momento y circunstancia, a diferencia de lo habitual, ese caso tenía arreglo quirúrgico con tratamientos especiales, contrasta decimos con quienes se hacen llamar médicos y practican abortos o son cómplices, cuando no actores directos, de eutanasias activas.

*Publicado en Diario de America, NY.
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La Desigualdad y los Indignados

 

Crece la ira. Los “indignados” –esas personas que protestan en las plazas– reservan su mayor cuota de cólera contra la injusta diferencia de ingresos. Les parece bochornoso que ciertos ejecutivos o propietarios de empresas ganen hasta más de cien veces lo que perciben los trabajadores corrientes y molientes, especialmente ahora, cuando el 10% de la población está desempleada.

¿Tienen razón? No creo. En una economía libre en gran medida es el mercado lo que fija los ingresos de las personas. El mercado, no se olvide, es la resultante de las decisiones de millones de personas. Por ejemplo, los televidentes, con su tenaz determinación de ver el programa de Oprah Winfrey propician que esta dama acumule anualmente 290 millones de dólares. Si el ingreso promedio del trabajador que limpia el estudio de TV es veintinueve mil dólares por año, doña Oprah ingresa diez mil veces esa cantidad. ¿La deben condenar por avariciosa? ¿Por qué, si sus ingresos son el resultado de la decisión del consumidor soberano?

Lo mismo puede decirse de los novelistas James Patterson (88 millones de dólares anuales, el escritor que más gana en el planeta) y Stephen King (28 millones), del tenista Rafael Nadal (31 millones), del beisbolista Alex Rodríguez (38 millones), del astro de soccer David Beckam (40 millones), del golfista Tiger Woods (75 millones) y de los directores de cine David Cameron (257 millones), George Lucas (170 millones) y Steven Spielberg (107 millones).

Todos estos datos y otros similares están al alcance de un clic en una Web denominada Paywizard.org. Incluso, aparecen las personas que trabajan por un dólar al año de salario, como sucede con el alcalde de New York, el multimillonario Michael Bloomberg, o el Papa Benedicto XVI, que ni siquiera recibe ese dólar, pero lo remuneran con el techo, la comida, el vestuario y el resto de los gastos que genera su compleja ocupación de dirigir la Iglesia católica.

Nacemos, ya se sabe, con una innata percepción de la justicia distributiva. Los niños pequeños son capaces de advertir que otras criaturas reciben más leche o papilla que ellos y muestran su enfado cuando sucede. Pero, junto a esa reacción intuitiva está la otra de apoderarse de la mayor cantidad de alimentos, o del juguete ajeno sin detenerse a pensar que esa acción genera una suerte de agravio comparativo. Al niño le molesta que el otro tenga más papilla que él, pero disfruta mucho cuando sucede a la inversa.

Entre los adultos ocurre lo mismo. El señor Michael Moore, apóstol de los indignados, gana con sus documentales, libros y apariciones públicas treinta o cuarenta veces lo que ingresan sus fanáticos, pero en su caso esa superioridad económica es percibida como la confirmación de su talento y no como una prueba de la injusticia del sistema. ¿Hipocresía? Puede ser. Ahí tiene un buen tema el orondo personaje para hacer una necesaria película contra sí mismo y contra la industria de la denuncia social.

La economía libre, sencillamente, no busca la distribución equitativa de los ingresos, sino el éxito material de quienes por su talento, suerte, conexiones, por lo que sea, siempre que cumplan las leyes, acaban siendo beneficiados, fenómeno que unas veces irrita a la mayor parte de los ciudadanos, pero otras parece complacerlos.

Por ejemplo, la muerte reciente de Steve Jobs, el creador de Apple, despertó una inmensa ola de simpatías por el personaje y aumentó la devoción por la firma, especialmente entre la gente joven, incluidos los indignados que protestaban contra Wall Street y la desigualdad, sin advertir que, gracias a la codicia de los inversionistas, que veían en la compañía de gadgets electrónicos una posibilidad de ganar dinero, esa empresa se había convertido en la segunda más valiosa del mercado norteamericano con una capitalización bursátil de más de 319,000 millones de dólares, cifra mayor que el PIB de Colombia o de Venezuela. El CEO de Apple, por cierto, el señor Tim Cook, recibe un salario anual de 59 millones de dólares.

Naturalmente, lo que está muy mal es que los gobiernos rescaten a las compañías que han perdido el favor de los consumidores y, además, les paguen sus salarios a los ejecutivos con dinero público. Eso es ir contra el mercado. Si el Bank of America decide abonarle algo menos de dos millones de dólares anuales al presidente de la institución, el señor Brian T. Moynihan, debe hacerlo con recursos de los accionistas y no con los de los contribuyentes a los que se les impuso la dudosa encomienda de salvar la entidad financiera.

Tienen razón los indignados cuando protestan cuando se socializan las pérdidas y se privatizan las ganancias. No la tienen cuando se irritan por las diferencias de ingresos. El mercado es así. Donde funciona, la sociedad, en su conjunto, es mucho más próspera, aunque a veces sea más desigual.

*Publicado en Diario de America, Nueva York.
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“Si el BCE dejara de comprar deuda, toda Europa quebraría” Philipp Bagus

 

El Dr. Philipp Bagus es Profesor de Fundamentos Metodológicos de la Escuela Austríaca de Economía en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Además, es subredactor de la revista “Procesos de Mercado”. Es el autor del libro “The Tragedy of The Euro”, pronto a ser publicado en español por Unión Editorial, y “Deep Freeze” (Junto con David Howden).

En Esta entrevista, el profesor Bagus nos cuenta cuál es la situación de Europa, porqué el Euro es una tragedia y qué debe hacer la zona Euro para salir de la crisis de deuda

¿Cuál es la situación europea hoy? ¿Están cerca de la quiebra algunos países? ¿Corre riesgo la zona euro?

Bueno, Grecia está en quiebra. La pregunta es cuándo lo van a asumir. Y la pregunta es cuántas pérdidas van a tener los acreedores. Ya está claro que Grecia no va a pagar su deuda. Sería imposible. Podría ser posible, a lo mejor, todavía pero no está la voluntad política. Hay una diferencia abismal entre lo que Grecia tendría que hacer y aquello que hace el gobierno griego. Tendrían que vender todas sus islas, la acrópolis, privatizar las empresas públicas y cuando pasa eso, los nuevos dueños reducen el personal, y teniendo el conflicto en las calles que están teniendo se va a hacer difícil.

¿Irlanda y España están igual de comprometidos?

Bueno, parece que Irlanda podría salir sola de la situación. Sangran los irlandeses por sus bancos. Pero claro, si éstos sangran, salvas el sistema bancario al final. Y España, es un caso más difícil. La deuda pública española no es tan alta. El problema es que hasta ahora el mercado no se ha creído que el Estado vaya a reducir su déficit.

¿Por qué llegamos a esta situación?

Cada caso es único, aunque las causas sean parecidas. Para ambos países (España y Grecia) los tipos de interés bajaron muchísimo al entrar en el Euro, en parte porque bajaron las expectativas de inflación, y porque la idea que vendieron era que el BCE iba a ser igual que el Bundesbank (Banco Central de Alemania), con lo que se suponía que el Euro sería estable. Además, la prima de riesgo para los países del sur también bajó porque implícitamente el Euro venía con una “garantía de rescate” o apoyo de los países más potentes. Incluso antes de la introducción del Euro, a medida que iba quedando claro quién entraba al Euro, los tipos de interés de estos países se acercaban al tipo de interés alemán.

Bueno pero la baja de tasas de interés estimula la economía

Bueno, estas nuevas tasas de interés se aprovecharon para diferentes cosas. En Grecia, por ejemplo, se utilizó para construir un DisneyWorld Público, aumentar el gasto y la deuda pública y, en España, sirvió para alimentar la burbuja inmobiliaria.

 Entonces el Euro bajó la tasa de interés al endeudamiento público también ¿Cuál es el rol del Estado de Bienestar en todo esto?

Bien, con el Euro los gobiernos podían mantener un Estado de Bienestar que, de otra forma, no habría podido mantenerse. Y el corolario de ese Estado Benefactor es la falta de competitividad. Los gobiernos podían mantener salarios artificialmente altos, por ejemplo. ¿Cuál sería el resultado de un salario “demasiado alto”? Desempleo. Pero si tienes más gasto público para pagar subsidios o simplemente contratas empleados públicos, o jubilas a la gente con 50 años, entonces el problema de la incompetitividad se puede mantener a costa de la deuda pública, y eso tampoco puede ser infinito. Y eso es lo que hemos visto en 2010.

Sin embargo, Paul Krugman sostiene que el Estado de Bienestar es un atenuante para la crisis por los planes de desempleo que mantienen el consumo.

Para reducir el desempleo hace falta un mercado laboral muy flexible para que los salarios puedan bajar. Y si el estado interviene para que no puedan bajar -o para que no puedan bajar tan rápido como lo harían en otro caso-, o si se le hace muy difícil al empresario contratar gente por mantener ese Estado de Bienestar, entonces se retrasa la reestructuración. En España había que reestructurar, había que achicar el sector de la construcción, el sector público, en Grecia sobre todo, entonces era necesario reubicar a la gente y con el Estado de Bienestar ello lleva más tiempo y se agrava la cuestión. Además, se agranda el déficit público, y eso nos llevó a la crisis de la deuda soberana.

¿Entonces por qué a Alemania le va mejor que al resto si también tienen Estado de Bienestar y mercados laborales rígidos?

(Piensa unos segundos) Ha habido reformas en Alemania en los últimos diez años. Fueron reformas que tienen efecto a largo plazo. Se llamó “Agenda 2010” promovida por el Canciller (Gerhard) Schroeder, un socialdemócrata que fue muy criticado dentro de su propio partido. Pero el hecho es que las reformas, al final, las hacen los socialistas, porque los de la derecha, al menos en España o Alemania, no se atreven por miedo a los sindicatos, pero como los socialdemócratas tienen buena relación con ellos, entonces se animan.

Entonces, aunque fue tímida la reforma, se redujeron mucho los subsidios al desempleo, por ejemplo, y los sindicatos no son tan fuertes como en España. De hecho, en los últimos 15 años, el costo por unidad producida en Alemania ha caído mucho, con lo que poco a poco se ha aumentado la productividad.

 En tu libro “The Tragedy of the Euro” ponés al Euro a la cabeza de los problemas de Europa. ¿Por qué es el Euro el problema?

Llamé así a mi libro porque lo que pasa con el Euro es parecido a lo que Garrett Harding denominó “La Tragedia de los Comunes”.

Si tú tienes un único banco central y un sistema bancario, puedes externalizar los costes de tu déficit desde el gobierno a los ciudadanos. Si tienes un déficit, imprimes bonos estatales, los compran los bancos y ellos los venden al Banco Central que da reservas y así se puede expandir el crédito. En Estados Unidos el banco central compra directamente los bonos, mientras que en Europa se hace algo parecido porque el Banco Central acepta los bonos públicos como colateral para otorgar los préstamos.

Entonces al incrementar la base monetaria suben los precios. De esa manera, se monetiza el déficit y, como consecuencia, sufre toda tu población.

Lo curioso de Europa es que tienes un Banco Central y varios gobiernos independientes. Es decir que si tú tienes un déficit y los otros no, cuando monetizas tu déficit, se incrementa la masa monetaria y los precios suben pero no sólo en tu país, sino también en los otros, entonces no sólo externalizas el costo de tu déficit a tu población sino a los extranjeros de la Eurozona. Como consecuencia, esto genera incentivos perversos, porque si tienes un déficit lo puedes externalizar a los extranjeros y, además, sólo puedes hacerlo si tu déficit es más alto porque si ellos también tienen un déficit entonces los precios suben también en tu país. Entonces, cuando más alto tu déficit en relación a los demás países, mejor.

Con respecto a este tema, premios nóbeles como Josephh Stiglitz, Paul Krugman o Christopher Sims coinciden con la idea que es un problema tener un banco Central y distintas políticas fiscales. Ergo, proponen que la solución es una integración aún mayor. ¿Por qué ves esto como un problema en lugar de una solución? ¿No se justifica perder soberanía si los ciudadanos y la economía van a estar mejor?

No creo que la solución sea la mayor centralización. Por eso en mi libro hablo de la historia del Euro, para que se vean los intereses políticos que hay detrás de su creación, por ejemplo, aquellos que aspiran a la creación de un “súper estado” europeo.

El problema con la centralización es que elimina la competencia fiscal en los impuestos. Esto ya se ve en el caso de Irlanda donde el rescate su subordinó a que el gobierno elevara el impuesto sobre las empresas. Y lo pidieron Sarkozy, pero también Merkel y todos lo querían porque las empresas se estaban yendo a Irlanda en lugar de quedarse en Alemania o Francia.

Entonces ¿qué va a pasar cuando haya una centralización de políticas fiscales? Bueno primero se van a “armonizar” los impuestos para que, digamos, no haya una “competencia desleal” entre países para ver dónde se radican las empresas, y luego de armonizar, bueno, ya sabemos cuáles son los incentivos de los políticos. Una vez armonizado, los impuestos sólo van a subir.

Y aquí también podemos hacer la siguiente analogía: ya dijeron que íbamos a tener una política monetaria para todos y que iba a ser como la del Bundesbank e íbamos a estar mejor todos porque tendríamos menos inflación. Lo mismo van a decir de la política fiscal unificada. “Ahora vamos a tener la austeridad y la prudencia alemana” y una vez que se consiga, cuando se vote para subir impuestos, o para agrandar el déficit, entonces los alemanes van a levantar las manos sólo para darse cuenta que son la minoría, tal como pasó con el BCE.

¿Entonces la solución es abandonar el Euro?

Esa es una solución. La otra sería reformar el Euro.

¿Y reformarlo de qué manera?

Reformarlo y llevarlo a un “Oro-Euro”.

¿Pero es esta una posibilidad real? ¿Es probable?

(Risas) No, no es probable. Sin embargo, sí sería fundamental que el BCE dejara de comprar deuda pública y dejara de aceptarla como colateral para préstamos. Entonces el sistema de redistribución (de costos de la mala administración pública) desaparece.

Claro pero así quebraría Grecia, porque no podría endeudarse más.

No sólo Grecia, quebrarían todos los países. Porque todos los países hacen eso, porque venden sus deudas a sus bancos y los bancos se financian. Una vez que cortas eso, bueno.

¿Y en ese caso podrían buscar endeudamiento en el mercado privado? Buen podrían intentar. Pero… Bueno tendrían que emprender reformas políticas y eliminar su déficit, sobre todo. ¿Entonces salir del Euro es la única salida o es una entre varias? Es una entre varias, pero es la más viable.

Sin embargo Jesús Huerta de Soto, dice que el Euro fue una bendición, por lo menos para países como España, porque los enfrenta por primera vez a los problemas estructurales en lugar de devaluar y “patear” los problemas para adelante.

Bueno ese es un buen punto. Porque para España habría sido fatal devaluar. Y lo habrían hecho sin ninguna reforma. Sin embargo, también hay que ver que nunca habrían podido tener un déficit y una deuda tan altos. Mucho antes habrían empezado a pagar tasas de interés más altas.

En tu paper (Pasos prácticos para salir del Euro) sugerís que Grecia, si desea abandonar el Euro tendrá que acompañar esa medida con otras tales como reestructurar los mercados laborales, privatizar empresas públicas y dejar que se sanee el sistema bancario. Ahora bien ¿no puede hacerse todo eso y no salir del Euro?

Bueno todo eso podría hacerse dentro del Euro, y muchas cosas se le piden, pero Grecia no las hace.

En el libro decís que existe un Banco Central que está listo para financiar los déficits de varios estados y que lo hace mediante la aceptación de sus bonos como colateral. Ahora bien, si esto es tan fácil ¿Por qué no hubo una depreciación rápida del Euro? ¿Por qué no se desató una violenta inflación en Europa antes que un problema de deuda?

Esa es una muy buena pregunta. Normalmente eso debería haber ocurrido. Si tenemos una imprenta de dinero y todos tienen acceso, o varias personas lo tienen… pero se ha intentado restringir esto. De la misma forma que la tragedia de los bienes comunales en el océano se restringe brindando cuotas a los pescadores, para que no desaparezcan los peces, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento establecía que sólo podías monetizar tu déficit hasta un 3% de tu PBI. Lo que pasa es que esta restricción ha fallado múltiples veces…

¿Porque no había sanciones?

Claro, no había sanciones automáticas, y lo que sucedía es que los que decidían si se sancionaban o no eran los propios pescadores. Incluso Francia y Alemania se excedieron el límite varias veces. Y otra cosa que hay que tener en cuenta es que no se pueden hacer cosas tan drásticas o escandalosas con los alemanes porque te pueden decir “no, ya no soportamos esto” y se salen del Euro. Entonces para tranquilizar a los alemanes es que Trichet se comporta menos radicalmente que Bernanke.

Bien, entonces en función de esto y en función de tu presentación en el parlamento europeo ¿qué pensás que puede pasar?

Bueno, es muy difícil. Eso depende de la acción humana de los políticos, que es muy difícil de prever. Por ejemplo yo pensaba que Alemania nunca rescataría a Grecia porque Merkel decía que los rescates estaban prohibidos por el Tratado de Maastricht, y además había una elección muy importante en una comunidad autónoma, e igualmente Merkel aprobó el rescate. Parecería que van a hacer todo para mantener el sistema.

Lo que sí podría pasar es que surja un movimiento político nuevo…

¿Una especie de Tea Party europeo?

Podría ser, entonces cambiaría la cosa. Por ejemplo, si la inflación subiera al 5% o 7% (anual) ese partido podría ganar muchos votos en Alemania. Entonces ahí sí podría haber una salida del Euro.

Por último, Argentina tuvo una situación parecida a la que enfrenta hoy Grecia. Elevado gasto público y endeudamiento, luego incapacidad de pagar y escenario recesivo. Lo que se hizo fue devaluar y reestructurar la deuda, algo que Stiglitz y Krugman ven con buenos ojos y sugieren para Europa ¿Su sugerencia es la misma?

No. Yo recomiendo que sí debe haber reestructuración de la deuda. Para todos los países además, deben repudiar su deuda pública, con el positivo efecto que será más difícil endeudarse más. Entonces en eso estoy de acuerdo.

Pero en la devaluación, que hace a los ciudadanos más pobres, bueno no veo eso como una buena idea. Por eso recomiendo a Grecia una propuesta seria, aunque sé que es poco probable que se ponga en práctica, que es tener un Oro-Drachma.

¿Y de esa manera se evitaría el 25% de inflación que hoy tiene la Argentina, por ejemplo?

Por eso en el paper digo que es esencial que la gente piense que la nueva moneda (al salir del Euro) sea más fuere que el Euro. Para Alemania es fácil, y para Grecia requiere medidas drásticas, pero que serán muy buenas.

 *Especial para LyP desde Madrid

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Largo y Corto Plazo en la Política Económica

El estudio de una serie de ciento diez años sugiere que la correlación entre los llamados “términos del intercambio” y la performance relativa de la Argentina no es alta. Progresamos con precios altos (1904-1912, 2002-2010), pero también con precios bajos (1918-1934, 1991-1998) y retrocedimos con precios bajos (1952-1963), y altos (1946-1951, 1979-1984).

Un libro recientemente publicado sobre los factores que habrían determinado la performance relativa de la economía argentina a largo plazo llama la atención sobre este y otros casos parecidos. Lo mismo que con los precios de exportación ocurre con el gasto público, con la deuda pública, con la inversión agregada, con el tipo de cambio real, con el balance comercial y con muchas estadísticas representativas de la estructura de la economía.

¿Quiere esto decir que ninguna de estas variables ha impactado o impacta la performance agregada de la economía? No. Sus efectos (positivos o negativos) no se sostienen en el largo plazo y hay otros factores o políticas que los superan en importancia. La sobrevaluación del peso (o atraso cambiario) está asociada tanto a períodos de buena como de mala performance de la economía. Lo mismo con la subvaluación. Hay crecimiento con alta y baja inversión y lo mismo vale para los períodos de retraso. La tendencia secular creciente del gasto público coexiste con lapsos de buena y de mala performance y unos y otros se superponen a su vez con períodos de superávit y de déficit en el comercio exterior, es decir, con salida o con ingreso neto de capitales.

La investigación muestra que hay tres variables correlacionadas o asociadas de manera permanente a largo plazo: 1) La mayor o menor apertura de la economía (medida por la ratio comercio exterior/PIB). 2) La aceleración de la inflación (que no es lo mismo que el nivel de la inflación). 3) La volatilidad macroeconómica (medida como el desvío entre la tasa de variación del PIB en cada año y su tasa de crecimiento a largo plazo). En estos tres casos tanto la econometría como el análisis “visual” no dejan dudas: no hubo buena performance cuando aumentó el proteccionismo, se aceleró la inflación y creció la volatilidad, en tanto que si lo hubo cada vez que el proteccionismo disminuyó, se desaceleró la inflación y bajó la volatilidad.

El sentido común y las buenas prácticas sugieren la moderación en el gasto y endeudamiento del sector público, un buen nivel agregado de ahorro e inversión y un tipo de cambio real que tienda a equilibrar exportaciones e importaciones. Podemos también rezar para que los precios de nuestras exportaciones sean atractivos o no caigan excesivamente. Pero más allá de cómo nos vaya en estas materias (mejor o peor), la evidencia es contundente: a) si se cierra la aduana, se desincentiva el comercio exterior (tanto importaciones como exportaciones) y se desconectan los precios internos de los internacionales; b) si se acelera la inflación y c) si la persistencia de políticas fiscales y monetarias y cambiarias insostenibles se traduce en mayor volatilidad, no habrá ganancias sostenibles a largo plazo.

*Publicado en El Cronista

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