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Entre el engaño y el disimulo, el fracaso

mentira_imgDos de las políticas más frecuentes instaladas en los países que andan a los tumbos (que son casi todos) consisten en las devaluaciones y los ajustes. De tanto en tanto aparecen indefectiblemente en escena debido a manipulaciones monetarias y desórdenes fiscales propiciados por gobiernos irresponsables (que, otra vez, son casi todos).

Milton Friedman se burla de lo primero en Dólares y déficit insistiendo en la imperiosa necesidad de liberar el mercado cambiario y “hacer que el gobierno desaparezca sencillamente de la escena” . Por su parte, Friedrich Hayek en Toward a Free-Market Monetary System subraya que “Siempre, desde que el privilegio de emitir moneda fue explícitamente representado como una prerrogativa real ha sido patrocinado porque el poder de emitir moneda era esencial para las finanzas del gobierno, no para brindar una moneda sólida sino para otorgarle al gobierno acceso al barril de donde puede obtener dinero por medio de su fabricación”.

Es curioso que haya economistas profesionales que entren por la variante si debe o no debe devaluarse y, más llamativo aun, es que se lancen a patrocinar el valor en que debería situarse la divisa en cuestión. Es similar a que el debate se suscitara respecto al valor que debería fijarse a los pollos en lugar de liberar los precios luego del tristemente célebre “control de precios” que desde Diocleciano en la antigua Roma han demostrado su reiterado fracaso. Pues con el dinero ocurre lo mismo, los precios máximos a la divisa extranjera y mínimos a la local invariablemente conducen al mismo callejón sin salida.

Incluso de mantienen calurosas discusiones sobre cual debería ser el nuevo valor después de la devaluación, lo cual resulta tragicómico. También los hay que niegan que sean partidarios de la devaluación en vista de los efectos que esa medida provoca.

Es inútil, la manía por incrementar el gasto público en un contexto en el que la presión tributaria resulta insoportable se financia con emisión monetaria si es que no puede disimularse el déficit fiscal con endeudamiento externo. He aquí otra postura incomprensible: la de los economistas que suscriben la supuesta necesidad de financiarse con préstamos internacionales sin percatarse que ese canal no solo compromete patrimonios de futuras generaciones que no han participado en el proceso electoral que eligió al gobernante que contrajo la deuda, sino que facilita grandemente el derroche y en agrandamiento del aparato estatal.

Se suele esgrimir la conveniencia de la deuda pública externa para “la inversión” gubernamental. Pues, en primer lugar, no hay tal cosa como “inversión” por la fuerza ya que por su naturaleza significa abstención voluntaria de consumo para ahorrar cuyo destino es la inversión que opera debido a la preferencia temporal: la preferencia de lo futuro a lo presente. Ahorro forzoso o inversión por la fuerza constituyen contradicciones en los términos. En nuestro ejemplo, se trata de gastos no corrientes en el mejor de los casos.

Para no cargar tanto las tintas con nuestra profesión, tal vez debiera destacarse que muchos de los opinantes no son en verdad economistas. Usan esa etiqueta solo porque, por ejemplo, han opinado sobre la ley de la oferta y la demanda (generalmente mal formulada), es como si el que estas líneas escribe se autotitulara arquitecto porque alguna vez intentó levantar una pared (que, además, se derrumbó). Se trata de usurpación de título. En realidad es por eso que prefiero identificarme con mi grado de doctor en economía y no como economista.

En fin, dejando de lado esta digresión, la devaluación no es para nada una salida a los problemas creados por el Leviatán, se trata de un engaño transitorio. La solución en el mercado cambiario es liberarlo lisa y llanamente, lo cual reflejará la situación real de las paridades cambiarias. En realidad al aumentar la base monetaria, la banca central devaluó de facto lo cual se refleja en el mercado negro, solo que las exportaciones tienden a contraerse debido a que el “precio oficial” queda artificialmente rezagado y cuando no se lo quiere liberar se cambia la cotización de jure que naturalmente sigue atrasada. Esa es la devaluación.

El segundo tema de esta nota alude a lo que ha dado en llamarse “ajuste” que inexorablemente produce inmensos sufrimientos absolutamente inútiles (sea aquel solapado o explícito). Esto es así porque se trata de un parche que disimula el problema. Como he dicho antes, igual que en la jardinería la poda hace que la planta crezca con mayor vigor, el ajuste esconde la basura bajo la alfombra en lugar de erradicar de cuajo funciones estatales inútiles. Es como colocarle un corset a los efectos de ajustarle el abdomen a una persona excedida en su peso en lugar de encarar una dieta de fondo o de recurrir a la cirugía. Ajustar no es encarar el problema de fondo ya que el mal reaparecerá en el corto plazo.

Los padecimientos que se sufren por los ajustes son infinitamente mayores que los que ocurren cuando se adoptan con coraje y decisión las medias de fondo para desprenderse de reparticiones inconvenientes, las cuales sin duda generarán costos para algunos pero serán mucho más que compensados por el saneamiento perdurable.

Es lo mismo que si al enfermo grave en lugar de llevarlo al quirófano se le aplican inyecciones dolorosas que lo aliviarán temporalmente mientras el tumor crece.

En resumen, la extendida aplicación de las devaluaciones y los ajustes debieran sustituirse por la libertad cambiaria (no digo flotación porque está atada a la noción de “flotación administrada” o “sucia”) y por la eliminación de las funciones incompatibles con un gobierno republicano.

En relación a lo consignado, conviene tener presente lo escrito por Octavio Paz en El ogro filantrópico en cuanto a que lo establecido por los aparatos estatales se traduce en “un arte oficial y una literatura de propaganda […] Hay que decirlo una y otra vez: el Estado burocrático totalitario ha perseguido y castigado [es el] cáncer del estatismo […] Las tentaciones faraónicas de la alta burocracia, contagiada de la manía planificadora de nuestro siglo […] ¿Cómo evitaremos la proliferación de proyectos gigantescos y ruinosos, hijos de la megalomanía de tecnócratas borrachos de cifras y estadísticas?”. Esto último deber resaltarse: no se trata de un concurso de estadísticas sino de contar con libertad para que cada uno pueda seguir su proyecto de vida como mejor le plazca sin lesionar derechos de terceros, puesto que como ha escrito Tocqueville, “el que le pide a la libertad más que ella misma tiene alma de esclavo”.

Y para que pueda revertirse la situación y salir del marasmo de devaluaciones y ajustes, los intelectuales que se dicen partidarios de la sociedad abierta deben apuntar a erradicar los sistemas estatistas, lo cual significa alejarse de medidas timoratas que pretenden solo cambiar el decorado con hombres distintos y cambios menores. Precisamente, en este sentido es que Octavio Paz en la obra mencionada concluye respecto a nuestra región (pero aplicable a todos lados) que “Si los intelectuales latinoamericanos desean realmente contribuir a la transformación política y social de nuestros pueblos, deberían ejercer la crítica”.

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Argentina y Venezuela: del gasto a la recesión con inflación

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ÁMBITO.- Si los pronósticos del último informe de Consensus Economics para Latinoamérica son acertados, la economía argentina caerá un 2,3% hasta el año 2015 (-1,6% en 2014 y -0,7% en 2015). Por su parte, el PBI de Venezuela caerá un considerable 3,6%, mientras que el de Colombia crecerá un 9,7%, el de Perú el 8,5% y el de Chile un 5,1%. Por el lado de los precios, las estimaciones indican que en Venezuela, en 2015, éstos serán un 181,2% más altos que los de 2013, mientras que en la Argentina la diferencia será del 64,1%. Chile, Colombia y Perú, en cambio, tendrán subas acumuladas, para el mismo período, inferiores al 8%.

Como se observa, mientras que algunos países de América Latina crecen con baja inflación, otros enfrentan períodos de recesión con inflación alta, un fenómeno no muy común en el mundo de hoy. Los motivos para esta gran diversidad en las economías de la región pueden encontrarse en el manejo de las cuentas fiscales. Si tomamos los datos del incremento del gasto público total en moneda local para todos estos países, nos encontramos con que Venezuela y la Argentina fueron los que más lo incrementaron durante los últimos años. Como era de esperarse, Venezuela encabeza la lista dado que -de 2003 a 2013- aumentó, en promedio, un 35,4% el gasto por año.

Esto quiere decir que si en 2002 el Gobierno venezolano gastaba 100 bolívares, en 2013 gastó la astronómica cifra de 2.804 bolívares, multiplicando el gasto público total por 28. En Argentina las cosas no son muy distintas, y tomando el gasto a precios corrientes, tenemos un aumento promedio del 29% anual, lo que hace que en 2013 el gasto haya sido 16 veces más grande que en 2002. El problema con este incremento exorbitante del gasto (además de su escasa productividad) es que no fue precedido de un incremento similar de la recaudación de impuestos y tanto el Gobierno venezolano como el argentino decidieron financiar la diferencia con emisión monetaria. Al enfrentarse con las consecuencias de ese incremento de la emisión, a saber, la inflación, ambos gobiernos buscaron combatirla con controles de precios y controles de cambio en lugar de revertir las políticas que habían emprendido en el pasado.

Los resultados están a la vista. Los precios siguen subiendo "por el ascensor", mientras que los controles y regulaciones sólo sirven para asfixiar al sector privado y destruir las perspectivas para la inversión. En Chile, Perú y Colombia el aumento promedio del gasto fue del 11% anual. Además, ese gasto en general estuvo en línea con la recaudación de impuestos, por lo que no hubo necesidad de acudir al banco central para financiar excesos. El resultado de esta prudencia fue un crecimiento económico menos acelerado en los primeros años, pero que sin lugar a dudas demostró ser un crecimiento más sostenible en el largo plazo.

Publicado en Ámbito Financiero

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Cortes de luz y populismo energético

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CLARÍN.- La situación crítica que desde 2007 sufrimos los usuarios del servicio eléctrico obedece al populismo energético aplicado al sector por el kirchnerismo, en un todo de acuerdo con el Modelo de rimbombante título, “Matriz Productiva Diversificada con Inclusión Social”, pero cero resultado.

Los cortes cada vez más frecuentes a los usuarios residenciales e industriales, los tiempos para reestablecer el servicio, la baja tensión, la falta de respuesta de las empresas, son manifestaciones directas del problema.

Desde su país de las maravillas, el responsable del sector, Julio de Vido, pontificaba: “la energía en la Argentina es abundante y barata”, y con esa premisa disparatada sostuvo el sistema ideado por Néstor Kirchner, basado en congelar las tarifas durante más de diez años. Sin embargo, luego de esta experiencia, de escala uno en uno con los 40 millones de argentinos, la realidad dio por tierra con esa hipótesis al demostrar que la energía es escasa y cara, como en cualquier parte del mundo.

Al igual que en otras áreas donde también se equivocaron, y no tuvieron más remedio que aceptar la realidad, ahora se inventan culpables o, con mayor claridad, chivos expiatorios.

En este caso las empresas “que se la llevaron en pala” que atienden al sector eléctrico en sus tres segmentos, Generación, Transporte y distribución y que no invierten. Aquí es necesario aclarar que ninguno de estos problemas existía en 2003, cuando aún las tarifas reflejaban los costos, es decir que la responsabilidad de la actual crisis corresponde al kirchnerismo.

Yendo al caso particular de los servicios de distribución de Edenor y Edesur que abastecen toda el área metropolitana de Capital y GBA, es necesario aclarar que de los miles de millones de pesos de subsidios que aporta el Estado- todos nosotros con impuestos e inflación- para sostener las tarifas congeladas, ni un peso fue a esas distribuidoras. Esa situación de tener que operar con tarifas del orden de una décima de los valores establecidos por los contratos de concesión, ya las hubiese llevado a la quiebra de no ser por nuevos aportes no aclarados del gobierno que les viene pagando los sueldos y la energía que reciben de la mayorista CAMESA.

También cabe preguntarse: ¿por qué la tarifa en esta área metropolitana es hasta 5 veces más barata que en la mayoría de las ciudades del país, siendo que ese conglomerado urbano ostenta ingresos medios superiores a los del interior?, ¿por qué es el único servicio que todavía depende del Estado nacional? La respuesta a ambas cuestiones es el rédito político electoral que significa un área que concentra el 40% del electorado del país. He aquí la razón, el leitmotiv, la musa inspiradora del congelamiento tarifario, diseñado para satisfacer al proyecto de poder del kirchnerismo en detrimento del bienestar ciudadano. Esa injusta decisión fue la causal principal del deterioro del servicio eléctrico al incentivar el derroche en la demanda y provocar la desinversión en la oferta.

[youtube https://www.youtube.com/watch?v=y9NtHiyyxrM]

Nada que ver con el relato del gobierno, en boca de sus lenguaraces, que sostiene que los problemas en el servicio eléctrico obedecen a un “crecimiento inusual de la demanda por el explosivo crecimiento de la actividad económica que originó el modelo”. Macanas. La oferta de energía entre 2003 y 2013 creció un 22,3% y la demanda en ese mismo período 45%. Pero esta demanda no fue explosiva ni mucho menos ya que entre 1992 y 2002 había crecido el 60% y la oferta la acompañó con un incremento del 62%. Estos datos son de CAMMESA.

Un proceso de desinversión no se revierte con parches como los que está ensayando el gobierno para evitar los cortes por fallas en las redes de distribución en su último verano, ni colocando grupos generadores móviles o de pequeña escala y con costos de producción elevados, por no haber equipado al sector adecuadamente durante 11 años

Esta política cortoplacista ha hecho que la generación de electricidad desde 2003 haya bajado su eficiencia y en consecuencia aumentado sus costos y la ha tornado más contaminante por la emisión a la atmósfera de toneladas extra de CO2, gas de efecto invernadero, que ha incorporado en ese lapso. En 2003 se producía electricidad con un 50% de generación térmica, en 2013 con 65%. Esta situación lleva a la paradoja de contar con un servicio eléctrico que produce una de las energías más caras del mundo y una demanda que paga una de las tarifas más bajas del mundo.

Esto nos debe llevar a reflexionar si es justo y lógico que sigamos pagando tarifas de luz que no cubren ni el 15% de lo que cuesta producir un KWh, cuando la diferencia la estamos pagando con creces a través de más impuestos, más inflación y un servicio lamentable.

Publicado en Clarin

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El día de la ira y la ilusión

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Hace 25 años ocurrió el entierro simbólico del comunismo. Una esperanzada muchedumbre de alemanes corrió hacia el Muro de Berlín y lo demolió a martillazos. Era como si golpearan las cabezas de Marx, Lenin, Stalin, Honecker, Ceaucescu y el resto de los teóricos y tiranos responsables de la peor y más larga dictadura de cuantas ha padecido el género humano. Por aquellos años una obra rigurosa pasó balance del experimento. Se tituló El libro negro del comunismo. Nuestra especie abonó los paraísos del proletariado con unos cien millones de cadáveres.

Era predecible. En la URSS, en 1989, fracasaban todos los esfuerzos de Gorbachov por rescatar el modelo marxista-leninista. En Hungría, un partido comunista, dirigido por Imre Pozsgay, un reformista  decidido a liquidar el sistema, abría sus fronteras para que los alemanes de la RDA pasaran a Austria y de ahí a la fulgurante Alemania Federal, la libre. En Checoslovaquia, Vaclav Havel y un puñado de intelectuales  valientes animaban el Foro Cívico como respuesta a la barbarie monocorde de Gustáv Husák.  En junio, cinco meses antes del derribo del Muro, los polacos habían participado en unas elecciones maquiavélicamente concebidas para arrinconar a Solidaridad, pero, liderados por Lech Walesa, la oposición democrática ganó 99 de los 100 escaños del senado. El dictador Jaruzelski les tendió una trampa y acabó cayendo en ella.

¿Qué había pasado? El sistema comunista, finalmente, había sido derrotado. Los países que primero lo implementaron, y que primero lo cancelaron, eran empobrecidas dictaduras, crueles e ineficaces, que se retrasaban ostensiblemente con relación a Occidente en todos los órdenes de la convivencia. Ese dato era inocultable. Bastaba comparar las dos Alemania, o a Austria con Hungría y Checoslovaquia, los restantes segmentos del Imperio austrohúngaro, para confirmar la inmensa superioridad del modelo occidental basado en la libertad, el mercado, la existencia de propiedad privada y el respeto por los Derechos Humanos. El día y la noche.

El comunismo era un horror del que escapaba todo el que podía, mientras los que se quedaban ya no creían en la teoría marxista-leninista, aunque aplaudieran automáticamente las consignas impuestas por la jefatura. Por eso Boris Yeltsin pudo disolver el Partido Comunista de la Unión Soviética en 1991, con sus veinte millones de miembros, sin que se registrara una simple protesta. La realidad, no la CIA ni la OTAN, había derrotado esa bárbara y contraproducente manera de organizar la sociedad. Me lo dijo con cierta melancolía Alexander Yakovlev, el teórico de la Perestroika, en su enorme despacho de Moscú, cuando le pregunté por qué se había hundido el comunismo: “porque no se adaptaba a la naturaleza humana”. Exacto.

¿Y los chinos? Los chinos, más pragmáticos, se habían dado cuenta antes. Les bastó observar el ejemplo impetuoso y triunfador de Taiwán, Hong Kong y Singapur. Eran los mismos chinos con diferente collar. Mao había muerto en 1976 y la estructura de poder inmediatamente rehabilitó a Deng Xiaoping para que comenzara la evasión general del manicomio colectivista instaurado por el Gran Timonel, un psicópata cruel dispuesto a sacrificar millones de compatriotas para poner en práctica sus más delirantes caprichos. Cuando el muro berlinés fue derribado, los chinos llevaban una década cavando silenciosamente en busca de la puerta de escape hacia una incompleta prosperidad sin libertades.

¿Por qué no cayeron o se transformaron las dictaduras comunistas de Cuba y Corea del Norte?  Porque estaban basadas en dinastías militares centralizadas que no permitían la menor desviación de la voz y la voluntad del caudillo. El Jefe controlaba totalmente el Partido, el parlamento, los jueces, militares y policías, más el 95% del miserable tejido económico, mientras mantenía firmemente las riendas de los medios de comunicación. El que se movía no salía en la foto. O salía preso, muerto o condenado al silencio. El aparato de poder era sólo la correa de transmisión de los deseos del amado líder. No cabían las discrepancias y mucho menos las disidencias. Eran coros afinados dedicados a ahogar los gritos de la población.

Esta terquead antihistórica ha tenido un altísimo costo. Cubanos y norcoreanos han perdido inútilmente un cuarto de siglo. Si las dos últimas tiranías comunistas hubieran iniciado a tiempo sus transiciones hacia la democracia, ya Cuba estaría en el pelotón de avanzada de América Latina, sin balseros, “damas de blanco” o presos políticos, y Corea del Norte sería otro de los tigres asiáticos. Lamentablemente, la familia de los Castro y la de los Kim optaron por mantenerse en el poder a cualquier costo. Los muros continuaban impasibles desafiando la razón y el signo de los tiempos.

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El cepo que corta la libertad y la producción

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LA NACIÓN.- El 30 de octubre de 2011, hace 3 años, nacía el cepo al dólar. El 28 octubre de 2012, en esta misma columna y cerca de cumplir su primer año, publiqué la nota "Cepo a la libertad", donde advertía que, en los últimos 70 años, hubo más de 20 planes económicos con control de cambios y que todos terminaron mal o desastrosamente. También anticipé la evolución que se podía esperar del actual cepo, recorrido que lamentablemente se fue verificando en la realidad.

El Gobierno lleva años gastando en exceso y financiándose con el Banco Central, que, para obtener estos recursos, nos cobra un creciente impuesto inflacionario. Para ello, emite por encima de lo que la gente demanda; por lo que el precio del peso baja, achicando el metro con el cual valuamos todos los bienes y servicios de la economía, por eso los vemos subir. Es decir, nos saca un pedazo del poder adquisitivo de la moneda local que atesoramos y se lo transfiere al Gobierno.

Como también el dólar sube al devaluarse el peso y eso hace que todos los bienes que se pueden vender o comprar al exterior suban, en 2011 y ante las elecciones presidenciales, el Gobierno decidió moderar el alza del tipo de cambio. De esa forma, también reducía el incremento de los productos de la canasta básica, los del supermercado, que tienen gran impacto en el bolsillo del electorado.

Sucedió como cuando se pone un precio máximo a cualquier bien, se incentiva la demanda y se desalienta la oferta. Conclusión, llegamos a la góndola y está vacía. Claro que en el mercado cambiario no puede haber desabastecimiento; por lo que el que "repone" las divisas es el BCRA. Esto implicó perder US$ 5.800 millones de reservas en 2011, por lo que no era sustentable.

Una vez superados los comicios, la solución lógica era bajar el ritmo de crecimiento del gasto y exprimir menos al BCRA. Sin embargo, para seguir la "fiesta", el Gobierno reformó su Carta Orgánica y disminuyó los límites para saquearlo. Luego, instaló el cepo sacando del mercado cambiario oficial gran parte de la demanda de particulares y empresas.

¿Sirvió? No, sólo dos países perdieron reservas desde principios de 2012: la Argentina y Venezuela, los únicos con control de cambios. ¿Por qué? Como la naturaleza del cepo es evitar reconocer en el mercado oficial la verdadera devaluación del peso, este atraso volvió a transformarse en un tipo de cambio máximo, desincentivando la oferta y alentando la demanda de divisas.

La evolución de los precios de todos los productores de bienes, exportables o importables, depende de ese dólar oficial artificialmente bajo, mientras que sus costos sí suben con la inflación. Por eso, no nos debería extrañar esa asfixia creciente que nos sumió en la recesión desde finales de 2013.

Para colmo de males, la escasez de divisas que genera el control de cambios llevó al Gobierno a restringir las ventas para importar. Conclusión, más problemas para la producción y mayor pérdida de competitividad de los exportadores, que no pueden elegir los mejores y más baratos insumos para sus fábricas. Si le agregamos que el BCRA les paga un tercio menos de lo que vale el dólar que exportan, lo que se suma a la quita de las retenciones, queda claro por qué somos el país de América del Sur en el que más cayeron las ventas al exterior.

Para dar una idea del problema en el que nos encontramos, imaginemos que yo le digo que su banco le está prestando a alguien que no le va a devolver la plata y que, para ello, se fondea tomando deuda cara y vendiendo lo mejor de su patrimonio. ¿Ud. que haría? Pues bien, el BCRA le está prestando hoy, más del 60% de sus activos al Estado, que nunca le devolvió un sólo peso. Para ello, se financia colocando deuda remunerada por la que paga entre 25% y 28% y perdiendo reservas internacionales. La mala noticia es que si el BCRA quiebra, lo hacemos todos los argentinos.

La nueva estrategia del Gobierno apunta a tomar deuda en el exterior para fortalecer las reservas internacionales y sostener el cepo hasta el fin de su mandato. En el corto plazo, mejoran la liquidez y, por ende, la posibilidad de enfrentar con éxito una corrida cambiaria. El problema es que esa deuda hay que devolverla, por lo que no mejora la solvencia del BCRA, y le deja un problema al futuro gobierno.

¿Cómo se sale del cepo? Si su razón de ser es no reconocer la verdadera devaluación del peso en el valor del dólar oficial, entonces quiere decir que dicho tipo de cambio es ficticio; lo cual es evidente para todos los argentinos, menos para el Gobierno. Salir del cepo es abandonar el relato e ir a la realidad. Reconocer que un dólar vale más pesos, lo que implicará un duro golpe a los bolsillos de los argentinos, sobre todo los que más gastan en la canasta básica. Para minimizar el costo social y económico, es fundamental un manejo austero del gasto.

¿Se puede evitar salir del cepo? No. Significaría pensar que se puede eternizar la pérdida de reservas o el endeudamiento externo necesario para sostenerlo. Además, se mantendría en el tiempo el ahogo de los productores; por lo tanto, la recesión.

Publicado en La Nación, edición impresa

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