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Los efectos locales de la crisis externa dependerán de lo que hagamos

Solanet expuso hoy los diferentes escenarios que puede encontrar la Argentina frente a la crisis internacional. Lo hizo durante un desayuno que realizó el Instituto Cultural Argentino Norteamericano (Icana). Si bien advirtió que la crisis hasta puede abrirnos alguna perspectiva, aclaró que “con el modelo K vigente no estaremos exentos de sufrirla”.

“Las tasas de interés se mantendrán muy bajas en los países centrales, por lo tanto continuará habiendo un incentivo para que capitales e inversiones directas fluyan a las economías emergentes. Pero como ha ocurrido en los últimos años no lo harán con los países que no ofrezcan seguridad jurídica, honestidad pública, solvencia fiscal y respeto por la propiedad. Este no es el modelo kirchnerista y difícilmente lo será. Siguen haciendo todo lo necesario para ahuyentar inversores”.

Según Solanet “los precios internacionales de las materias primas agropecuarias estarán mejor defendidos en un marco de recesión. Pero también: podemos quedar fuera de esa oportunidad si el gobierno actúa como lo ha hecho con la carne, el trigo, el maíz o la leche.”

“Frente al creciente déficit fiscal y el desborde monetario, quien sea que gane las elecciones en octubre no sólo tendrá que corregir los fundamentos institucionales de la política, sino que también tendrá que implementar planificadamente medidas bastante duras. Sino, lo probable es que la crisis externa nos golpee y que en algún momento las correcciones vengan por sí solas y muy traumáticamente”, opinó.

 

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Inflación Argentina

Se trata de un caso bastante patético: la expansión monetaria genera una inflación anual entre el 28 y el 32 por ciento con tendencia al alza en un año electoral, pero las estadísticas oficiales del INDEC se empeñan en publicar guarismos que muestran menos de la mitad de lo que en realidad sucede. Como si esto fuera poco, por más increíble que parezca, el gobierno multa a los consultores privados que osen difundir cifras distintas a las oficiales. Este es el caso argentino. De más está decir que esto -hay muchas otras fábulas que parten del aparato estatal- es suficiente para perder la credibilidad. Los gobernantes se convierten así en un grupo de mitómanos (con perdón del mito). Como es sabido, el mito tiene diversas acepciones: como un intento de explicar cuestiones últimas, como una leyenda, como sacralización laica o como falsedad. Este último es el sentido a que se refiere la mitomanía.

Pero este no es el único mito como falsedad y no solo de este gobierno, hay uno que abarca espacios más amplios y que incluyen a profesionales de la economía en muy diversas latitudes. Se trata de los orígenes y las consecuencias de la inflación. Esta no es “el aumento general de precios” como reza la definición más difundida.

No lo es por dos motivos: en primer lugar la causa de la inflación radica en la expansión exógena de moneda, es decir, la generada por razones políticas, extramercado. En segundo lugar, el efecto de la inflación no es el aumento general o uniforme de precios: si todos los precios se incrementaran de modo uniforme y general, no habría problema con la inflación puesto que los salarios son también un precio y si se elevaran al mismo ritmo que los precios de lo que se adquiere no se producirían los desajustes entre precios e ingresos característicos de los procesos inflacionarios. Eventualmente habrá que transportar moneda en carretillas, habrá que modificar las columnas en los libros de contabilidad y los dígitos en las máquinas de calcular pero, como queda dicho, no tendría lugar la desagradable desproporción entre lo que egresa y lo que ingresa.

El efecto de la inflación es la alteración de los precios relativos y precisamente esto es lo que crea graves problemas y desajustes en la economía. En realidad para producir un aumento general de precios habría que arrojar la masa monetaria desde helicópteros simultáneamente sobre toda la población sin que se produjera ningún cambio en la estructura de preferencias de la gente en sus gastos e inversiones. Pero si se procediera de ese modo, a poco andar, el gobierno percibiría que no saca ninguna ventaja de la operación. La inflación la producen los gobiernos porque usan el dinero antes que los precios se distorsionen con lo que se apoderan de riqueza ajena. La tesis del helicóptero sería lo mismo que el falsificador privado distribuya en la población una unidad monetaria por cada una que use: así pierde la posibilidad de robar a su prójimo. Lo mismo ocurre con los gobiernos, la única diferencia estriba en que en este caso el robo es legal y se hace con el apoyo de la fuerza pública.

Cuando asoman los primeros síntomas del crecimiento inflacionario se suele recurrir al intento de corregir los desvíos a través de índices que pretenden ajustar balances. Veamos este asunto que es un desprendimiento de la definición errada de los procesos inflacionarios. Si la inflación produce una distorsión en los precios relativos, un índice general no resuelve el problema ya que reduce o eleva los valores pero mantiene inalterado el desequilibrio inherente a la inflación: la altura de la curva se modifica pero no cambia la posición relativa que es precisamente el daño que causa este fenómeno monetario.

Ahora bien, el problema de distorsionar los precios relativos es que engaña y malguía a los operadores económicos, lo cual conduce a desperdicio del siempre escaso capital que a su vez se traduce en reducción de salarios e ingresos en términos reales ya que estos dependen de las tasas de capitalización. En resumen, la inflación produce pobreza.

Y no es que la inflación pueda ser originada en “expectativas”, en “inflación de costos”, en la suba de productos clave como el petróleo ni pude atribuirse a la “velocidad de circulación”. Se trata siempre de un fenómeno monetario, es decir, de expansión de la base o de la producción secundaria de dinero debida al efecto multiplicador en el sistema bancario de encaje fraccionario manipulado por la banca central y convalidado por la entidad emisora. Si hay enormes expectativas que no son convalidas por expansión monetaria exógena, los precios naturalmente no se mueven o, si cambian los gustos y preferencias suben unos precios pero deben bajar otros ya que la única manera de que se produzcan incrementos netos es si se eleva la masa monetaria. Por otra parte, los costos son precios, no hay tal cosa como una elevación de los primeros sin un aumento correlativo en la cantidad de moneda. Si se eleva el precio del petróleo ocurrirá una de dos cosas: o se consume menos de ese bien para poder seguir adquiriendo la misma cantidad de los otros productos y servicios o se consume el mismo volumen de petróleo en cuyo caso habrá que renunciar a otros bienes. Por último, si se incrementara la velocidad de circulación del dinero simultáneamente deberá aumentar la velocidad de los bienes y servicios contra los cuales opera la moneda ya que esta no circula en el vacío. En otras palabras, el aumento o disminución de precios no se debe a velocidades sino a la expansión o contracción de moneda. En todo caso el fenómeno de la velocidad es una consecuencia del aumento en la base monetaria ya que la gente tenderá a desprenderse de dinero por la disminución en su poder adquisitivo.

Por último, es pertinente repetir que como, entre otros, ha escrito Milton Friedman en Moneda y desarrollo económico “Llego a la conclusión de que la única manera de abstenerse de emplear la inflación como método impositivo es no tener banco central. Una vez que se crea un banco central, está lista la máquina para que empiece la inflación” o, parafaseando a Clemanceau, enfatizó en Monetary Mischief “la moneda es una materia demasiado seria como para dejarla en manos de banqueros centrales”. La banca central solo puede operar en uno de tres sentidos: expandir la base monetaria, contraerla o dejarla en el mismo nivel y cualquiera de los tres caminos inexorablemente significa alterar los precios relativos. Idéntico fenómeno ocurre si la banca central es independiente de las directivas del ministro del ramo, y si se dijera que los banqueros centrales tienen la perspicacia de ubicar la misma cantidad de dinero que el mercado hubiera requerido, su intromisión resulta superflua con el agregado que para conocer las demandas de la gente resulta indispensable dejarla que se exprese sin imposiciones estatales.

Para aludir con algún viso de seriedad a los fenómenos monetarios deben derribarse los mitos que los rodean, pero, antes que nada, se debe ser veraz en las estadísticas como un punto de partida elemental. Desafortunadamente, en el caso argentino, la acumulación de mitos y de mitomanías en el sentido explicado obstruye la visión del problema y se pretende vivir en una peligrosa fantasía en el contexto de la quiebra del sistema republicano…se ha cruzado el Rubicón y, por ende, parecería que  alea iacta est. Sin embargo, es posible revertir lo que ocurre si se comprende que el futuro depende del esfuerzo cotidiano de cada uno de nosotros para estudiar y difundir los fundamentos de la sociedad abierta, muy al contrario de los tilingos de siempre que exhiben movimientos espasmódicos frente a los actos electorales pero el resto del tiempo duermen la siesta de la vida.

Fuente: Diario de América
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El origen de nuestros derechos

La facultad de hacer o no hacer algo siempre que no dañe igual derecho de terceros resulta indispensable al efecto de poder seguir el camino que cada uno prefiera para lograr sus cometidos particulares y, asimismo, con esta posibilidad abierta, las personas obran conforme con su condición humana, es decir, revestidas de dignidad compatible con su libre albedrío, lo cual lo distingue del resto de las especies conocidas.

Por esta derivación de su condición natural de ser humano de adoptar las decisiones que cada uno estima lo conducirá a las metas apetecidas es lo que hace que esta facultad se denomine “derecho natural” puesto que proviene de una parte central de su naturaleza. Esto en modo alguno quiere significar que todo lo natural sea conveniente para las personas en todas las circunstancias. El hombre se protege del rayo, de la lepra, de las fieras salvajes, del frío, los terremotos etc. situaciones que pueden cumplir sus funciones en el cosmos pero que generalmente requieren que las personas se defiendan de ellas y, para tal fin, adopten medidas precautorias.

El derecho natural se conoce también como “iusnaturalismo” que es solo otra manera de expresar la misma idea que se adopta no por ser natural sino por ser conveniente, lo cual debe distinguirse claramente del utilitarismo que se sustenta en los denominados “balances sociales”, es decir, en sopesar el bien de los más con el bien de los menos, lo cual da por tierra con la idea del derecho como un atributo o facultad valorada de cada uno y, en cambio, hace que unos puedan ser usados como medio para los fines de otros.

En el contexto del iusnaturalismo cada derecho tiene como contrapartida la obligación de respetar ese derecho, muy al contrario de lo que actualmente viene sucediendo ya que se ha degradado la noción del derecho a tal grado que significa la facultad de disponer del fruto del trabajo ajeno lo cual lo convierte en un pseudoderecho, es decir, en la caricatura o la negación misma del derecho. Así se habla del “derecho” a una vivienda digna, a una dieta balanceada, a la salud robusta, a la recreación sostenida, a la educación adecuada, a un ingreso suficiente y así sucesivamente siempre a costa del derecho de otros con lo que se quiebra la columna vertebral de la noción jurídica antes apuntada para convertir la sociedad en un enorme círculo en el que cada uno tiene metidas las manos en los bolsillos ajenos sin seguridad alguna y, por ende, provocando incentivos perversos al desmán en lugar de la creación de riqueza y en el contexto de la demolición de toda noción de marcos institucionales civilizados y, en lugar de ello, como queda dicho, se introduce el salvajismo más extremo.

Tal vez no resulte necesario insistir en que el respeto a los derechos naturales no solo significa acatar normas morales de convivencia y cooperación social sino que permite la producción máxima de riqueza que se trasmite en cada transacción libre a través de contratos voluntariamente pactados y hace que los no participantes se beneficien con ingresos más elevados debido a crecientes tasas de capitalización. Esa es la razón central del progreso material que se deriva necesariamente del progreso moral. Esa es la diferencia entre un país “desarrollado” de uno “subdesarrollado” y debido al abandono de los mencionados valores es que desafortunadamente los primeros se están convirtiendo en los segundos, lo cual constituye la decadencia en la que nos encontramos inmersos lo cual dispara la demolición de lo que se ha conocido como la forma de vida occidental, es decir, el llamado mundo libre es cada vez menos libre debido a la presencia cada vez más omnicomprensiva del Leviatán.

En el derecho natural, la propiedad privada desempeña un papel de primera importancia comenzando con el derecho al propio cuerpo y al pensamiento para continuar con el derecho a lo adquirido de modo legítimo, es decir, sin lesionar derechos de terceros. Debido a que los recursos son escasos, el derecho de propiedad permite asignarse a quienes lo utilizan del modo más productivo posible a criterio de los demás. Quienes dan en la tecla obtienen ganancias y quienes yerran incurren en quebrantos. De este modo, el cuadro de resultados indica el éxito o el fracaso en un proceso dinámico y siempre cambiante, según se modifiquen las preferencias de la gente. En esta situación de respeto a los derechos naturales se logra la mayor armonía y cooperación social posible y se evitan los permanentes conflictos y confrontaciones presentes en donde no se respetan los aludidos derechos. (Esta es la razón por la que en la verdulería tanto el comprador como el vendedor se agradecen recíprocamente después de haber llevado a cabo la operación correspondiente, a diferencia del socialismo donde el sistema colectivista empuja a que todos esperen el fracaso del vecino para devorarlo igual que cuenta Melville en Moby Dick que los tiburones eran la escolta hambrienta de los horrendos barcos negreros).

Este es el sentido por el que desde tiempo inmemorial -tal vez desde Antígona de Sófocles- se viene aludiendo explícita o implícitamente a los derechos “inalienables”, es decir no sujetos a la invasión por parte de otros y, como decimos, naturales en el sentido de indispensables para que cada uno pueda realizarse como persona actualizando sus potencialidades y no referido a la condición natural del bruto ni a las leyes físicas (naturales) presentes en el universo. El ser humano es un animal racional y para que pueda ejercer sus atributos de racionalidad es menester que opere en libertad al efecto de que pueda seleccionar los medios que considere adecuados para la consecución de sus específicos fines. La vida humana carece de significado sin libertad, a menos que se estime que hay vida propiamente humana por el mero hecho de respirar.

Desde la Carta Magna de 1215 en adelante toda la tradición liberal se sustentó en la protección de esos derechos frente a la invasión de terceros pero muy especialmente frente a la invasión del aparato estatal, sea un rey, el emperador o el parlamento. Ese derecho en esta tradición de pensamiento se consideró el requisito previo para todo lo demás a que pudiera aspirar el ser humano. Las constituciones estaban dirigidas a evitar estos abusos y atropellos hasta que como una manifestación más de los tiempos que corren esos documentos o se han transformado en letra muerta o se ha convertido en declamaciones de aspiración de deseos donde se llega al sinsentido de “asegurar” los propósitos más increíbles y absurdos imaginables en correlato con la introducción de ministerios de “bienestar social” y otras sandeces por el estilo que no hacen más que asegurar el malestar de todos.

La comprensión del derecho natural ha hecho que desde la época de Algeron Sidney y John Locke se reconociera el derecho a la resistencia frente a gobiernos que pretendieran usurpar esos derechos inalienables y, antes de eso, fue la razón por la que Sto. Tomás de Aquino escribiera que “la ley injusta no es ley sino corrupción de ley”. Hoy asistimos, incluso en las Facultades de Derecho, a los estragos del positivismo jurídico por el que se desconoce toda relación de la norma positiva con mojones o puntos de referencia extramuros de esa legislación y, de ese modo, egresan estudiantes de leyes pero no abogados quienes identifican la norma positiva, el inciso y el párrafo en cuestión pero no tienen la más remota idea de cual es el fundamento jurídico de esas disposiciones que interpretan como de diseño, construcción o ingeniería social del legislador y no un proceso de descubrimiento del derecho preexistente a la mente del megalómano de turno.

Es hora de hacer un alto en el camino y volver a repasar los trabajos de los grandes maestros del derecho y abandonar la presunción del conocimiento que permite el peligroso espejismo de que es posible planificar la sociedad como si se tratara de arcilla maleable al gusto del mandón del momento. Cierro esta nota periodística con un pensamiento que aparece en la ocurrente tira de Mafalda: “La vida es como un río, lástima que haya tantos ingenieros hidráulicos”.

*Publicado en Diario de América, Nueva York.
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¿Qué hace estable a una moneda?

 

El 17 de julio, el doctor Rodolfo Terragno publicó una nota en esta sección comparando las economías de la periferia europea con la Argentina. Allí afirma que a ningún país le conviene atar el valor de su moneda a patrón alguno, ya que así se pierde una herramienta valiosa. En primer lugar, no se trata de ninguna novedad: fue lo que en el siglo XX llevó al abandono generalizado del patrón oro. Entonces cada país se hizo cargo de la administración de la cantidad y el valor de su moneda. En la terminología progre se diría “la conquista de la independencia monetaria”.

En segundo lugar, la historia diría que sólo una pequeña cantidad de países hizo los deberes. Pero no fue ese el caso de la Argentina y muchas otras naciones en desarrollo (entre ellas, algunas de la periferia europea), las que al cabo de unas décadas habían perdido la “independencia monetaria”. ¿Fue porque algún imperio las invadió y les quitó sus billetes? No. Fue por su incapacidad de administrar sus monedas de manera de ganarse el respeto y la confianza de sus habitantes, por lo que en poco tiempo estos terminaron por usar la moneda de otro país como patrón de valor.

Sólo cinco estados soberanos con economías grandes (los EE.UU., el Reino Unido, Alemania, la Confederación Suiza y el Japón), aun sin ser absolutamente virtuosos, exhibieron la prudencia necesaria como para ganarse la reputación de emitir monedas confiables. Así, en diversas épocas y medidas, el dólar, la libra, el marco (hoy llamado euro), el franco suizo y el yen fueron reemplazando a los metales y demás monedas como certezas últimas de liquidez y valor.

¿Por qué lograron semejante privilegio? Por la solidez de sus instituciones políticas y porque cuidaron que los eventuales ciclos de desvalorización de sus monedas no derivaran en alta inflación. Por lo general estas monedas han subido o han bajado para corregir ciertos desequilibrios percibidos por los mercados (“market sentiment”). Si bien a lo largo de varios años se pudieron acumular cambios importantes, los movimientos fueron graduales, con fluctuaciones diarias pequeñas. Así casi siempre fue posible mantener correspondencia entre los cambios de valor y las tasas de interés, evitando la percepción de licuaciones groseras. Si bien en varias etapas algunos de estos países exhibieron políticas fiscales imprudentes, nunca recurrieron de manera sistemática a la emisión de moneda como fuente de financiamiento. También mostraron tener instituciones y/o dirigencias capaces de impedir aumentos nominales de salarios desconectados de la realidad.

Estas historias tuvieron poco en común con las de muchos otros países, en donde, cuando no se acumularon deudas por encima de lo que los mercados percibían como prudente, la cantidad de dinero creció a tasas de dos dígitos para financiar al Tesoro, donde por decreto se han otorgado aumentos de salarios también de dos dígitos y/o donde la moneda ha sido devaluada masivamente de la noche a la mañana, con la consiguiente licuación brutal de todos los activos y contratos nominados en dinero. ¿O no recuerdan Terragno y otros que la Argentina llegó a la convertibilidad desahuciada y que muchos países europeos adhirieron al euro porque no podían mantener su inflación en límites tolerables?

Finalmente ¿cuál ha sido el destino de los países que han “pegado” sus monedas a la de algún país estable sin replicar el resto de sus comportamientos e instituciones? En casi todos los casos se gozó de un período de bonanza, pero la falta de instituciones políticas y disciplina en otros órdenes terminaron en distorsiones y desconfianza. A la Argentina le sirvió diez años, más o menos lo que el euro a la periferia europea.

Es cierto que cuando los desequilibrios (y la manera como los mercados los perciben) superan ciertos límites, los costos de mantener la moneda pegada pueden ser altos. Pero mayores son los costos de abandonar el patrón y violar todos los contratos, como debimos haber aprendido los argentinos en 2002. Si el patrón de comportamiento de la sociedad es desquiciado, tampoco los esquemas flexibles servirán de mucho, como bien lo señala Terragno al advertir sobre lo que le espera a la Argentina.

Como lo están mostrando Chile, Uruguay, Brasil y otras economías de Asia, sólo copiando las mejores virtudes de los países desarrollados es que nuestros países pueden crecer sin sorpresas, crisis y volatilidad. Y no simplemente por adaptar la política cambiaria y monetaria a la indisciplina general.

*Publicado por Clarín, Buenos Aires.
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Elecciones: ¿Qué elecciones?

Todos sabíamos que el 2011 iba a ser un año electoral. Sin embargo, ahora nos vamos dando cuenta de lo que esto significa. Luego de la votación del 10 de julio, los porteños volvimos a las urnas este domingo 30. En quince días, el 14 de Agosto, todos los argentinos tendremos que votar en las Elecciones Internas, Obligatorias y Simultáneas para Todos los Partidos. Finalmente, y luego de una breve pausa, volveremos a las urnas el 23 de Octubre para la elección nacional y, de haber ballotage, una nueva elección nos espera el 20 de Noviembre.

Más allá de la cuestión política evidente que será resultado de todas estas votaciones, existe algo que también se alterará: naturalmente, la tranquilidad de tu domingo.

Es decir, si el domingo de la elección pensabas levantarte tarde (para eso están los domingos, ¿o no?), cuando vayas a votar, un rato antes o un rato después de comer, vas a darte cuenta que tenés quince o veinte personas en frente tuyo con lo que el deber cívico te va habrá costado entre 35 y 50 minutos de tu día. Si, en cambio, pensabas evitar la cola e ir temprano, la situación no mejorará mucho, ya que probablemente la evites, pero corras el riesgo de ser obligado a quedar como presidente de mesa. En ese caso, tu deber cívico te habrá costado casi 10 horas de tu día. Además del hecho que te levantaste temprano un domingo.

Agregado a todo esto tenés el lío de tránsito y autos en doble fila estacionados en la puerta de los colegios, justo en las calles más angostas de la ciudad; y el hecho de que, si querés “hacer las cosas bien”, tuviste que comerte horas de informativos televisivos y varias páginas de diarios para saber qué va a hacer cada candidato con tu pobre país. Y todo esto sin contar que el sábado a la noche no pudiste tomarte ni una cerveza ni ir a bailar a ningún lado por la veda electoral.

Ahora bien ¿Qué pasa con la gente que no tiene ganas de leer los diarios? ¿Qué pasa con los que sólo leen la parte de automóviles, o el suplemento de arte? ¿Qué pasa con vos, que estabas súper ilusionada con pasar un domingo de campo y te tenés que quedar en Capital porque el predio en Ezeiza no es a más de 500 kilómetros de modo que te exima de votar? ¿Qué pasa con los que sólo quieren ir a bailar y divertirse, y no les interesa si gana Cristina o gana Alfonsín porque -pase lo que pase- Crobar va a estar siempre abierto?

Finalmente ¿Qué pasa con aquellos que sí leen los diarios, que sí saben realmente lo que los políticos le van a hacer al país, y que por consiguiente quieren ahorrarse el trámite de colaborar con la destrucción de la nación?

En definitiva ¿es posible que "Las Elecciones" se opongan a nuestras elecciones? ¿Y llegado ese caso, qué elecciones son las que tenemos que valorar?

Creo que no hay mejor cosa que dejar, voilà, que cada uno decida.

 
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