Skip to main content

El debate: ¿El oro es dinero?

 
¿El presidente de la Reserva Federal de EE.UU. desconoce lo que es el dinero?  Ron Paul es posiblemente uno de los congresistas más preparados de los Estados Unidos. En el video adjunto, se enfrenta en un debate con el presidente de la Rerserva Federal de ese país, Ben Bernanke, quien también puede presentar impecables credenciales académicas como economista. Sin embago, frente a una simple pregunta del senador "¿El oro es dinero?", el todopoderoso jefe de la Fed parece vacilar un instante y responde: "No, ... es un metal precioso, es un activo donde la gente se refugia frente a posibles escenarios muy pero muy negativos".   Pero si buscamos en cualquier diccionario de economía, o en cualquier análisis de la historia del dinero, encontraremos una definición parecida a la siguiente:  "El dinero es un medio de cambio globalmente aceptado, fácil de transportar y de dividir, y que sirve para comprar mercancías o servicios". Por lo tanto, para que pueda considerarse dinero, un bien debe contar con las siguientes características:
  1. Servir como medio de intercambio, lo cual permite superar el trueque, (por eso debe ser fácil de transportar y de almacenar).
  2. Servir como Unidad de Cuenta: Es decir poder ser utilizado para comparar el valor de otros bienes o servicios.
  3. Preservar su valor: para poder ser utilizado para acumular y atesorar riqueza, incluso durante largos períodos de tiempo sin que se deteriore ni pierda su valor. (Así por ejemplo, los piratas enterraban sus tesoros compuestos por monedas y lingotes de oro y piedras preciosas).
Típicamente todos los manuales explican que ciertos materiales han cumplido a lo largo de la historia con ese rol, como el cobre o la plata, pero siempre llegan a la misma conclusión: que el oro es el material más comunmente utilizado como dinero a lo largo de la historia. Si repasamos las características, una por una, encontraremos que el oro cumple con todos los requisitos. En cambio es el dólar quien dudosamente cumple con el tercer riquisito. No imagino a nadie enterrando hoy bolsas de dólares, pretendiendo desenterrarlas dentro de 20 años sin que hayan perdido valor. Al ver nuevamente el video, imagino que en ese segundo de duda del Sr. Bernanke, justo antes de responder que -El oro no es dinero...-, se encierra todo el misterio de la debacle presente y futura del dólar. Para explorar más el tema recomiendo el artículo de Juan Ramón Rallo.
  • Visto: 16

Defender lo Defendible

"Detesto lo que dices, pero defendería a muerte tu derecho a decirlo"

Atribuido a Voltaire

Escribir estas líneas para defender a uno de los personajes más abominables de la escena política actual sería intentar defender lo indefendible. En ese sentido, mi interés es que la figura de Luis D’Elía siga gozando del mismo rechazo público que goza hasta ahora y que si debiera modificarse un ápice, sea en menos y no en más.

Sin embargo, sí creo que hay algo que vale la pena repensar respecto de sus dichos y la posterior citación judicial que el líder piquetero devenido en fuerza de choque oficialista protagonizó esta semana.

D’Elía es antisemita. Sus dichos, si bien fueron bastante light para lo que nos tiene acostumbrados, son absolutamente reprochables. No por los dichos en sí sino por lo que encarnan:

“El racismo es la forma más baja, más burda y más primitiva de colectivismo. Es la noción de atribuirle significado moral, social o político al linaje genético de un hombre – la noción de que los rasgos intelectuales y de carácter de un hombre son producidos y transmitidos por la química interna de su cuerpo. Lo que significa, en la práctica, que un hombre debe ser juzgado, no por su propio carácter y acciones, sino por los caracteres y acciones de un colectivo de antepasados."

Teniendo en cuenta que Luis D’Elía juzgó a Kravetz y a Telerman por su pertenencia a un colectivo (religioso en este caso) más allá de su individualidad y los hechos de su vida que son lo que verdaderamente cuentan, podemos decir que lo de D’Elía fue racismo puro (como lo describe Ayn Rand en “La Virtud del Egoísmo”) y, como tal, es execrable.

Ahora bien ¿es necesario que la policía cuente con una división Antidiscriminación para perseguir a los infelices que anden por la vida vomitando estas expresiones? ¿No es evidente que la única perjudicada con estas aseveraciones es la ya patética imagen de D’Elía en la sociedad? ¿Y qué pasa con los que piensan lo mismo pero no tienen una radio o una cámara en frente para hacer su pensamiento público? ¿Cómo vamos a combatir la discriminación que nos rodea a diario? ¿No está D’Elía en su derecho a expresarse de la manera que quiera siempre y cuando no perjudique la vida de otros?

Se puede argumentar que los dichos del piquetero pueden afectar la sensibilidad de algunos. ¿Ahora bien, quién puede sentirse tocado por lo que diga este personaje? ¿Y si de hecho lo hicieran, afecta una frase el curso natural de su vida?

Parte de vivir en un país con libertad como reza nuestro preámbulo es tener la posibilidad de decir lo que nos parezca. Si perseguimos judicialmente a D’Elía por decir lo que a él le parece, evitamos el funcionamiento de un mecanismo mucho más poderoso para refutar las ideas que es el del intercambio, el del debate y, en última instancia, el de la ignorancia total.

Para personajes tan marginales, el último parece ser el camino indicado. Pero la persecución judicial no sólo no se corresponde con la idea de un país libre, sino que le da entidad a dichos que deberían ser tomados como de quien vienen y, en consecuencia, ser ignorados en el mismo momento en que son terminados de decir.

*Publicado en La Crisis es Filosófica, Buenos Aires.
  • Visto: 14

Determinación ciudadana

La falta de perseverancia sea tal vez el pecado cívico más relevante en la historia reciente. Disgusto, bronca, enfado, indignación, impotencia, la nómina es interminable. Múltiples sensaciones que los ciudadanos sentimos a diario y que compartimos con otros para manifestar tímidamente nuestro desagrado con los hechos cotidianos, con las decisiones que se nos imponen y que no colman nuestras expectativas más elementales.

Sin embargo, esas actitudes son inconstantes, espasmódicas, solo momentáneas, hasta que otro hecho de superior relevancia ocupe su lugar. Este podrá ser un asunto personal, familiar o hasta social, pero desplazará al otro, ese que eventualmente nos generaba malestar, para pasar a ser una anécdota más en la lista de las frustraciones cívicas.

El sistema conoce esta debilidad ciudadana. Sabe que la indignación es transitoria, fugaz, y que las personas no insistirán con sus reclamos en el tiempo de modo consecuente. La historia, la experiencia de casi siempre, dice que se aburrirán, les ganará el cansancio, terminarán agotados y será suficiente para que otro desengaño haya dejado su huella.

Queda claro que quienes gobiernan, los unos y los otros, los que estuvieron, los que están y los que estarán, se han ocupado con dedicación, durante décadas de proveer herramientas para que nada les impida perder el control. Una suma de recursos, ardides, escollos, les darán siempre el salvoconducto necesario para librarse rápidamente de cualquier intento que pretenda estorbar su dinámica habitual.

Pero como en tantos otros ámbitos de la vida mundana, lo importante no es hacer las cosas bien, sino solo conocer en detalle el mecanismo bajo el cual funciona el circunstancial oponente y hacer uso de sus propias flaquezas para provecho propio.

Los anticuerpos están activados. No importa demasiado cual sea la queja de turno. Todo está perfectamente diseñado para responder a los estímulos de siempre. Las respuestas predecibles, los esquemas tradicionales, están debidamente contemplados y la falta de decisión ciudadana, es parte de ese paisaje que se repite, de modo irrelevante, sin consecuencias significativas que alteren el ritmo habitual de los que mandan.

Para lograr resultados diferentes, esto es, que el poder tome nota, que modifique sus conductas, que deje de lado sus mañas de rutina, que se anime a incursionar por otros senderos, la ciudadanía precisa tomar decisiones, fuertes, concretas, pero por sobre todo, determinadas, con convicción, y a sabiendas de que el camino será largo, difícil, con innumerables problemas y fundamentalmente con una corporación ( o varias ) que harán su mejor esfuerzo por abortar ese irreverente intento ciudadano de tomar las riendas.

Hay ejemplos en la historia mundial, pocos, lamentablemente no muchos, pero unos cuantos de ellos significativos. Algunos lograron perdurar, tal vez no lo suficiente, o probablemente no con la intensidad necesaria para hacer claudicar al sistema, pero si al menos para mostrar que es posible, que se puede y que vale la pena hacer el intento.

Si tanto nos complica la existencia, si tanto fastidian algunas posturas de la política contemporánea, tal vez debamos revisar nuestras propias actitudes cívicas. Es bastante probable que en ese recorrido encontremos muchas explicaciones y que lo que parecía imposible deje de serlo.

Pero para enfrentar un problema, hay que dimensionarlo adecuadamente. Suponer que con esporádicos intentos, con reacciones infantiles, con caprichos adolescentes y hasta con filosofía mediocre, lograremos torcerle el brazo a siglos de estrategias exitosas, estaremos equivocados.

Para ganar hay que ensayar nuevos métodos, probar modalidades imprevistas. Ellos están preparados para lo obvio. No tiene mucha importancia, bajo su perspectiva, cuan significativo parezca el reclamo, mucho menos aún si los argumentos tienen cierta razonabilidad o ha logrado movilizar a unos cuantos.

No le temen a la argumentación, tampoco a un numeroso despliegue popular. Si les asusta la perseverancia, la determinación, la consistente acción que muestra que no se descansará hasta lograr objetivos.

Para ello hace falta una ciudadanía menos timorata, menos reactiva y mas proactiva, más comprometida y menos abúlica. Es preciso luchar por valores morales, y no solo cuando las decisiones molestan porque afectan nuestros bolsillos, como tantas veces pudimos apreciar. Tal vez sea mucho pedir, es probable que estemos siendo muy exigentes con una sociedad que ha dado pocas muestras de animarse a esto. Pero no menos trascendente es saber si realmente estamos dispuestos a hacer algo relevante antes de emprender el intento.

Pero también es importante dejar en claro, que el adversario, circunstancial por cierto, es poderoso, tiene infinidad de posibilidades a mano, conoce el sistema como la palma de su mano, y sabe a que recurrir frente a cada intento. Difícilmente podamos tomarlo por sorpresa. Conoce mucho de lo que hace, sabe por qué lugares transitar, como, cuando y hasta el ritmo al que debe hacerlo. La ingenuidad es un riesgo y jugar con que ellos no sabrán cómo reaccionar, es desconocer su dinámica y sobre todo la metodología con la que razonan.

La ecuación es relativamente simple de comprender. Podemos seguir con el infantilismo que nos propone esta inercia, esa que dice que nos quejamos de vez en cuando y con eso suponemos que algo cambiará. O podemos tomar exacta dimensión de lo que pretendemos lograr y actuar seriamente en consecuencia. Eso supone prepararnos para una batalla larga, compleja, que requiere de muchos ingredientes, pero fundamentalmente de uno de ellos, de esos que parece imposible obtener. Antes de empezar valdrá la pena saber si tenemos a mano una significativa dosis de determinación ciudadana.

Alberto Medina Méndez
 
  • Visto: 13

Hollywood en acción

Una vez escribí un artículo titulado “El síndrome del poeta” donde señalé que en general poetas, escultores, pintores, escritores de ficción y otras manifestaciones artísticas están compuestas por personas de gran sensibilidad que cuando se pronuncian sobre temas sociales lo hacen siguiendo sus primeros impulsos sin estudiar el tema. Hayek insistía que en economía la primera inclinación habitualmente está mal ya que esta ciencia es “contraintuitiva”: lo que se intuye en primera instancia no conduce a conclusiones acertadas ya que un análisis correcto requiere profundizar en “lo que se ve y en lo que no se ve” para recoger la conocida perspectiva de Bastiat que luego tomó y expandió Henry Hazlitt.

Así es que los referidos artistas en la mayor parte de los casos se expiden sobre temas sociales incurriendo en todo tipo de falacias y gruesas equivocaciones y, como decía en mi antedicho artículo, cuando se intenta abordar a esas personas para explicar los equívocos la contestación es más o menos así: “no me va usted a sermonear sobre las leyes de la oferta y la demanda, el multiplicador bancario o los rendimientos decrecientes puesto que yo estoy en un plano más elevado y no me rebajo a los aspectos tan pedestres y ruines”. Con este tipo de respuestas no hay modo de salir del atolladero ni de encarar los problemas planteados. Y lo llamativo es que cuando alguno de estos artistas abandona el socialismo para abrazar la causa de la libertad, los colegas le hacen un vacío inmenso condenándolo al ostracismo porque les parece que se ha traicionado vilmente la causa y siguen como si tal cosa pontificando sobre la necesidad de igualar ingresos (no los de ellos que siempre consideran insuficientes), otorgar pseudoderechos, crear más organismos estatales para supervisar la vida de otros, subsidiar lo que estiman es conveniente, imponer sindicatos contrarios a la libertad de asociación y limitar la prensa a lo que piensan los iluminados.

Ciertos intelectuales de otras especialidades también prestan su apoyo a estas posturas. Robert Nozick lo atribuye a que pretenden calificar las acciones en el mercado como se hace en la universidad con los alumnos y no aceptan que se retribuya en concordancia con los gustos y preferencias de los consumidores. Helmut Schoeck lo atribuye a la envidia, Hayek a la improcedente extrapolación de la planificación personal de las vidas a la planificación de las relaciones sociales y Ludwig von Mises elabora algunas de estas tesis y propone otras en su célebre La mentalidad anticapitalista y agrega, refiriéndose a Hollywood, que los actores y actrices “temen por la volubilidad del público”. Este fenómeno no determina la reacción adversa al sistema de libertad pero indudablemente influye en grado sumo.

Esto último señalado por Mises es de especial interés ya que, a diferencia de lo que ocurre con la venta de bienes tangibles que son impersonales y pueden perdurar en el mercado a través de generaciones, el actor y la actriz cuentan con un tiempo limitado y una precisa vida útil después de la cual se terminó la carrera y el público les da la espalda y, en el mejor de los casos, ponen de manifiesto lástima por la decrepitud de quienes antes fueron consideradas “estrellas”. Es en este contexto que el mundo del cine y el teatro, también ignorando los principios de la ciencia económica, concluyen que el socialismo les dará protección en la ancianidad, mientras que el capitalismo los arroja a los leones. No consideran los jugosos emolumentos que reciben durante su vida activa, sus mansiones y sus requerimientos en cuanto a todo tipo de comodidades durante los rodajes o las representaciones en vivo, todo lo cual les permite preveer con amplitud su vejez. No se molestan en mirar el cine y el teatro decrépitos del mundo socialista y los estilos de vida de quienes no son los favoritos del déspota de turno.

Al hacer la autocrítica del por qué del fracaso en llegar con el mensaje liberal a estos ámbitos, se llega a la conclusión que, sin perjuicio de que siempre es bueno pulir y mejorar la trasmisión de ideas, la cerrazón de los interlocutores se debe a la falta de educación en temas fundamentales de la vida social. Se torna en un círculo vicioso si este es el problema y se niegan a la posible solución. No es que la batalla esté perdida ya que, como queda dicho, en algunos casos se logra sortear el cerco, pero hay que tener en cuenta que “no hay peor sordo que el que no quiere escuchar”.

De todos los asuntos sociales el más desconocido está referido a la causa que eleva ingresos y salarios en términos reales. Estamos perdidos mientras se sostenga que provienen de decisiones voluntaristas, de decretos gubernamentales, de acciones sindicales violentas o de la buena voluntad de los empleadores. Una vez que se percibe que la única razón de dicho incremento radica en las tasas de capitalización, es decir en la inversión per capita, las argumentaciones cambian su eje y se concentran en el debido respeto a los derechos de propiedad al efecto de maximizar la posibilidad de captar ahorros externos y estimular la formación de los internos, en un contexto de marcos institucionales compatibles con este resultado. Solo en esa situación se comprende que el asunto no es de suma cero sino de un proceso de creación de riqueza para lo cual es menester asegurar un clima de respeto recíproco y cooperación social.

Si Hollywood no cambia la línea básica de sus contribuciones y, en general, no modifica su dirección argumental y la mayor parte de sus guiones, el mundo se convertirá en lo que viene aplicando desde hace décadas Khadafy, esto es la prohibición en Libia de todo cine y teatro para que no aparezcan actores que compitan con su fama (por las mismas razones, tampoco permite que los jugadores de football se identifiquen por su nombre y así se les asigna un número a cada uno). Isabella Rossellini, la hija de Ingrid Bergman y Roberto Rossellini, cuenta que los actores tímidos curiosamente se sienten completamente liberados de esa limitación mientras interpretan otros personajes, evidentemente no hay esa disociación cuando se trata de ideas: por el momento, en general, en Hollywood, la persona y el personaje confluyen en promover propuestas socialistas. Y cuando aparecen en pantalla producciones cinematográficas como The Lost City dirigida y actuada por Andy García que muestra las canalladas del régimen castrista en la isla-cárcel cubana, es boicoteada por todos los medios posibles desde la propia meca del cine.

David Mamet, escritor de teatro, director de cine, actor, ganador del Premio Pulitzer y nominado al Oscar por The Veredict (1982) y por Wag the Dog (1997) relata en su nuevo libro los serios problemas que le crea el haber abandonado sus posiciones socialistas para abrazar la causa de la libertad. Lo hace con lujo de detalles sobre el ambiente de Hollywood en The Secret Knowledge. On the Desmanting of American Culture. Hay también no poca hipocrecía en Hollywood, lo que nos recuerda el monólogo del Robinson Crusoe de Defoe cuando encuentra un barco hundido con una carga de monedas de oro y plata oportunidad en la que se refiere extensamente a “la vanidad del dinero”, pero, a poco andar, “pensándolo mejor”, decide llevárselo por las dudas lo necesitara.

A la mencionada situación que consignamos en esta nota, se agrega la decadencia moral y la inusitada violencia que exhibe Hollywood en sus producciones cinematográficas que, dese luego, no nace allí sino que se alimenta en la degradación y la pérdida creciente de la sensibilidad en el público. Agatha Christie en su autobiografía dice que en sus novelas policiales siempre hay una moraleja donde se distingue claramente el bien del mal y que se dirigía a lectores que rechazaban a los asesinos y estaban a favor de los que los combatían, sin embargo, escribe en esta su última producción, en 1977, que nota un cambio en este tema central en cuanto a “un gusto sádico hacia la violencia en si misma” y que le “asusta la falta de interés por el inocente”. Lo mismo ocurre en Hollywood en el contexto de la señalada incomprensión respecto a temas cruciales.

* * * * * * * * * * *

Fuente: Diario de América

  • Visto: 14

Mi primo, el Che

En mi familia se ha hablado bastante del Che, ya que mi padre era primo hermano del suyo. El abuelo del sujeto de marras era una persona excelente, Roberto Guevara, casado con Anita Lynch, hermana de mi abuela materna. En tren de genealogía, consigno que soy más Lynch que Benegas, dado que tanto mi padre como mi madre descienden de dos de los hijos de Patricio Lynch, de quien desciende también el Che.

De entrada este revolucionario nato reveló cierta inclinación por el incumplimiento de la palabra empeñada, puesto que le prometió a su primera novia que saldría a comprar cigarrillos y nunca más volvió. Mostraba también ciertas rarezas al esforzarse en dar diez pasos a la salida de todos los ascensores y caer con la pierna izquierda, cosa que, si no lograba, volvía al adminículo y repetía la operación hasta que daba en la tecla (ya lo de la pierna izquierda parecía anunciar algo de su futuro dogmático).

Mi padre solía repetir el conocido aforismo: "Los parientes no se eligen, se eligen los amigos". Si bien es cierto que en todas las familias hay bueno, regular y malo en proporción con el tamaño de estas, siempre noté cierta dosis de vergüenza por el hecho de que se había filtrado en la nuestra un personaje de características tan siniestras.

En una oportunidad, una de mis tías me contó que de muy chico el Che se deleitaba con provocar sufrimientos a animales y, de más grande, insistía en que la muerte (de otros) no era tan mala después de todo y que, en este contexto, se adelantó a la definición de Woody Allen: "Morir es lo mismo que dormirse pero sin levantarse para hacer pis".

Esto último que puede parecer gracioso y ocurrente cuando proviene de ámbitos cinematográficos, resultó en una tragedia mayúscula para los cientos de asesinados por el Che, quien finalmente transformó aquella definición en que "el verdadero revolucionario debe ser una fría máquina de matar". Y todo por la manía de los Stalin, Pol Pot, Hitler y Castro de este planeta que, en sus ansias por fabricar el consabido hombre nuevo, han torturado, vejado, mutilado y asesinado a millones de seres humanos.

Y pensar que Cuba, a pesar de las barrabasadas de Batista, era la nación de mayor ingreso per cápita de Latinoamérica, eran sobresalientes en el mundo las industrias del azúcar, las refinerías de petróleo, las cerveceras, las plantas de minerales, las destilerías de alcohol, licores de prestigio internacional. Ese país tenía televisores, radios y refrigeradores en relación con la población igual que en Estados Unidos, líneas férreas de gran confort y extensión, hospitales, universidades, teatros y periódicos de gran nivel, asociaciones científicas y culturales de renombre, fábricas de acero, alimentos, turbinas, porcelanas y textiles.

Todo antes de que el Che fuera ministro de Industria, período en que el desmantelamiento fue escandaloso. La divisa cubana se cotizaba a la par del dólar, antes de que el Che fuera presidente de la banca central.

Como no podía ser de otro modo, el Che comenzó su carrera como peronista empedernido. Recordemos que la política nazi-fascista de Juan D. Perón sumió a la Argentina en lodazal del que todavía no se ha recuperado y que, entre otras cosas, escribió en 1970: "Si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de apoyarnos en 1955, podía haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente" y, cuando estaba en el poder, vociferó, en 1947: "Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores" y, en 1955, sentenció: "Al enemigo, ni justicia".

Es inadmisible que alguien sostenga que la educación en Cuba es aceptable, puesto que, por definición, un régimen tiránico exige domesticación y sólo puede ofrecer lavado de cerebro y adoctrinamiento (y con cuadernos sobre los que hay que escribir con lápiz para que pueda servir a la próxima camada, dada la escasez de papel). Del mismo modo, parecería que aún quedan algunas mentes distraídas que no se han informado de las ruinas, la miseria y las pocilgas en que se ha transformado el sistema de salud en Cuba y que sólo mantiene alguna clínica en la vidriera para impresionar a cretinos.

Esperemos que los que siguen usando lo símbolos del Che como una gracia perciban que se trata de la humorada mas lúgubre, mórbida y patética de cuantas se le pueden ocurrir a un ser humano. Es lo mismo que ostentar la imagen de la tenebrosa cruz esvástica como señal de paz.

Esta nota fue publicada originalmente por el autor en octubre de 2007.

  • Visto: 17
Doná